martes, 12 de enero de 2010

el cineasta Eric Rohmer


Uno de los más grandes del cine francés, el director Rohmer, se nos ha muerto. Qué pena. 
Eric Rohmer pertenecía a lo que se dio en llamar La Nouvelle Vague, la Nueva Ola francesa, que revolucionó el cine a finales de los cincuenta, aunque no tanto si tenemos en cuenta sus precedentes en el cine documental de Jean Vigo o el Neorrealismo italiano, entre otros.
Una Nueva Ola en la que también estuvieron, entre otros, Truffaut, Chabrol, Godard, Rivette o Resnais como máximos representantes.

Hace tiempo que seguía con entusiasmo sus películas. Por fortuna, tuve la ocasión de ver gran parte de su cine en Francia, y en versión original, que es como se deberían ver todas las películas. 
Lamento desconocer sus pelis de estos últimos tiempos, habida cuenta de que en España no llega el cine de culto francés, sólo el cine comercial.
El cine de Rohmer no es espectacular, como esos productos o subproductos de dudosa factura cultural que nos meten por los ojos en estos tiempos faltos de ética y en los que predomina, antes que nada, la debilidad de pensamiento y la basura de espíritu. 
El nuevo cine hollywoodiense, y aun otros cines occidentales, nos enseñan a mirar la realidad con ojos emponzoñados. Estamos envenenados de tanta infamia como nos inyectan en las venas catódicas, celulares, celuloides, digitales...

El cine de Rohmer nada tiene que ver con el cine espectáculo, con el cine comercial, ni puta falta que nos hace. 
En nuestro país, tenemos a un cineasta, leonés para más señas, con aires rohmerianos, es Felipe Vega. Véase sobre todo sus Nubes de verano.
El cine de Rohmer es intimista, basado en unos personajes bien diseñados y unos diálogos sutiles e inteligentes. Uno puede llegar a identificarse con facilidad con estos personajes. A menudo vemos personajes atormentados, con muchas dudas existenciales, en los que aflora la falsa conciencia o auto-engaño. 
En las películas de Rohmer se pueden ver dos espacios superpuestos: un espacio objetivo, que es el que nos describe la cámara, y uno puramente subjetivo, que es el que construye de un modo imaginario el protagonista o protagonistas de la historia.

El protagonista suele sufrir de hipertrofia y por consiguiente de falsa conciencia. 
Rohmer, como buen psicólogo, es capaz de indagar en el fondo del alma y descubrir que los humanos somos unos seres hechos de mala fe, seres contradictorios, insatisfechos con la vida que llevamos, dispuestos a ofrecer una imagen ante los otros que casi nunca se corresponde con la realidad. Es como si el auto-engaño fuera un mecanismo defensivo así como un motor que nos mantuviera vivos.
Por una parte están sus cuentos morales. Y por otro lado, sus comedias y proverbios como Pauline en la playa, El rayo verde... y cuentos de las cuatro estaciones. 
Siento devoción por Cuento de verano.

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