Puente de La Candamia
Hacía años, muchos años, que no volvía a La Candamia, ese espacio legendario, a las afueras de la capital leonesa, al que recuerdo ir en compañía de Mercedes, la mujer de Amador, los cuales eran muy amigos de mis padres.
Recuerdo aquellas visitas con cariño. Entonces, uno era un rapacín deslumbrado por la realidad o la irrealidad, con ojos de asombro, para quien todo o casi todo adquiría un sentido mágico. Supongo que como para muchos otros guajines y guajinas.
En aquel tiempo La Candamia me parecía un bosque donde crecía el lúpulo, a orillas de un río, el Torío, que corría veloz. Es probable que el lúpulo forme parte de mi imaginación, porque uno tiende a rellenar de vida, a darle color y sentido, a aquello que no se recuerda con nitidez. Ay, la memoria, que nunca logra ser una transcripción perfecta de la realidad.
Laguna en La Candamia
A menudo los niños (y las niñas) tienden a magnificar los espacios, a agrandar con su percepción los lugares a la vez que el tiempo se estira como el cuello de una jirafa en la eternidad de los días, sobre todo en verano, la estación más poética del año. Qué lindo, dejar volar la imaginación.
Vuelvo a La Candamia, después de tantos años, en compañía de mi sobrino Rodrigo, y me encuentro con un sitio que casi no reconozco, salvo porque el río sigue ahí. Un lugar al que me emociona regresar, y me religa con el mapa de los afectos de infancia.
Buenas Manuel,
ResponderEliminarUn amigo de Cacabelos, Miguel Ángel, - a ver si un día coincidimos y te lo presento - tiene esta inforamción sobre la Candamia:
http://asturiense.blogspot.com/2011/09/el-monte-sagrado-de-la-candamia.html
Un saludo