viernes, 30 de marzo de 2018

Genarín o la procesión de la farra

Por fin llegó el momento. A veces llega. Y en esta ocasión se hizo realidad: ver ayer Jueves Santo (ya madrugada de Viernes Santo) la procesión o el entierro de Genarín en la ciudad de León, eso sí, bajo la lluvia y un frío del carallo. Tenía ganas, en todo caso. Y esta vez no estaba dispuesto a perdérmelo por nada del mundo, aunque tuviera que rascar frío. Lástima que no fuera provisto con la cámara, como el bueno de Vicente García (que debió de hacer magníficas fotos) y me tuviera que conformar con algunas instantáneas tomadas con el móvil, que como cámara no vale un pimiento. 
Confieso, cual buen feligrés, que nunca antes había asistido a este espectáculo, que en verdad es un genuino teatro, un teatro de la muerte (estilo Kantor, maravilloso este dramaturgo polaco, que tanta influencia ha tenido, por ejemplo, en compañías como la Zaranda, la mejor, en mi opinión, de la España actual), aunque aderezado por el pimentón del buen humor, la chispa del orujo (que no falte alguna copina de este licor, del que era devoto Genarín) y hasta la mofa, la transgresión en una época, la nuestra, en la que parece que hubiéramos involucionado en derechos, en libertades con respecto a épocas pasadas. 
No sólo parece sino que es una realidad. Hemos involucionado. La política ha llegado a límites esperpénticos. Bueno, Valle Inclán (o su álter ego Max Estrella, que tiene algo de Genarín, quien también era un bohemio y jugador de tute) ya nos lo había mostrado en sus Luces de bohemia. Y ahora hasta te pueden empapelar bien empapelado por escribir contra la sacrosanta religión o bien por hacer versos que atenten contra la moral y buenas costumbres, tal y como entienden los censores y moralistas de los rectos principios. Qué peligro che.
Genarín
Ni movernos podemos, que están los vigilantes de la playa, del río, y hasta de los campos de trigo, acechando en cuanto te descuidas y metes la pata en el lugar equivocado. En cambio, si eres un corrupto y ladrón hasta las trancas (pero detentas poder o eres amiguito y/o enchufadín del poder), entonces, la cosa cambia radicalmente. Y lo que podía ser a priori una aberración, se convierte en nada, se pasa por alto. Ya sabemos que la libertad es una quimera, al menos para los pobres, que siempre pagan los platos rotos, pues la telepantalla nos vigila y controla día y noche, enhufándonos la cámara (y lo que se tercie) en nuestros sueños y pensamientos más íntimos. No sólo en países como México (y aun otros muchos) puede comprarse todo o casi todo, sino también en España. 

Por eso la procesión dedicada al borrachín Genarín no es una provocación, como pudieran creer los creyentes y devotos de vírgenes y santos de palo (muñecos, diría un islámico), sino una puesta en escena que nos ayuda a creernos algo más libres, que nos convida a resarcirnos de tanta estrechez y olor a incienso y Medievo inquisitorial. 
Me encantó seguir a Genarín, aupado por los mozos leoneses, en su recorrido por las calles de la ciudad histórica, saliendo de la Plaza del Mercado de Abastos, a su paso por el barrio Húmedo hasta llegar a la plaza de la Catedral, para luego emprender ruta definitiva hasta la muralla, los cubos, en concreto el tercer cubo, al lado del Arco de la Cárcel, donde Genarín, embriagado o despistado, incluso haciendo sus necesidades, fue atropellado por un apresurado camioneta, el camión de la basura, que, al decir de algunos, deseaba ver una procesión en toda regla, religiosa, o sea. 
La Moncha
Me gustó seguir a la comparsa  o santa compaña, que portaba velas/antorchas encendidas. Y escuchar los versos y retahílas (la liturgia) que se le dedican a este santo de la farra leonesa, fallecido en 1929, en aquel León-pueblo grande, que gustaba de darle al pimple y frecuentar garitos de fornicio. 
También La Moncha (la prostituta que encontrara a Genarín muerto), aupada por las mozas leonesas, hace el recorrido en compañía de su querido pícaro y vividor, que gustaba de tomar, aparte de orujo, queso, pan y una naranja. Y aún vemos el cubeto y a la Muerte, guadaña en mano, haciendo procesión. 
Una muerte gigantesca, como aquellos gigantes (gilantes) y cabezudos (los evangelistas, en el caso de la procesión de Genarín) que vi por primera vez, siendo un rapacín, en la fiesta del Cristo de Bembibre, de la mano de mi padre, bajo cuyo manto negro -oh, sorpresa- se escondía todo un personaje de la cultura leonesa, pariente para más señas del ilustre e ilustrado escritor Julio Llamazares, quien publicara el archiconocido libro El entierro de Genarín. Evangelio apócrifo del último heterodoxo español. Obra apadrinada por el médico y poeta leonés Francisco Pérez Herrero. 

