miércoles, 11 de agosto de 2010

Encuentro Literario en Noceda del Bierzo


En el útero de Gistredo, donde canta el urogallo y campa a sus anchas el oso (incluso se zampa las colmenas de Senén y otros paisanos), tendrá lugar un Encuentro Literario, que contará con la presencia de narradores y poetas leoneses (alguno hay de fuera, mas lo acogemos con placer), acaso en homenaje a aquellos filandones tradicionales o bien al estilo de los poetas románticos reunidos en torno al fuego sagrado de las inspiraciones divino-demoníacas. Véase/léase cómo se gestó el mito de Frankenstein. 
http://www.diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=529439

La feliz idea de encontrarnos en Noceda del Bierzo se hará realidad el día 13 de agosto, a eso de las siete y media de la tarde, en la antigua escuela del barrio de Vega (la escuela de aquellas niñas desamparadas en la posguerra incivil, como bien nos relata nuestro amigo Javi Arias Nogaledo en el último número de La Curuja http://www.nocedadelbierzo.com/archivos/curuja%20_julio_2010.pdf). Esperamos que el escenario no se nos quede chiquito, aunque lo verdaderamente bucólico y lírico sería recitar en la cima de la montaña, en medio del bosque, arrullados por las aguas ferruginosas y curativas.

Un total de catorce narradores y poetas, creo recordar, se darán cita en este pueblo alejado del mundanal ruido, cuya belleza natural resulta realmente inspiradora. Se me hace conmovedor que todos ellos hayan aceptado gustosos la invitación. Y que el encuentro sea posible nomás al empeño de este meda lerenda, con el apoyo del Colectivo La Iguiada, que se encarga por lo demás de editar la revista La Curuja.

Entre estos literatos, dispuestos a nocedear, que diría Pilar Blanco, se encuentran Fermín López Costero, narrador y poeta cacabelense, que tuvo el privilegio, como su paisano Pepe Carralero, de nacer encima de una bodega, y que ha tenido a bien colaborar con La Curuja; Ester Folgueral, poeta y periodista de Fuentesnuevas (en la actualidad reside en Cacabelos), quien también ha aportado su vena lírica a La Curuja; Carmen Busmayor, poeta y maestra de ceremonias de poesía en el hayedo de Busmayor (el Busmayedo); Raquel Lanseros, poeta, filóloga y políglota leonesa aunque nacida en Jeréz de la Frontera, con muchos premios de poesía; Sara R. Gallardo, joven poeta y redactora en prácticas del Diario de León; Pilar Blanco, poeta bembibrense tocada por la luz mágica del Mediterráneo; Tomás Néstor Martínez, gurú de la cultura, profesor de Literatura y viajero intrépido, coordinador de Tardes de Autor en Bembibre y Poesía a Orillas del Órbigo, en Veguellina, de donde es originario; Santiago Macías, Vicepresidente por la Asociación de la Memoria Histórica, escritor y columnista versado en guerrilleros, cuyos textos resultan esclarecedores acerca de la posguerra civil/incivil; Miguel A. Varela, prócer de la cultura berciana y Director del Teatro Bérgidum, Xuasús Gonzalez, Director de la revista Losada, Nicanor García Ordiz, narrador de Matachana-Bembibre, aunque nacido en la cuenca del Nalón (Asturias), cuya última obra se halla en bembibredigital.com; Juanma G. Colinas o "el plumilla berciano", joven periodista de Toreno y viajero por el mundo "alante"; Miguel A. Curiel, poeta visionario, grande, nacido en Alemania, aunque de origen extremeño. Acaba de disfrutar de una beca en la Academia Española de las Bellas Artes en Roma. Vive en Lugo, pero es berciano de adopción. Paisano y hermano; Ricardo Virtanen, poeta y músico de origen finés o filandés, creador de haikus. Estuvo recientemente en la localidad de Cobrana (Congosto, donde nacieran al aventurero Álvaro de Mendaña), donde se celebró un recital poético, con la presencia entre otros del maestro Mestre.

