domingo, 17 de febrero de 2013

Plácido, de Berlanga


Después de Los jueves, milagro (1957), que no tuvo buena acogida por parte del público, Berlanga -uno de nuestros mejores directores de cine- tardaría cuatro años en filmar Plácido, una película estrenada en algunos cines de Madrid, entre ellos Palace y Vox, en 1961, que sí gozó de éxito, incluso fue nominada al Óscar de la Academia de Hollywood a la mejor película de habla no inglesa, que finalmente conseguiría la película sueca Como en un espejo, del genio  Bergman, la cual comparte curiosamente, con Plácido, el tema de la incomunicación. Asimismo, estuvo nominada a la Palma de Oro, en 1962, como mejor película en el Festival de Cannes.
Plácido obtuvo, no obstante, dos premios como mejor película y mejor director por parte del Círculo de Escritores Cinematográficos, y dos del sindicato, uno de ellos al estupendo Manuel Alexandre, que hace de hermano "inválido" o discapacitado con cojera de Plácido, como mejor actor de reparto. La crítica la trató muy bien. 
Y a Berlanga le permitó codearse con algunos de los más afamados directores del cine americano. Está considerada como una de las mejores pelis del cine español de todos los tiempos.
Berlanga confiesa que estos cuatro años de inactividad en el cine fueron forzosos, porque lo que le ofrecían los productores o no le interesaba o bien no le dejaron rodar sus guiones en libertad. Durante este tiempo se filmaron películas emblemáticas como Los golfos, de Saura o El pisito y El cochecito de Ferreri. 
La idea original de Plácido pretendía mostrar un banquete colectivo de pobres y ricos en el que comían pollo- la pechuga para los ricos y las alas para los pobres- y acababan a golpes en una batalla campal. Luego, con su guionista Azcona, Berlanga hizo una sinopsis, próxima a la película definitiva, que era una especie de crónica de caridad. 
Al final, Plácido surge a partir de una campaña ideada por el régimen franquista que, bajo el lema: "siente un pobre a su mesa", pretendía que la gente tuviera un sentimiento de caridad cristiana hacia los pobres. Pero la censura lo prohibió como título y obligó a Berlanga a cambiarlo por el nombre del personaje principal. 
 El argumento es simple y de rabiosa actualidad. No sólo resiste el paso del tiempo, sino que rejuvenece con los años. Cuenta las peripecias que le ocurren a Plácido para pagar la letra de su motocarro, que le vence el mismo día de Nochebuena. Hoy serían las penurias para pagar la hipoteca de un pisito. ¿Os suena? A lo largo de este señalado día navideño el prota se va encontrando con todo tipo de trabas burocráticas/bancarias, con unos especímenes de cuidado, empleados de banco intransigentes, despóticos, horribles, unos sinvergüenzas. Al pobre Plácido Alonso lo vuelven loco, de allá para acá, con su letra.

