martes, 15 de junio de 2010

Instantes

Incluso con cuarenta y pocos años a cuestas comienzas a entender que la vida es demasiado corta y terrorífica, sobre todo para algunos. Entonces te entra la náusea y vomitas tus ilusiones en el lavabo. Por momentos el auto-engaño deja de funcionar y crees pensar con cierta claridad. 

Por mucho que intentes vivir, siempre te sentirás sometido al yugo existencial, al paso inexorable del tiempo, ese tiempo que aparece como un tanque de guerra en nuestros diarios y delirios más coherentes, un tiempo verde y precioso que se nos escurre entre los dedos del alma. 

El alma también tiene dedos y es capaz de tocar el piano del tiempo con aceleración cardíaca, a ritmo de infarto. Cada instante es único, irrepetible, aunque nuestra vida sea a menudo extremadamente rutinaria. “Yo no tengo próxima vez -escribe Bioy Casares en La invención de Morel-, cada momento es único, distinto, y muchos se pierden en descuidos”.

 Cuántos momentos perdemos en nuestra vida. 
Uno nunca o casi nunca vive la vida que soñaba en la más tierna infancia, cuando creías en los héroes y las hadas madrinas, cuando aún creías que algún día llegarías a volar como los pajaritos. Los ideales, desafortunadamente, se van desvaneciendo con el paso del tiempo. Entonces, no nos queda más remedio que aceptar nuestra condición de mortales. Tenemos que aceptar que somos seres limitados, vulnerables.

Hay un poema de Jorge Luis Borges (o atribuido a él, porque se dice que la autoría real le corresponde a otra persona) que me sigue poniendo los pelos de punta. Es un poema que a uno le hubiera gustado escribir. Lleva por título “Instantes”, como el texto que ahora intento escribir. Es un poema muy conocido, que hasta se llegó a utilizar en algún anuncio televisivo. El poema dice así: 

Si pudiera vivir nuevamente mi vida, 
en la próxima trataría de cometer más errores. 
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más. 
Sería más tonto de lo que he sido, 
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. 
Sería menos higiénico. 
Correría más riesgos, 
haría más viajes, 
contemplaría más atardeceres, 
subiría más montañas, nadaría más ríos. 
Iría a más lugares adonde nunca he ido, 
comería más helados y menos habas, 
tendría más problemas reales y menos imaginarios. 

Yo fui una de esas personas que vivió sensata 
y prolíficamente cada minuto de su vida; 
claro que tuve momentos de alegría. 
Pero si pudiera volver atrás trataría 
de tener solamente buenos momentos. 

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, 
sólo de momentos; no te pierdas el ahora. 

Yo era uno de esos que nunca 
iban a ninguna parte sin un termómetro, 
una bolsa de agua caliente, 
un paraguas y un paracaídas; 
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano. 

Si pudiera volver a vivir 
comenzaría a andar descalzo a principios 
de la primavera 
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño. 
Daría más vueltas en calesita, 
contemplaría más amaneceres, 
y jugaría con más niños, 
si tuviera otra vez vida por delante. 

Pero ya ven, tengo 85 años... 
y sé que me estoy muriendo.

A decir verdad conviene no tomarse demasiado en serio esta vida, que con frecuencia se vuelve absurda y dramática. Como la guerra y el horror que en cierto modo todos hemos sufrido, estamos sufriendo, porque nunca la paz reinará en este mundo de caníbales y reyes, psicópatas y endiosados. 
Es primavera avanzada, casi verano, y me estoy muriendo de ganas por viajar, volar, tal vez a algún lugar lírico.

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