jueves, 21 de noviembre de 2013

Artaud y su doble

El espectro del escritor y artista sobrevuela en el Reina Sofía. Filandón


Manuel Cuenya 30/09/2012

Una verdadera pieza de teatro perturba el reposo de los sentidos, libera el inconsciente reprimido, incita a una especie de rebelión virtual...».
La actual exposición Espectros, en el Museo Reina Sofía, me ha hecho rememorar a Artaud, que en su día causara gran revuelo debido a sus transgresoras teorías acerca del teatro, contenidas en El teatro y su doble, obra de cabecera para quienes sentimos pasión por este arte, que procura misteriosas alteraciones y choques emocionales en el espíritu.

Artaud nos propone un teatro que actúe como una suerte de terapéutica espiritual, social, que renueve el sentido de la vida y despierte a los «muertos en vida». No en balde, sus teorías teatrales les han servido a los modernos psiquiatras para ponerlas en práctica con sus «enfermos».
Aboga por un teatro puro y espontáneo a través de signos, gestos y actitudes, basado en el lenguaje corporal, que no sea deudor de la palabra. En todo caso, la musicalidad de las palabras, si las hubiere, deberán hablar directamente al subconsciente, como en los sueños. Un teatro vivo que sacuda e hipnotice a los espectadores. Un teatro que invite al trance, como ocurre con las danzas de los derviches giróvagos o bien con el teatro balinés, que cuenta con gestos y mímicas para todas las circunstancias de la vida. Un auténtico espectáculo en el que el actor/actriz sea un atleta físico, afectivo, capaz de «jugar» en distintos niveles y en todos los sentidos de la perspectiva, en altura y profundidad, porque no habrá una separación —como en los teatros convencionales— entre la escena y la sala. Como tampoco la habrá entre la realidad y la representación, el lenguaje verbal y el corporal, la vida y el arte.
Todo será un único espacio en este espectáculo integral hecho con gritos, chirridos de autómatas, sorpresas, efectos teatrales varios, repentinos cambios de luz, máscaras, vestimentas simbólicas, danzas de maniquíes animados, lo cual me hace recordar el teatro de la muerte de Kantor y los espectáculos de la Fura dels Baus, que han sido influenciados por el teatro artaudiano. Aparte de éstos, son muchos quienes recibieran su sello de identidad, desde el teatro del absurdo hasta Arrabal o el Living Theatre de Nueva York.
Un artista con mayúsculas, que reflexionó no sólo acerca del teatro sino sobre el cine —léase El cine—, la poesía, la cultura mexicana. Viajó a México en busca de espiritualidad, que encontró en los Tarahumaras y en el dios-peyote. Además, compuso esos Mensajes revolucionarios en los que México aparece como un país con una fuerza cuasi sobrenatural.
Escribió guiones como La concha y el reverendo, considerada como la primera peli surrealista, cuya influencia es definitiva en Un perro andaluz, de Buñuel. Asimismo, intervino como actor en Napoleón, de Gance, o en La pasión de Juan de Arco, de Dreyer, en su genuino papel de monje loco.
Un maldito y apestado de la sociedad —como Van Gogh, a quien le dedica un magnífico ensayo—, que tuvo la osadía de rebelarse contra el sistema preestablecido, desde la lucidez y el desdoblamiento. Una pena, pues gran parte de su vida se la pasó recluido en manicomios, que acabaron con su genio y figura. Léase lo que escribiera contra los psiquiatras o bien en ese libro-bomba, Para acabar con el juicio de Dios, que en su día se emitiera por radio, con la consiguiente prohibición. Y que el Teatro Corsario, comandado por el leonés Fernando Urdiales —otro grande del arte y la psiquiatría— pusiera en escena a mediados de los años ochenta.
Artaud, en su afán por cambiar el mundo, y arremeter contra los tótems y tabúes, acabó triste y solo.

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