miércoles, 29 de julio de 2009

Mortal y rosa

Recuerdo que la muerte de Umbral me pilló viajando por el sur de Marruecos, y cuando me enteré sentí escalofríos, a pesar del calor desértico, tantos como los que experimenté al leer por primera vez Mortal y rosa, ese libro en prosa poética, ese inmenso poema escrito después de la muerte de su hijo por cáncer, cuando sólo contaba con seis años de edad. Y es que nadie o casi nadie logra sobreponerse a la muerte de un hijo, tal vez porque resulta anti-biológico, va contra natura, y Umbral logra transfigurar el dolor, hacer de la muerte un arte sublimado, una obra que nos revienta el cerebro y nos devuelve a nuestra condición de primates, al paraíso perdido del que a lo mejor nunca debimos salir, pero como hemos salido/progresado, ahora debemos asumir nuestro compromiso con la cultura, que por lo demás no deja de ser algo postizo, como señala el propio autor. “Hemos hecho toda la cultura con manos de asesino”. Mortal y rosa, que toma el título de un poema de Pedro Salinas, es una obra lírica, monumental, definitiva, que nos adentra en la filosofía de la vida/muerte, y nos ayuda a reflexionar acerca del tiempo, la lectura y la escritura, el cuerpo y el alma, el sexo, los sueños y la razón, los sentidos, la lucidez y los delirios, la infancia, la juventud y las mujeres, los muertos que seremos, aunque nos asombremos de estar vivos… “Puedo escribirlo todo, pero la literatura es la distancia definitiva que perpetuamos entre nosotros y las cosas…”. “El sexo es la moneda con que hemos decidido pagar y cobrar la vida”. “Oler es una actividad poética. El olfato es quizá el sentido más lírico”. “La literatura y la pintura son vertiginosas porque huelen”.
Considerada por algunos como su mejor libro, Umbral nos ha dejado una obra ingente y sublime, casi sin interrupción, aunque no fuera del todo considerado en la literatura y haya trascendido más incluso su genio (mal genio) y sus caprichos que su propio hacer periodístico/literario. Algo que sólo ocurre y puede suceder en un país como el nuestro, en el que los mejores de verdad nunca son bien vistos por la mediocridad malpensante, el vulgo, la masa, que diría Ortega y Gasset, estabulada en lo política y académicamente correcto. Por eso a Umbral, lírico y terrorista en el lenguaje, inventor de palabras, hijo directo los grandes como Quevedo, Valle-Inclán y Ramón Gómez de la Serna, nunca fue admitido en la Real Academia de la Lengua española.
Umbral es como nuestro Henry Miller español, lo que reconoce en Diario de un escritor burgués. Y en Trilogía de Madrid lo cita: “leía yo mucho a Miller en Vallecas, ediciones clandestinas de Losada con olor a nafta y huevos con panceta”. Y ha sabido retratar, como nadie, nuestra España.
La prosa de Mortal y rosa está hecha de zambombazos líricos y lágrimas por un hijo muerto. Es comestible, convulsa, onírica y pictórica, porque lo daliniano también está presente. Escribir con la luz y los colores del pintor, insuflarle vida, carnalidad, a las palabras. Es un magnífico diario en el que se nos revela él mismo, desnudo, y a la vez nos muestra las esencias y miserias del ser humano. “Yo soy confuso, difuso, neblinoso”.
Continúa.

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