Ahora sólo queda que el Encuentro resulte fructífero y las ondinas de las aguas del Noceda nos nutran con sus flujos/influjos líricos.

http://www.diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=545179

miércoles, 4 de agosto de 2010

Amsterdam, ciudad de hadas y "arcángelas"
































Mi amiga Chantal, que en realidad era una arcangelita con rostro sonriente y ojitos vivaces y amorosos, me hizo descubrir un rincón mágico, uno de esos sitios donde uno siente lo sacro, la serenidad del espíritu, un lugar tranquilo y recogido, paradójicamente cercano a la bulliciosa plaza Spui. En esta pequeña "isla" de retiro espiritual vivían en tiempos las "beguinas" o novicias encargadas de bordar y ayudar a los enfermos. Después de varios años, vuelvo al Begijnhof, a este jardín bucólico o "huerto" epicúreo, en compañía de mi amiga, en este caso berciana, con la nostalgia y a la vez alegría de algún paraíso recuperado.

Si visitáis Amsterdam, queridas amigas y amigos, os recomiendo acercaros a este espacio mítico y tal vez místico en medio de una ciudad bohemia y sensual, poética y fluida, encarnada y divertida, sobre todo si uno la visita en fin de semana y en época veraniega.
Sigo enganchado a los recuerdos al igual que otrora estuviera bajo la hipnótica escritura del maestro Umbral o Umbrales, como le decía Lola, una de sus gachís literarias, sobre todo porque la hace figurar en sus Memorias eróticas, memorias en las que también se nos aparece la ciudad de Amsterdam, "la ciudad donde siempre coges tranvías en dirección contraria", creo recordar que escribió Umbralillo (al decir de otra de sus ninfas). La ciudad donde uno suele coger el tranvía como quien se subiera al carro del vecino, aunque a veces el vecino, mosqueado tras una velada a todas margaritas, puede pedirte el billete, ya harto de que no le dés ni las gracias por subirte a su chepa, o sea, a su coche-vagón. "No introduzca el pie entre coche y andén", te recuerda con aires chulapos. Y por el mismo precio -unos dos euros y cincuenta céntimos-, puede usted bajarse en la última: la Centraal. Un lujo, o sea.

En octubre del 96 vuelvo a Amsterdam. Y es mi sexta vez en esta ciudad, que he tenido el gusto de visitar otras tantas o más veces. Ya he perdido la cuenta. En aquella ocasión me alojé en un Christian Youth Hostel, The Shelter, situado en pleno corazón del Barrio Rojo, en Barndesteed 21, porque la mayor parte de hostels debían estar hasta la bandera, que vaya sitio para hospedarse, ora et labora, reza y fornica a la vez. Ningún prejuicio en una ciudad con apariencia libre y hasta libertaria, aunque simpre bajo control. En el The Shelter -aún sigue en pie, después de mi última y reciente visita a la ciudad, aunque no me alojara en éste- te ofrecen té y pastas por el mismo precio de la cama, eso sí, uno debe al menos hacer las veces de coger el catecismo y leer (siempre en tu idioma, para que no te "trastabilles" ni incordies al prójimo, supongo). Buen sitio si te quedas colgado (y aún eres joven y creyente), aunque no peor que otros hostels donde pueden afumarte mientras intentas conciliar el sueño. Ya se sabe que la ética protestante está intimamente ligada al capitalismo. Léase a Max Weber.
Es habitual que si uno llega a Amsterdam, sin reserva de habitación, se pueda encuentrar con dificultades para encontrar alojamiento, al menos decente, sobre todo en verano, o en determinados fines de semana, porque es ésta una ciudad muy visitada y que gusta mucho a los/as jóvenes gustosos/as de farra. Si bien cuenta con una abundante y variada oferta hotelera -algo abandonada a tenor de lo visto-, en ocasiones podría resultar insuficiente. No se caracteriza Amsterdam - al menos lo que conozco- por exuberantes y exóticos hoteles (véase Marrakech), antes al contrario, me da la impresión de que la mayor parte de hotelitos y hostels no van muy allá, porque tal vez están pensados para chavales y chavalas que no son remilgados y se apañan con cualquier cosa. Hay hoteles (véase por ejemplo el Tourist Inn) que por lo demás también funcionan como hostels, esto es, que cuentan con dormitorios donde meten en literas a varios y varias. Algo cutrillo. "Cuadras", como a buen seguro diría el cuate Abel. Una modalidad que funciona mucho y bien en toda Europa, sobre todo para mochileros/interraileros, con no demasida guita y deseosos de viajar por el viejo continente a como dé lugar. El asunto es viajar. Y Amsterdam es una ciudad a la que viaja mucho personal. Un sitio que sorprende por su dinamismo y su sentido hospitalario, adonde van a parar también todos los colgados y flipadas del orbe. Mucha marchita día y noche. Aparte del Rojo (Red Light District) en Rembrandtplein y Leidseplein encontrarás muchos coffees, restaurantes y discos.

