miércoles, 15 de abril de 2015

Oporto leonesa

14/04/2015AA
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Oporto leonesa (publicado en La Nueva Crónica ayer martes 14 de abril)
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Hermanada con la ciudad de León y perteneciente, otrora, al Reino leonés, hasta que se independizara, casi a mediados del siglo XII, con la consiguiente formación del Reino de Portugal (al que da nombre, ‘Portucale’), Oporto es una ciudad que atrae cada día a más y más turistas, provenientes en su mayoría de España, como pude comprobar en mi reciente viaje a esta urbe, que ofrece al visitante una estancia agradable, sobre todo si el clima se torna veraniego. Una maravilla visitar Oporto bajo un sol radiante, con una luz pictórica, que colorea e insufla vida a esos edificios de aspecto decadente, en los que asoman ropas tendidas, tan frecuentes en el casco histórico.
El buen clima es algo esencial para poder recorrer con gusto cualquier ciudad, para saborearla, como una sabrosa francesinha o un bacalhau à brás, en toda su exquisitez. Oporto se me mostró esplendente y se me abrió, marítima y acariciadora, en su parte costera, que recorrí desde el centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad, hasta Matosinhos, visitando con calma, durante horas, sus playas y fortalezas y, sobre todo, la desembocadura del Duero (Douro), donde este río, tan cantado y glosado por poetas y trovadores, se funde/confunde con el Océano Atlántico en un abrazo mistérico y amoroso. 


Como toda gran ciudad, en el amplio sentido del término, ofrece muchos rostros al turista o viajero, los cuales dependen, por lo demás, del estado anímico con que uno la encara o la siente a través de sus ruidos y sus fados, porque son muchos y variopintos los modos de adentrarse en una ciudad, eso sí, siempre con los cinco sentidos, en un intento ‘cognoscitivo’ por degustarla, olerla, tocarla, escuchar su latido y su temperatura, no sólo ambiental, sino afectiva. Y para eso no hay nada mejor, creo, que callejearla, dejarse extraviar en sus callejuelas empinadas, estrechas, laberínticas, aunque también merece la pena contemplarla en su totalidad desde el mirador de la Torre de los Clérigos, o bien treparse al Puente Luis I, que tanto recuerda el diseño de la Torre Eiffel, para gozar de impresionistas panorámicas sobre el río. 
Asimismo, resulta inspirador acercarse, desde la animada Ribeira, a la otra orilla, Vila Nova de Gaia, donde se concentran las bodegas del dulce vino de Oporto, y por supuesto se me antoja atrayente darse una vuelta por los alrededores de la estación de tren de São Bento (y aun visitar el vestíbulo azulejado de la misma), que, a pesar del lavado de cara, sigue mostrando a una población de desheredados y buscavidas. Algo, por otra parte, habitual en las estaciones de todas las ciudades del mundo. 


Son ya varias las ocasiones que visito esta ciudad y cada vez encuentro algo novedoso y estimulante que me engancha. Mi último viaje hasta ahora a Oporto coincidió con el fallecimiento del cineasta Manoel de Oliveira, originario de esta ciudad, aunque nadie acertara a decirme dónde vivía. 
Quizá no insistiera demasiado o no diera con las personas adecuadas. En todo caso, este ha sido un motivo para recordar a un director más que centenario, cuyo primer cortometraje se titula ‘Douro, faina fluvial’, que nos muestra a los pescadores en las riberas del Duero.
O bien su largometraje, ‘Aniki Bobó’, que relata las peripecias de una pandilla de rapaces en las calles de Oporto, el cual podría considerarse como un antecedente del neorrealismo italiano. Asimismo, Oliveira trabajó con actores y actrices de fama internacional como Catherine Deneuve, Irene Papas, Mastroianni, Piccoli o Malkovich. Y resulta inolvidable su interpretación en ‘Lisbon story’, de Wenders, imitando al genial Chaplin, lo que me conduce directamente a un edificio modernista y neogótico que alberga una librería con aires cinematográficos, próxima a la Torre de los Clérigos.
Se trata de la legendaria Lello e Irmao, una de las más bellas del mundo, que sirviera de inspiración a la autora de la serie de libros de ‘Harry Potter’. Al parecer J. K. Rowling vivió, como profesora de inglés en la ciudad de Oporto durante dos cursos, aunque esta librería, cuya singular y céntrica escalera de madera atrae la atención de propios y extraños, no sirviera de escenario, como se ha dicho, para el rodaje de ninguna de las películas sobre la saga Potter, aunque sí como plató para la filmación de escenas de películas como ‘O Xangô de Baker Street’, según me contara Hugo Cardoso, uno de los dependientes de esta librería, atestada de hordas de turistas, y en la que figuran los bustos de algunos ilustres escritores portugueses: Eça de Queiroz, Camilo Castelo Branco, Antero de Quental o Tomás Ribeiro, entre otros, además de contar con un excelente surtido de magníficas obras como ‘El libro del desasosiego’, de Pessoa. 

La que fuera capital cultural de Europa en 2001, con la inauguración de la ‘Casa da Música’, sigue cautivando al viajero -qué difícil es ser viajero en estos tiempos de turisteo planificado- con sus aires de ciudad como de otra época en su centro histórico, con su brisa marina y sus puestas de sol en la ciudad costera y moderna, con los sabores de su gastronomía y la cercanía y hospitalidad de sus gentes, que quizá hagan recordar que alguna vez fueron nuestros paisanos y nuestras paisanas, en realidad lo siguen siendo,
no en vano estamos hermanados, aunque conviene no olvidarse de que también uno puede toparse con la picaresca y la chusma andante. Como en cualquier parte de la Tierra.

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