Tras unos iniciales, pintorescos y animados títulos crédito, en los que el prota es un personaje desaliñado, un vagabundo quizá, la película se abre con una panorámica sobre una plaza en la que vemos un motocarro engalanado, con estrella navideña incluida, en el que van el prota y conductor del mismo (Plácido, interpretado por el actor catalán Cassen) y López Vázquez, en su papel de Quintanilla sinusítico, anunciándonos por megafonía la campaña de caridad en Navidad bajo el patrocinio de las ollas Cocinex. "Para la caridad no hay fronteras...que por una noche seamos todos hermanos..." (se refiere a la Nochebuena).   
Plácido es un retrato "neorrealista" de  Berlanga que refleja como nadie la hipocresía de la sociedad española en los años 50-60, siempre en clave de humor, que no es humor negro, según su director, sino humor español en la mejor tradición, desde Quevedo a Buñuel, pasando por Goya y Solana. Este humor le permitiría burlar la censura. Se trata de un magnífico guión, con diálogos magistrales, en el que interviene la decisiva mano de Rafael Azcona -uno de nuestros mejores guionistas, acaso el mejor-, quien por lo demás no salva a nadie, ni a ricos, con su estúpida hipocresía, ni a pobres (véase al Pascual, que enfermo de muerte, no quiere aceptar como esposa a la Concheta, o al pobre que le importa un carajo que lo entrevisten, o bien el pobre que se embolinga...). 
Plácido es una película rodada en interiores de Barcelona, con una ambientación sombría, y en exteriores de la ciudad de Manresa ("una especie de Cuenca catalana, muy interesante para el cine, con un paisaje urbano muy rico"), que nos muestra, de un modo sutil,  el cinismo de quienes se creen solidarios, las supersticiones religiosas de la época, las desigualdades de clase y el valor efímero de la apariencia, a través de sus característicos planos-secuencia.
Un película esperpéntica y surrealista, en la línea valleinclanesca y buñuelesca, que tras una apariencia de comedia o sainete  costumbrista, como si se tratara de un cuento de navidad, nos muestra un demoledor retrato social de la España de la época, hipócrita, provinciana, de doble moral, llena de carencias y marcada por falsas apariencias, donde predomina la incomunicación (tema recurrente en Berlanga) entre las personas. "Creo -asegura Berlanga- que al mundo le hace falta una psicoterapia a base de amor, de erotismo... Plácido viene a decir que cada uno, pobre o rico, va a lo suyo, que abandona a los demás en el momento justo en que debe abandonarlos, es decir, cuando los otros más le necesitan".

El momento clave y decisivo, para Berlanga, fue sobre todo encontrar a los actores adecuados que dieran vida a los personajes del guión. En un primer momento, pensó en el cómico Gila para dar vida a Plácido, pero Gila estaba comprometido con  otras labores, y no pudo aceptar, incluso se pensó en el gran Mastroianni, pero al final se optó por Cassen, cuyo rostro convenció a Berlanga, porque además lo veía muy ligado a su motocarro, muy en su papel de obrero. Hasta entonces Casto Sendra (Cassen) sólo era conocido por sus intervenciones humorísticas en Radio Tarragona. Uno de sus principales papeles, aparte de Plácido, es como cura en Amanece que no es poco, de Cuerda. 
La película, por lo demás, cuenta con brillante elenco actoral: el propio Cassen, López Vázquez,  Manuel Alexandre, Agustín González, Elvira Quintillá ("una actriz segura y eficiente"), Julia Caba, Amparo Soler y Antonio Ferrandis o Luis Ciges (que hace de pobre comilón), entre otros muchos buenos y solventes, pues se trata de una peli

coral, en la que se solapan en varias ocasiones las voces de unos y de otros, porque todos van a su puta bola.  Incluso los personajes secundarios (por ejemplo, el pobre borracho que cena en casa del notario) están magníficamente interpretados.
Plácido cuenta con secuencias memorables, como la que se desarrolla en los lavabos públicos de señoras -puro surrealismo-, la "carnavalada" de las artistas de cine llegando en tren desde Madrid (en realidad, las auténticas estrellas de cine nunca llegan, algo que recuerda a los yanquis de Mister Marshall, que ni siquiera se detienen en el pueblo), la cabalgata de pobres cruzándose con un sepelio, la retransmisión radiofónica de una cena, con un pobre pasota, la subasta pública de convidados (esta se las trae) y sobre todo la larga y conmovedora secuencia -de una sátira mordaz demoledora- en la que un pobre, gavemente enfermo,  acaba muriéndose en la casa de un rico, lo que desencadena una situación grotesca, esperpéntica, que pone en evidencia todas las miserias de una sociedad sin moral aunque con escrúpulos, a la que le dan asco los indigentes. La propia "criada" o sirvienta de la casa rica llega a decir que en su cama no se les ocurra poner al pobre. Faltaría más. 
Tras una disputa entre personajes, por una cesta de Navidad, Berlanga cierra la peli, con el motocarro en primer plano, una música inolvidable y con un villancico demoledor: “En esta tierra ya no hay caridad, ni nunca la ha habido, ni nunca la habrá”.

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