martes, 27 de noviembre de 2018

Bertolucci, colosal

Se nos ha muerto Bertolucci en el barrio romano del Trastévere, donde vivía, donde viviera en su tiempo el poeta Alberti. Un barrio con sabor y aromas ancestrales. Con un colorido engatusador. 
Bertolucci era, seguirá siendo uno de los grandes cineastas. Tal vez el último emperador del cine clásico italiano. Se nos mueren todos los grandes. Se nos muere todo el mundo. 
Bertolucci-Wikipedia

Y el cine italiano, el cine universal, se resiente por tamaña pérdida. Aunque siempre nos quedará esa obra de arte titulada Novecento, que seguiremos viendo una y otra vez con absoluta devoción. Y por supuesto El último tango en París. Películas que figuran entre mis favoritas. Tan diferentes y emocionantes ambas. 
Sólo por haber filmado estas dos cintas, incluso por haber filmado sólo Novecento, el director italiano ya pasaría a la Historia del Cine como uno de los mejores. 
También siento cariño por El cielo protector, basada en la novela homónima de Bowles (quien hace aparición en la película), pues esta obra nos lleva al corazón de Marruecos, país que me sigue haciendo vibrar cada vez que lo piso. Ahora me espera con los brazos abiertos. 
Bertolucci entraría en el cine, por la puerta grande, de la mano del controvertido y genial Pasolini, quien aparcó la poesía (que no lo llevaba a ningún lugar) para dedicarse al cine, con gran proyección, haciendo adaptaciones de novelas emblemáticas, de corte erótico, como Los cuentos de Canterbury, El Decamerón o Saló o los 120 días de Sodoma (que tuviera la ocasión de visionar en un cine del barrio latino de París hace un montón de años). 
En el barrio del Trastevere

Bertolucci, con formación en filosofía (Marx) y psicoanálisis, comenzó en el cine como asistente de dirección de Accattone, de Pasolini, quien confesaba no tener ni idea de técnica cinematográfica cuando comenzó en el oficio. 
La mano filosófica, histórica, es evidente en Novecento
Y la psicoanalítica en películas como El último tango en París, donde vemos a Marlon Brando en estado de gloria, con una interpretación memorable (me asalta siempre la secuencia en que está velando a su mujer muerta, o bien al inicio cuando se cisca en Dios, aunque esta película de culto, que los españolitos y españolitas fueran a ver en su día a Perpiñán, sobresaliera por sus escenas eróticas. Y esa secuencia salvaje de la mantequilla que dejó trastocada a María Schneider. Eros y Tánatos, una vez más, fundidos en ardiente pasión) o bien La luna, que aborda una relación incestuosa de una madre con su hijo heroinómano. Con el escenario de las Termas romanas de Caracalla hacia el final de la peli). 
Si tuviera que quedarme con una película suya, no lo dudaría, siempre elegiría Novecento, con dos monstruos de la interpretación como Robert de Niro (me apasiona este actor, que simboliza la Italia fascista) y Depardieu (que simboliza la Italia campesina revolucionaria), además del potente Burt Lancaster (el patroncito de la hacienda), el bestial Sutherland (en esta película resulta vomitivo)  o la bella y cautivadora Dominique Sanda. Y la carnal Stefania Sandrelli. 
Termas de Caracalla

La secuencia de De Niro y Depardieu con una epiléptica en la cama se ha quedado grabada en el inconsciente/
subconsciente colectivo. Y aun otras muchas. 
La dirección de foto, a cargo del maestro Storaro, logra auténticos cuadros pictóricos en movimiento. Y la banda sonora de Ennio Morricone es magnífica. Una gran obra de arte, que te mantiene pegado a la pantalla durante más de cinco horas. 
Pues sigamos viendo y soñando con su cine, como esos Soñadores suyos. 

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