jueves, 30 de junio de 2022

La Curuja emprende nuevo vuelo al corazón del útero de Gistredo

Como ya viene siendo habitual desde hace años, La Curuja emprende nuevo vuelo en el mes de julio. Al corazón del útero de Gistredo. 

Hemos llegado al número 27 de la segunda época con diversas colaboraciones para esta revista cultural editada en Noceda del Bierzo. En breve, estará lista también en papel. 

Abre la edición un poema, dedicado precisamente a la curuja, escrito por la ancaresa de Lumeras Dorinda López. Y cierra este número el poeta y narrador ponferradino Gregorio (Goyo) Esteban Lobato con otro poema, en este caso dedicado a la minería.

Por su parte, José Luis Román Nogaledo, que vive en Filadelfia, Estados Unidos, reivindica el apellido Nogaledo cuyas raíces se hallan en el pueblo de Noceda del Bierzo.

El periodista y escritor bembibrense Carlos Fidalgo, que es asimismo redactor de Diario de León, escribe sobre Lo que queda del wólfram en referencia al Dorado del Bierzo en la Peña del Seo de los años 40. Un texto que inicialmente se publicara en 2012 precisamente en el periódico en el que trabaja su autor.

El también escritor berciano Francisco (Paco) Arias Ferrero hace incursión en el valle de Noceda del Bierzo y en la llamada laguna del ratón, entre otros lugares de interés. Un texto que también se publicara inicialmente en el periódico La Nueva Crónica.

El nocedense Benjamín Arias Barredo le hace un homenaje a la familia de Paz, que es una saga bien conocida no sólo en el pueblo de Noceda del Bierzo sino en todo el Bierzo, “Pues varios de sus miembros -en esas dos generaciones de padres e hijos- han llegado a ser generales, diputados, ingenieros, abogados, médicos, químicos, arquitectos, físicos, catedráticos, profesores, maestros y demás”, según escribe Arias Barredo en el texto que les dedica. Y el propio Arias Barredo hace una reseña sobre el homenaje que finalmente recibirá el gran futbolista César Rodríguez Álvarez en Noceda del Bierzo el sábado 10 de septiembre de este año.

Y uno, como responsable y editor de esta revista, recuerdo con afecto a Venancio (Nanci), quien fuera profesor, un enamorado de su pueblo, Noceda. Y un entusiasta del fútbol y la política, un colaborador de lujo de la revista La Curuja. 

Nanci era hermano del eurodiputado Pepe Álvarez de Paz, que falleciera unos meses antes que su hermano.

*Quien desee colaborar con La Curuja, como socio/a, como lo desee, esta es nuestra web. Os invitamos a participar. https://nocedadelbierzo.com/la-curuja-no-27/ 

Vaya por delante mi agradecimiento a quienes colaboran con la revista, con el Colectivo La Iguiada. 



La fragua literaria leonesa: César García Álvarez

 

LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

César García Álvarez: “León es mi omphalos, el lugar en el que nací y del que nunca he querido irme”

El investigador, historiador y profesor de la Universidad de León, César García Álvarez, autor de libros como 'Gaudí, símbolos del éxtasis' o 'Pulchra', está trabajando en varios proyectos a la vez, entre ellos, un libro sobre Botines, otro sobre la obra de Ignacio Gómez de Liaño... y un gran proyecto de su vida, una novela, que resumirá todo su pensamiento y visión del mundo.



Foto del investigador y profesor de Historia del Arte en la ULE, César García Álvarez. // Astorga Redacción
Manuel Cuenya | 30/06/2022 - 09:27h.

Investigador y profesor de Historia del Arte en la ULE, César García Álvarez es autor de libros como 'Iconografía fantástica y simbolismo en el Renacimiento', 'El simbolismo del grutesco renacentista', 'El laberinto del alma', 'Gaudí, símbolos del éxtasis' o 'Pulchra'.

'Iconografía fantástica y simbolismo en el Renacimiento' es su tesis doctoral, tal como la defendió, asegura César, cuya primera parte, que contiene una teoría de la simbología icónica, está sin publicar. Y le gustaría transformarla para darla a conocer al público.

En cuanto a 'El simbolismo del grutesco renacentista' se corresponde, según él, con la segunda parte de la tesis, dedicada a mostrar cómo los grutescos renacentistas son legibles de modo coherente como símbolos que expresan los valores propios de la cultura de su tiempo, concretamente el neoplatonismo.

