miércoles, 4 de agosto de 2010

Amsterdam, ciudad de hadas y "arcángelas"
































Mi amiga Chantal, que en realidad era una arcangelita con rostro sonriente y ojitos vivaces y amorosos, me hizo descubrir un rincón mágico, uno de esos sitios donde uno siente lo sacro, la serenidad del espíritu, un lugar tranquilo y recogido, paradójicamente cercano a la bulliciosa plaza Spui. En esta pequeña "isla" de retiro espiritual vivían en tiempos las "beguinas" o novicias encargadas de bordar y ayudar a los enfermos. Después de varios años, vuelvo al Begijnhof, a este jardín bucólico o "huerto" epicúreo, en compañía de mi amiga, en este caso berciana, con la nostalgia y a la vez alegría de algún paraíso recuperado.

Si visitáis Amsterdam, queridas amigas y amigos, os recomiendo acercaros a este espacio mítico y tal vez místico en medio de una ciudad bohemia y sensual, poética y fluida, encarnada y divertida, sobre todo si uno la visita en fin de semana y en época veraniega.
Sigo enganchado a los recuerdos al igual que otrora estuviera bajo la hipnótica escritura del maestro Umbral o Umbrales, como le decía Lola, una de sus gachís literarias, sobre todo porque la hace figurar en sus Memorias eróticas, memorias en las que también se nos aparece la ciudad de Amsterdam, "la ciudad donde siempre coges tranvías en dirección contraria", creo recordar que escribió Umbralillo (al decir de otra de sus ninfas). La ciudad donde uno suele coger el tranvía como quien se subiera al carro del vecino, aunque a veces el vecino, mosqueado tras una velada a todas margaritas, puede pedirte el billete, ya harto de que no le dés ni las gracias por subirte a su chepa, o sea, a su coche-vagón. "No introduzca el pie entre coche y andén", te recuerda con aires chulapos. Y por el mismo precio -unos dos euros y cincuenta céntimos-, puede usted bajarse en la última: la Centraal. Un lujo, o sea.

En octubre del 96 vuelvo a Amsterdam. Y es mi sexta vez en esta ciudad, que he tenido el gusto de visitar otras tantas o más veces. Ya he perdido la cuenta. En aquella ocasión me alojé en un Christian Youth Hostel, The Shelter, situado en pleno corazón del Barrio Rojo, en Barndesteed 21, porque la mayor parte de hostels debían estar hasta la bandera, que vaya sitio para hospedarse, ora et labora, reza y fornica a la vez. Ningún prejuicio en una ciudad con apariencia libre y hasta libertaria, aunque simpre bajo control. En el The Shelter -aún sigue en pie, después de mi última y reciente visita a la ciudad, aunque no me alojara en éste- te ofrecen té y pastas por el mismo precio de la cama, eso sí, uno debe al menos hacer las veces de coger el catecismo y leer (siempre en tu idioma, para que no te "trastabilles" ni incordies al prójimo, supongo). Buen sitio si te quedas colgado (y aún eres joven y creyente), aunque no peor que otros hostels donde pueden afumarte mientras intentas conciliar el sueño. Ya se sabe que la ética protestante está intimamente ligada al capitalismo. Léase a Max Weber.
Es habitual que si uno llega a Amsterdam, sin reserva de habitación, se pueda encuentrar con dificultades para encontrar alojamiento, al menos decente, sobre todo en verano, o en determinados fines de semana, porque es ésta una ciudad muy visitada y que gusta mucho a los/as jóvenes gustosos/as de farra. Si bien cuenta con una abundante y variada oferta hotelera -algo abandonada a tenor de lo visto-, en ocasiones podría resultar insuficiente. No se caracteriza Amsterdam - al menos lo que conozco- por exuberantes y exóticos hoteles (véase Marrakech), antes al contrario, me da la impresión de que la mayor parte de hotelitos y hostels no van muy allá, porque tal vez están pensados para chavales y chavalas que no son remilgados y se apañan con cualquier cosa. Hay hoteles (véase por ejemplo el Tourist Inn) que por lo demás también funcionan como hostels, esto es, que cuentan con dormitorios donde meten en literas a varios y varias. Algo cutrillo. "Cuadras", como a buen seguro diría el cuate Abel. Una modalidad que funciona mucho y bien en toda Europa, sobre todo para mochileros/interraileros, con no demasida guita y deseosos de viajar por el viejo continente a como dé lugar. El asunto es viajar. Y Amsterdam es una ciudad a la que viaja mucho personal. Un sitio que sorprende por su dinamismo y su sentido hospitalario, adonde van a parar también todos los colgados y flipadas del orbe. Mucha marchita día y noche. Aparte del Rojo (Red Light District) en Rembrandtplein y Leidseplein encontrarás muchos coffees, restaurantes y discos.

