sábado, 3 de marzo de 2018

Cristina Branco y la saudade

La primera vez que escuché algo de Cristina Branco fue a buen seguro en Diálogos 3, aquel programa de radio que condujera con tino y sensibilidad el gran Ramón Trecet, que tantos buenos momentos nos procurara con sus músicas posibles, músicas del mundo, sonidos que nos llegaban como agua de mayo, como una bendición, casi como algo milagroso en una época en que uno era joven, con muchas ilusiones por delante.  
Cristina Branco. Imagen tomada de Diario de León

Nunca olvidaré aquellos Diálogos 3, sobre todo durante mi etapa universitaria a mediados de los ochenta. Luego, a principios de los 90, uno emprendería rumbo hacia otras tierras, en busca tal vez de estimulación, descubrimientos, nuevas experiencias. 
En todo caso, aquellos Diálogos llegarían hasta mediados del año 2000. Creo recordar. Hasta que Trecet se despidió al parecer por desavenencias con la dirección de RNE-Radio 3. Ahí estaba también el amigo escritor y periodista José Luis Moreno-Ruiz con su Rosa de Sanatorio, sobre el que hablado en algunas ocasiones. 

Otro programa de culto, con el que disfrutara muchísimo, pues Rosa de Santorio (que hace referencia al homónimo poema de Valle-Inclán) combinaba las músicas de Philip Glass, Klaus Nomi o Carles Santos (por desgracia fallecido en diciembre de 2017), entre otros, con los poemas de César Vallejo, Buñuel (el genio de Calanda también era literato aparte de enorme cineasta) o el propio Valle-Inclán. 
Diálogos 3 y Rosa de Sanatorio como genuinos nutrientes espirituales. 
Las olas fadistas de Lisboa
El pasado jueves tuve la ocasión de asistir al concierto de Cristina Branco en el Bergidum de Ponferrada. Y me resultó literalmente balsámico. Acompañada por tres excelentes músicos: guitarra, contrabajo y piano, Cristina Branco nos deleito, nos emocionó con su voz dulce, serena (empleo el plural mayestático intencionadamente, porque me consta que, empezando por Miguel Varela, el director del Teatro Bergidum, nos provocó una sacudida en las entrañas). Y ese es el poder mágico de la música, de la música con mayúsculas, tan emparentada con la auténtica poesía, que es puro ritmo. Acaso por eso me entusiasman tanto la poesía como la música, que pueden hacernos llorar de emoción. 
Viana do castelo
La música como arte sublime. La voz de Cristina Branco, deudora de la legendaria fadista Amália Rodrigues, me hizo viajar, una vez más, a Portugal, ese país vecino por el que siento cariño, que he tenido la ocasión de visitar en varias ocasiones, la más reciente la pasada Navidad. 
La música de Branco, Mariza, Ana Moura, Dulce Pontes (extraordinario su concierto en Granada, hace varios años) o Teresa Salgueiro (conocida asimismo como componente de Madredeus. Y a quien pude escuchar en concierto en Madrid) me devuelven, una y otra vez, a Portugal, país hermano, que me parece (al igual que miña terra Galicia) como una prolongación natural del Bierzo, un sentir común, un latido parecido, donde la morriña y la saudade se abrazan con buen sentimiento bajo las brumas de lo romántico. 
Porto-Oporto
Mi gratitud, Cristina Branco (que en tiempos fueras estudiante de psicología con aspiraciones a trabajar como periodista, qué curioso se me antoja), por llevarme de la mano a tu país a través de tus fados, de tu saudade, que siento como mi saudade. 
Lisboa, blanca, marina y fadista, surcada por los tranvías amarillos de un viaje trasatlántico. 
Oporto (Porto) como arteria fluvial que desembocara en un océano mistérico, bajo una puesta de sol embriagadora. 
Viana do Castelo: un mirador que transforma la realidad en ficción, al fondo se curva un horizonte de fantasía. 

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