sábado, 5 de junio de 2010

Blanca Andreu


Mientras escucho a una de las divas de la música griega actual, Eleftheria Arvanitaki, me acuerdo de Blanca Andreu, musa de las letras, poeta coruñesa bañada por la luz mediterránea, que hace unos días se acercó a la capital del Bierzo Alto, con motivo de Tardes de Autor, y nos sumergió en las cálidas e inspiradoras aguas de Grecia, ese país mítico y entrañable, "paraíso de la estética mediterránea", que tanto me emociona, desde que descubriera aquellos libros de Gerald Durrell, El Coloso de Marusi, de Miller y algunos viajes al país de la filosofía clásica, al centro mismo del saber, del logos, de la racionalidad, aunque ahora Grecia sea tal vez un país menos racional, más visceral y bronceado por una belleza sensitiva, sensual, despreocupado de su historia, esencial, definitiva, descuidado incluso con sus ruinas gloriosas, grandiosas, pues en el año de 1993, la primera vez que puse los pies en Atenas, daba la impresión de una ciudad bulliciosa, caótica, y poco mirada con sus piedras históricas. Como si viviera de espaldas a su pasado. 
Transcurridos algunos años, luego de aquel primer viaje, Atenas resurgió de sus cenizas y sus piedras, con un lavado y planchado de rostro, aunque ahora nos dicen que Grecia se está hundiendo otra vez. Pero esto daría para mucha tela que cortar.


Atenas -llegó a decir Andreu, según mi reinterpretación- es como un barrio periférico de Madrid, que se hubiera trasladado a un lugar donde sobresalen dos impresionantes colinas, la Acrópolis y el monte Licabeto, desde donde la ciudad se abre como un sueño blanco.
Blanca nos leyó algunos emocionantes poemas con aroma griego, como la Oda a los perros de Atenas, que en su día dedicó a Vicente Ferrer, ser que irradiaba amor, según ella, y que fue/es un gran ejemplo, un modelo para los ecologistas, un verdadero símbolo de ayuda a los demás, por sus implicaciones con la India, que hoy sigue en pie gracias a su Fundación, creada a finales de los noventa.
Blanca Andreu, con sus palabras inspiradas y vivas, con su aliento de poeta sensible e inteligente, nos invitó a viajar a Atenas, a Grecia, a alguna de sus islas, y eso nos resultó balsámico. También nos adentró en el universo de Shakespeare y aun en el de Miguel Hernández. 
"Si desapareciera todo atisbo de Orihuela -creo recordar que me dijo Blanca-, siempre quedaría el gran Poeta Hernández, con su escritura tan personal", genuina, me atrevería a decir.
Con una primera edición de El Señor de Bembibre en la mano, cual si fuera la Biblia, Blanca se nos presentó y reveló como una enamorada de esta novela histórica y romántica, ambientada en el Bierzo, que su familia ha ido leyendo a través de los años, y que parece haberle marcado.
Gracias, Blanca, por habernos obsequiado con tu preciado y precioso tiempo, el tiempo de la poesía, en una Tarde llena de reflexión y sensibilidad hacia lo bueno/bello. 
Hasta siempre.


1 comentario:

  1. Querido Manuel: acabo de leer tu crónica, y te la agradezco mucho. Es un recuerdo muy cariñoso de el tiempo que pasé en Bembibre. No olvidaré la atmósfera de diálogo inteligente, calor y amistad que encontré.

    Un abrazo

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