En la Victoria de Samotracia-Ponferrada-2014
Por tercer año consecutivo participo, encantado, en el
Día del Desaparecido (mejor dicho, las Personas Desparecidas) en la capital del
Bierzo, lo que me ha ayudado a reflexionar sobre quienes son perseguidos y
asesinados por atreverse a ejercer la libertad de opinión, de pensamiento. El
precio que se paga cuando uno aspira a ser libre en un mundo en convulsión, en crisis,
no sólo económica sino espiritual.
La libertad, ese bien tan preciado, ese tesoro, que nos convierte en
verdaderamente humanos. El ideal de libertad en un mundo cada día más
controlador, donde se impone un sistema antropófago, que nos acaba devorando.
El Gran Hermano nos esclaviza y nos conduce por sus veredas. En realidad, todos
y todas formamos parte de este gran rebaño (aunque tendemos a auto-engañarnos).
Rebaño humano que habita los primeros, segundos, tercero y aun quintos mundos, en los que los propios vecinos y vecinas podrían convertirse, llegado el caso (con frecuencia, me atrevería a decir) en “chivatos” del poder imperante. Dispuestos a juzgarnos, como en un proceso absurdo, kafkiano, y a condenarnos al infierno. El infierno, en verdad, no son sólo los otros sino uno mismo.
La telepantalla gigante, inmensa, nos vigila donde quiera que nos hallemos y nos impide comportarnos con absoluta libertad. Estamos viviendo, desde hace tiempo, bajo el yugo de la esclavitud (otra forma de esclavitud posmoderna) en la que predomina el tener sobre el ser. Y ahí que nos tienen agarrados. Vivimos, desde hace años, en un mundo distópico, como el que propusieran Orwell en su legendario ‘1984’ o Huxley en ‘Un mundo feliz’. Libertad o felicidad. He ahí el dilema.
Vivimos dopados por un supuesto bienestar, que no es tal (en el llamado Tercer Mundo ni siquiera podemos hablar de bienestar, antes al contrario) y dejamos de ser libres, de ejercer nuestra libertad (esa, la que debiera guiar al pueblo) en el momento en que sucumbimos al hiper-capitalismo despótico, a los “ismos” (fascismo, nazismo, comunismo…) que desean a todo trapo darnos candela, meternos en vereda, reducirnos a meras marionetas, simples números y autómatas, acabar en definitiva con nuestra libertad personal, social.
Tomemos conciencia del mundo en que vivimos y hagamos valer nuestra libertad (y la de nuestros congéneres) por encima de todo.
Un canto a la libertad como algo posible, realizable, en un mundo difícil, en manos de un ente monstruoso, del cual formamos parte y partida, no lo olvidemos, porque el miedo a la libertad también nos configura.
El tema planteado aquí por Manuel Cuenya, como la libertad, es harto interesante y con difícil acuerdo entre las distintas opiniones que se produzcan.
ResponderEliminarPorque estaremos de acuerdo en la igualdad de todos los hombres y que el deseo de la búsqueda de felicidad es el mismo para todos.
Pero nos encontramos con el hecho objetivo que no existen bienes suficientes que puedan satisfacer a todos por igual.
Ahí podría estar una de las causas de las luchas por la supervivencia, primero, por el bienestar, después, y en definitiva por las ideas, que esas, sí, son las que mueven el mundo de todos los “ismos” que en el mundo han sido, son y serán.
Yo siempre he sido partidario de extender al máximo la cultura. El avance universal de esta idea tendría que revertir en que, nunca más, existiesen manipuladores políticos de todo pelaje que confundan a los hombres de buena voluntad, curiosamente en beneficio propio de sus intereses.
Difícil, es. Pero la cultura proporcionará, siempre, argumentos con los que poder combatir la ingente multitud de dominadores y castradores de la libertad.