"Creo que la tesis sigue siendo plenamente válida, pero hoy cambiaría muchos aspectos del texto, desde el propio título hasta parte de su contenido", sostiene el profesor César García, cuyo libro 'El laberinto del alma' fue publicado primera vez en 2003, gracias al resultado de muchos años de investigación y reflexión sobre la iconografía presente en las enjutas de las capillas de la catedral leonesa, que le permitieron a su autor proponer la existencia de diferentes niveles de significado, convirtiéndolas en expresión de las concepciones propias del siglo XIII, "desde la muerte, el apocalipsis, la nueva naturaleza del purgatorio, el arsmoriendi, el bestiario simbólico, las fiestas paganizantes navideñas, el solsticio de invierno, la alquimia, la astrología, hasta la pervivencia de rituales mistéricos de la Antigüedad, sobre todo los propios del mitraísmo, que convierten a la catedral leonesa en la más rica y compleja de todo el gótico desde el punto de vista de la simbología".

Cuenta César que en 2021, gracias al interés y apoyo de Héctor Escobar, publicó una nueva edición de 'El laberinto del alma. Iconografía, geometría y simbolismo en la catedral de León',"con añadidos y refuerzos de mi tesis, especialmente en lo relativo a las claves geométricas de la construcción de la catedral, en una edición magnífica realizada por Miguel Riera".

(Puedes seguir leyendo esta fragua en ileon: https://ileon.eldiario.es/cultura/130368/cesar-garcia-alvarez-leon-es-mi-omphalos-el-lugar-en-el-que-naci-y-del-que-nunca-he-querido-irme)

miércoles, 29 de junio de 2022

Bruselas, mestiza, magrebí y europarlamentaria


Vuelvo a Bruselas después de varios años, aunque esta ciudad me resulte familiar porque he estado aquí en diversas ocasiones. Siempre hay algún pretexto para volver, porque, como dijera el escritor portugués Saramago, hay que ver en verano lo que vimos en invierno... Y ver de día lo que vimos de noche...
Esta vez me alojo en el barrio de Molenbeek Saint Jean, o sea en el arroyo del Molino de San Juan, que es un barrio magrebí en toda regla.
Molenbeek
Me siento como si me hubiera bajado al moro talmente, esto es, como en casa.
La verdad es que Bruselas está llena de magrebíes por doquier. Y a este ritmo acabará siendo una ciudad mora.
Molenbeek
El Molenbeek está al oeste de la capital, al otro lado del canal Charleroi. Relativamente cerca del Grote Markt.
Algo parecido le sucede a París, que es ciudad árabe en barrios como Saint Denis o Barbès.
El barrio Norte de Bruselas, donde está la estación de tren, también es como un gran zoco, un souk árabe. Incluso con algunos rascacielos, como si de repente uno se hallara en Manhattan.
Canal Charleroi
Me gusta esta Bruselas mestiza, donde incluso resulta difícil toparse con belgas. Porque no olvidemos que es sede parlamentaria, aunque por ahí no me he acercado. De momento.
La Grand Place y sus aledaños, como la rue de Bouchers, son lugares atestados de visitantes en busca no solo de monumentalidad sino de los consabidos moules frites en Chez Leon, gofres en todas sus variedades y deliciosas cervezas.
Curiosos siguen resultando tanto el Manneken Pis, el rapaz meón (existe también la rapaza meona) como los bares Toon y Le cercueil (el ataúd), tan siniestro que hasta parece una pesadilla. Aunque a este menda le llama la atención.
Nieuwstraat
El viajero coge el tren en Leiden en dirección a Rotterdam y desde ahí, con una espera breve en la propia estación, toma rumbo a Bruselas, Brussels, Bruxelles. Un viaje rápido. En cuanto llega a la estación norte de la capital belga (en Bruselas existe la estación norte, la central y la sur-midi), el viajero decide apearse porque le apetece darse una vuelta por el entorno. Y ver si reconoce aquellos lugares que visitara hace años. Cómo pasa el tiempo. Y esto no es sólo una frase hecha. El tiempo vuela y eso le produce vértigo. El vértigo de lo efímero. Al viajero le gustaría detener el tiempo, pero no hay modo.
Plaza Rogier

