viernes, 18 de diciembre de 2009

Tras las huellas literarias de Valle Inclán por Galicia



Mi pasión tanto por Valle Inclán como por miña terra galega me han llevado, en varias ocasiones, a recorrer esos espacios verdes, marinos e inspiradores. De aquí surgen, como una imperiosa necesidad, estas palabras.
Estatua de Valle en Pontevedra






Cubista, futurista y estridente,


por el caos febril de la modorra


vuela la sensación, que al fin se borra,


verde mosca, zumbándome en la frente.


Valle Inclán, Rosa de sanatorio

Nunca olvidaré a aquel maestro rural, fascista él, que solía pronunciar, supongo que con retintín, el nombre de uno de los más grandes escritores en lengua española que ha dado la literatura. “Don Ramón María del Valle Inclán”, le oí decir en varias ocasiones. Mas no recuerdo que nos mencionara ninguna de sus obras, qué curioso, ni nos leyera ninguno de sus pasajes. En cambio, aquellas palabras fetiche o milagreras, aquellas divinas palabras, en definitiva, calaron hondo y acabaron enganchándome, porque pasado el tiempo surgió la imperiosa necesidad de acercarme a este don Ramón de las barbas de chivo, cuya sonrisa es la flor de su figura, viejo dios, altanero y esquivo, como lo retratara Rubén Darío, con botines blancos o grises de piqué y gafitas y melena de hippy. Sólo su aspecto físico me llamaba la atención, como si fuera él mismo pura literatura, auténtico personaje de cuento, como un señor que conocí, siendo un rapacín, en mi pueblo, a quien le decían Benito el Chirito. Siempre trajeado, con una rosa en el ojal de la chaqueta, lucía sombrero de copa y bastón. Un señorito de bien, como Valle, que fue un adelantado para su época, un tipo lúcido y blasfemo, inventor de lenguaje y danzarín, dandi y poeta maldito -según nos cuenta Umbral en un magnífico ensayo-, capaz de mostrarnos la crueldad de nuestra España negra, goyesca, ese Madrid absurdo, brillante y hambriento y esa Galicia profunda y sublimada, hecha con Santas Compañas, flores de santidad, rosas de sanatorio y aromas de leyendas ancestrales bajo una sensación de cloroformo hipnótica y embriagadora.
Me gusta todo Valle, lo confieso abiertamente, incluso el modernista de las Sonatas, sobre todo la Sonata de Estío, con esa Niña Chole, belleza bronceada exótica y arrebatadora, y ese autor expresionista, desgarrador, punzante y atrevido, que nos adentra en los espejos deformantes de la realidad y nos ayuda a explorar nuestra trastienda putrefaccionada, con hedor a muerto ultratúmbico. Ese Valle de Luces de Bohemia, Divinas palabras o Retablo de la lujuria, la avaricia y la muerte. Mi devoción por este todoterreno de las letras, con alma de gallego y gachupín universal -no olvidemos su fascinación con y por México- me ha llevado tras sus huellas galaicas –aunque también convendría rastrear las madrileñas-, por los diferentes espacios que le sirvieron de inspiración, y aun en los que nació y vivió.

Galicia por sí misma ya merecería no una sino múltiples visitas. Si además lo hacemos, guiados por la mano espiritual de Valle, aquella que salvó para la gloria de la literatura universal tras el combate con Manuel Bueno, nuestra terra hermana se nos ofrece como un bocado exquisito de vieira. Esto es para abrir boca, porque en una próxima entrega daré comienzo y forma a este viaje valleinclanesco.

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