Es probable que los amsterdameses hayan heredado ese nuestro espíritu festivo. No en vano (y durante un tiempo) Holanda estuvo bajo el mandato de Carlos V y luego Felipe II (si nos fiamos de la historia) y gran parte de los judíos perseguidos en nuestra "piel de vaca machorra tendida al sol y bocabajo" y en Portugal fueron a parar a Amsterdam, que los acogió con los brazos abiertos. Como es el caso del filósofo Spinoza, que aunque nacido en esta ciudad tolerante, rica y calvinista, pertenecía a la comunidad de sefarditas, agrupada en el barrio judío de Jodenbuurt, donde también vivió Rembrandt (en concreto en la Joden-bree-straat), el genial pintor de los autorretratos, que tuvo a bien reinventar la pintura y la luz empolvada.

Enfrente de la casa-museo de Rembrandt está una de las casitas con más encanto de la ciudad, y detrás de la casa del creador de Lección de Anatomía y Ronda de noche se halla el magnífico mercado de Waterlooplein, donde uno puede vestirse con ropas de ocasión, en buen uso, por muy poco dinero. Merece mucho la pena darse una vuelta por este bazar o zoco. A decir verdad, el espíritu judío está presente, aparte del Joden (donde también puede visitarse la sinagoga portuguesa y el museo histórico judío), en toda la ciudad, como se puede ver cuando uno visita el Jordaan, famoso por acoger en su día a refugiados como el filósofo Descartes, que vivió en la calle Westermarkt, al lado de la Westerkerk (iglesia-mirador desde el que se tienen espléndidas panorámicas sobre la ciudad, y donde se dice que está enterrado Rembrandt), y próxima también a la casa de Anne Frank.

Aparte del archiconocido barrio Rojo y sus ramificaciones por la Spuistraat -lugar transitado por propios y extrañas, tanto por unos como por otras-, esta lírica ciudad de cuento de hadas goza de buena salud, eso sí, con sus hedores a pis (ahí siguen en pie los urinarios de color verde oxidado) y el envolvente e intenso aroma a has y maría mezclado con arenque. No hace falta adentrarse en ningún coffee pues el olor te sube y te baja por donde quiera que camines, sobre todo por el Rojo y sus aledaños. "Éxtasis, crack, hachís...", te ofrecen los camelleros a tu paso por las calles y callejuelas del Rojo.

Amsterdam da para muchas visitas, y en cada una de éstas uno descubre o redescubre algo novedoso, impactante, digno de ver y sentir. En este último viaje recorrí los lugares de costumbre -hay sitios que uno siempre visita-, y me dejé llevar, una vez más, por mi instinto en busca de la belleza en todo su esplendor, que la hay, y mucha, en esta ciudad "construida sobre espinas de arenques", por debajo del nivel del mar, aunque protegida por diques, tal vez por eso sus casitas se tuercen y retuercen formando figuras de cómic, con sus fachadas pintorescas, llenas de escudos, reflejo de su pasado glorioso, comercial, marino.

Por más veces que uno visite esta ciudad, debes dejarte caer por el barrio de Nieumarkt (El Mercado Nuevo) aunque en verdad sea el más antiguo, colindante con el Barrio Rojo, en el que puedes saborear un bocadillo de arenque crudo, tomarte un zumo natural o bien chutarte con una dosis de leche evaporada/koffiemelk (Halvamel), aunque para ello tengas que acercarte al supermarket Albert Heijn.

Nieumarkt es una especie de Chinatown en chiquito, con sus tiendas y escaparates en que asoman hocicos de cerdo rostizado y aun otros caretos y esqueletos animalescos, con sus bares y terrazas, con su vivacidad y meridional puesta en escena. Nieumarkt es la antesala de los escaparates o vitrinas en los que exhiben sus cuerpos serranos las damiselas o trabajadoras del sexo.