Es probable que los amsterdameses hayan heredado ese nuestro espíritu festivo. No en vano (y durante un tiempo) Holanda estuvo bajo el mandato de Carlos V y luego Felipe II (si nos fiamos de la historia) y gran parte de los judíos perseguidos en nuestra "piel de vaca machorra tendida al sol y bocabajo" y en Portugal fueron a parar a Amsterdam, que los acogió con los brazos abiertos. Como es el caso del filósofo Spinoza, que aunque nacido en esta ciudad tolerante, rica y calvinista, pertenecía a la comunidad de sefarditas, agrupada en el barrio judío de Jodenbuurt, donde también vivió Rembrandt (en concreto en la Joden-bree-straat), el genial pintor de los autorretratos, que tuvo a bien reinventar la pintura y la luz empolvada.

Enfrente de la casa-museo de Rembrandt está una de las casitas con más encanto de la ciudad, y detrás de la casa del creador de Lección de Anatomía y Ronda de noche se halla el magnífico mercado de Waterlooplein, donde uno puede vestirse con ropas de ocasión, en buen uso, por muy poco dinero. Merece mucho la pena darse una vuelta por este bazar o zoco. A decir verdad, el espíritu judío está presente, aparte del Joden (donde también puede visitarse la sinagoga portuguesa y el museo histórico judío), en toda la ciudad, como se puede ver cuando uno visita el Jordaan, famoso por acoger en su día a refugiados como el filósofo Descartes, que vivió en la calle Westermarkt, al lado de la Westerkerk (iglesia-mirador desde el que se tienen espléndidas panorámicas sobre la ciudad, y donde se dice que está enterrado Rembrandt), y próxima también a la casa de Anne Frank.

Aparte del archiconocido barrio Rojo y sus ramificaciones por la Spuistraat -lugar transitado por propios y extrañas, tanto por unos como por otras-, esta lírica ciudad de cuento de hadas goza de buena salud, eso sí, con sus hedores a pis (ahí siguen en pie los urinarios de color verde oxidado) y el envolvente e intenso aroma a has y maría mezclado con arenque. No hace falta adentrarse en ningún coffee pues el olor te sube y te baja por donde quiera que camines, sobre todo por el Rojo y sus aledaños. "Éxtasis, crack, hachís...", te ofrecen los camelleros a tu paso por las calles y callejuelas del Rojo.

Amsterdam da para muchas visitas, y en cada una de éstas uno descubre o redescubre algo novedoso, impactante, digno de ver y sentir. En este último viaje recorrí los lugares de costumbre -hay sitios que uno siempre visita-, y me dejé llevar, una vez más, por mi instinto en busca de la belleza en todo su esplendor, que la hay, y mucha, en esta ciudad "construida sobre espinas de arenques", por debajo del nivel del mar, aunque protegida por diques, tal vez por eso sus casitas se tuercen y retuercen formando figuras de cómic, con sus fachadas pintorescas, llenas de escudos, reflejo de su pasado glorioso, comercial, marino.

Por más veces que uno visite esta ciudad, debes dejarte caer por el barrio de Nieumarkt (El Mercado Nuevo) aunque en verdad sea el más antiguo, colindante con el Barrio Rojo, en el que puedes saborear un bocadillo de arenque crudo, tomarte un zumo natural o bien chutarte con una dosis de leche evaporada/koffiemelk (Halvamel), aunque para ello tengas que acercarte al supermarket Albert Heijn.

Nieumarkt es una especie de Chinatown en chiquito, con sus tiendas y escaparates en que asoman hocicos de cerdo rostizado y aun otros caretos y esqueletos animalescos, con sus bares y terrazas, con su vivacidad y meridional puesta en escena. Nieumarkt es la antesala de los escaparates o vitrinas en los que exhiben sus cuerpos serranos las damiselas o trabajadoras del sexo.

Y si te apetece ir de compras, aparte de sus "mercados de pulgas" y de ocasión, lo mejor es que deambules calle arriba, calle abajo, por las peatonales Kalverstraat y Nieuwendijk, donde hallarás souvenirs curiosines, entre ellos algunas postales chistosas y atrevidas, o algún molino o "molen" inspirador. Se cuenta que Hema (en Nieuwendijk 174) es el más barato de la ciudad.

