viernes, 5 de noviembre de 2010

Tras-os-Montes, un reino maravilloso

Desde el Bierzo a Trás-os-Montes

Torga, Llamazares y Saramago como guías entre dos tierras mágicas con fronteras difusas

(Diario de León, 02/01/2011)

 http://www.diariodeleon.es/noticias/revista/desde-bierzo-a-tras-os-montes_574958.html

Dice Torga de Trás-os-Montes que es un reino maravilloso... y añade: "porque siempre ha habido y habrá reinos maravillosos en este mundo". Por fortuna, para nosotros los mortales y rosa, mortales encendidos (arroxados) como la lumbre ancestral, que alimenta magostos y espanta meigallos, que aunque no seamos reyes ni fijosdalgo, andamos siempre buscando emociones que nos eleven hasta alcanzar algún firmamento.

"Lo que hace falta, para verlos -se refiere el maestro Torga a los reinos maravillosos-, es que nuestros ojos no hayan perdido la virginidad original ante la realidad y que nuestro corazón, después, no vacile". Mirar como si fuera la primera vez, con la inocencia salvaje de un infante que acabara de descubrir el mundo, como esos ángeles que sobrevuelan Berlín en su Cielo, o esa mirada, también cinematográfica, tras las que se esconde Erice en El espíritu de la colmena, El Sur o El sol del membrillo.

Sí, un reino mágico, Trás-os-Montes (qué lindo y evocador término). Trasmontes y Trasmundo (emparentados, hermanados bajo la mirada infantil que siente el latido del mundo cerca, más allá, al otro lado de la montaña, donde se refugian los desheredados, los apátridas, los que atraviesan la raya, quienes aspirar a saborear el color azul y mate de los bosques milenarios, donde habitan los urogallos y rugen los osos).

Con el Trás-os-Montes (de Llamazares) bajo el brazo, muchas ganas y una mirada asombrada, viajo a esta tierra, en busca del alma de Torga. El viajero -que diría el Nobel Saramago, y luego Julio Llamazares-, no sólo se nutre de lecturas, sino de la propia tierra, del paisaje, que es memoria, y toda esa belleza que procuran los reinos fascinantes.

Montañas de La Cabrera

La Cabrera
El viaje parte de la capital berciana, discurre por Donde Las Hurdes (leonesas) se llaman Cabrera, tierra olvidada y perdida entre montañas, sobre todo la Baja (aunque resulte paradójico), y prosigue rumbo a las sanabrias zamoranas. El encanto, en esta ocasión, reside en atravesar un territorio casi infranqueable, por una carretera que parece trepar a los cielos, abismos de pasión, y de vez en cuando se alumbran, como un espejismo en medio de la desolación, algunas aldeas del Atlas, con cierto toque bereber (¿será la imaginación del viajero, que cree ver lobos donde sólo hay matojos?).

Puente de Truchas
A partir del pueblo de Truchas, el relieve se suaviza y se amorosa (esa es al menos la impresión del viajero, que en ocasiones recuerda lo que le conviene, porque la realidad es como uno la recuerda) hasta alcanzar un mirador, realmente espectacular (creo que se trata del alto de Escuredo) a partir del cual comienza un descenso vertiginoso y estimulante, ya en espaciosa tierra zamorana. La Puebla de Sanabria está próxima, y el viajero intuye, en el horizonte, una gran mancha, que podría ser el lago, cuya sola imagen (incluso irreal) lo colma de satisfacción.

La necesidad de estirar las piernas y de alimentar el cuerpo invita al viajero a hacer un alto en el camino. Una cervecita (sin aceitunas) como aperitivo en un bar algo cutre, situado en un pueblo desangelado, que ahora no logro recordar. Y luego, al aire libre y fresco de la provincia zamorana, un bocata de jamón, un trozo de empanada (ah, y unas nueces, apañadas, ex profeso, en el reino mágico del Bierzo).


Lago de Sanabria
Vista de La Puebla de Sanabria desde su castillo

Castillo de La Puebla de Sanabria

El lago de Sanabria despierta la fantasía del viajero y lo devuelve, por instantes, a Inverness, la capital de las Highlands escocesas. Este, como el resto de lagos existentes, entre otros muchos, el lago de Carucedo (en el Bierzo) o el lago Ness (en Escocia) cuenta también con su propia leyenda. Sorprende tanto verdor, como si se estuviera comiendo “el resto del arco iris”, en una tierra que, a priori y bajo una mirada colonizada, se puede antojar dorada, pajiza. Dan como ganas de echarse una siesta a orillas del lago, pero el tiempo apremia, y La Puebla amerita, tal vez, una visita. Empedrada y monumental, con su castillo-mirador, y sus vistas de ensueño, invita al viajero, una vez más, a ser recorrida palmo a palmo. La tarde comienza a echarse encima, pero en Portugal es una hora menos que en España, y eso resulta una bendición para el viajero, que ansía llegar a Bragança con la luz del día, mejor dicho de la tarde. Y aunque no separan muchos kilómetros -La Puebla de Bragança-, la carretera acaba por hacerse algo pesada. Acaso sean las ganas del viajero por arribar a Portugal, ese vecino y hermano, que en tantas cosas nos da mil vueltas, como el hecho de que los portugueses sean menos altaneros que nosotros los españolitos, y encima ellos hablen más y mejor, no sólo nuestra lengua, sino otras muchas, con una soltura ciertamente envidiable, que hace repensar todo nuestro sistema lingüístico de enseñanza.

Pero esto daría para mucha tela que cortar, y ahora el viajero sólo piensa en cruzar la raya y adentrarse en Tras-os-Montes.

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