Sono cose della morte. Aunque a uno le gustaría que fueran cosas de la vida. Sono cose della vita, como el título de una canción exitosa de Eros Ramazzotti.
El Eros debería prevalecer sobre el Tánatos. Pero todo apunta a que el Tánatos, guadaña en mano, vence cualquier batalla, incluso se alza como ganador en cualquier partida de ajedrez, como también nos mostrara el extraordinario Bergman en su película El séptimo sello.
Qué grande el director sueco, quien nos dejara una obra artística de alto voltaje e indiscutible calidad.
Ahí están sus Fresas salvajes, entre otras muchas, cuya secuencia inicial onírica nos mete de lleno en la muerte.
Lamento que hoy esté mortuorio, cuando, a lo mejor, debería ponerme a bailar samba o reggaeton. Por ejemplo. La vida está impregnada de muerte, por desgracia para los pobres seres humanos que habitamos esta terra trema.
Qué terrible cuando un rapacín (rapacina) descubre la farsa de la vida. Y comienza a darse cuenta de que la vida es finita, mortal, y en ocasiones (quizá no demasiadas) rosa. Bueno, para un guaje del tercer mundo el rosa ni existe en el mundo de los colores.
Los Reyes Magos de Oriente, que acaban de pasar por las cumbres y valles floridos y fermosos del Bierzo, ni se detienen a entregar aguinaldos a los niños y niñas que viven al borde, en medio de la miseria. ¿Pero qué clase de Reis son esos? ¡Qué me lo cuenten! Como mucho les traen un montoncito de carbón. Se me ha ido la olla, perdón, que eso ocurrió en otros tiempos, cuando en el Bierzo, en la provincia leonesa, había minas y mineros y mineras, que dejaban sus pulmones en chamizos de mierda, literalmente.
Pues sí, queridos y queridas, la vida se pasa como un suspiro, incluso aunque uno viviera cien años o algo más (luego todos calvos). La brevedad de la vida, de la que hablaba el sabio Séneca. Y algunos otros. Lo malo es que uno se entretiene haciendo otras cosas, mientras la vida pasa como un rayo, el rayo que no cesa, el rayo que nos acaba pulverizando. Eso es más o menos lo que dijera el genial beatle John Lennon, que murió joven a manos de un descerebrado. Qué jodido es morirse, pero qué duro es morirse cuando uno es aún joven, y aún tiene (debería tener) el futuro por delante. Como le ha ocurrido a Zaira Linares Ordás, periodista ponferradina, de la saga periodística Linares Ordás, a quien conocía. Todo el mundo conoce a esta familia en el Bierzo. Pues llevan toda una vida dedicada al periodismo radiofónico. Excuso decir que siento mucho su fallecimiento. Y quiero recordarla con su sonrisa y su vitalidad. Nunca olvidaré el día en que me entrevistara a propósito de Mapas afectivos. Toda mi gratitud para ti, Zaira, que, desde algún lugar, me estarás viendo, seguro. Eso quiero creer. Aunque en verdad no sea creyente, antes descreído. Quiero aferrarme al espíritu. Y hasta deseo autoengañarme en momentos como estos, acaso para soportar el sufrimiento que provoca la muerte de gente conocida, querida. Un saludo cariñoso para la familia de Zaira. Un gran abrazo para ti, Yolanda, su madre. Con todo mi afecto. Qué brutal debe ser cuando un hijo (en este caso una hija) se te va.
En el útero de Gistredo, que a este paso de gigante se quedará sin población en menos que canta un gallo-reloj-despertador, ya van al menos dos fallecimientos este año, Eloy, el tío Eloy, como le decían/lo recuerdan algunos amigos. No en vano era su tío carnal. Y gran amigo de mi padre.
A estas alturas, Eloy y mi padre ya estarán jugando a las cartas, o mejor dicho, estarán platicando, sentados en el banco de la casa de Ángela y Secundino Zabaleta, de la calle de Los Moros.
El tío Eloy mirando hacia el horizonte desde Las Chanas, acaso buscando la mirada y complicidad de mi padre (que se nos fue antes que él). Y mi padre paseando, "dando una batida", por Rocilleiros, Ceruñales o La Forcada. Los recuerdos me estremecen.
Eloy, después del fallecimiento de mi padre (eran casi de la quinta, Eloy un pelín más joven) pegó un bajón considerable. Se le veía apagado, huidizo, incluso.
La otra fallecida, aún de cuerpo presente, es Olina la de Petite, la madre de César y Pepín, que también son vecinos del barrio de Vega de Noceda. Y amigos.
Creo recordar que Olina también era quinta de mi padre. Quizá un poco mayor. No lo sé con seguridad.
Olina, al igual que mi madre, ejerció como "auxiliar de enfermería" en el pueblo, aunque por su labor no recibieran remuneración. Quizá alguna compensación. Y suponemos que el afecto de la gente (al menos de quienes fueran atendidos). Aquellos eran otros tiempos.
Aunque, la verdad sea dicha, seguimos igual, en la misma onda. La crisis continúa. Y determinadas labores siguen estando mal o malísimamente remuneradas. Y en ocasiones, demasiadas a menudo, ni remuneración tienen. Quienes se dedican a la cosa cultural saben perfectamente de lo que hablo.
En medio de tanta muerte, quiero vivir el día a día, en el aquí y el ahora (aunque resulte harto difícil).
Por el momento quiero seguir escuchando música italiana, saboreando cultura italiana.
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