Se habla a menudo de comida basura, televisión basura, música basura, cine basura, trabajo basura, y aun de otras muchas basuras, mas la verdadera basura es la sociedad, construida sobre el artificio y la falsedad. Principiemos por llamarles a las cosas por su nombre. Basta ya de falsas conciencias y/o autoengaños baratos. Admitamos que algo está fallando en nuestro sistema social: antropófago y comemierda, que diría un cubano, harto de horadar en los bajos fondos. Y si un rapaz se pasa las horas muertas chupando telebasura será porque éste se ha convertido o se está convirtiendo en un telebasurero. Y si este mismo rapaz, u otro, tararea las canciones de un tal Bisbal: ave María serás mía... o del vecino de enfrente, etc., o se confiesa adicto a programas televisivos en los tienen por costumbre encerrar a los cabestros para que un país entontecido vea cómo le arrean coces, será porque este chaval responde a unas pautas de comportamiento bien reconocibles. Y si una rapacina se pasa el santo día dándole candela al movilín para soltar gilipolleces: dime-sabes-o sea-no-superguay, en vez de instruirse leyendo a Jean Genet, a Ortega y Gasset y su España invertebrada, o Las amistades peligrosas de Laclos, por poner algunos ejemplos, nomás, será porque se está volviendo apijotada perdida. El apijotamiento forma parte del juego diabólico en el que nos tienen sumidos quienes aspiran a convertirnos en máquinas productivas. Véase o léase El Anti-Edipo (capitalismo y esquizofrenia) de Deleuze y Guattari.
La causa de este desastre social no sólo está en los medios de comunicación de masas, sino también en la escuela, en los papis, en la familia, en esa familia desestructurada, a veces célula del terror, con buenas dosis de neurosis incluso de psicosis, incapaz de educar a la prole en sana libertad, con la correspondiente ética amatoria, solidaria, comprometida en cuerpo-alma con la sociedad de su tiempo. Se educa a los chavalines para que se conviertan en monstruitos: seres egoístas, egocéntricos, individualistas, robots de un engranaje perverso. Miedo nos da lo que puede llegar a ser la sociedad que se nos viene encima, que ya nos está royendo las pelotas. Cada día nos parecemos más a los gringos, que están atolondrados a resultas de la manipulación y el lavado de coco que sufren. Son los gringos, en su conjunto, rebaño conducido por las veredas de la violencia y la muerte. Copiamos lo peor de esta sociedad imperial que va camino de la autodestrucción. Se globaliza la estupidez y la miseria. Se neutraliza el saber, se apaga la luz, se anula la filosofía en aras de una tecnología esclavizante, se va a los números y la cosificación. Todo se vuelve grotesco y grosero, asquerosamente materialista. Nos toman por el pito de un sereno. Tomadura de pelo al canto. Canto en toda la desdentadura. Monigotes al servicio de cuatro o cinco tarados de las finanzas. Y al final no copiamos, como modelo, lo que de bueno puedan tener los yanquis, los vaqueros de la posmodernidad, que algo tienen y tendrán. El berciano, como ser globalizado, que lo es, también comienza a perder sus buenas costumbres. Y se engancha, como apabullado por la transmodernidad, a la comida de la hamburguesa rápida, las patatas fritas congeladas y el perrito caliente. Nada de aderezos bercianos, ni siquiera berzas de la tiera en el caldo.
Nuestra sociedad española, cuyo hedor impregna nuestros trajes corporales, se ha ido transformando con el paso de los años en una sociedad sobrecargada, incluso de gordura y colesterol malsanos. Como la yanki. Como todas aquellas sociedades hipercapitalizadas, consumistas y abotargadas. España ya no parece ser aquella reservada espiritual de Europa de la que nos hablara el fachoso y cruel Generalísimo. Nuestro país, entonces, tampoco era un valle de rosas rojas cuyo aroma nos embriagara de sensibilidad y exquisitez artísticas.
Nuestra sociedad, desde hace tiempo, es como un gran vertedero en el que los carroñeros rastrearan en busca de las quintas esencias. Fragancias que a uno le quitan el sueño. O lo que se tercie. Resulta tal vez atrevido decir que nuestra sociedad es una basura, habida cuenta de que uno también forma parte de la misma. Que cada cual sostenga su cirio. Y se responsabilice, cómo no, de sus basuras. A este ritmo frenético acabaremos “enmierdando” incluso nuestros paraísos perdidos. Es probable que en algún momento de la historia, el Bierzo fuera, a pesar de que no todo el monte es genciana y gistra, un semiparaíso oculto en el noroeste español. Convendría, asimismo, que cada uno indagara en su subconsciente y se enfrentara a sus miserias. Un psicoanálisis a tiempo nos vendría muy bien a todos. Ni que decir tiene que siempre habrá quienes no sean basuras humanas, mas la mierda nos inunda por doquier, y no es fácil alejarse de ésta.
El hombre-mujer no es bueno por naturaleza, como quisiera Rousseau, y la sociedad siempre estará ahí para malearlo. O te maleas o te dan por todos los entresijos del alma. En el fondo, somos partícipes de esta descomunal farsa en la que convivimos moros y cristianos, inmigrantes y oriundos, pijos y macarras, rateros y estafados... Da la impresión de que la sociedad española, a lo largo de estos últimos años, se hubiera entontecido más que nunca, a resultas de la mierda que nos han arrojado a la cara, que nos hemos echado, que por lo demás digerimos con gusto. Somos unos cropófagos y caníbales de la hostia bendita. No dejamos títere con cabeza. Tragamos toneladas de basura como si estuviéramos hambrientos. En los últimos años hemos sido testigos y cómplices de la construcción de una sociedad basura, cuyas esencias nos embelesan de puro placer. Una sociedad alimentada por el derroche y la pérdida de valores espirituales. Hay mucho vacío y pijería. Hemos pasado del subdesarrollo al despilfarro más estúpido. Y así nos luce la pelambrera. ¿Quién apuesta hoy por la humildad, el altruismo, el afecto, la amistad y la inteligencia sana? No se extraña uno que, ante tal panorama, los políticos no sean más que un reflejo de nuestra sociedad.
Me ha encantado el artículo, y está lleno de razón.
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