lunes, 22 de noviembre de 2010

Por tierras trasmontanas

Amancio Prada

 Gavela, Busmayor y Paco González

Lourdes, Mestre, Varela y Amancio Prada
Retomo este cuaderno de bitácora, después de asistir al homenaje que el pasado sábado se le rindiera en el Teatro Bergidum al entrañable Pereira, el mejor narrador oral de cuantos que he tenido el gusto de escuchar, maestro indiscutible del relato corto, uno de nuestros mejores cuentistas, sobre todo del Noroeste mágico, sensible y humorístico, amante de la belleza femenina, le encandilaba darle toques eróticos a sus cuentos, las peras de Dios, entre otros muchos y buenos, viajero al fin de todos los anocheceres líricos, devoto de los portugales (luego continuaré con el viaje por tierra trasmontana).

A Toñín, tal como le decían sus amigos y familiares, le encantaba viajar, y Portugal era uno de sus países preferidos, tal vez porque en éste encontraba una prolongación fantástica de su Bierzo uterino, de su Villafranca natal.

En el Bergidum nos dimos cita unos cuantos amigos y seguidores del maestro Pereira. Aún conservo su última imagen en pantalla, su rostro de bondad, sus ojos inteligentes, tras sus gafas socarronas, su pose serena, como un estoico que estuviera presto para decirnos, con rotundidad y transparencia, sin aspavientos y decidido, su adiós. A duras penas logré contener la emoción.

Gracias, queridos amigos y paisanos (Mestre, Varela, Robés, Paco González, Gavela, Busmayor, Amancio Prada, entre otros) por obsequiarnos este acto lleno de cariño por uno de nuestros más grandes escritores.
         Obrigado, muito obrigado.

Puente romano de Mirandela

Mirandela

“Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia… Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos”, dice otro maestro de las letras, Saramago, que a buen seguro estará conversando con Pereira en algún cielo de Portugal, ese país cercano, no sólo en el espacio, sino en el tiempo de los afectos.

El viajero deja Bragança con cierta nostalgia, bajo una niebla como de otra época, y emprende ruta hacia Mirandela. Nada más abandonar la ciudad bragantina, comienza a asomar el sol. Se espera un día radiante. La carretera es buena, pues es la que conduce a Oporto (Porto). En poco tiempo, el viajero alcanza Mirandela, ciudad que recuerda con simpatía, aunque estuviera nomás de pasada, hace ahora unos dos años, en un viaje que hiciera a Viana do Castelo y a Bragança.
Pequeña y coqueta, Mirandela es una villa que procura buenas vibraciones, con su puente romano, reflejado en el río, puente que atraviesa el río Túa, cuyos arcos son todos desiguales, según nos cuentan Saramago y Llamazares.
Café Negrilho en Sao Martinho de Anta

Luce un día hermoso. Y el viajero decide estirar las piernas y oxigenar el cerebro, antes de continuar rumbo a la tan ansiada matria de Miguel Torga, Sao Marthino de Anta (léase, en este mismo blog, el espacio dedicado a este pueblo). Cuenta Llamazares en su libro Tras-os-Montes (libro de cabecera para este viajero berciano) que Mirandela toma su nombre de la Miranda do Douro, y que el dialecto mirandés deriva directamente del antiguo leonés. Incluso en el norte de Extremadura se habla una suerte de viejo leonés, tal como dijo el pasado sábado mi amigo, el gran poeta Miguel Ángel Curiel.
                  
                           Vila Real

Al viajero le gustaría quedarse unas horas más en este sitio, pero también quiere llegar con sol a la tierra de Torga, y aún falta camino por recorrer. Llega hasta Vila Real, pregunta por Sao Marthino, y después de interrogar a varios lugareños y dar algunas vueltas, logra dar con la carretera.  Siempre en dirección a Sabrosa, le dice alguno. Pues vale. Así será. “Vila Real no es una ciudad afortunada”, asegura el Nobel Saramago. Es probable que sea como él dice, aunque el viajero no llega a percibir la hermosura o fealdad de la ciudad, porque sólo la bordea. El entorno, en cualquier caso, resulta de un verdor espléndido, con sus pinares y eucaliptos, como para perderse en su umbría, o mejor dicho par echarse una siesta bajo algún árbol cobijador. “Vila Real, al contrario que Bragança –escribe Llamazares-, es una ciudad moderna, una ciudad señorial” (término éste que también se decía de León, y que al viajero siempre le ha parecido como cursilón o “rebuznante”, porque toda ciudad será o no de señoras y señores, esto es de ciudadanas y ciudadanos, palabros éstos que gusta decir mucho el señor Presi, el paisano Zapatero). “Ciudad señorial, decía, con cierto aroma huertano, pero reconvertida hoy en el centro económico y político de la provincia de Tras-os-Montes”. “La ciudad portuguesa con mayor cantidad de familias nobles después de la capital”, añade Llamazares.
Algún día el viajero volverá, porque “hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre”, pero ahora sigue tras las huellas literarias de Torga, y luego espera hacerlo en busca de ese Portugal “telúrico y fluvial”, de esa “vieja y libre” ciudad de Oporto, decadente y a la vez esplendorosa, ribereña y marina (algo que al viajero lo acaba conmocionando, y que requiere de otro espacio en este diario).

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