martes, 1 de noviembre de 2016

Santitos

Esto escribía y publicaba hace años, Y ahora le doy estopa en este Día de difuntos. 

            Nos acercamos, peligrosamente, al día de difuntos, quería decir al día de los santos, los santos inocentes, como aquella brutal y hermosa novela de Delibes, que luego Mario Camus llevaría a la gran pantalla, al cine, oh sea. Estamos aproximándonos al día de los Santos, de todos los santos. Todos, en verdad, somos santos, mientras no se demuestre lo contrario, quede clarín clarete, santos que nos elevamos por encima de nuestras posibilidades de finitud y de muerte. ¡Qué jodido es esto de morirse! 
Santitos es también -no conviene olvidarse de las cosas importantes- una extraordinaria película mejicana. En México lindo y chingado -qué viva Méjico, gachupines-  a la muerte se la coge por los cuernos. Esto de coger queda como muy atrevido, mas es término que se utiliza con frecuencia aquí y acullá, aunque no siempre signifique lo mismo, sino lo otro. ¿Vale? ¿Sale? En realidad, no sé si la muerte tiene cuernos -eso dependerá del muerto y/o la muerta, todo hay que decirlo- y además no creo que la muerte tenga rostro de toro,  ni siquiera de vaca loca y asustada. Pero a uno le gusta jugar con las palabras cual si fueran naipes de tute subastado. Hace varios días, acaso semanas, que no juego al tute subastado. Por cierto, se me está yendo el santito al cielo, y no hay cristo quien lo baje. ¿Alguien me lo podría bajar? Por fa. Uno comienza acercándose a la muerte y acaba bailando una quebradita en la pulquería de enfrente. Ahora que me acuerdo hace tiempo que no bailo quebraditas y tampoco tengo a mano una pulquería en la que echarme un pulque. Al tequila si le voy entrando, de a poco. Pero esto es otro cantar etílico. El cantar de los cantares. 
Cuentan que el pulque, que es una bebida muy sabrosa,  se fermenta con caca humana. Pues a mí, la neta, la verdad, me gustaba un chingo. Me gustaba mucho. Digo que “me gustaba” porque no lo pruebo desde hace casi un lustro, quizá más. Últimamente también la memoria se me va de paseo a los cielos, a veces se queda encima de un castaño como si fuera un personaje reinventado por Fellini, y no quiere bajar a la realidad ni a tiros. Así son las cosas en este mundo de irrealidades y absurdos existenciales. Valgan las ades, urdos, ales... Es tiempo de bollos, castañas y amagüestus. Me gusta la castaña, me gustas tú, nos tararea Manu Chao, mi tocayo, mi  Mano Negra. Es tiempo de santitos y cenas de campaneros. La cena del campanero, si no me dan, me encuero. Vivos muertos en vida. Y muertos a los que se les ocurre -vaya boutade- zampar tamalitos de dulce y de chile chilpotle y calaveras de azúcar. Es como si estuviéramos mismamente en el cementerio de Mixquic (Méjico). Vamos al pueblo de Mixquic/exquisito relicario;/sales por Ixtapalapa/y llegas a Tulyehualco. Por el momento no estamos en ningún cementerio, sino en el útero de Gistredo, y ahora cerca de La Guiana, muy cerca del Valle del Silencio.

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