martes, 13 de noviembre de 2012

Febrero de 1999


Febrero de 1999. Luce un cielo muy hermoso y azul. Dan ganas de zampárselo. No estaría nada mal como postre. Suena música magrebí en Radio 3. 

Juan Goytisolo me estimuló con sus Aproximaciones de Gaudí en Capadocia. El mundo árabe resulta estimulante. Cheb Nadir es un gran músico. Cheb Mami también lo es. La vida sin música no tendría sabor. No concibo la vida sin entregarme a las emociones que procuran los sonidos excelsos. A veces he llorado escuchando música. He llorado de alegría. Con Michael Nyman, con Glass, con tantas músicas. Los pelitos se me erizan y mis ánimos se elevan por todo lo alto. Entonces, el mundo me parece bonito y  me siento como flotando en un paraíso malvarrosa, dulce, placentero. 

Es probable que la música sea el arte más noble y universal que existe. A través de la música se puede reinventar el mundo, recrear otros cosmos. Platón se dio cuenta de que a través de la música se puede educar a la población. Y entrar en trance como un derviche. Por ejemplo a ritmo del grupo marroquí Nas al Ghiuán....

Se está acabando el mes. No tengo muchas ganas de escribir. Me siento como en otro mundo.  Hoy puedo permitirme el lujo de plagiar y hasta de columpiarme en el circo de los delirios. Si uno vive en la mediocridad, el ánimo se tuerce y las neuronas comienzan a patinar en la nieve de las decadencias. La literatura es memoria, asegura Ray Loriga. Su novela Tokyo ya no nos quiere va contra la memoria, porque eliminar el recuerdo es lo que te da la posibilidad de ser libre. Desprenderse del pasado es la mejor terapia para abrazar el futuro, abrirse al amplio cosmos. Vivir de recuerdos acaba esclavizando y sumiendo en la nostalgia más asesina, esto lo dice este menda. 

Vivir anclado en el pasado sólo invita a regodearse en la muerte. Es como sentarse a la puerta de casa y esperar a que llegue La Parca, guadaña en mano, a que te rebane el pescuezo. En el  Ato Bierzo es típica la imagen del señorín o señorina contemplando la nada, sentados a la sombra del corredor de la casa, o al fresco de un arbolín en tardes de siesta y sopor, esperando que se aparezca un ángel o una divinidad que te resuelva la vida de una vez para siempre, esperando que la muerte aparezca. 

Prefiero ir en busca de la muerte, que ésta me agarre por sorpresa, que me pille viajando, recorriendo el ancho mundo. Como un personaje que tuviera cita con la muerte y por no charlar con ella se hiciera el desentendido y no acudiera al rendez-vous. Como quien se aleja del peligro viajando a otro espacio, y quizá a otro tiempo. 

Siempre supe que en abandonando México, nada malo me podría suceder. Una vez en el avión todo sería vida y dulzura. Qué ingenuidad y autoengaño. París me esperaba con los brazos abiertos en Charles de Gaulle. México quedaba atrás. La muerte había dejado de perseguirme. 

El sentimiento de angustia y agonía se aplacan cuando uno toma otro rumbo, atraviesa el charco, y se adhiere a una luz matutina, intensa, poderosa, capaz de inflamar tu corazón, y hacer que el mundo se transforme en una caricia tierna, protectora, que te tiende una mano y te invita a entrar en un sueño dulce, fluido, encarnado. Entonces, el horizonte se torna color rosa, poéticamente esperanzador. 

Desde el avión la noche se va tornado día allá en el continente europeo, la noche luce surreal y colorida, hay rosas y amarillos que tintan el oscuro rostro del espacio. 

Tokyo ya no nos quiere es un libro de viajes, escrito en el curso de un viaje en el que el ordenador ha funcionado como una Polaroid que registraba los sonidos, olores y vivencias que impregnan las ciudades  o lugares  recorridos: Arizona, Tokyo, Berlín, Madrid... 

Me encanta escribir sobre lo que veo, toco, huelo, recorro con la punta de mis pies y mi sensorio. Marruecos fue para mí un oasis de inspiración y deseo, pasión y estímulos a prueba de bomba. La mejor literatura acaso brota de las impresiones. Uno sólo tiene que dejarse acariciar por los estímulos del ambiente. No hay nada mejor  que dejarse envolver por el entorno.

