miércoles, 8 de junio de 2011

Olor a heno

Es tiempo de siega de yerba. Y de andar haciendo bálagos, “balagares” o pajuelas y levantado polvo en los pajares. En otros tiempos, en cuanto llegaba junio, era época de siega en el Bierzo, porque ahora, desde hace algunos años, ya ni se siega el "pasto". En todo caso, y a resultas de las innovaciones, el asunto ha cambiado mucho, y ha dejado de ser como antaño, que se tragaba mucha polvareda y te salían unos mocos negruzcos, como de silicótico, cuando estabas arrebujado en todo el mogollón, metido hasta los calcañares en el pozo del pajar. Qué tiempos. Y cuanta penuria.

Hogaño -dicho sea en plata taxqueña-, debe chuparse menos polvo porque se agarra más paja de un tirón. Que todo sea por la modernidad agrícola, que apretuja las hierbas/yerbas en unas cosas, pacas o fardeles que no hay cristiano que los mueva de su sitio. Vosotros, quienes habéis atropado mucha hierba, ¿qué opinanáis? Si es que ni dios se acuerda de esto, y uno a darle a la rememoración.

Este menda, que fue “cazolero” y chacinero antes que monaguillo de sacristía y seminarista de ensoñaciones, algo sabe o al menos debería saber de lo que se guisa y se templa en la sauna de un pajar.

En estas tierras nuestras no es necesario irse a los baños termales a que te suden las entretelas y te canten los pinreles por soleares. No hace falta pagar por ello. Ni siquiera tienes que acudir a una hidroterapeuta en busca de una solución a tus artrosis reumatoides, que cada día son más fastidiosas. Por cierto, al decir esto me están entrando ganas de irme a un baño termal, a un hammam, a algún sitio costero. ¿Qué tal, amigo Mingo, cómo te sientes en la termalidad de Budapest? Danubiando, seguro.

Tengo los huesos deshechos, se le oye decir a mucha gente, sobre todo a personas mayores. Sólo tienes que meterte por el “furaco” del pajar, agarrar el “engazo” o "angazu", la horquilla o lo que encuentres a tu vera, y desparramar la hierba por doquier. Este es un deporte en el que se ejercita el cuerpo al completo. Y se hace mucho músculo de alterofilia. Gimnasia de yerbamen y tinglado. Te pones cachas sin gastarte un duro. Y puedes curar tus males artríticos, sin que el doctor o doctora de turno te “empuchiquen” de pastillas. Eso sí, este es un deporte que al parecer no tiene mucha recompensa económica. Ya se sabe que hay muchas clases de deporte, y aún hay más tipologías de deportistas. Hazte famoso y dedícate a sestear como las ovejas a la sombra de un castaño. Vive en el anonimato y nunca lograrás desprenderte de la hierba que se seca al sol de mediodía.

En otras épocas, el personal andaba por este mes de junio muy atareado con la yerba en el Bierzo Alto. Y no se cansaba de acarrear alimento para el ganado. Entonces, había ganado... y hasta perdido. Ahora sólo quedan algunas vacas de "El Pellejero" y poco más. Al menos en el útero de Gistredo. "No vaya a ser que revuelva el temporal -no es de fíar, visto lo visto- y se quede el comestible en el prado", solía decir el paisanaje.

Pero cada día son menos quienes se dedican a estas labores de campo. Unas labores que me hacen recordar esos maravillosos cuadros que pintara Jean François Millet, Las espigadoras o El Ángelus, cuyos personajes son labradores que encorvan el pellejo bajo un cielo holgado, envueltos en una luz crepuscular. O ese colorido idílico y explosivo que aparece en las pinturas de Van Gogh, hermosos campos de Auvers-sur-Oise y el Midi francés por los que he paseado, con devoción, en alguna que otra ocasión.


La recogida de yerba te broncea el alma y te curte el rostro. Un bronceado natural y rápido. Es suficiente una semana al calor de un sol castigador y moscón para que te salga lo moreno por todos los poros. Luego no es necesario irse al solárium de enfrente. Joder, en qué estaría pensando, si por estos lares no hay solárium.

Antaño, por el mes de junio, era tiempo de recolección de yerba seca, pero ya casi nadie -naide o naides- siega a guadaña, una faena ésta que requiere mucho entrenamiento y una gran destreza. Ya casi nadie se dedica a afilar la guadaña, decía, salvo que a algún paisano se le ocurra la brillante idea de convocar un Concurso de Segadores. Como en alguna ocasión hicieron en Pobladura de las Regueras (qué lírico nombre).

El verano, que está a puntito de “encetarse” como una hogaza de pan hecha en horno de leña, es la estación más poética del año. El verano es placentero y campestre. Prefiero esta estación sobre todas las demás, porque los días -incluso las noches- se estiran como cuellos de jirafa hasta tocar la fruta prohibida. Me gustan el olor a verano y el olor a heno, porque son unos olores que me estimulan y me invitan a escribir con satisfacción. El olor a yerba seca es como un alucinógeno que me hiciera sentirme alegre y despierto. Es excitante, atrayente, encantador. El acto de oler entraña mucha inspiración. Y el olfato es quizá el sentido más lírico, según Umbral, un tipo al que le salían precisos y excitantes poemas en prosa. Se cuenta que el filósofo Schiller acostumbraba a oler una manzana antes de sentarse a escribir. Hay a quienes les da por meter las narices en otros jardines de delicias. Pero este es otro cantar de olores y colores.

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