sábado, 18 de julio de 2020

De Potes a Cóbreces


El viaje de Potes a Cóbreces atravesando el desfiladero de la Hermida es todo un espectáculo visual, sensorial. La Hermida, con más de veinte kilómetros de recorrido por entre gargantas profundas, es tal vez el más grande de España. Impresiona esta belleza natural de elevadas paredes de roca caliza, este corredor de entrada desde la costa cantábrica a la comarca de Liébana, cuya capital es precisamente Potes.
La singularidad de la Hermida, atravesando fundamentalmente Cantabria, aunque también se adentra en Asturias, no dejará indiferente al viajero, sobre todo a quienes gusten de los paisajes singulares. 
desfiladero La Hermida

Sólo por adentrarse en este desfiladero, que me late como meterse de lleno en una película gótica, acaso en la Transilvania rumana, ya merecería la pena un viaje a la Cantabria profunda. 
Una vez dejado el desfiladero, la ruta prosigue por la población asturiana de Panes, donde se abre un valle.
A decir verdad, Panes no genera mayor atracción en el viajero, salvo por el propio nombre de su población. Entre Potes y Panes, la comida está servida. 
La indicación de Panes, a lo largo de este viaje por León, Cantabria y Asturias, aparece en varias ocasiones, como si se tratara de una palabra milagrosa, de una divina palabra.  
Antes de arribar a San Vicente de la Barquera, que es lugar fascinante, conviene hacer un alto en el camino para reponer fuerzas. 
Unquera nos espera con sus corbatas, que son exquisitos hojaldres de almendra, y también con sus sobaos. 
La llegada a San Vicente de la Barquera siempre resulta una bendición porque se atisba el mar en lontananza: la ría de San Vicente y el castillo del Rey como puntos magnéticos. 
Al fondo, San Vicente y los Picos
El enclave de San Vicente es pura belleza, con su ría, sus estuarios y sus playas. Al fondo de la estampa, los Picos se erigen majestuosos. Un lugar privilegiado San Vicente.
El viaje continúa por la costa hasta llegar a Comillas, que es otro de los pueblos que ameritan de una visita. Aunque son ya varias las ocasiones que he tenido la ocasión de visitar tanto San Vicente como Comillas, uno no se cansa de volver a las mismas, tal vez porque, como dijera el bueno de Saramago, el viajero debería visitar de noche aquello que visitara de día, y asimismo debería volver a un sitio que visitó en una determinada estación del año y hacerlo en otra. 
Me gusta volver a los sitios que he visitado en alguna ocasión y me han causado una grata y/o vibrante impresión. 
El turista, incluso el viajero, visita, pasa por los lugares, pero nunca tiene tiempo suficiente para poder conocerlos. Y mucho menos para conocerlos a fondo, porque eso requeriría de toda una vida.
San Vicente de la Barquera
O más. Somos tan limitados y finitos, que tenemos que conformarnos con impresiones.

Como anécdota diré que, hace años, me topé con la actriz Aitana Sánchez Gijón en un recuncho (que dirían los hermanos gallegos) de Comillas. Ella iba sola y yo también. Me sorprendió ver a la actriz a su aire, como de incógnito. 
En Comillas hay una churrería, la Comillana, a la que solía ir siendo un adolescente con algunos familiares a tomar chocolate. 
Me gusta el exotismo de Comillas, con sus casas de indianos y sus bellas playas y sus monumentos como la Universidad Pontificia (que ahora, desde hace tiempo, pertenece al campus cántabro), el palacio del marqués de Comillas y el Capricho de Gaudí (extraordinario, como todo lo que hacía el genio catalán, quien también nos dejó su herencia artística en León y Astorga). 
El Capricho de Gaudí en Comillas

Ah, interesante resulta asimismo el cementerio con esa estatua de El ángel exterminador.  
El destino (si de algún destino puede hablarse) de este recorrido, como no podía ser de otro modo, es Cóbreces, conocido por su monasterio cisterciense, aunque no existe (al menos no veo) ninguna indicación que te lleve a Cóbreces. Ni siquiera desde Comillas, que está casi casi al ladito. Así somos de chulos en España, en este caso en Cantabria, la Cantabria de Revilla, que por cierto está casado con una paisana de Fabero, en el Bierzo. 
A Cóbreces (en concreto al monasterio) iba también, siendo un rapaz, con mis familiares (mi hermana Cini, mi cuñado Paulino...) porque en ese monasterio (con gran historia, me hace pensar en la Abadía de Melk, aunque aquí el ambiente sea tranquilito, un lugar maravilloso para la meditación y el sosiego) está Leoncio, el tío carnal de mi cuñado, un hombre entrañable, al que no tuve la ocasión de ver en este reciente viaje. Maldito virus. Los quesos del monasterio de Cóbreces son una delicia. 

Santa María de Viaceli, monasterio Cóbreces

En este monasterio estuvieron también otros paisanos de Noceda y de Quintana de Fuseros, que fueron beatificados en 2015. Incluso estuvo Miguel García (originario de Quintana de Fuseros y vecino de Noceda, ya fallecido, era el padre de buenos amigos, entre ellos el corresponsal de TVE en Berlín, Miguel Ángel García). 
El Cóbreces que conociera en mi mocedad no es ni su sombra de lo que es hoy. Allí no recuerdo prácticamente a ningún turista, salvo alguna gente que se alojaba en el propio monasterio (donde uno podía quedarse unos días tan ricamente a cuerpo de rey. Pero a raíz del virus, el monasterio no recibe a nadie). 
En cuanto a su playa, Luaña, estaba desierta. Ahora, en cambio, Luaña (chiringuito incluido) está atestada de gente.
El Bolao
Y hasta el Bolao, que es un acantilado único, de extraordinaria belleza, al que se accede por un camino carretal, rural, 
permanecía como un sitio sagrado cual si fuera otro templo o monasterio para la meditación o algún encuentro romántico, de película. Lástima que todo acabe perdiendo su carácter sagrado. Y ahora veamos a toda una tropa de personas en el mismo. 
No obstante, me ilusiona volver a estos lugares. Y asomarme al Bolado y respirar el mar cantábrico, con su brisa fresca. Incluso echarme una siestecita, luego de tomar unas viandas, en el propio Bolao. En entrañable compañía. Por supuesto. 
Santillana del Mar, que, según reza el dicho, no es santa ni llana ni tiene mar (creo que su municipio sí tiene mar) queda a unos escasos diez kilómetros de Cóbreces. Y aun siendo una visita obligada, quedará para otra ocasión. No obstante, la villa medieval, de calles empedradas y casas blasonadas, que atesora la capilla Sixtina del Cuaternario (Altamira) es pueblo que he visitado varias veces. 
Considerado como uno de los pueblos más bonitos de España, al que el filósofo Sartre, en su Náusea, calificó como el más bonito de nuestro país. 
El viaje continúa, ya hacia Asturias. 

1 comentario:

  1. Qué hermosura de la naturaleza todos esos lugares de la Cantabria profunda, Manuel, que nos pones a soñar y a disfrutar pensado en ellos y, desde luego, a hacer planes para volver a visitarlos y seguir enamorados de tal belleza. Ánimo y sigue disfrutando y narandonoslo.

    ResponderEliminar