Con Marcos y Juanjo
Pues sí, el pasado sábado, en Magaz de Abajo, resultó muy divertido. Y hasta sentí como si, de repente, me hubiera bajado a la plaza de Jemaa-el-Fna a recitar la fragua, La legendaria plaza, Jemaa o Djemaa o Xemaa, Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, de la ciudad de Marrakech, por la que siento tanta devoción, y en la que espero estar en breve, una vez más, acaso para presentar relatos del lado de acá y del lado de allá. Pero esto es aún una incógnita, que espero resolver en unos días.
Pues eso, que Magaz de Abajo, con sus gentes, y la grata compañía del escritor Juanjo González y el pedáneo Marcos, me embrujó. Allí se creó un ambiente amigable y cercano en torno al fuego sagrado de las palabras. Incluso se apagó la luz en un momento dado, lo cual hizo que aquello se tornara en un filandón, aunque nos faltara la lumbre con las brasas. Qué rico el brasero cuando atiza el frío y aprietan las heladas otoñales entrantes casi en invierno crudo. Cómo se agradece el calor humano, la temperatura afectiva adecuada para poder sentir ganas de charlar.
Hablamos de lo humano y lo divino. Y de viajes y de literatura de viajes, porque el viaje hace espabilar la imaginación y te pone en contacto directo con la realidad.
Te ayuda a quitarte la caspa regionalista, nacionalista, y a dejar de mirarte al ombligo. Te confronta con otros mundos, con otros paisajes y paisanajes, que en el fondo se parecen, aunque tengan sus propios matices y coloridos, porque nada de lo humano me es ajeno. Lo importante es mirar con nuevos ojos, con la inocencia de un niño o niña que descubriera la realidad por primera vez. Lo importante es sentir, sentirlo todo de todas las maneras, salir de la caverna para dar cuenta del ancho mundo, salir de uno mismo para alcanzar una nueva percepción, ser capaz de mirar más allá, traspasar el horizonte, atravesar los muros y fronteras, cruzar la sierra de Gistredo para atisbar nuevos mundos, viajar como ideal de libertad, nomadear en busca de experiencias, ser nómada, gaucho, arriero maragato, feriante berciano, tomar distancia de las cosas para poder verlas mejor, salir del útero para comunicarse con otros océanos de tiempo, abrirse a nuevas impresiones, emocionarse ante un nuevo mundo.
El viaje, ay, resulta insustituible. Una auténtica escuela de aprendizaje. Recuerdo con cariño aquel mi primer viaje a Viena, en busca del espíritu de Freud y la música clásica, esa Viena de Karl Kraus y los filósofos del lenguaje, entre otros ilustres pensadores, y saborear un café en el Sacher, que me supo a gloria bendita. Esa Viena cinematográfica de El tercer hombre. Esa monumental ciudad a orillas del Danubio en la que me topara con una manada de turistas españoles que se habían ido a la capital austriaca de compras y a tomar vinos en Grinzing, una manera como cualquier otra de matar o saborear el tiempo. A vuestra elección.
Conviene recordar que la literatura de viajes acaba siendo la madre de la literatura, en el sentido de que los primeros viajeros (y viajeras, véase nuestra monja Egeria) nos aproximaron y aproximan el mundo a través de sus andanzas. Qué maravilla las crónicas de Indias, por ejemplo de Bernal Díaz del Castillo, o los viajes de Marco Polo, o algunos relatos de la Mil y una moches, incluso el Quijote, que es una brillante novela de aventuras, o bien todas esas novelas de viajes (Viaje al centro de la tierra, Viaje al mundo en 80 días...) que tan bien nos mostrara Julio Verne o Stevenson con su Isla del tesoro, entre otros viajes a lomos de la burra Modestine por Francia. Y qué decir de aquellas joyas literarias que en mi infancia devoraba con placer, aquellas historias de emigrantes por el mundo adelante: Europa, América, que me contaban incluso mis padres, quienes también hicieron sus pinitos. Aquel viaje en barco a Brasil, durante casi un mes, que hizo mi padre en los 50, en busca de una tierra próspera. Entonces, América enganchaba mucho, y creo que sigue enganchando.
O aquellos descubrimientos, ya entrado en edad, de magníficos libros de viajes como En el Camino, de Kerouac, a través de la legendaria ruta 66 de los Estados Unidos, y aun otros más cercanos como Donde Las Hurdes se llaman Cabrera (un recorrido a pie por esta comarca leonesa), El río del olvido (a orillas del Curueño) y Tras-os-Montes (un viaje por la vecina región portuguesa), o Campos de Níjar (por la Almería profunda de los 60) y Aproximaciones a Gaudí en Capadocia (donde aparece El Cairo, Estambul, el valle del Ourika...), o bien esos viajes literarios que nuestro cuate Carrera realizara por el Bierzo en compañía del gaucho Anxo cabada: Viaje del Vierzo o Viaje interior por la provincia del Bierzo, el último hace relativamente poco.
Me apasiona el viaje y luego intentar plasmarlo sobre el papel. Me encanta leer a quienes escriben sobre viajes. Cada cual tiene sus manías. Qué se le va a hacer.
Pues sí, queridos amigos y amigas, me gustó estar en Magaz de Ababjo, en buena compañía, hablando de lo que a uno le gusta, y escuchando a la gente. Gracias Juanjo, gracias Marcos, y gracias a todos y todas por ser y estar.
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