miércoles, 9 de agosto de 2017

Diario, 23 de febrero de 1999

 Ha llegado la hora de darle luz a este Diario, que comenzara en el 1996, pero en aquel tiempo escribía a mano. Y me da pereza ahora pasarlo todo a cristiano. En todo caso, algunas cosas seguirán quedando en el baúl, y otras procuraré re-elaborarlas, darles un nuevo vuelo, aunque sólo sea algo, porque un Diario siempre compromete, resulta revelador, al menos acerca de uno. Y así en este plan de planes. Pues vaya aquí:


23 de febrero de 1999

Ha llegado la hora de comulgar con mis recuerdos. Hacía mucho tiempo que no sobaba las palabras del diario. Hace un año que abandoné este hábito de teclear el ordenador todos los días.  
Escribir un diario íntimo es una necesidad de refrescar la memoria el día a día, saber qué está ocurriendo en el entorno, cómo se vive, en mi caso arropado en el útero materno, con la nieve en la punta de mis montes y delirios. Escribir para matar el tiempo. Escribir como quien juntara letras con el noble fin de que en algún momento sirvieran para algo. Qué ingenuidad.  Al menos que sirvan para uno. Siempre pensando en el futuro. Un futuro inexistente. Siempre prisionero, enclaustrado, como viviera el marqués de Sade, esclavo del tiempo, tal como sintiera Baudelaire, poeta de modernidades.  
Tumba de Baudelaire en Montparnasse
Esclavo de un más allá que se pierde en la lejanía de las promesas. El aquí y el ahora tendrán que ser exprimidos como naranja en el lagar del lenguaje,  hasta la última gota. 
En realidad, deberíamos someter el aquí y el ahora al lagar de los mostos afrutados, para así poder prensar las uvas que florecen en los sarmientos del presente, un presente que tocamos en toda  su plenitud. 
Es difícil vivir, sin ataduras, sin complejos, sin remordimientos. Es fácil vivir como un vegetal. Pero resulta jodido tener que plantearse esta existencia como algo finito. La finitud me atormenta. El día menos pensado dejaré de existir, y eso me parece una putada. Tengo miedo a morir. No quiero morir. ¡NO quiero! 
Aunque la vida a veces sea tormentosa, quiero continuar esta andadura utópica hacia no se sabe dónde. No quiero pudrirme. No quiero que me entierren y los gusanos se apoderen de mis huesos y mis carnes. Tampoco quiero ser incinerado en un horno cual si fuera churrasco argentino. Necesito sacar a la luz lo que me preocupa. 
Hoy ha sido un día como cualquier otro, sin nada especial que anotar, al menos por ahora: escucho Radio 3, que es la radio de la modernidad y la transición a la democracia. Escucho la voz sensual de Pilar Arzak, que me invita a volar cual pajarito en busca de otros horizontes. Estudiar una opo no me hace feliz. Es una gran cabronada. 
El ser humano es más estúpido de lo que algunos creen. Nos pasamos la vida dándole vueltas al coco, pensando en un futuro aún no recorrido, complicándonos con gilipolleces varias, mientras deberíamos vivir a todo dar. 
Rimabaud

Necesitaría ser un rentista, como lo fuera el poeta Baudelaire, o el propio Rimbaud, que se dedicó a vivir y viajar, después de abandonar la poesía. Aunque un poeta de verdad, como lo fuera él, nunca abandona la poesía, aunque deje de escribir. Ser poeta es un modo de estar en el mundo, y de ser, por supuesto. NO estaría mal que pudiera largarme a la Polinesia. Me gustaría recorrer el mundo. Ser un aventurero. Así tendría mucho que decir y contar. Al menos, viviría de un modo más intenso, al menos como lo estoy haciendo ahora. Quiero volar. 
Tengo moquera y los ojos como un lago lacrimoso. Vaya estado. Me echaré al monte y venga, dale que te pego.

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