domingo, 27 de enero de 2013

El valle de Imlil


 Viajando lo toleramos todo, los prejuicios quedan en casa (Elías Canetti, Las voces de Marrakesh)
El Toubkal

Había quedado en contaros mi viaje por el valle de Imlil, y no quiero pasarlo por alto. Conviene cumplir con las promesas, aunque a veces a uno se le vaya el santo (y/o la santa a los cielos), pues resulta difícil, casi imposible ser sublime sin interrupción, como quisiera Baudelaire, incluso sublime. Qué difícil. Y vaya pretensiones, las de uno. 
 En verdad, me gustaría asimismo anotar cada día, como quisiera Sartre -para eso son los diarios de bitácora o blogs- lo que acontece, lo que uno vive y siente, pero resulta tarea harto complicada. Bueno, ahora sí, me dispongo a contaros  mi viaje por el Atlas (término que me devuelve a la infancia y a aquellos mapas mundi que a uno lo estimularon para conocer otras tierras y culturas). Si es que nada es en vano, y todo -o casi-tiene su aquel y su por qué. 

Imlil y el Toubkal al fondo
La primera vez que visité el Atlas, me entusiasmó. De eso hace ya un  montón de años. Incluso la visión del Atlas nevado, desde la terraza del café de France de Marrakech, es magnífica, pero cuando uno se adentra en sus entrañas, aún resulta más fascinante. 

Aldea bereber en el valle de Imlil
Uno de los recorridos o excusiones que merecen la pena desde Marrakech o Marrakesh es el valle del Ourika (Urika) sobre el que ya conté algo, otro valle, que se me antoja también muy hermoso, es el valle de Imlil, con Asni (nombre que tal vez haga referencia a los muchos asnos que su famoso mercado, es broma) como primera parada casi obligatoria, es un decir. 

Aldea bereber mimetizada con el paisaje
En encanto del valle de Imlil reside, cómo no, en su paisaje, pero también en su paisanaje. Y al final la belleza está en la mirada y sentir del viajero, qué fuerte, lo que acabo de decir. ¿Hay una belleza objetiva? ¿O todo depende de los ojos y el alma con que se mire y se sientan las cosas, las gentes? Al final, uno habla de la feria, según le va en ella, si nos fiamos de refranes populares. Y lo que para uno resulta atractivo y hasta conmovedor, para otro (y otra) no tiene ningún interés. En realidad, no necesitaría hacer este tipo de reflexiones, pero me apetece, una vez más, entender o intentar entender el mundo en que vivo, entenderme a mí mismo como ser humano/animal.

Imlil
Si uno conoce algo Marruecos, y ha viajado en alguna ocasión a la ciudad de roja de la Kutubía (léanse las deliciosas voces del búlgaro Elías Canetti en Marrakech), resulta fácil, y por supuesto muy interesante, acercarse al valle de Imlil (aunque para mí, lo confieso, ésta haya sido mi primera visita a este valle a los pies del Toubkal, el pico más alto del Norte de África y uno de los más elevados del continente africano). 

 Mercado de Asni
Si viajas con otras personas, lo mejor es contratar un taxi colectivo.  Y si además te topas con un taxista amable, como fue el caso (qué grande, Mohamed), entonces la jugada viajera es perfecta, porque eso te permitirá viajar de un modo cómodo, y podrás parar donde quieras, para tomar fotos, hablar con el paisanaje, adentrarte en definitiva en el meollo del cogollo. Lo mismo, imagino, si te llevas o contratas in situ tu propio carro (bueno, no del todo, porque estarás sometido, más intensamente, al control policial). Pues eso, una vez que tengas a tu disposición el taxi, por lo general un Mercedes de otro tiempo, ya podrás comenzar a disfrutar del viaje por el valle de Imlil. A lo largo de la ruta te encontrarás, naturalmente, con vendedores de baratijas y artesanías, que intentarán que compres bueno, bonito y barato, aunque el punto de partida sea un precio tres o cuatro veces mayor (incluso más) que el que tú les pagarás finalmente. Bueno, ahí entra en juego tu habilidad para el regateo. Cuenta Canetti que el primer precio que se ofrece constituye un acertijo inextricable. "Nadie lo conoce de antemano, ni siquiera le tendero pues existen en cualquier caso numerosos precios... hay precios para pobres y precios para ricos", aclara el autor de Las voces de Marrakesh.
En Marruecos (como en casi todo el universo) es fundamental saber negociar si no quieres que te lleven al huerto o al catre.

Casa de Imlil y el Toubkal al fondo
A lo largo del camino, te encontrarás, además, con aldeas mimetizadas con el paisaje terroso, y un río (oued) que te conducirá hasta los pies del mismo Toubkal (4.167 metros). No hay más que seguir el curso del río. Incluso puedes toparte, a orillas de la carretera, con algún rapaz con su borrico que está esperando por el butano. 

Ceremonia del té en Imlil
Imlil es una aldea de alta montaña, situada a unos 1800 metros de altitud, a la que suelen ir escaladores y montañeros dispuestos a coronar este legendario pico, en cuya cordillera hay al menos otros tres picos que superan los 4000 metros de altitud. Lo mejor, tanto si uno quiere visitar el pueblo y sus alrededores, como si deseas treparte por el Toubkal (nombre por lo demás del mejor restaurante, realación calidad/precio de Marrakech) es hacer parada y fonda en el Auberge Dar Adouz, o quizá en algún otro sitio, a vuestra elección. Lahcen, el regente de este albergue, te ofrecerá camas y comida (excelentes tajines) a precios asequibles. Y te hará de guía de montaña, si ese es tu deseo. Conviene negociar, una vez más, no te vayas a levar alguna sorpresa de última hora. Al tipo se le ve listo como el hambre -habituado como está a tratar con guiris europeos (y europeas), y te habla español/castellano con gran soltura. Desde Imlil, en días despejados, se tinen vistas magníficas sobre el Toubkal. Merece la pena acercarse a esta aldea perdida en el mundo. Y dejarse fluir como un derviche. La felicidad al alcance de la mano. 

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