O al menos no encuentra cómo hacerlo. ¿Acaso a través de la escritura no se podría congelar el tiempo?
El viajero se pasea por los aledaños de la estación norte, se para, contempla, se siente emocionado.
Transita por la futurista plaza Rogier, por la rue Neuve o Nieuwstraat, y también por el bulevar Adolphe Max, donde llegara a estar durante algún tiempo la amiga Raque/Raquel.
La Grand Place
En ese bulevar tenía un piso el paisano y amigo euro-parlamentario Álvarez de Paz, Pepe.
El viajero recorre de norte a oeste la ciudad, sin prisas, con su mochilita al hombre, que no le resulta pesada, lleva lo imprescindible. Se acerca a la Grand Place/Grote Markt en busca de un plano que le lleve al barrio de Molenbeek, porque ese lugar aún es desconocido para él.
Manneken Pis
El viajero, en su recorrido desde la estación norte a la Grand Place, no necesita tirar de plano, pues sabe orientarse. Pero en la Grand Place, donde hay una oficina de turismo abierta, pregunta por el barrio de Molenbeek y por su alojamiento, que le indica perfectamente un chaval amable. No obstante, al final decide comprarse allí mismo un plano de la ciudad por un euro. Si después de todo, en este país hay que pagar por todo, piensa el viajero, que durante su estancia en la ciudad, al día siguiente de su llegada, mientras paseaba por el centro, le entraron ganas de ir al baño y también tuvo que recurrir a uno de pago. Qué remedio.
Galerías Saint Hubert

Recuerda que estaba al lado de las elegantes galerías Saint Hubert, de mediados del siglo XIX. Se dice que son las primeras galerías comerciales de Europa.
Pues sí, el viajero visita Bruselas después de algunos años y la ciudad sigue teniendo el encanto que recordara este nómada, al que le gusta regresar a aquellos lugares en los que se sintió a gusto o le despertaron el interés.
Le Toon
Y eso a pesar de que la vida es breve. Por tanto, convendría tal vez visitar otros lugares que el no se hayan visitado. Pero el viajero tiene sus manías y sus gustos. Qué se le va a hacer. No diría el viajero que Bruselas es precisamente una ciudad de una gran belleza, tal y como habitualmente se entiende la belleza, aunque este concepto, como se sabe, va cambiando a lo largo de las épocas. Y por supuesto la belleza tal vez resida en los ojos, en los sentidos, con los que se contempla la realidad, el mundo.
Le cercueil
Y por supuesto recordaba la comercial calle Neuve, harto transitada por oriundos y visitantes. Por desgracia, aquellos puestos en la calle de salchichas y fritangas varias ya no existen en Bruselas. O al menos el viajero no se topó con ninguno. Ni en la capital belga ni en ninguna otra ciudad de este país. Es probable que el Covid se haya llevado por delante estos puestos ambulantes. Y tantas otras cosas.
El viajero también recordaba la excelente carta de cervezas que sirven en la mayoría de bares, desde la Kriek, con el sabor agrio de la cereza, hasta la Mort Subite, que es una cerveza Kriek Lambic, de fermentación espontánea, elaborada con levaduras silvestres, con cierto parecido a la sidra astur, o bien una Jupiler, que es una de las cervezas más comunes, una cerveza suavecita, si la comparamos con la mayoría, que tienen bastante graduación.
Bélgica, la propia ciudad de Bruselas, es el paraíso de la cerveza. Y también del gofre (wafel, en neerlandés). Con todo tipo de aderezos. Aunque un gofre natural, sin nada más, hecho en el instante, está delicioso. Y la gente hace colas por llevarse su gofre.
Sea como fuera, el viajero está convencido de que desplazarse en el espacio no es precisamente viajar. Quizá viajar tenga más que ver con un desplazamiento en el tiempo. Esto convendría analizarlo con más detenimiento. ¿Qué significa viajar? ¿Y qué es lo que diferencia a un viajero de un simple turista?
Bueno, al viajero a veces le entra una vena como de nostalgia por un pasado que quizá fuera mejor, aunque el pasado, pasado es. Y no cree en el fondo que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Pues, si se echa la vista atrás, los padres de nuestros padres no vivían mejor. Ni mucho menos. Todo era más complicado. Lo tenían más difícil.
Jeanneke Pis
De repente, el viajero se enreda en disquisiciones que espera no ahuyenten a los posibles lectores de este diario de viaje, o como se quiera llamar esto.
El viajero tiene la idea, o eso recuerda, de que en otros tiempos, tampoco tan lejanos, la mayoría de las ciudades europeas que visitaba no estaban tan llenas de turistas, pero, con el transcurrir de los años, todo apunta a que el personal se ha vuelto más viajero o turista que nunca. Y todo el mundo desea desplazarse de un lado a otro. Vivimos en la era de los desplazamientos. Y todo ocurre a la velocidad de la luz, sin que apenas reparemos en lo que vemos y sentimos. Todos en el mismo barco a la deriva.
En esta visita, lo que más le llama la atención al viajero es el barrio en el que se aloja, pues nunca antes había estado en el mismo. Se trata de Molenbeek, como ya apuntara en su diario de bitácora, que ahora es el Facebook.
Molenbeek Saint Jean le sorprendió porque es como si estuviera en un barrio árabe, en una ciudad mora, con sus zocos y sus restaurantes típicos, que al viajero, por lo demás, le entusiasman. Y ha de decir que se siente muy cómodo, muy a gusto, en estos sitios porque siente que está como en su casa. La hospitalidad magrebí es un hecho. Y la comida es riquísima, además a un precio razonable, incluso barato. Y eso es de agradecer porque en la zona turística de los alrededores de la Grand Place (incluida ésta, claro) las clavadas por comer o tomar algo son considerables. O esa es al menos la impresión que tiene el viajero. En todo caso, según pintan los tiempos actuales, viajar se ha convertido en todo un lujo. Y no es posible apañárselas (bueno, o sí) con poca guita. El ingenio se agudiza ante las adversidades. Eso, sin duda.
Aledaños de la Estación norte

