jueves, 2 de agosto de 2012

Cuentacuentos



Plaza de Jemaa el Fna

A uno, en verdad, le encantaría ser como esos contadores de historias que bajan cada noche a la Plaza Jemaa el Fna de Marrakech a engatusar al pueblo marroquí con su palabrería y sobre todo con su capacidad para atraer la atención de propios y extraños, siempre a través de su voz envolvente y su mímica estudiada, porque no olvidemos que gran parte del lenguaje, que retenemos como espectadores, es el llamado no verbal o gestual, el lenguaje universal, en definitiva. Y en esto son auténticos expertos los contadores de las mil y una noches, a la luz de una lámpara maravillosa, que reúnen en torno a sí a grupos dispuestos a dejarse arrullar con los cuentos. 
Contar un cuento es sin duda un arte, que requiere de ciertas habilidades, a saber, el manejo de la palabra, la voz y la corporeidad mortal y rosa (por decirlo a lo Umbral). En realidad, todo lo que se escribe debería ser recitado o contado de un modo oral para tomarle el puso, el ritmo o la temperatura a la escritura. Sólo así uno acaba sabiendo si funciona, si engancha al público expectante.

Imposible olvidarse de otro magistral contador de cuentos, que era el gran Antonio Pereira, pues además de dejarnos escritos cuentos extraordinarios, era capaz de contarlos con tal chispa y finura que dejaba boquiabiertos a los asistentes. Incluso me atrevería a decir que arrasaba literalmente a sus homólogos contadores de historias, cuando lo veíamos/escuchábamos en la Facultad de Educación de la Universidad de León. Qué tiempos. Filandones irrepetibles aquellos que organizara el bueno de Justo Fernández Oblanca. Un recuerdo afectuoso para el amigo Justo. 

A estas alturas Pereira y Justo estarán a buen seguro conversando en algún rincón del universo.

Lo cierto es que a uno le entusiasman los contadores de cuentos, tal vez porque en mi niñez también mis hermanas me contaban cuentos. Crecí con los cuentos clásicos de Caperucita, el lobo y los siete cabritillos, la Cenicienta y tantos otros (ahí quedan asimismo las Joyas literarias de Verne, Marco Polo, Salgari, Twain, y demás aventureros). Y viví entre la fantasía y la realidad/surrealidad. Siempre me entusiasmó la palabra, la palabra que se hace carne, organismo vivo, la palabra reinventada, que en determinados momentos puede resultar balsámica.

Dunas de Merzouga

Espero que el próximo sábado 4 de agosto logre, al menos, que el público infantil (a él va dirigido) conecte con La sonrisa de Aicha. Un cuento que aúna y religa dos espacios, dos mundos, en ocasiones contrapuestos. 

Todo un reto, excuso decir, aunque no sea la primera, y espero que tampoco la última vez, que hago un cuentacuentos.

Al parecer, el fin último del contador de cuentos sería (si nos remitimos a Sherezade) el alejamiento de la muerte y por ende la conservación de la vida, la transmisión de una enseñanza que nos ayude a seguir en la brecha, en el camino.


Julio Llamazares en Valdelugueros
En esta ocasión el lugar elegido será Valdelugueros, en la montaña leonesa, esa tierra que se vuelve astur en su paisaje, y aun en su paisanaje. Un valle acogedor, donde hace aproximadamente un año tuve la ocasión de ver y entablar charla amistosa con Julio Llamazares. Una velada inolvidable con el autor de El río del olvido (el Curueño), Cecilia Orueta, Ángel Fierro, Yuma y Emilio Orejas. Hasta pronto. 

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