domingo, 17 de mayo de 2020

Sueño

Ante mí se desplegaban unas vistas maravillosas. Como si me desplazara a través de un travelling por un decorado de ensueño. De repente reconocí el paisaje, que logré ver con nitidez, con su colorido atractivo, se trataba de un paisaje desértico, que se me ofrecía esplendoroso con su color ocre, en medio del cual se atisbaban alcazabas, algunas en ruinas, otras en buen estado de conservación. 

Aquel desierto era como el que alguna vez he llegado a ver en países como Marruecos. O Túnez, incluso en Egipto o en Israel. Aunque es probable que se pareciera mucho al Valle de las rosas de Marruecos. 
Me desplazaba, eso sí, a una velocidad considerable, lo que no me permitía regodearme todo lo que hubiera querido en el paisaje. No obstante, aquellas panorámicas de luz y color me entusiasmaban. Como si el desierto entero me hubiera estado llamando. Una sensación agradable la de viajar atravesando aquel paisaje desértico, tan abierto, tan esperanzador, en el que también asomaba el verdor y quizá el agua, como si se tratara de auténticos oasis. 
Por el momento, tuve la impresión de que cada vez alcanzaba una mayor velocidad, como viajara en un tren de alta velocidad, aunque también es probable que yo mismo pudiera desplazarme a través de unos raíles. En cualquier caso, fuera en tren o viajara de algún otro modo, tuve la sensación de que yo solo estaba haciendo aquel fascinante recorrido. No recuerdo que nadie me acompañara en mi viaje con vistas a aquel paisaje exótico, que era todo un deleite para la mirada. Tampoco recuerdo que me llegara ningún olor. Ni ningún sonido. O sí. Es probable, aunque no seguro, que me llegara el sonido de aquel tren, o lo que fuera el medio de locomoción en el que me estaba desplazando, cada vez a un ritmo más endiablado. Aquel era quizá un tren fantasma, o bien un tren al paraíso, tal vez al abismo. 

De repente (como arte de magia), me hallaba en una especie de canal. El paisaje era radicalmente distinto al que había contemplado con ojos de alegría momentos atrás. Como si me hubiera adentrado en alguna enorme cueva a la que se accedía en canoa o en una especie de góndola. Y pronto me vi embarcado en una de aquellas canoas o góndolas. Creo que mi canoa era de madera. Pero tampoco podría asegurarlo. Allí no había ningún gondolero que me condujera. Pero sí me vi envuelto entre gente. Era un grupo turístico, eso me pareció. ¿Y qué hacían allí aquellos turistas, aquellos viajeros? Eran turistas, eso creo, porque iban todos en grupo, como en manada, en pantalones cortos, con sus camisas floridas y sus cámaras. Y al parecer yo también iba con ellos. Algo que me latía raro, porque yo estaba viajando solo a través de un paisaje desértico. Y sin quererlo me había enrolado en aquel tour, metido en una canoa/góndola, adentrándome cada vez más en una caverna, que puede que hasta tuviera estalactitas. O estalagmitas. Es probable que ahí sí me llegara un olor a agua detenida, que tampoco me incomodó. Pero cada vez la oscuridad era mayor. Y eso no me hizo ninguna gracia. Es como si me hubiera fundido a negro. El trayecto en canoa fue breve, creo recordar. ¿Aquella era una atracción turística? 

De repente (otra vez por arte de magia) tomé tierra en una ciudad, o un pueblo grande, que no reconocía, pero que podría ser un pueblo o pequeña ciudad francesa por la construcción de las casas, por sus calles, quizá por algún letrero que lo indicara. O tal vez se trataba de un pueblo o pequeña ciudad italiana, aunque no era tan colorida como esas ciudades y pueblos que alguna vez visitara en Italia. 
Allí me encontré con un amigo con el que me puse, encantado, a charlar. Desde aquel punto, eso lo recuerdo con claridad, partían dos calles, estrechas, una a la izquierda y otra a la derecha. 
La verdad es que no sé qué hacía aquel amigo allí, si yo no había viajado con él, ni a través del desierto ni tampoco en la canoa/góndola. Y tampoco parecía que viajara con el grupo de turistas. 
Me entretuve un instante, no demasiado, charlando con él. Pero, cuando quise darme cuenta, el grupo de turistas ya había desaparecido de mi vista. Y no sabía qué calle había tomado aquel grupo. Me pareció que había cogido la calle que giraba ligeramente a mi izquierda. Pero no estaba del todo seguro. Y mi amigo también había desaparecido sin decirme ni hasta luego. 
De repente (todos son de repente y por arte de magia), me di cuenta de que estaba literalmente perdido. No sabía hacia donde debía dirigirme. Estaba en una encrucijada, incapaz de decidirme por una u otra calle (*algo similar a lo que le ocurriera al asno de Buridán). 
Parado, sin posibilidad de reacción. No era capaz a dar un paso. No sabía qué hacer  ni qué decir. ¿A quién podía preguntarle? 
En realidad, veía a algunos transeúntes que deambulaban de un lado para otro.  ¿Pero, a quién le preguntaba? ¿Y si preguntaba, qué iba a decir? Si no sabía qué preguntar. Tan sólo que un grupo turístico se había ido por una de aquellas calles. ¡Pero si yo no iba con aquel grupo! Creo que tampoco tenía miedo a preguntar porque tal vez no me entendieran en mi lengua. A lo mejor hasta podía hablar la lengua que hablaran aquellas personas. Y, después de todo, siempre cabía el recurso del lenguaje gestual para poder comunicarme. 
En realidad, no conocía o había olvidado la dirección del sitio en que deseaba alojarme. Quizá tenía que alojarme en el mismo lugar que aquel grupo turístico. No sabía qué hacer. No lograba recordar nada, casi nada. Ni tan siquiera qué hacía allí. Tampoco llevaba dinero. Ni bolso o mochila de viaje. No llevaba nada conmigo. Y lo peor es que no sabía qué preguntar ni adónde dirigirme. Como si de pronto se me hubiera ido la memoria. 
Estaba tan angustiado, tan fuera de mí, que de repente me desperté sobresaltado. 

*Se trata de un asno que no sabe elegir entre dos montones de heno, o bien entre un montón de avena y un cubo de agua.Y, como no se decide, acaba muriendo de inanición, o de sed. 

3 comentarios:

  1. Tus crónicas de viajes son superlativas, acaso por buridanescas.

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  2. Incertidumbre. Siempre incertidumbre. Acaso mejor que la certidumbre.

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  3. Un sueño: un viaje a muchas partes de nuestro universo interior lleno de estrellas fugaces. Benjamin Arias

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