En esta ocasión, el viajero descubre otra ciudad, que es la parlamentaria o euro-parlamentaria, que nada tiene que ver con el norte o bien con el barrio de Molenbeek al oeste.
Al viajero sí le hace ilusión pensar que allí se pasó tiempo su paisano Pepe Álvarez de Paz, el euro-parlamentario nacido en el útero de Gistredo. Quizá hubiera estado lindo que el viajero pudiera haber platicado con su paisano y amigo acerca de las impresiones de esta Bruselas... y aun de otras bruselas.
Pues se trata de una ciudad relativamente extensa, tanto que le da pereza acercarse al Atomium que queda algo alejado. Y al final ni se acerca. No obstante, sí se pasea por esa otra Bruselas abierta, luminosa, topándose con alguna performance.
Y hasta se encuentra (bueno, después de buscarla) con la niña meona (Jeanneke) tras unas rejas, al lado del mítico bar Delirium. Lo que realmente se topa es con una estatua dedicada a Don Quijote y Sancho, que es una réplica del monumento dedicado a estos inmortales personajes cervantinos en la plaza España de Madrid. Y sin buscarlo se encuentra, entre otras, con una estatua dedicada al gran Jacques Brel, que nació en esta ciudad, bueno, en un sitio perteneciente a este ayuntamiento.
Brel
Me entusiasman, entre otras, su canción Dans le port d'Amsterdam, que dice así: "...Dans le port d'Amsterdam/ Y a des marins qui mangent/ Sur des nappes trop blanches/ Des poissons ruisselants/ Ils vous montrent des dents/ A croquer la fortune/ A décroisser la lune/ A bouffer des haubans/ Et ça sent la morue/ Jusque dans le coeur des frites/ Que leurs grosses mains invitent/ A revenir en plus/ Puis se lèvent en riant/ Dans un bruit de tempête/ Referment leur braguette/ Et sortent en rotant...".
Al viajero le entra cierta morriña (o algo extraño) cuando se percata de que ya es el día de irse de Bruselas, porque no sabe cuando volverá. En todo caso siempre genera ansiedad viajar al aeropuerto, con tiempo suficiente, aunque el vuelo de Brussels sale tarde, hacia las nueve de la tarde.
El viajero coge un bus en los alrededores de la plaza de Trône/Troon, donde se localiza el Palacio Real, y en realidad relativamente cerca del barrio parlamentario, que va directamente al aeropuerto. Y paga el billete con su Master Card, pues es como se paga, salvo que uno tenga un pase o billete específico. Llegará un momento, que no tardará, en que no se utilice cash, o sea, dinero constante y sonante.

