jueves, 13 de diciembre de 2012

Tienda de locos

Con el pase de Tienda de locos el próximo martes 18 en la Casa de las Culturas (qué lindo nombre, me hace recordar la Casa de las culturas del Mundo de Berlín, Haus der Kulturen der Welt) de Bembibre, despedimos el ciclo dedicado a los geniales Hermanos Marx, para dar paso, ya en enero de 2013, a un ciclo dedicado al Realismo cinematográfico español de Berlanga y Bardem.

Como anécdota, cabe decir que esta peli de los Marx, que no fue la última de su carrera, como se suele decir (posteriormente hicieron Una noche en Casablanca y Amor en conserva), se estrenó en España a comienzos de los 80.

Aunque Tienda de locos (en realidad The big store) no tuvo gran aceptación y acogida por parte del público de la época –estoy hablando de 1941-, probablemente porque los Hermanos Marx acaban repitiendo y repitiéndose con sus gags y sketches –algunos geniales, sin duda- se trata de una película que divierte y entretiene, sobre todo la última parte, que resulta explosiva, con una persecución deslumbrante –en la que vemos a los Marx sobre patines, bicis, toboganes, incluso a Groucho sobre un monociclo, como auténticos acróbatas circenses-, rodada como si fuera cine mudo, al estilo chapliniano (no en balde el director de esta peli, Charles Reisner, fue actor y aun asistente de dirección en algunas cintas de Charlot, como Vida de perro, o El Chico), con una elaborada planificación, y también con efectos especiales.

 “¿Puedo saber lo que es este hombre, detective, guardaespaldas o poeta?”, le pregunta Groover, el gánster de turno,  a la señora Martha Phelps (Margaret Dumont), la copropietaria de The big store, en presencia del señor Wolf J. Flywheel (Groucho), y este, ni corto ni perrezoso, responde: “Las tres cosas, y además soy muy tierno”.
         Si en Una tarde en el circo, Grocho era un águila o un lince, en esta es un lobo (wolf).

Pues sí, Tienda de locos nos sumerge en un caos y nos invita a reírnos con las camas que aparecen y desaparecen dentro de las paredes del gran almacecén, donde se desarrolla la acción, y esos diálogos absurdos que matienen Chico (en su habitual papel de italiano macarrilla) y Groucho (en su conocido rol de seductor de la viuda interpretada por la ingenua Dumont -Martha Phelps, copropietaria del gran almacén-, y en este caso como detective, guardaespaldas y aun poeta, capaz de recitar a Byron) con una familia italiana cargada de hijos (12 en total), puro surrealismo. Desternillante humor, algo fundamental en el cine, porque el llamado séptimo arte (que sólo lo es en ocasiones) se inventó para entretener, divertir y aun adoctrinar al pueblo llano, pues nace con vocación de espectáculo de masas, de barracón de feria, y eso no conviene olvidarlo, con lo cual esta comedia buslesca y musical cumple sobradamente su finalidad, aunque no sea una obra redonda como Una noche en la ópera.

Pasen y vean, porque Tienda de locos nos ofrece, por un lado, una sub-trama amorosa, con poca chicha (entre el cantante Tommy Rogers y su fotogénica novia Joan Sutton, quien en un nmomento determinado se queda con el rostro como paralizado mientras interpreta la nana, Rock a bye Baby) y, por otro lado, una disparatada trama "detectivesca-policial", con un ligero toque y aroma a cine negro (incluidos los gángsters, el detective y la femme fatale rubia), la amante del asesino que aspira a quedarse él solito con el gran almacén, después de intentar cargarse al músico y cantante Tommy Rogers (algo sosín en su interpretación), al que le corresponde la mitad del negocio, y el cual pretende vender su parte para construir un conservatorio, su auténtico ideal.
Breve pincelada de cine negro
A propósito del cine negro, también de 1941 es El halcón maltés, de Huston, una obra maestra y fundacional del género, interpretada por el mito Bogart y Mary Astor.
A modo de síntesis el cine negro es heredero del cine expresionista alemán, caracterizado por una iluminación tenebrosa, escenas nocturnas, sombras amenazantes, amabiente fatalista, reflejo de una sociedad corrupta. Y de 1941 es Ciudadano Kane, de Welles, una obra maestra con herencias estilísticas y estéticas notables del expresionismo alemán.
En este mismo año, Ford estrena la genial y oscarizada ¡Qué verde era mi valle! sobre la minería galesa.
Escenas inolvidables de Una tienda de locos

Ambientada en un gran almacén (de ahí su título original, The big store), la peli cuenta con escenas inolvidables, como las ya mencionadas, y aun otras: véase el improvisado despacho del detective Wolf J. Flywheel (Groucho), el número musical al piano que se montan a cuatro manos Harpo y Chico (la música como esencia de toda su obra), o el número de Groucho en el ascensor, y sobre todo el sueño fílmico de Harpo, vestido de época versallesca, tocando a la vez el arpa, el contrabajo y el violín (pues lo vemos reflejado en dos espejos). Una escena filmada con esmero y algún que otro efecto visual.

No os perdáis esta película.





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