Roberto A. Alba es un tipo bueno, con su aire de poeta romántico, como digo en el prólogo que le dedico a su reciente libro, Incesante incremento junto al mar, cuyo título podría ser El mar, sin más cera que la que arde. Pues cuando uno pronuncia esa palabra, todos tenemos su imagen, incluso quienes nunca lo hayan visto en vivo y en directo son capaces de atisbarlo, de divisarlo desde su horizonte. Y todos (y todas, claro) tenemos grabado su aroma universal, sus olas, su embate hipnotizante.
El mar es algo fascinante, que me devuelve al útero materno, a la matria, ese territorio en el que uno llegó a ser feliz, suponiendo que exista algo parecido a la felicidad (concepto metafísico, palabra ya gastada, a la que convendría dar un nuevo alcance).
Vayan aquí estas palabras para Roberto.
Roberto Arias Alba |
Nacido en la población de Valtuille
de Abajo, de amplia tradición vitivinícola, en pleno corazón del Bierzo, el
poeta Roberto Arias Alba vive desde hace años en un lugar placentero,
tranquilo, que le procura bienestar para componer con las palabras, él que se dedica en cuerpo y
alma a escribir, sobre todo en horario de mañana. Ese lugar tranquilo, con aromas a vino y en verdad inspirador es
Cacabelos. No en vano, en esta población nacieron también –encima de una
bodega– al inolvidable narrador y poeta
Fermín López Costero. O al entrañable artista Pepe Sánchez Carralero, entre
algunos otros.
Roberto, que es autor de varios poemarios,
entre ellos, Vivencias del camino, Te vi
partir hacia el infinito o Entre la
dulce espesura del bosque’, aparte de algunos inéditos, acaba de publicar
este nuevo libro, al que le deseamos un largo recorrido.
La tranquilidad, la ataraxia
estoica, los silencios evocadores… es algo que él busca de un modo deliberado
en toda su poesía, esa comunión con la naturaleza, con los paisajes bercianos, que
aparece en todos sus libros, incluido en este su reciente volumen, en su deseo
por encontrar belleza; belleza, bondad y verdad (los grandes valores de la
Humanidad, de los que nos hablara el filósofo Platón), porque Roberto es
esencialmente un hombre bueno. Como Machado. Y aquellos versos que dicen: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/ pero mi verso brota de
manantial sereno;/ y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/ soy, en
el buen sentido de la palabra, bueno”.
Roberto se siente enamorado de su
Bierzo, “el país de la niebla”, al que califica de vergel, paraíso, acaso el “paraíso
perdido de los Dioses”, tierra hermosa, acogedora, abierta, una comarca
próspera en muchos sentidos, “la voz de los almendros”, con un microclima y un
paisaje privilegiados, un entorno que predispone al impulso creador en
cualquiera de las facetas posibles, ya sea pintura, poesía, o cualquier otra.
Esta es su visión, un tanto
idealizada y bucólica de su paraíso, porque él es un poeta romántico (con una
impronta de Gil y Carrasco), que cree en el amor, en la ternura (recurrentes en
sus poemarios, también en este), aunque sabemos que, tras esa idealización, se
esconde también una cruda realidad de desempleo, despoblación, incluso de
contaminación e incendios. Y el otrora Bierzo, si algún día llegó a ser un
vergel o Bergidum, hoy nos muestra un
rostro que no se nos antoja tan idílico.
En todo caso, Roberto ha encontrado
en el Bierzo su inspiración, su lugar en el mundo, acaso su temperatura
afectiva adecuada para seguir componiendo versos y poemarios, como éste que
tenéis, queridos lectores y queridas lectoras, entre vuestras manos. Y cuando
uno encuentra todo eso, cuando uno encuentra el amor (Palabras para ella) puede darse por satisfecho. Y hasta se alegra
uno de que una persona como el autor de ‘Pentagrama amarillo’ (Hontanar, 2008) se
sienta feliz poetizando el mundo desde su aldea global, si bien es consciente de
nuestro corto existir, de nuestra efímera singladura y aun de los desastres que
asolan el mundo como el hambre, la pobreza, el abandono o el racismo, el
egoísmo, la corrupción o la insolidaridad.
Su vocación proviene de su época
adolescente en la que leía sobre todo a poetas de la Generación del 27. Y por supuesto a Juan Ramón Jiménez, el andaluz
universal, su poeta preferido, con cuya poesía se siente identificado.
La
identificación de un berciano del Noroeste mágico, como es su caso, con un
andaluz nos hace pensar en la capacidad
de evocación, también universal, de la poesía. Y de que en el fondo nada de lo
humano nos es ajeno.
A través de su escritura, expresa lo
que siente y piensa, que es una manera de crear belleza y compartirla con los
demás, como él mismo asegura.
La escritura, en sí misma, ya le
resulta satisfactoria con sus evidentes beneficios catárticos, terapéuticos, lo
que le impulsa a continuar con esta bella y noble labor que es escribir poesía.
En su afán perfeccionista se nos revela como buen poeta, en este y también en
sus anteriores poemarios.
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