miércoles, 13 de febrero de 2019

Cela, un camaleón de la escritura

Intentar abarcar la obra de Cela se me antoja tarea harto complicada, por volumen y por calidad literaria. Por supuesto. Como escritor (avalado además por el Premio Nobel de Literatura en 1989), resulta indiscutible. Aunque, como persona, la cosa no sea tan clara. 

No obstante, tendría que haberlo conocido para poder valorarlo. En todo caso, la escritura es un fiel reflejo de uno mismo. Dime cómo escribes y te diré quien eres. 

Cabe destacar, sin embargo, que Cela es un buen ejemplo de escritor camaleónico en el sentido de que cada obra suya es harto diferente al resto, sobre todo sus libros de las primeras épocas, como La familia de Pascual Duarte, cuyo estilo en poco o nada se parece a La colmena. Y no digamos El viaje a la Alcarria, que es un estupendo libro de viajes. O bien Mazurca para dos muertos y San Camilo, 1936, incluso esa "purga de su corazón" que es Oficio de tinieblas 5. Por citar sólo algunos ejemplos. 
Cela. Iria Flavia

Si cabe reseñar que a Cela le entusiasmaba el monólogo, el monólogo interior (esa escritura en cierto modo caótica, que va y viene, con saltos temporales, sin orden ni concierto), que aplica, de un modo evidente, en obras como San Camilo, 1936 acerca de la preguerra incivil. "España es un país de cabestros", escribe en este libro. Y aun en otras como Oficio de tinieblas 5 o Cristo versus Arizona. Incluso La familia de Pascual de Duarte tiene mucho de monólogo (en forma de memorias), el que se larga Pascual en la cárcel con este comienzo memorable, existencialista, revelador: "Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte". 

“Ahora ya es tarde para volver sobre los pasos perdidos -escribe en Oficio de tinieblas 5- sobre las singladuras cuyo último y único puerto es la muerte no debe causarte el menor enojo el que los demás se rían de tu muerte tú cumples no siendo cruel ni contigo mismo quede la crueldad esa máscara de la impotencia para los demás”. 

Hermosas y a vez crueles palabras. La muerte como gran tema, que a nuestro autor le obsesiona (como nos ocurre a la mayoría de seres humanos), la muerte como último y único puerto. Terrible realidad. "No niegues que te entristece decir adiós a la mar -agrega- el precio de la derrota es el tener que ir diciendo adiós a las cosas a los rincones y a los paisajes...”. 

En otro de sus pasajes nos dice: “recordar es saberse morir, es buscar una cómoda y ordenada postura para la muerte, esa muerte que ha de llegar precisa como un verso de Goethe, indefectible lo mismo que el cauteloso fin del amor”. 

Al parecer, salvo que nos afecte la demencia senil, el alzheimer o alguna de esas enfermedades de la memoria, estamos condenados a recordar mientras vivimos. Y creo que hasta estamos abocados a recordar (la memoria, esa fuente de placer y a veces de dolor) bajo el disfraz de la amnesia, que nos devuelve nuestra imagen de niñez y de adolescencia, casi siempre distorsionada, como en un espejo valleinclanesco. 
Tumba de Cela. Iria Flavia



La memoria (extraordinario manantial literario) nos hace recordar que todo en este mundo conocido llega a su fin, incluso el propio mundo (¿es finito y limitado, finito e ilimitado, o bien infinito a secas?), y que nuestra vida tiene un límite, el límite que impone la muerte. Algo que resulta difícil de encajar, por mucho que uno intente auto-engañarse. 

En cualquier caso, el autoengaño sigue funcionando -creo que por fortuna- como un sabio y sano mecanismo defensivo. De lo contrario estaríamos perdidos, y muertos,  aun antes de emprender viaje rumbo a la nada, nada más aterrizar en el campo perverso de la realidad, el río de los desengaños. La memoria también sirve al examen de conciencia, al recuento de los buenos pasos y de las malas pasadas. Y en la vida de Cela, como en la todo quisque -aquí no se libra ni cristo bendito-, no todas han sido rosas en el espinoso jardín de las delicias. 

Ninguna vida deleita con su recuerdo, nos llegó a decir Cela.“Alguna puede emocionar. Alguna otra puede llenarnos de nostalgia poética. Pero todas las vidas, incluso aquellas que pudieran parecernos más bellas y rectilíneas, están henchidas de desgracia, están decoradas con el muerto papel pintado de la renunciación”. 


Me late angustioso (que dirían en México) decir adiós a la vida, por más que uno intente hacerse el duro y valiente. Resulta duro navegar en medio de la mar abierta porque, a veces, no se llega al puerto que uno cree, sino que el viaje termina de mala manera.
Cementerio de Iria Flavia


Cuando uno lee y hasta relee a Camilo José Cela se da cuenta de que sus obras, al menos la mayoría, no tienen nada que ver (en estilo) entre ellas, como si estuvieran escritas por diferentes personas. No lo digo con malicia (habida cuenta de que don Camilo gustaba de plagiar, al menos en su última etapa, ahí está La cruz de San Andrés, premiada con la sustanciosa guita del Planeta, que resultó ser un calco de una novela titulada Carmen, Carmela, Carmiña, de la gallega Carmen Formoso. Todo apunta a que la propia editorial facilitó el manuscrito de la escritora Formoso para que Cela la retocara y ganara el galardón. Las malas lenguas aseguran que el Nobel gallego tenía 'negros' y/o 'negras' que le hacían el trabajo, no sabemos si sucio o limpio). 

