martes, 14 de abril de 2020

Lunes de aguas

Hoy martes (en el útero de Gistredo luce el sol con la alegría de la primavera, de esta primavera que ensoñamos desde el confinamiento), me apetece rememorar el lunes de aguas en Salamanca, que este año, debido a esta situación vírica, imagino que con toda seguridad no podrán festejar.
Será el lunes 20 de abril, según me confirma el poeta salmantino Chema García. 
Aparte del lunes de aguas en sí mismo, que sí que es una curiosa fiesta, tengo la impresión de que el lunes de aguas es un pretexto (los pretextos los inventaron para los pendejos, dicen en ese país querido que es México, donde llegara a vivir durante algún tiempo, quizá los pretextos los inventaron para pendejos, por los pendejos) para volar cual pajarito a la ciudad universitaria de Salamanca, sobre la que ya he escrito en varias ocasiones. Y que recojo asimismo en mis Mapas afectivos
Tormes. Foto: Cuenya

En realidad, los festejos y celebraciones varias tendremos que dejarlos para mejor ocasión, cuando todo escampe. Y el virus se vaya de nuestras vidas, que bastante desastre ha causado y sigue causando, para nuestra desgracia. 
Pero como lo que hoy pretendo es darme y daros al menos un poco de ánimo y alegría, pues me he ido, me estoy yendo con la imaginación (imaginemos sin cortapisas, volemos todo lo alto que podamos) a Salamanca, esa ciudad que es como mi casa, así la siento, incluso antes de poner los pies en la misma, porque en otros tiempos eran varias, al menos algunas, las personas que, de mi pueblo, se iban allí a estudiar. En verdad no eran tantas, pero uno, siendo un rapacín, todo lo magnificaba y lo engrandecía. 
Es lo que tiene la infancia, que los espacios y el tiempo adquieren otras dimensiones, tal vez más extraordinarias, porque es tiempo de sueños y fabulación. 
En la infancia se vive, luego se sobrevive, llegó a decirnos el poeta de origen maragato Leopoldo María Panero, que se pasó, el pobre, gran parte de su corta vida en psiquiátricos varios, entre ellos el de Mondragón (el propio Mamel Ezquerra, investigador al que conociera en un viaje a Túnez en el año de 2007, se acordaba de Leopoldo María Panero porque llegó a coincidir con él en algún autobús yendo hacia la localidad vasca de Mondragón). 
Qué jodida es la vida para alguna gente. Y qué será de Mamel. 
La Celestina en Huerto de Calixto y Melibea
(foto: Cuenya)

Así que, quienes aún sentimos y podemos disfrutar de un día soleado y primaveral como hoy, no debemos quejarnos, antes al contrario, dar las gracias por seguir en la senda, en el camino vital de las sorpresas y los azares. 
Que pronto, muy pronto, podremos salir a la calle, al campo, a las playas... (ese es nuestro gran deseo). Y volveremos a disfrutar de todo como si fuera la primera vez, con el sentir de un niño o niña que estuviera descubriendo el mundo. Como esos ángeles que el director Wenders nos muestra en Cielo sobre Berlín, capaces de atravesar muros (el muro de la vergüenza) y atravesar casas para darnos cuenta de cómo viven y qué sienten, piensen y sueñan los habitantes de una ciudad llena de historia, cultura y vida (a pesar de los pesares, a pesar de una Segunda Guerra Mundial cruenta, demoledora, y una posguerra igualmente terrible, represora, sanguinaria incluso). 
El lunes de aguas me ha llevado al final por otros derroteros. Y es que las palabras me conducen de la mano, quizá como guías turísticas/viajeras, brujuleando por unos y otros espacios. 
El Lazarillo en Salamanca. Foto: Cuenya

El lunes de Aguas es una fiesta pagana, lúdica, jocosa, como desafío catártico al período cuaresmeño, que prohíbe cual si fuera un Ramadán comer carne, imponiendo ayuno carnal y hasta coyunda carnal). 
Fiesta que al parecer se remonta al siglo XVI. Y que el rey Felipe II, en una visita a la ciudad charra, descubre, estupefacto, que sus habitantes llevan una vida animada y lujuriosa. Vaya fenómenos. No se extraña uno de que haya quedado ese poso en la vida estudiantil. 
Entonces, Felipe II ordenó que, durante la Cuaresma, además de no jantar viandas de carne, se expulsara de la ciudad a las meretrices, para que la población se dedicara con ahínco a los ritos católicos. 
Cuentan las lenguas que había, en esa época, un cura, conocido como el Padre Putas (hasta existe un bar en Salamanca con ese nombre), que se ocupaba de la salud de las prostitutas durante su confinamiento al otro lado del río Tormes. 
Este padrecito, cual ángel custodio, las protegía a la vez que impedía que abandonaran su encierro (el encierro, ay). 
Una vez pasada la cuarentena de ayuno y penitencia (ay, la cuarentena), las chicas ya podían regresar a la ciudad del Lazarillo en compañía del sacerdote de marras.  
El regreso a la ciudad se festejaba por todo lo alto por parte de estudiantes y pícaros, que los había en abundancia (la picaresca es una de nuestras señas de identidad). 
La picaresca está bien recogida en nuestra literatura, desde El Lazarillo de Tormes (obra sublime) hasta la propia Celestina (véase el busto de esta alcahueta en el Huerto de Calixto y Melibea de esta ciudad). 
Un huerto más, para sumar a nuestros huertos preferidos. ¿Os acordáis de cultivar los afectos en nuestro huerto epicúreo?
Catedral desde Huerto de Calixto y Melibea. Foto: Cuenya