Ayer por la tarde me despedía de la ciudad de Bruselas, no sin antes darme un voltión por la zona euro parlamentaria, el barrio Europeo, que nada tiene que ver ni en su arquitectura ni en su paisanaje con el barrio magrebí de Molenbeek, donde me alojara.
Es esta otra cara de la capital belga, que, como gran ciudad, muestra varios rostros.
Hasta la próxima.
Ahora, como ya viene siendo habitual después de viajes fuera del Reino de España a mi paso por el aeropuerto Adolfo Suárez Barajas, toca visita a los Madriles.




martes, 28 de junio de 2022

Leiden, tierra de pintores, científicos y filósofos

La ciudad de Leiden espera al viajero con los brazos abiertos y las puertas de sus molinos de par en par, es un decir. Molinos de viento, como con los que batallara el aventurero Don Quijote, que él creía gigantes diabólicos. 

Al viajero le fascinan los molinos de viento, aunque ha de confesar que las palas eólicas le producen cierto rechazo después de que intentaran colocarlas en su terruño, en lo alto de la Sierra de Gistredo. Bueno, al parecer la batalla continúa. Así que el personal, sobre todo quienes creen en la belleza y el valor del patrimonio natural no deberían dormirse en los laureles. Que luego todos son lamentos. Si al menos colocaran molinos tradicionales -piensa el viajero- como los que pueden verse en Lieden y aun en otros lugares de Holanda, otro gallo cantaría.


Y hasta el gallo cantor estaría feliz cantando. En estas andaba el viajero, cuando, casi sin darse cuenta, ya estaba arribando a la estación de Leiden, y también casi sin batería en el móvil, lo cual es una cabronada, de cara a la comunicación. Y eso que en los trenes holandeses se puede uno enchufar con facilidad a la electricidad. Todo un lujo. 

El viajero le comunica a su amigo que ya está llegando a la estación. Que allí lo esperará. Y por fortuna su amigo le contesta casi de inmediato que allí se darán cita, a la entrada de la estación, en el Starbucks. No hay pérdida ni fallo. Todo listo para encontrarse. 

Leiden le resulta ciudad conocida al viajero, que en 2007 la visitó en compañía de su amiga Catherine (qué será de ella, que dejó de dar noticias, aquejada como andaba con un cáncer recurrente, puto cáncer). El viajero, que no es de piedra, sino todo lo contrario, necesita soltar este lastre, pues le está quemando las entrañas. 

El viajero, que es muy sentido, cree que es una pena que la gente conocida, que las personas a las que uno se ha sentido unido, desaparezcan y nunca más se vuelva a tener contacto con ellas. Pero todo apunta a que la vida es así. Y así se nos revela. También se nos rebela. Todo hay que decirlo. 


Entre estas rumiaciones, al viajero se le pasa el tiempo y, cuando quiere darse cuenta, ha llegado su amigo Abel. Qué alegría. Podemos coger un vejabus, le dice Abel, o bien ir caminando. Pues caminemos, que resulta muy saludable. Y además nos permitirá reconocer la ciudad, le responde el viajero, contento de encontrarse con su amigo y además volver a Leiden, aunque en esta ocasión ya no esté su amiga Catherine para acompañarlo.  

Durante el paseo, el viajero, que entabla conversación con su amigo, a duras penas repara en la belleza paisajística, que de vez en cuando ojea con satisfacción, aunque sigue conservando en su memoria aquella ciudad que pareciera un enorme cuadro pictórico, tal vez un Vermeer, aunque no esté en Delft. 

El viajero, que es amante del arte, recuerda con cariño esa Vista de Delft, cuyo autor es Vermeer, un pintor extraordinario, que el genio Dalí consideraba como uno de los mejores pintores de toda la historia del arte. Casi nada. Un pintor cuyos cuadros le sirvieran por ejemplo al cineasta Greenaway para componer, eso sí en movimiento, alguna de sus pelis, pues el cine no deja de ser un conjunto de cuadros o imágenes en movimiento. 

La luz de Leiden le sigue fascinando al viajero (tal vez ha tenido suerte, por encontrarse en primavera, ya avanzada) y eso, esa luz, le imprime belleza al entorno. 

Leiden/Laiden, como ya escribiera a propósito de su primera visita a esta ciudad neerlandesa, devuelve al viajero a un mundo verde, y por tanto  esperanzador, a buen seguro a una infancia de praderas y vacas lecheras en el monte de los aromas tulipaneros. O algo tal que así. 