No me atrevería a valorar su persona por lo que cuentan quienes lo llegaran a conocer. Hay anécdotas sustanciosas al respecto, algunas en verdad desternillantes o hirientes. 

Sólo una vez, lo que tampoco está mal (menos es nada) tuve la ocasión de verlo/escucharlo impartiendo una conferencia en Vetusta, en concreto en el archifamoso Hotel Reconquista de la ciudad en que nacieran a otro grande de la literatura, en este caso Clarín. Eso debió de ser en los años ochenta, más bien hacia finales de los ochenta. Quizá el año en que le concedieran el prestigioso galardón. O bien con motivo del premio Príncipe de Asturias de las letras en 1987. 

Recuerdo su imagen, que me impresionó, tanto por su apariencia como por su esencia, por su charla atinada y emocionante. Tras una apariencia brutal a menudo se esconde un ser sensible. A lo mejor Cela no era tan bruto, como se nos ha dado a entender. Tampoco conviene fiarse mucho de las apariencias, que antes ocultan que muestran esencias. Me quedo, en definitiva, con la dialéctica platónica del regressus y progressusde las apariencias a las esencias y viceversa (estoy pensando en el maestro Gustavo Bueno, el más grande filósofo que ha existido en España, aunque tampoco se le reconozca como se merece). Si es que en nuestro país no soportamos que el vecino sea más inteligente que nosotros. 

En este país de paisitos (reino de taifas) somos muy dados a quedarnos con la fruslería en vez de con lo esencial. Y tendemos a malmeter en vez de mirarnos primero nosotros. El que esté libre de pecado (no me gusta esta palabra, pero así dice el proverbio), que tire la primera piedra.  

Su san Benito de "persona non grata" (como lo declararan en las Asturies, a resultas de meterse con la santina de Covadonga, creo recordar), no le ha ayudado mucho (o sí, era un provocador nato, y eso vende) a que Cela sea leído como se merece. Quizá ahora menos que nunca. 

Acusado de plagio, destapado como repetidor de discursos,  delator, censor en tiempos franquistas (paradójicamente a él también llegaron a censurarlo, si es que hay patadas y pa' todos) y alguna que otra infame jugada (tampoco olvidemos su fama de zampón y jodedor), lo convierten en un ser controvertido, acalorado y en ocasiones mal visto por parte del público. “Sólo los héroes y los santos, que son la violenta excepción, han podido luchar contra la necesidad de comer caliente todos los días”, nos cuenta en el prólogo de La rosa. Y Camilón no es ningún santo ni ningún héroe, sólo un escritor enorme. Con lo cual sus malas artes no deberían enmascarar su talento y su oficio.  
Su obra, genial, inmensa, siempre estará por encima de su persona, aunque en él vida y literatura hayan sido el mismo asunto. 

Si a Cela lo hemos crucificado por sus salidas de tono, sus bromas, en ocasiones de mal gusto, entre otros tantos desmanes, a su discípulo Umbral, don Paco, también lo hemos silenciado, con su imagen de niño insoportable, cascarrabias. 

Umbral, heredero directo o hijo espiritual de Valle Inclán y Ramón Gómez de la Serna, ha analizado nuestra España como nadie. Ahí están sus lúcidos y a veces demoledores artículos, algunos recogidos en Mis placeres y mis días


Tampoco vamos ahora a lavar la imagen de Cela, el marqués de Iria Flavia, su matria, donde está enterrado bajo un olivo y una lápida de granito. 
En Iria Flavia (qué lindo nombre) existe, además, una Fundación dedicada a su ingente obra. Y en Padrón, que es todo uno con Iria Flavia, se halla la casa museo de la gran Rosalía de Castro. 

Confieso haber leído y releído (al menos en mi época juvenil) a Cela. Hubo un tiempo en que -me flipaba tanto- que deseaba imitar sus formas y fondos de escritura, sobre todo esas que emplea en Cristo versus Arizona o en Mazurca para dos muertos (ese fascinante retrato de su Galicia mítica y supersticiosa, con la guerra incivil sobrevolándola como un zopilote, con esa sobrecogedora galería de personajes, contada a través de diferentes voces narrativas). 


"Mi nombre es Wendell Espana, Weldell Liverpool Espana, quizá no sea Espana sino Span o Aspen, nunca lo supe bien, yo no lo he visto nunca escrito...”, así arranca su novela Cristo versus Arizona, que es un monólogo disparatado, una retahíla no apta para cardíacos. Y sí para lunáticos dispuestos a levitar con su torrente verbal  (términos y expresiones de la frontera entre México y USA nos colman de placer, trasladándonos a ese Oeste cinematográfico y ensoñador). 

Colosal y camaleónico, Cela. 

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