Nada más poner los pies en el edificio de la Estación Central (donde por cierto se pueden alquilar bicis), todo te parece hermoso, incluso el amarillo yema de huevo de los trenecitos. Y si encima te luce el sol, entonces puedes estar de enhorabuena. Aunque sea tu primera vez en esta ciudad, es probable que te sientas bien. Si nunca has viajado a Holanda, todo lo que allí veas te parecerá diferente. La llamada Venecia del Norte tiene algo especial, que hace única con sus casitas de cuento flotantes, sus puentes y canales de fantasía en forma de tela de araña, callejuelas coloridas por las que conduces tus ilusiones de viajero al fondo de la noche, y a veces tus obsesiones más estimulantes y aventureras. Puro bucolismo.

En Amsterdam la belleza está construida y re-construida a escala humana. Quizá por esto hay un proverbio que asegura que Dios creó el mundo, excepto Holanda, que fue creada por los holandeses. Y mucho hay de cierto en este dicho popular. Amsterdam es una belleza verdadera, esencial. Una ciudad en la que nada da la impresión de desentonar y todo está construido para ser disfrutado. Las esencias viajan en tranvía o en bicicleta, las verdades y las bellezas también. Es como si esta ciudad fuera la medida humana. No es, pues, el hombre la medida de las cosas, como nos dijera Protágoras el sofista, sino que es la ciudad la que nos mide, y aun nos ayuda a adaptarnos a su entorno.

La generosidad y la tolerancia se respiran entre una brisa marina y una posmodernidad bien entendida. Uno no puede evitar traer a mientes la canción de Jacques Brel cada vez que viaja a esta ciudad, que se torna mar de ensueños, y sigue oliendo a arenque y a mejillón. “En el puerto de Amsterdam hay marinos que comen en manteles blanquísimos pescados resplandecientes... y huele a bacalao hasta en el corazón de las patatas fritas”.

El pescado está delicioso, incluso las patatas fritas, que tanto gustan a los holandeses, en su salsa, con mayonesa, con lo que se tercie. Huele a bacalao en los muchos puestos callejeros y saben ricas y picantes esas "croquetas" de carne y pasta, que uno puede retirar en los muchos Febo -o similares- que hay por doquier. No dejéis de probar estas delicias holandesas, os encantarán, aunque sea nomás puro fast food.

La apertura cultural y el mestizaje están asegurados, y las ancestrales y siempre sanas costumbres se respiran al borde de la calle, aunque por el Rojo pulule algún que otro esnifado con deseos de pegarte un tirón. La poli, montada en bici o bien a caballo, está siempre al quite. Y nadie parece salirse de la raya... cocaínica.
Los amsterdameses/as por lo general son guapos/as, agradables, y en ocasiones excitantes. Vaya pibonazos, me dice mi amiga. Cacho pibonazos y pibonazas. Uno se siente bien en esta ciudad holandesa, baja, porque el personal te suele acoger con entrega y cariño.

En Amsterdam las bicis son las reinas, hay muchas bicicletas por todas las esquinas y rincones, y las mujeres que las montan son princesitas en el país de las mil y una maravillas. Resulta divertido ver cómo los ejecutivos, móvil en mano, se desplazan en bici a lo largo y ancho de la ciudad. Y cómo mujeres y hombres llevan, en su bici, a una recua de rapacines. No es la ciudad del demonio en persona, como algunos pudieran creer, ni de los alucinados de coffee-shops y museos de sexo y marihuana (que también). Antes al contrario, es una ciudad de hadas buenas y virtuosas, de arcángeles o arcángelas rubísimas y sonrientes, como Chantal, y de querubines con sabor a tulipán. Tal vez sea la ciudad más lírica de Europa.

Siento un gran cariño por esta tierra bajo el mar, en tiempos refugio de filósofos, ciudad de diamantes y bares de color tostado (bruine kroegen), molinos y proeflokaal (donde se degustan licores y ginebras auténticas), casas inclinadas y moradas húmedas, vacas hedonistas, y un zoo animal (Artis Zoo cuya entrada está custodiada por dos águilas doradas) que cohabita en perfecta armonía con el zoo humano.

La urbanización y sobre todo la arquitectura resultan impactantes, con muchos carriles para bicis y muchos parques y jardines (fundamentalmente en los alrededores, aparte del legendario Vondelpark).
Los paseos en barco, en tranvía o en bici están pensados para deleitar la vista y estimular la imaginación. Y cuando los rayos solares se reflejan en las aguas tranquilas de los canales de Prinsengracht (del Príncipe), Keizersgracht (del Emperador) y Herengracht (de los Señores), el surrealismo aflora en lo mejor de nuestro subconsciente.

Aún hay más: proseguiré camino por los museos, aunque Amsterdam sea por sí misma un genuino museo al aire libre.

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