jueves, 24 de julio de 2014

Londres

Acabo de estar en Londres después de casi veinte años, en realidad no tanto porque he pasado por la capital británica, al menos en dos ocasiones más, para ir a Gales y también para viajar a Escocia.

Este Londres se me antoja espléndido, incluso bajo una luz mortecina y un cielo algodonoso marcado por la Torre del Reloj, punto de encuentro de algunos pícaros dispuestos a embaucar, con sus mañanas, a turistas despistados, que acaban dejándose fotografiar con ellos a cambio, claro está, de dinero. Una ciudad de dimensiones colosales -un Distrito Federal a la europea-, que nunca se agota por más veces que uno la visite. Convendría, como toda megalópolis, recorrerla palmo a palmo durante semanas, meses y aun años, como se supone que la conocía el detective Sherlock Holmes, cuya casa museo puede visitarse en el número 221b de la Baker Street, al lado del Regent’s Park. Habría que vivir, en todo su esplendor, esta ciudad adonde siguen yendo a parar muchos españoles y españolas en busca de otras posibilidades laborales, inexistentes en nuestro país. Sobre este tema me habló Paula, una chica paraguaya con nacionalidad española y familia en Coruña, con quien coincidí en el avión de regreso a España. Aparte de contarme que ella había encontrado un buen puesto de trabajo en Londres, donde vive desde hace tres años, me habló de sitios que no llegué  a visitar, ni siquiera sabía que existieran, lo cual podría ser motivo de un próximo viaje.

         Me sorprendió ver cantidad de bares de tapas españolas y locales con los jamones ibéricos colgando de sus techos, y sobre todo muchos bancos Santander en diferentes barrios, incluso en el colorido y bohemio barrio de Camden Town. El imperio de Botín (donde uno paga sus facturas) ha colonizado el segundo centro financiero más importante del mundo. Por cierto, desde la Tower Bridge se tienen fantásticas vistas de la ‘City’. 
Me gustó volver a pasear por el Soho, donde viviera Karl Marx, esas calles con sabor y aroma chinos, la siempre animada Leicester Square, donde hay una estatua de Shakespeare (la de Chaplin debieron cargársela), los mercados de Covent Garden (donde se sirven paellas) y de Leadenhall (sobre todo la Lamb Tavern, impregnada con el espíritu de Dickens). 

El autor de ‘Oliver Twist’, cuya casa-museo también pude visitar, centró mi mirada en esas características chimeneas que coronan muchos edificios londinenses y me devolvió a aquel Londres fabril de la revolución industrial mientras degusté una pinta de Guinness en el histórico pub Lamb & Flag, uno de los favoritos del creador de ‘The Pickwick Papers’.

        


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