El asunto es que los estudiantes y los pícaros salían a recibir a sus musas a la otra orilla del Tormes para embarcarlas (qué bonito embarque) hacia la orilla de la ciudad vieja, de la medina. Y en el transcurso de esa ida y vuelta se festejaba el fin del confinamiento con cantos y bailes, con sexo y baños balsámicos en el río (el baño en el agua como regeneración). Y por supuesto lo celebraban con bebida y comida, qué no nos falte nunca la manduca, al menos un plato caldo y un vasín de vino. Sopicas y buen vino.
Entre estas ricas viandas se hallaba en hornazo (con lomo adobado, jamón y chorizo), que es como una empanada berciana y/o gallega, pero aún más consistente. 
En esta época nuestra (aunque el Lunes de Aguas ya no sea lo que fue en otros tiempos) se sigue celebrando en la bella ciudad de Salamanca, en medio de la naturaleza que se respira a orillas del Tormes, yantando el característico hornazo.   
Café Moderno. Foto: Cuenya

Dicho sea de paso, y a la buena de dios, el Lunes de Agua me hace recordar, salvando algunas distancias, el festejo de Genarín en la bella ciudad de León, la bella desconocida (sobre el que he escrito en este mismo blog: https://cuenya.blogspot.com/2018/03/genarin-o-la-procesion-de-la-farra.html).
Cuando salgamos de este confinamiento, espero volver a Salamanca (acaso para tomarme un hornazo y bañarme simbólicamente en el Tormes, el río de la picaresca literaria), espacio afectivo en el que tuviera el placer de residir durante algún tiempo en mi época estudiantil. Y que he visitado, además, en múltiples ocasiones. Siempre que puedo. 
Allí tengo depositados también mis afectos, porque siguen viviendo algunas personas queridas como Elba, Vicente, Chema, María y Ramón, Daniel y Encarna... Y por supuesto conservo hermosos recuerdos de mi época estudiantil. 
Ayer, sin ir más lejos, recordaba a dos buenos amigos, con quienes además llegara a convivir en la ciudad charra, uno es Agustín, que ahora vive en la población de Hoyos, en Extremadura, y el otro es Abel, que en estos momentos vive en Leiden (Holanda). 
En realidad, Abel no vivía en nuestro piso de la Avenida de los Comuneros, pero bajaba habitualmente para amenizar nuestra sobremesa, que siempre era un momento de distensión, de conversaciones interesantes, quizá al amor de algún café, eso ya ni lo recuerdo, porque yo solía ir también a menudo al café Moderno, donde al menos durante un tiempo trabajó Agustín como camarero. 
Allí sí solía tomarme un café bombón, que me sabía a gloria bendita. Y en el histórico café Moderno, situado en la Gran Vía, llegué a ver al escritor Gonzalo Torrente Ballester, que cuenta con una estatua en el café Novelty situado en los soportales de la Plaza Mayor, el punto neurálgico en la vida de la ciudadanía salmantina. 
Torrente Ballester en Novelty. Foto: Cuenya

No hace tanto tiempo o sí (cuando el gran escritor Julio Llamazares presentó su segundo volumen dedicado a las catedrales de España) nos dimos cita en el café Novelty. Y allí estuvimos varios adeptos a la obra de Julio, incluido el mismo, por supuesto. Y al día siguiente nos reunimos, una vez más, en este mítico café salmantino, y estuvimos de sobremesa con Llamazares, el magnífico poeta Antonio Colinas, que habitualmente reside en la ciudad de las conchas, y el fotógrafo y escritor Gus Berrueta. 
Hasta la próxima... quedada. O hasta el próximo Lunes de Aguas. O lo que se tercie... Que Salamanca, sea como fuere, bien se merece una visita. 

1 comentario:

  1. Además de los amigos que citas, nos tienes a nosotros que, encantados, te invitaremos al hornazo, al vino y a lo que sea menester.

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