jueves, 25 de febrero de 2010

El verdadero Carnaval

Vaya aquí esta Tribuna, que tuve a bien escribir para el diario El Mundo, durante mi corta temporada como colaborador del mismo, aunque ésta nunca se publicó, y ahora aparece con algunos añadidos y correcciones.

Aunque la Cuaresma se nos echó literalmente encima, en el Bierzo seguimos pegándonos atracones de botillo, ay, nuestra seña de identidad gastronómica, y luciendo Carnaval pimentero y picantón. Que todo sea por la fiesta y por llenar la andorga, que mientras haya pan y circo, todo se andará. Y que continúe el sainete, que tan bien nos caracteriza, que para eso vivimos en el teatro del mundo o la representación de la pasión, en el que cada cual interpreta el papel que nos dejan los directores de escena, los tiburones, los mandamases.


En el Bierzo Alto el Carnaval proseguirá, al menos hasta finales de este mes de febrerito, como en Noceda, y hasta podría tener cabida bien entrado el mes de marzo marceador en su desfloramiento primaveral. Como el pasado año. Bueno, no estoy seguro de esto. Y llegará la Semana Santa, con sus vistosas procesiones de los pasos y sus papones “tamborreadores”, y seguiremos “embotillándonos” y vistiendo disfraz. 


Que a los españolitos nos encanta mostrar máscara cual buenos hidalgos y “fijosdalgo”. Que lo importante, por lo que se ve, son las apariencias antes que las esencias, porque quien no sale en televisión es que no existe, como nos ha dicho el maestro Gustavo Bueno en su libro, Televisión: Apariencia y Verdad.

No nos engañemos, aunque hagamos la vista gorda. Pues el verdadero carnaval no es el que intentan clavarnos aquí y allá, ni siquiera el de Río de Janeiro, con sus sambas y ritmos explosivos, capaces de hacer saltar por los aires cualquier norma o reglamento convencionales y bien establecidos, sino aquel en que se invirtieran los roles, ahora te toca a ti ir “pallá” y a mí “pacá”, al menos de vez en cuando, como ocurrió en el País Vasco y en terra galega con sus políticos, porque no resulta estimulante cargar siempre con la misma figura, sobre todo si ésta desentona y uno además está en las bajas escalas de la sociedad, comiendo o malcomiendo el pan que el diablo amasa, con sus uñas negras de voracidad. 

El verdadero carnaval debería apuntar a la verdadera igualdad de los seres humanos. Nada nuevo bajo la capa de las estrellas de nuestra Vía Láctea, que procura leche casi siempre a los mismos, porque los otros siempre se verán como enemigos. De ahí el miedo al otro, el pánico a ponerse en el lugar del otro, la xenofobia, el clasismo, la desigualdad, el miedo a la libertad, en definitiva. Convendría volver a releer la monumental obra de Erich Frömm para entender tantas y tantas cosas que nos están ocurriendo. Libertad, igualdad y fraternidad son hermosas y líricas palabras que se proclamaron en la Revolución francesa, la revolución que nunca tuvimos en nuestro país, mas siguen formando parte de la utopía. Lo único que podría quedarnos, como nos diría el poeta José Luis Puerto, sería la fraternidad, y ni siquiera, porque somos unos fratricidas, esto lo digo yo mismo, de mi puño y letra, unos canibalines, caníbales y reyes, como la obra de Marvin Harris (no dejéis de leer a este magistral antropólogo americano, que al menos en una ocasión estuvo en Oviedo, invitado por el filósofo Bueno). 

La libertad guiando al pueblo es un cuadro de Delacroix, por el que siento fascinación, y en el que vemos a una mujer, despechada, sensual y atrevida, portando la bandera tricolor en la mano derecha y en la izquierda un fusil, mientras parece caminar sobre algunos moribundos. 

Como dice Orwell en Rebelión en la granja, todos somos iguales pero unos más que otros. He aquí el meollo del cogollo de la berza. La igualdad, por lo que sea, siempre será desigual. O eso parece. Y a pesar de los intentos para que todos seamos iguales, la realidad lo desmiente, y el mundo en que vivimos está hecho un asquito porque los humanos, demasiado animales, por cierto, nos empeñamos en que cada cual salve su pellejo, aunque sea a costa de la sangre del otro. Y las mujeres siguen esclavizadas, en tantas sociedades y culturas o inculturas, al servicio de los hombres, como ocurre en todos los países islámicos, y otros, donde impera la ley del hombre por encima de todo, menos de Alá, que todo lo puede y lo sabe. ¿Y si Alá fuera una Diosa? ¿Qué ocurriría? Y si existiera de veras la fraternidad, ¿habríamos sufrido una Guerra Incivil y seguiríamos odiando o menospreciando al vecino, al hermano, al del pueblo de al lado? Tantas preguntas que ameritan respuestas varias. 

Mientras tanto, celebremos, por adelantado, el Día Internacional de la Mujer, de la mujer luchadora, como esa que vemos y sentimos guiando al pueblo. O aquella bisabuela, Vicenta, que nunca conocí, pero que se ha quedado grabada en la retina de la memoria, de tanto que me ha hablado de ella mi madre, o sea, su nieta. Y dejémonos de tanta “antrojada” y “zarramacada”.

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