viernes, 31 de diciembre de 2010

Del bakalao al gato, el ratón, el Facebook y el Twitter

            Estamos pasando, casi sin darnos cuenta, de la generación del “bakalao” al pil-pil por rutas colocadas y anfetamínicas, pastilleras y apijotadas, a la generación del gato y el ratón, el Facebook y el Twitter, que enganchan tanto o más que el crack, la cocaína o las raciones de soma que propone Huxley en Un mundo feliz, lo cual que resulta harto divertido y camelador. Todos enganchados a lo que se tercie, lo que supone tal vez un gran salto cualitativo en la escala evolutiva/involutiva. Monos elevados a los cielos malvarrosa de los chateos. Qué chachi. Hemos pasado de zamparnos un pescaíto con ojos de besugo flipado, y olor a caca de mono diarréico, a sobarle la patata a dos animalitos míticos: el gato, que sigue siendo guardián de ilusiones y esperanzas nuestras, y el ratón, que aspira a ser un humano más entre la especie, la tribu, el clan, sobre todo desde que Walt Disney (cuyo origen se dice almeriense) le pusiera nombre de gato, o sea, Mickey, y lo dibujara cual un antropomorfo, que quede en mestizo.
            Ahora lo que se lleva, la moda, lo que impera en el reino de nuestros cielos “post” (entiéndase post como correo y a la vez prefijo de modernismos) es el juego del gato y el ratón. ¿Vamos a jugar un ratito al gato y al ratón? Vale. Pues juguemos. Entonces mueves el “mouse”, que dicen los ingleses, y te metes de lleno en el ordenata a “chatear”, que es palabro de reciente creación y viene a significar que te colegueas con colegas a los que, en principio, no conocías, amiguísimos todos y todas,  y con los que aspiras a formalizar relación. Vaya relación. El chateo, dicho sea de corrido y a la buena fe,  nos hace recordar, inevitablemente, el vaseo. ¿Vamos a echar un vaixín a la bodeguina de El Lobo, que ya hace un siglo que no la pisamos? Vamos. Uno chatea como quien se toma un vinito en la tasca de enfrente o en la pulquería de al lado.
            El personal habla del “chat”, esto es del gato en su versión francesa, y de ratones o “mouses” como queriendo darnos a entender que estamos viviendo el gran movidón/subidón/colocón de internet/intranet.  com.es.net.

Ahora lo que mola cantidad ya no es ir a ligar a una disco, a la discoteque del pueblo, como antaño, como cuando te arrimabas (arímate pallá), y aun te apretujabas a la gachí o gachó de turno, mientras bailabas con ella o con él un “agarrao”, un lento de los de entonces, sino que en estos tiempos de gloria cibernética uno se enrolla por correo electrónico, enviando mensajitos o “emilines” a los amiguetes/amiguetas o al que se ponga por bandera.

Ahora el paisanaje busca rollete, relación nomás, a través del Twitter y el Facebook... Todo Cristo quiere su hueco en estos espacios siderales... Los cibernautas -o transmodernos seres del futuro inmediato o el presente andante- son adictos al amor acristalado, a la  amistad apantallada, al sexo frío, tras la cámara ordenadora, y aun tras el cristal ahumado, como en un peep show de otrora. Los chateadores se meten en los cibercafés o mismamente en el cuarto oscuro de las ratas ensoñadoras y las palomas mensajeras, y allí que se pasan las horas de a muertito. 
Vivimos una nueva época de pulpos virtuales, entre los que sobresale un octopus adivinador y futbolero.

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