martes, 10 de septiembre de 2019

Palabras para Roberto Arias Alba

Roberto Arias Alba es un poeta berciano al que he podido conocer hace ya algunos años. Y a quien suelo ver de Pascuas a Ramos. Esencialmente, en el encuentro poético de A Rúa (este año fallé porque uno andaba de danzarín por la bella Italia) y en el encuentro de Quiroga, donde nos dimos cita varias personas a finales de agosto de este año. Un encuentro que me resultó realmente agradable. 
Roberto A. Alba es un tipo bueno, con su aire de poeta romántico, como digo en el prólogo que le dedico a su reciente libro, Incesante incremento junto al mar, cuyo título podría ser El mar, sin  más cera que la que arde. Pues cuando uno pronuncia esa palabra, todos tenemos su imagen, incluso quienes nunca lo hayan visto en vivo y en directo son capaces de atisbarlo, de divisarlo desde su horizonte. Y todos (y todas, claro) tenemos grabado su aroma universal, sus olas, su embate hipnotizante. 
El mar es algo fascinante, que me devuelve al útero materno, a la matria, ese territorio en el que uno llegó a ser feliz, suponiendo que exista algo parecido a la felicidad (concepto metafísico, palabra ya gastada, a la que convendría dar un nuevo alcance). 
Vayan aquí estas palabras para Roberto.
Roberto Arias Alba



 Nacido en la población de Valtuille de Abajo, de amplia tradición vitivinícola, en pleno corazón del Bierzo, el poeta Roberto Arias Alba vive desde hace años en un lugar placentero, tranquilo, que le procura bienestar para componer con las palabras, él que se dedica en cuerpo y alma a escribir, sobre todo en horario de mañana. Ese lugar tranquilo, con aromas a vino y en verdad inspirador es Cacabelos. No en vano, en esta población nacieron también –encima de una bodega– al inolvidable narrador  y poeta Fermín López Costero. O al entrañable artista Pepe Sánchez Carralero, entre algunos otros.
Roberto, que es autor de varios poemarios, entre ellos, Vivencias del camino,  Te vi partir hacia el infinito o Entre la dulce espesura del bosque’, aparte de algunos inéditos, acaba de publicar este nuevo libro, al que le deseamos un largo recorrido.
La tranquilidad, la ataraxia estoica, los silencios evocadores… es algo que él busca de un modo deliberado en toda su poesía, esa comunión con la naturaleza, con los paisajes bercianos, que aparece en todos sus libros, incluido en este su reciente volumen, en su deseo por encontrar belleza; belleza, bondad y verdad (los grandes valores de la Humanidad, de los que nos hablara el filósofo Platón), porque Roberto es esencialmente un hombre bueno. Como Machado. Y aquellos versos que dicen: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/ pero mi verso brota de manantial sereno;/ y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/ soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”.
Roberto se siente enamorado de su Bierzo, “el país de la niebla”, al que califica de vergel, paraíso, acaso el “paraíso perdido de los Dioses”, tierra hermosa, acogedora, abierta, una comarca próspera en muchos sentidos, “la voz de los almendros”, con un microclima y un paisaje privilegiados, un entorno que predispone al impulso creador en cualquiera de las facetas posibles, ya sea pintura, poesía, o cualquier otra.
Esta es su visión, un tanto idealizada y bucólica de su paraíso, porque él es un poeta romántico (con una impronta de Gil y Carrasco), que cree en el amor, en la ternura (recurrentes en sus poemarios, también en este), aunque sabemos que, tras esa idealización, se esconde también una cruda realidad de desempleo, despoblación, incluso de contaminación e incendios. Y el otrora Bierzo, si algún día llegó a ser un vergel o Bergidum, hoy nos muestra un rostro que no se nos antoja tan idílico.
En todo caso, Roberto ha encontrado en el Bierzo su inspiración, su lugar en el mundo, acaso su temperatura afectiva adecuada para seguir componiendo versos y poemarios, como éste que tenéis, queridos lectores y queridas lectoras, entre vuestras manos. Y cuando uno encuentra todo eso, cuando uno encuentra el amor (Palabras para ella) puede darse por satisfecho. Y hasta se alegra uno de que una persona como el autor de ‘Pentagrama amarillo’ (Hontanar, 2008) se sienta feliz poetizando el mundo desde su aldea global, si bien es consciente de nuestro corto existir, de nuestra efímera singladura y aun de los desastres que asolan el mundo como el hambre, la pobreza, el abandono o el racismo, el egoísmo, la corrupción o la insolidaridad.
Su vocación proviene de su época adolescente en la que leía sobre todo a poetas de la Generación del 27. Y por supuesto a Juan Ramón Jiménez, el andaluz universal, su poeta preferido, con cuya poesía se siente identificado.
La identificación de un berciano del Noroeste mágico, como es su caso, con un andaluz  nos hace pensar en la capacidad de evocación, también universal, de la poesía. Y de que en el fondo nada de lo humano nos es ajeno.
A través de su escritura, expresa lo que siente y piensa, que es una manera de crear belleza y compartirla con los demás, como él mismo asegura.
La escritura, en sí misma, ya le resulta satisfactoria con sus evidentes beneficios catárticos, terapéuticos, lo que le impulsa a continuar con esta bella y noble labor que es escribir poesía. En su afán perfeccionista se nos revela como buen poeta, en este y también en sus anteriores poemarios.  

                                

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