Y si te apetece ir de compras, aparte de sus "mercados de pulgas" y de ocasión, lo mejor es que deambules calle arriba, calle abajo, por las peatonales Kalverstraat y Nieuwendijk, donde hallarás souvenirs curiosines, entre ellos algunas postales chistosas y atrevidas, o algún molino o "molen" inspirador. Se cuenta que Hema (en Nieuwendijk 174) es el más barato de la ciudad.

Nada más poner los pies en el edificio de la Estación Central (donde por cierto se pueden alquilar bicis), todo te parece hermoso, incluso el amarillo yema de huevo de los trenecitos. Y si encima te luce el sol, entonces puedes estar de enhorabuena. Aunque sea tu primera vez en esta ciudad, es probable que te sientas bien. Si nunca has viajado a Holanda, todo lo que allí veas te parecerá diferente. La llamada Venecia del Norte tiene algo especial, que hace única con sus casitas de cuento flotantes, sus puentes y canales de fantasía en forma de tela de araña, callejuelas coloridas por las que conduces tus ilusiones de viajero al fondo de la noche, y a veces tus obsesiones más estimulantes y aventureras. Puro bucolismo.

En Amsterdam la belleza está construida y re-construida a escala humana. Quizá por esto hay un proverbio que asegura que Dios creó el mundo, excepto Holanda, que fue creada por los holandeses. Y mucho hay de cierto en este dicho popular. Amsterdam es una belleza verdadera, esencial. Una ciudad en la que nada da la impresión de desentonar y todo está construido para ser disfrutado. Las esencias viajan en tranvía o en bicicleta, las verdades y las bellezas también. Es como si esta ciudad fuera la medida humana. No es, pues, el hombre la medida de las cosas, como nos dijera Protágoras el sofista, sino que es la ciudad la que nos mide, y aun nos ayuda a adaptarnos a su entorno.

La generosidad y la tolerancia se respiran entre una brisa marina y una posmodernidad bien entendida. Uno no puede evitar traer a mientes la canción de Jacques Brel cada vez que viaja a esta ciudad, que se torna mar de ensueños, y sigue oliendo a arenque y a mejillón. “En el puerto de Amsterdam hay marinos que comen en manteles blanquísimos pescados resplandecientes... y huele a bacalao hasta en el corazón de las patatas fritas”.

El pescado está delicioso, incluso las patatas fritas, que tanto gustan a los holandeses, en su salsa, con mayonesa, con lo que se tercie. Huele a bacalao en los muchos puestos callejeros y saben ricas y picantes esas "croquetas" de carne y pasta, que uno puede retirar en los muchos Febo -o similares- que hay por doquier. No dejéis de probar estas delicias holandesas, os encantarán, aunque sea nomás puro fast food.

La apertura cultural y el mestizaje están asegurados, y las ancestrales y siempre sanas costumbres se respiran al borde de la calle, aunque por el Rojo pulule algún que otro esnifado con deseos de pegarte un tirón. La poli, montada en bici o bien a caballo, está siempre al quite. Y nadie parece salirse de la raya... cocaínica.
Los amsterdameses/as por lo general son guapos/as, agradables, y en ocasiones excitantes. Vaya pibonazos, me dice mi amiga. Cacho pibonazos y pibonazas. Uno se siente bien en esta ciudad holandesa, baja, porque el personal te suele acoger con entrega y cariño.

En Amsterdam las bicis son las reinas, hay muchas bicicletas por todas las esquinas y rincones, y las mujeres que las montan son princesitas en el país de las mil y una maravillas. Resulta divertido ver cómo los ejecutivos, móvil en mano, se desplazan en bici a lo largo y ancho de la ciudad. Y cómo mujeres y hombres llevan, en su bici, a una recua de rapacines. No es la ciudad del demonio en persona, como algunos pudieran creer, ni de los alucinados de coffee-shops y museos de sexo y marihuana (que también). Antes al contrario, es una ciudad de hadas buenas y virtuosas, de arcángeles o arcángelas rubísimas y sonrientes, como Chantal, y de querubines con sabor a tulipán. Tal vez sea la ciudad más lírica de Europa.