Después de una caminata de poco más de veinte minutos, tal vez media hora, el viajero llega a la casa de su amigo Abel, que no vive tan alejado del centro histórico. Hasta juraría que vive al lado del centro. Algo que el viajero comprueba por sí mismo al día siguiente. Y es que no hay nada mejor que conducirse por sí mismo, porque, de lo contrario, uno acaba perdiendo la orientación espacial, incluso temporal, porque se deja llevar de la mano. El instinto de exploración es algo que conviene poner en marcha, desarrollar. Y además disfrutar con la exploración de los límites, propios y ajenos. 

El viajero agradece cierta calma, la que le procura Leiden, aunque, como luego comprobará, esta ciudad también es ruidosa. Y es que los holandeses son ruidosos, como le cuenta su amigo Abel. Pues, qué cosas, si el viajero hubiera creído arribar al paraíso del sosiego, al jardín epicúreo de la felicidad. 

Unas cervecitas vendrían como dios en alguna de las terrazas que dan a los canales, piensa el viajero, algo que suscribe su amigo Abel. O bien lo piensa Abel y el viajero lo suscribe. Qué más da. No estamos en España, pero como si lo estuviéramos. Se agradecen las cervezas y por supuesto la charla distendida. Con Abel se puede hablar de todo y siempre con humor. Hay que reírse de todo, fundamentalmente de uno mismo. Algo muy sano. Tomarse en serio es algo terrible. Y con Abel todo se torna surrealista, aunque él tenga mente científica, o sea, racional y racionalista, como el filósofo Descartes, que también estuviera en esta ciudad, que, por lo demás, albergara a unos cuantos científicos y filósofos, entre ellos el propio ideador del Discurso del método, que cuenta con una placa en una de las calles de la ciudad. O bien el Nobel de Física, el neerlandés Lorentz, o bien el genio judío Einstein, que los cuales impartieran clases en la prestigiosa Universidad de Leiden, que data de finales del siglo XVI, con lo cual se dice que es la más antigua de los Países Bajos. Cabe recordar que Einstein era amigo del filósofo de origen safardí hispano-portugués Spinoza, como ya contara en otra ocasión, llegando a decir el inventor de la teoría de la relatividad que él creía en el Dios de Spinoza, o sea, en el ateísmo. 

El viajero con su amigo Abel en Leiden

Por su parte, los poetas Coleridge y Shelley dijeron que la filosofía de Spinoza era una religión de la naturaleza. Y el propio Shelley se inspiró en este gran filósofo para componer La necesidad del ateísmo. Con estos recuerdos en la cabeza, el viajero cree que el ateísmo es la única forma racional que tiene el ser humano moderno y contemporáneo para vivir una vida algo menos falsaria a la que habitualmente está acostumbrado. 

Después de las cervecitas, al viajero y su amigo Abel les espera un kapsalon, que es un plato de comida rápida originario de Rotterdam, inventado por un peluquero de esa ciudad, con claras influencias turcas, pues el Kapsalon tiene mucho de kebab turco. Aparte de este plato, al viajero se le antojan deliciosas las famosas croquetas (Kroketten o Kroket), que se encuentran habitualmente en los Febo de Ámsterdam. No se caracteriza Holanda precisamente por su gastronomía. Eso cree el viajero, al que le gustan, eso sí, sus quesos y sus panes variados. Y sus arenques. De repente, el viajero, que es un devoto del arte, se va a la gastronomía, que también puede ser un arte. Además, el ser humano no sólo se alimenta de espíritu. 

Es hora de descanso, porque Abel trabaja. Y el viajero no quiere interrumpir su sueño, no obstante, la velada, aunque breve, está asegurada. Y el viajero, aparte de descansar, que lleva días de trote, tiene intención de visitar la ciudad con calma. Y acaso reencontrarse, ya que de espiritualidad se ha hablado, con el espíritu del pintor barroco Rembrandt Van Rijn, que nació en esta ciudad holandesa. Y en cuya casa, que fuera demolida a principios del siglo XX, existe una placa, en la pared de la Weddesteeg, que así lo confirma. 

Las huellas del maestro del claroscuro también pueden rastrearse en la ciudad de Ámsterdam, en el barrio judío de la ciudad, el Jodenbuurt, en concreto en la Jodenbreestraat, número 4, donde se halla su casa museo. Y por supuesto en el Rijkmuseum, donde pueden verse cuadros suyos como La ronda de noche, Los síndicos de los pañeros o La novia judía. No así La lección de anatomía, por el que el viajero siente auténtica devoción, que se halla en el museo Mauritshuis de La Haya/Den Haag, que el viajero llegó a visitar hace ya años. 

