Escribí y publiqué, hace años, este artículo en Diario de León, que ahora resucito de entre los muertos. Lamento no tener una foto suya para ilustrar este texto, ni siquiera de su bodega. Y eso que cuento con miles de fotos de los lugares más diversos (y aun de personas).
Hace un ratín, nomás, el hijo mayor de El Lobo acaba de mandarme dos fotos, que son un lujo, una joya, un auténtico tesoro, que le agradezco mucho, en una vemos a El Lobo en primer plano, y a su mujer en segundo plano, en la bodega que regentaban. Y en la segunda imagen vemos a El Lobo, su mujer y su nieta Andrea (la hija de Diego, hijo de El Lobo, y Noelia Sebastián), con el fondo del Empire State en Manhattan (NY). Qué bellos recuerdos.
"Lobito siempre decía que los mejores recuerdos se quedan en los días de felicidad que damos en vida", me escribe Noelia Sebastián, la nuera de El Lobo.
Y ahora que he vuelto sobre este buen hombre y excelente hostelero, me acuerdo de sus palabras en vasco, pues había trabajado en el País Vasco. "Zuritos... cuántos", preguntaba, nada más que nos veía entrar por la puerta, a la tropa o basca nocedense, porque sabía que, entre nosotros, había gente de Noceda que vivía/vive en Euskadi. Y también solía decir: "Arratsalde on" (hola, buenas tardes...).
El Lobo-Foto de su hija Noelia Sebastián |
El lobo, en este caso, no es ningún animal, aunque en el fondo todos seamos unos animales, monos vestidos, pero monos al fin y al cabo. Tampoco es éste el Lobo del cuento de Caperucita, aquel que escribiera el olvidado Perrault, sino un señor que regenta una bodega de Bembibre. Una de las bodegas o tascas más alucinantes de la villa del Benevívere, ubicada en la Villavieja, ese barrio con olor a vino de batalla.
La Villavieja de Bembibre |
El Lobo, que así es como quiere le llamen, o así se apellida, es un tipo simpático y abierto, generoso y con mucha vitalidad, capaz él solito de servir a un regimiento o cuadrilla de cavadores de una tacada. Tiene tal destreza que da gusto ir a su bodega. Además, siempre está de buen humor, con una sonrisa. Siempre tiene palabras afectuosas que ofrecer a su clientela. Con él las penas parecen no existir. Es atento y no se le pasa ni una. Conoce a sus parroquianos y parroquianas como nadie, y eso lo convierte en un ser admirable. Hay quienes ocupan puestos elevados ne la jerarquía y no se enteran de nada.
Resulta grave que un superior no conozca a sus pupilos. Mas El Lobo, quizá por ser un lobín, no se le escapa ni la mínima. Es un tipo listo y muy válido para le negocio que tiene entre manos. . Incluso me atrevería a decir que podría vender lo que quisiera. , además de vinos y cervezas.
Hace tiempo que tenía ganas de escribir algo acerca de este hombre, que en realidad es un gran personaje, no sólo por los mostachos-guías que luce, que sin duda le dan un aire de pintor surrealista o filósofo de plaza pública. Tiene cara de buena persona, y es espabilado. A su lado, el resto de bodegueros y cantineras no le hacen sombra. Necesitan muchas horas de vuelo para que se acerquen a su estatura espiritual.
En Manhattan, El Lobo su mujer y su hija Noelia-Foto de Noelia |
Es probable que sea muy atrevido lo que estoy diciendo, pero así lo siento y así quiero transmitirlo. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Pues, quienes tienen por costumbre hacer la llamada ruta de los vinos de Bembibre, saben de lo que estoy hablando. Bueno, Olga, tú también eres muy amable y despierta. No te vayas a ofender.
Chrysler building-Manhattan-NY |
Hay temporadas en las que El Lobo emprende o emprendía vuelos hacia otras tierras -Nueva Jersey o Nueva York-, y es entonces cuando se le echa mucho en falta. Aunque suponemos que estos aires lo convierten en un Lobo aún más abierto al mundo.
*El Lobo tampoco es ese turrón que nos venden en Navidad, ahora que estamos aún en periodo navideño.
En Nueva Jersey vivían (supongo que siguen viviendo) sus hijos. Y por eso él iba con relativa frecuencia allí, al otro lado. Me da realmente pena que este cantinero, con hechuras de artista bohemio y pasión en lo que hacía, haya fallecido. La última vez que lo vi en Bembibre, en la calle, me saludó sonriente, entrañable, y me preguntó por mi hermana Encina. Siempre tan acogedor.
*Olga dejó de ser hostelera hace años, y Vicente Porro, a quien también le dedique artículo en su día (que rescataré para este blog) es otro de los ilustres de la villa de Bembibre en estos asuntos de vaseo.
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