domingo, 19 de abril de 2020

Caminante sobre un mar de nubes

Corre por las redes sociales un cuadro tuneado de Caspar David Friedrich cuyo título es Caminante sobre un mar de nubes. Aunque, antes que tuneado, convendría decir que es un atentado terrorista contra la armonía y la belleza artística. Cuán importante es la belleza, esa que además engendra amor y ternura. 
Busquemos la belleza, la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo, nos decía el bueno de Ramón Trecet, que dirigía con aplomo y sensibilidad aquel maravilloso programa musical en Radio 3, RNE, en los 80. Y parte de los 90. Una emisión dedicada a las músicas posibles del mundo, entre otros muchos, Michael Nyman (conocido por sus bandas sonoras, sobre todo de películas de Greenaway, además de El piano) o Philip Glass (uno de los compositores señeros del minimalismo musical)... pasando por Enya o Loreena MacKennitt (esta artistaza hasta llegó a actuar en la Tropicana de León). Qué buenos recuerdos. 
Dicho lo cual (me apetecía recordar la belleza musical de aquellas décadas) entiendo que el lince o lincina/lincesa que llevó a cabo este atentado contra el extraordinario cuadro de Friedrich, quiero suponer que lo hizo con afán humorístico. Y no nos queda más que tomárnoslo como tal. Que son tiempos de tensión, a resultas del confinamiento, y nos viene bien el humor (sobre todo ese humor que nos haga pensar). No conviene bajar la guardia en cuanto a la reflexión, porque, aun manteniéndose alerta (estamos en estado de alerta, mejor dicho de alarma), nos las pueden meter dobladas y por doquier. 

La guasa consiste en que el lince o lincesa de marras insertó a un policía al lado del personaje central del cuadro de Friedrich -como puede verse en el propio cuadro-, en actitud de pasarle una receta, que no es precisamente médica, pues a lo mejor hasta le vendría bien al señor pintado por Friedrich, que acaso podría ser álter ego del propio pintor alemán, porque a buen seguro anda con la melancolía a cuestas, habida cuenta de que se trata de un personaje romántico, vestido asimismo con los atuendos que solían ponerse los románticos. El policía, como digo, aparte de chafar la estética del cuadro, nos hace sonreír y sobre todo nos invita a reflexionar acerca de la situación vírica o viral (ahora sí que se ha hecho viral el virus, valga la redundancia y el chiste facilón) en la que nos han metido diz que por un virus que encima no es un organismo vivo, cómete esa, sino una molécula de proteínas cubierta con una capa de grasa, que muta al entrar en contacto con nuestras células y las vuelve locas perdidas. Como locos nos está volviendo toda esta situación. Pero de momento mantengamos la calma, que no cunda el pánico. Y ciñámonos a lo que nos ocupa, el cuadro que alguien ha querido hacer viral en las redes, lo cual nos permite conocerlo y reconocerlo aún más si cabe. Cuadro que he tenido la ocasión por lo demás de trabajarlo con algunos grupos de escritura, tanto en Ponferrada como en León (así que chicas y chicos, vuelta al tajo con esta nueva versión del cuadro, que a buen seguro os inspirará mucho, que la inspiración os coja y nos coja trabajando, antes aun  que confesados).  

Desde que viera por primera vez el cuadro de Friedrich me quedé extasiado contemplándolo, acaso como ese personaje flipado, alucinado, que contempla, de espadas a nosotros, la belleza del mundo sobre un mar algodonoso de nubes, sobre el que podríamos dormir una siesta con placidez (se nota que es la hora de la siesta, tal vez por eso me surge esta reflexión). El mundo como una proyección de sí mismo, de su estado anímico, de su manera de entenderlo. El mundo, este mundo no lo entiende ni dios bendito. 
El paisaje como memoria. Como memoria afectiva, me gusta señalar. El paisaje es memoria, nos cuenta el escritor Julio Llamazares en su Río del olvido, dedicado al Curueño, el río de su infancia. 
"Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye los recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo que sólo existe en la memoria del viaje o del que, simplemente, sigue fiel a ese paisaje". 
El paisaje en fusión espiritual con el ser. "La patria es mi paisaje: el paisaje es nuestro ser mismo", según el filósofo Ortega. Paisaje que deja de ser un mero decorado natural para transformarse en algo vivo, en un ser vivo fusionado con nosotros. 
La belleza del paisaje trentino. Foto: Cuenya
La contemplación como un estado de felicidad, la contemplación del infinito como una prolongación de la finitud mortal y rosa (el rosa como color del cuadro) del propio individuo, del ser con la Naturaleza, la contemplación en definitiva de la belleza, esa belleza que reivindicara Ramón Trecet en sus musicales Diálogos 3, esa sublimidad que nos eleva y nos adentra en el éxtasis cual si fuéramos derviches giróvagos danzando como peonzas en el espacio sideral, a ritmo sufí, "entranzados" (de trance) para la eternidad y un día. Creo que ahora se me ha ido algo la pinza seseril. 
Pero espero que sepan disculparme, habida cuenta del estado de alarma en el que nos encontramos toditos confinados. 
El cuadro de Friedrich, con el guardián inserto en el mismo, chafando por supuesto la grandeza de la imagen, nos alerta sobre la imposibilidad de permanecer en un auténtico estado de serenidad, de templanza estoica, disfrutando del instante pleno, paladeando ese carpe diem, ese presente único e irrepetible, con la emoción a flor de piel, con los pelos erizados como escarpias, con las entrañas sacudidas, con la sensación de haber alcanzado y aun tocado el cielo, con su tonalidad azul y rosa, en contraposición con la terrenalidad rocosa y marronácea, sólida, sobre la que se asienta este personaje apoyado asimismo en su bastón.   
Teixido. Foto: Cuenya

El espectador acaba identificándose con el protagonista de este cuadro, asomado a una especie de acantilado metafórico (me retrotrae a esos acantilados que podemos ver en San Andrés de Teixido), a un mar hipnótico, que en esencia es un mar de nubes (pues se trata de un paisaje suizo).
La contemplación, una vez más, de este grandioso cuadro del romántico Friedrich me devuelve a esos paisajes alpinos que el pasado verano, sin ir más lejos, pudiera disfrutar en la Italia del Trentino en compañía de mis buenos amigos Álida y Jordi, grandes anfitriones y estupendas personas, que tienen el privilegio de vivir allí, en medio de una esplendorosa y magnificente Naturaleza. 
Un recuerdo entrañable para vosotros, para nuestra hermana y querida Italia (también para ti, Elisa), que está pasando por una situación similar a la nuestra. 
Forza. 


1 comentario:

  1. Me ha tocado uno de los puntos más sensibles,el cuadro de Caspar David, viendo ese horizonte tan bello y todo lo que rodea en esa naturaleza y todas las naturalezas que hay dentro de la Madre naturaleza, que es la magnitud de la belleza. Al contemplar todas estas bellezas uno se adentra en su interior y, por momentos, nos nosolvemos distintos como seres humanos y nuestras reflexiones cambian cuando complamos la naturaleza

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