El viajero se levanta con una sonrisa pensando en que está en una tierra de pensadores, incluido su amigo Abel, en un entorno cuasi idílico, cuasi campestre, aunque se trate de un sitio urbano, en el que se respira naturaleza por doquier, y el agua de los canales procura una agradable sensación de vida. Y recuerda que aquí también nació otro pintor interesante, Jan Steen. Algo tiene la atmósfera de Leiden, piensa el viajero, convencido de que esta es una tierra especial, inspiradora, que procura saludables vibraciones al visitante en sus paseos a lo largo de sus diferentes canales. Con los molinos como señas de identidad. Son días inolvidables, que hasta le dejan cierto poso de melancolía al viajero, que puede que sufriera hasta el síndrome de Stendhal, pues ante tamaña belleza, uno podría llegar a sentir el vértigo de lo sublime, la imposibilidad de absorber y digerir tanto éxtasis contemplativo. Quizá al viajero se le haya ido algo la pelota. Así que espera que lo disculpen. 

En esta ocasión ya no se acerca a Rijnsburg, donde viviera el filósofo Spinoza durante algunos años de su vida, aunque, después de acercarse a su morada en anterior viaje de 2017, llegara a verbalizar que su interés sería, en un próximo viaje, adentrarse en su casa museo. Puede que alguna vez lo haga, mientras, seguirá rememorando su breve estancia en Leiden. Y puede que esta no sea su última visita a esta pequeña y coqueta ciudad. Ojalá. Inshallah. Al final, al viajero le ha salido una llamada a algún dios o diosa. Qué contradictorio es en ocasiones el ser humano. 

Ahora luce espléndida la ciudad holandesa de Leiden, con esa luz pictórica que despierta tu pasión por el arte, ese arte que es vida.
Leiden, que es una ciudad universitaria por excelencia, ha atraído, a lo largo de la historia, a grandes científicos, entre ellos a Einstein, además de servirle de refugio al filósofo Voltaire, que, como buen filósofo, era ateo. O bien a Descartes, que escribió el Discurso del método en esta ciudad.

La duda metódica por sistema. Hay que aprender a dudar de todo, incluso de uno mismo. Igual que debemos aprender a reírnos sobre todo de nosotros mismos, porque la risa nos hace tomar distancia de todo y sobrellevar la vida con mejor humor. La risa que es de verdad. Bueno, como todo en esta vida. Por eso es conveniente y saludable buscar belleza, verdad y bondad.
Sus canales y sus molinos como símbolos de esta ciudad tranquila, que merece ser visitada.
Esta es mi segunda vez. Y por fin, sí, me he encontrado con el amigo Abel.
Pues mi anterior viaje a Países Bajos fue para ver a mi amiga Catherine.
Olvidaba decir que esta es la cuna del colosal Rembrandt, cuya Lección de anatomía me parece uno de los mejores cuadros de todos los tiempos. Y también el lugar de nacimiento de otro buen pintor, Jan Steen.

Seguiremos caminando.

El viajero, sin prisas, se despide de su amigo Abel, pues aún se queda un rato en su casa. Y con calma chicha se dirige a la estación en busca de un tren que lo lleve a Rotterdam. Y desde ahí a la ciudad de Bruselas. Al pasar por Rotterdam el viajero siente un pinchazo en el corazón mientras recuerda a su amiga Catherine. ¡Qué será de ella, que ya no tiene activo ni su Whats ni su Facebook, ni nada! Y encima al viajero, que está hecho un flanín, le entran ganas de ir al baño a orinar. Serán los nerviosos. Y no, en esta ocasión no se libra de pagar un eurito por entrar al servicio urinario de la estación de tren de Rotterdam. En Holanda y en Bélgica hay que pagar hasta por mear, que esto no es una frase hecha. 

Saca su billete hasta Bruselas, en esta ocasión en ventanilla. Y se dirige morriñoso a la capital belga, aunque sea consciente de que allí disfrutará de lo lindo de su estancia. Se trata de otro espacio conocido. Con lo cual el disfrute estará asegurado. Veremos, que dijo un ciego. 

En una próxima entrada. 

Tot Ziens.