Son los libros de viajes los que más me encandilan. El pasado es más un lastre que un tesoro. Ray Loriga es de los que se apuntan al consumo de drogas con el fin de tener una percepción más amplia de la realidad. Las drogas como posibilidad y construcción literaria también las encontramos en Thomas de Quincey, Baudelaire, Poe, Bukowski, Genet, Rimbaud... y el propio Jim Morrison, compositor surrealista enterrado en Père-Lachaise. 

La literatura es viaje, escribe Julio Llamazares. 
Antonio Colinas, en cambio, dice que la clave de escribir está en la memoria infantil, porque la infancia es el espacio de las primeras contemplaciones, y de ahí nace casi todo.

Se acaba febrerito el corto. Es infame el paso acelerado del tiempo. El tiempo es oro y muerte a la vez. El tiempo borra y estigmatiza los recuerdos, rompe y rasga las entrañas poco a poco, sin que uno se de cuenta. 

Ayer estuve de copeteo por el Bellas Artes, el Cocodrilo y luego el Cotton Blues. 

Salir de copas es una forma como cualquier otra de asesinar el tiempo. Salir de cervezas es como ir en busca de una mirada que te saque de tu sitio, estar expuesto a que te pisoteen y te bailen el meneito, rozando tus cuerdas en el arcorde atolondrado de los contratiempos. Aún no me ha afectado el tremens delirium, eso creo. Y mi estado confusional/confesional aún sabe conducir sus desorientaciones por el desván de las intimidades. A ritmo de blues soy capaz de entretejer  segundos de éxtasis. 

Escribir es como salirse por peteneras en el reino absurdo del lenguaje. Componer oraciones es como surcar el campo fértil de la sintaxis aderezada con orégano y tomillo. Los petirrojos, ni siquiera los pardales,  aún no han anidado en mis cavernas. Ayer encontré a Ángela. Esa rubiecita cubista que sonríe como una paloma abatida, circunspecta. Una chavala delgada y con un rostro entre simpático y ácido, una mezcla explosiva. Ángela invita a mirarla desde una perspectiva pictórica de ángulos y cuadrángulos, en la penumbra de un bodegón expresionista. Me está entrando modorra, y parece que no me fluyera el lenguaje. Tengo sueño y hambre de estímulos, qué contradictorio. Quiero bucear en los mares tangenciales del surrealismo, componiendo odas al tiempo y a la muerte, obsesionado por el discurrir vital. 

Vivir no es fácil pero morir debe ser más jodido, aunque cuando la muerte llegue yo ya no estaré para verle la jeta de marrana que debe ponérsele en horas fatídicas... qué cínico. La muerte no tiene rostro, el rostro lo pone el muerto o la muerta. La muerte no está fuera, no está en ningún lugar. O sí. Está en cada vivo y en cada viva.

Hay muertos vivos y vivos muertos. Al final, todos calvos. Qué chistoso.  La muerte mora en el interior del individuo. Vida y muerte son lesbianas, como en la canción de Javier Corcobado. Todos a la bi y a la ba, porrompompero... Es la hora de la comida y me siento desfallecido. Anoto cualquier ocurrencia por si algún día tuviera que echar mano de ella. Vaya ridiculez.  Para que quede constancia.  

Soy un asqueroso existencialista. Sartre y Camus no eran nada asquerosos. Me parece. Aunque dispongo de todas las horas del día, ningún trabajo esclavizante me chinga. La verdad es que no encuentro tiempo suficiente para leer todo lo que quisiera, ni escribir todo lo que deseara, ni siquiera encuentro tiempo para preparar la maldita oposición y vivir con intensidad  cada momento. Es el eterno problema de no encontrar tiempo suficiente. Siempre el tiempo. La sangre. 

Hay que dormir, descansar, pensar en las musarañas, hablar con la humanidad, tocar el arpa y el saxofón en ratos perdidos... Hay tantas cosas que hacer que nunca hay tiempo para nada. Mientras, la vida se consume en menos que un gamusino se echa a la cazuela a una camada de roedoras. 

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