Siento un gran cariño por esta tierra bajo el mar, en tiempos refugio de filósofos, ciudad de diamantes y bares de color tostado (bruine kroegen), molinos y proeflokaal (donde se degustan licores y ginebras auténticas), casas inclinadas y moradas húmedas, vacas hedonistas, y un zoo animal (Artis Zoo cuya entrada está custodiada por dos águilas doradas) que cohabita en perfecta armonía con el zoo humano.

La urbanización y sobre todo la arquitectura resultan impactantes, con muchos carriles para bicis y muchos parques y jardines (fundamentalmente en los alrededores, aparte del legendario Vondelpark).
Los paseos en barco, en tranvía o en bici están pensados para deleitar la vista y estimular la imaginación. Y cuando los rayos solares se reflejan en las aguas tranquilas de los canales de Prinsengracht (del Príncipe), Keizersgracht (del Emperador) y Herengracht (de los Señores), el surrealismo aflora en lo mejor de nuestro subconsciente.

Aún hay más: proseguiré camino por los museos, aunque Amsterdam sea por sí misma un genuino museo al aire libre.

martes, 3 de agosto de 2010

Amsterdam, ciudad lírica







Continuo con mis visitas a Amsterdam. En febrero de 1994, antes de emprender rumbo al país de los aztecas, volví de nuevo a esta lírica ciudad. Era mi cuarta vez entre casitas de cuento y canales.

En aquella época, después de dejar la provinciana ciudad de Dijon, decidí adentrarme en los bajos fondos parisinos. Me dediqué durante un tiempo a vagabundear, como un santo bebedor sin botella, por las calles y plazas de París, en busca de un job como profesor de español. En realidad, mi paisana Luisa tuvo a bien darme cobijo en su desván de las ilusiones.

Mi obsesión por ese entonces era vivir en el llamado o mal llamado centro del mundo, la ciudad de la luz, la ciudad que yo sentía ya en mi más tierna infancia como mi verdadero lugar en el mundo -pura fantasía de infante difunto, nomás-, mi ciudad natal de reencarnación, aunque no crea en reencarnaciones. El azar o algo así debió jugar en mi favor, y en vez de acabar tirado en París me encaminé a Mejiquito lindo, algo que por lo demás tenía en mente desde hacía tiempo, sobre todo desde que conociera a toda una tropa de mejicanos/as en Dijon: Erika, Tere, Beatriz, etc.
París y Amsterdam: dos buenos lugares para despedirse de la vieja Europa, antes de encarar el nuevo mundo. Y no se me ocurrió algo mejor que volver a Amsterdam, donde estuve diez días a base de ilusión, paseos en bicicleta, recorridos interminables a lo largo y ancho de la ciudad, de los canales, callejeando por barrios y calles, entre otros el Rojo: la Sint Annestraat y otras.

En Stadsdoelen -hostel situado en la Kloveniersburgwal 97-, conocí a Hilda Cohen y a Ana Valeria. Hilda Cohen era californiana, y estaba de paso en Amsterdam. Se iba a Jerusalén a continuar sus estudios, creo recordar. Hilda chapurreaba italiano, y eso facilitaba nuestra comunicación, que la tornaba fluida. Tenía un mirar gris y algo "agarduñado" que hablaba por sí mismo, lo que se agradece. Sus cabellos eran rizosos y de color cobre. Tuvimos un buen encuentro. “Sono innamorata di un altro”, me dijo. Pues qué pena, el amor no está o no tendría por qué estar reñido con los dulces instantes de afecto y ternura. Mas Hilda debía ser moralista y tal vez judía. Su apellido me sigue sabiendo, aun hoy, a musicalidad.

Ana Valeria era argentina y estaba viajando por Europa con uno de esos "boletos" que les permiten a los americanos recorrer, durante dos meses, todo un continente. Vaya proeza. Ana era una chavala un poco basta para ser argentina, ché piba, qué gandayón sos... ¿querés que nos lo montemos de güay? ¿Qué decís?... A decir verdad mi relación con ella fue de lo más cordial, incluso estuvimos paseando en bici por la ciudad después de que Hilda nos abandonara. Más que nada para no perder las buenas costumbres, porque con Hilda dimos muchos y buenos paseos en bici por algunos pueblos cercanos a Amsterdam, incluso nos acercamos en tren a Horn, pueblo pesquero bajo una espesa niebla y un frío "escarallador".
A Hilda la fuimos a despedir a la Estación Central Ana Valeria, un tal Wouter Labarque y este menda. A Wouter también lo habíamos conocido en el hostel, cuyo ambiente resulta habitualmente divertido. Era un flamenco de Gante o de Brujas -no recuerdo-, muy divertido y juerguista, en cualquier caso.
Una noche estuvimos los cuatro de farra, a base de cervezas y música jazz en vivo en uno de los muchos y oscuros garitos de Amsterdam. A Wouter parecía gustarle Ana. No sé si llegaron a un acuerdo. Al final, Wouter y Hilda nos dijeron adiós, y nos quedamos juntos y solos Ana y yo, quizá como una parejita de tortolitos atortolados en nuestra visita al Museo del Sexo: el templo de Venus, que se halla en el Damrak, a unos pasos de la Estación Central. Ana siempre me daba las buenas noches con un beso en la mejilla, incluso llegó a prestarme veinte florines porque en ese momento no tenía cambio. Muy generosa la argentina, a la que le perdí la pista, porque continué rumbo interrail hacia algún lugar en el mundo.
Mi quinta vez en Amsterdam fue un fin de semana, en junio del 96, entonces, en esa época ya había dejado México, para volver a París: la obsesión. Y trabajaba a las órdenes de Mickey en la capital francesa, bueno, en Marne-la-Vallée, en la isla de Francia, para ser más preciso. Había quedado de encontrame con Chantal en su ciudad. Debo confesar que Chantal fue algo así como un amor imposible aunque delicioso. Esta holandesita, cariñosa y tierna, también laboraba como esclava en factoría Disney, como tantos extranjeros ávidos de experiencias y estimulación. Ella se dedicaba a hacer encuestas a los guests que visitaban el parque Disneyland.
Chantal era la novia, a punto de matrimoniar, de un tipo siciliano. Mezcla explosiva, sin duda. En agosto de ese mismo año acabaría desposando al "camorrero". Perdón.

Chantal acudió puntual a nuestra cita en Amsterdam, aunque en compañía de su novio y futuro esposo. Se me cayó el alma al suelo. Tomamos unas cervezas delante del teatro Stadsschouwburg, en Leidseplein, y luego unos trozos de pizza en otro lugar, y adiós muy buenas. Las instantáneas las conservo sólo en la retina de la memoria. Chantal parecía alegre y contenta de nuestro encuentro en Amsterdam, y no disimulaba cierta pasión, aunque se sintiera observada por su novio.

En Disney Chantal me escribió una carta, una carta que me dio en mano, llena de amor y buenas vibraciones. La carta estaba escrita en italiano, como si talmente se la hubiera escrito a su siciliano, eso sí con alguna frase en inglés y un besito castellano de despedida. Se trataba de una carta escrita con sensibilidad, que me enterneció. “27 maggio 1996... Devi sapere che y giorni che non ti vedo non sto bene e che i giorni in chi abbiamo avuto il tempo di parlare, la sera faccio i piatti cantando. ‘You’ve got this strange affect on me, but I like it’ ... Sei una persona troppo pregiosa, di chi non ci sono molti... nei miei sogni ti abbraccio ancora più forte.. ¡Manuel, ti voglio un mondo di bene! Besito. Chantal” Nunca podré olvidar a esta holandesita sensible y buena. Donde te encuentres, este bercianito también te desea lo mejor, querida Chantal.

El viaje de regreso a París fue bien hasta llegar a la estación de autobuses de Galliéni, en Porte de Bagnolet, donde me cachearon y "esculcaron" unos cabrones, los cuales me retuvieron un tiempecito precioso so pretexto de llevar droga. "Los perros han detectado grifa en su sac-à-dos", debieron decirme. Por fortuna, los chuchos se habían equivocado o andaban tarados aquel día, y los polis, idem de lienzo. Estaba limpio de polvo y paja, como suele decirse, y sobre todo con un sueño de mil demonios. Lo malo es que me jodieron casi una media hora, los muy penitentes, hasta que comprobaron que no llevaba droga ni en la mochila ni en ningún sitio.

Continuará.