La Muerte
Qué alegría, David, verte en el papel de la muerte, mejor dicho jugando con la Muerte, haciéndola danzar, desafiándola, riéndote incluso de la misma. Y por supuesto haciéndole corte y comparsa al santo pellejero Genarín, que nos seguirá haciendo disfrutar de tamaño Carnaval o procesión semanasantina, para escarnio de mochos de sacristía y papones apaponados y para regocijo de quienes aún aspiramos a ejercer una suerte de libertad. Siempre del lado de los desheredados, los sin voz, los llamados perro flauta, aquella gente al margen, porque son quienes nos despiertan y nos emocionan. 
¡Viva Genarín y el orujo!

miércoles, 28 de marzo de 2018

La fragua literaria leonesa: Aniano Gago


Cultura cultura
0 votos
 Disminuir fuente / Aumentar fuente
LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Aniano Gago: "Delibes y García Márquez echaron muchas horas en los periódicos y después dieron en grandes escritores"

Manuel Cuenya | 27/03/2018 - 11:19h.

El periodista y escritor terracampino Aniano Gago, autor de 'Prosas de pan' y el reciente libro 'El destino de los días. Crónica sentimental de cuarenta años', está ahora escribiendo un libro de relatos sobre la amistad acerca de las distintas etapas de la vida.

Imprimir
Enviar por correo
FacebookTwitterGoogle +MenéameWhatsappTelegram
Votar noticia Vota
Aniano Gago (dcha) con el dibujante de su último libro, Plata Ruiz.
Recuerdo, siendo un adolescente, al periodista y escritor Aniano Gago. En aquella época –allá por los años ochenta– lo veíamos como jefe de informativos en el Centro Territorial de RTVE en Castilla y León. Hasta que un buen día llegó a Noceda del Bierzo con el periodista nocedense Miguel Ángel García Rodríguez (en la actualidad Corresponsal de TVE en Lisboa, anteriormente en Berlín), quien también trabajara en el mismo centro televisivo ubicado en la ciudad de Valladolid.
Transcurrido el tiempo el periodista y escritor Aniano Gago llegó a impartir una conferencia en la Ex Escuela de Cine de Ponferrada porque, aparte de su gran valía como profesional de la televisión, es amigo del escritor y periodista hispano-berciano-argentino Eduardo Keudell, que en ese tiempo (hablo de los años 2000) dirigía la Escuela de cine, en la que uno mismo hiciera labores de coordinación y aun como profesor.
El asunto es que Aniano Gago, que recientemente ha publicado su segundo libro, 'El destino de los días. Crónica sentimental de 40 años', ha visitado en diversas ocasiones el Bierzo, una tierra admirada en Tierra de Campos, según él, por su fertilidad y su historia. "Tierra llena de personalidad", agrega Aniano, quien después la suerte lo llevaría a conocerlo mejor: "Primero porque ese extraordinario periodista que es Miguel Ángel García, corresponsal ahora en Lisboa y antes en Berlín, fue compañero mío en el Centro Territorial de TVE y en cierta ocasión me invitó a pasar unos días en Noceda del Bierzo, su pueblo. Con él entré por primera vez a una mina de carbón; aún recuerdo cómo chirriaban los costeros. En Valladolid la experiencia televisiva fue total, tanto para Miguel Ángel como para mí. Éramos todoterrenos que hacíamos de todo para ayudar a crecer a Castilla y León. Queríamos crear conciencia de pertenencia a Castilla y León", rememora con afecto Aniano, que naciera en la tierra zamorana de Cañizo,  aunque él se sienta asimismo leonés, habida cuenta de que, como él bien señala, el rey Alfonso IX, nacido en 1188 en Zamora, hizo las primeras Cortes de León. Y además pertenece a Tierra de Campos, comarca también leonesa.
Incluso su pueblo, Cañizo (gloriosa su bodega, un templo a la mejor gastronomía), goza de un Fuero que le fuera concedido en su día por el Abad del Monasterio de Carracedo, porque llegó a formar parte de su Jurisdicción. "El Viejo Reino de León (León, Zamora y Salamanca) no lo he inventado yo –aclara-. Zamoranos y leoneses hemos estado siempre unidos, por historia y geografía, por costumbres y formas de vida. Que el gran rey Alfonso IX naciera en Zamora no debe extrañar a nadie. Es verdad también que mi pueblo pertenece a Tierra de Campos, esos pagos que un día pateó el gran escritor leonés Jesús Torbado para escribir 'Tierra mal bautizada'. Tierra de Campos es una comarca natural única, ya que se extiende por cuatro provincias de Castilla y León: Palencia, Valladolid, Zamora y León... El Fuero de Cañizo, que fuera concedido por el Abad del Monasterio de Carracedo, lo tengo en latín y un catedrático de esta lengua me lo  está traduciendo. En aquel tiempo el Monasterio tenía un poder enorme y sus posesiones llegan a mi pueblo. Es entendible entendiendo cómo funcionaban las cosas en la Alta Edad Media".
"Miguel Ángel García (TVE) fue compañero mío en el Centro Territorial de TVE y en cierta ocasión me invitó a pasar unos días en Noceda del Bierzo, su pueblo. En Valladolid la experiencia televisiva fue total"
Cañizo, su tierra natal, significa mucho para él porque allí pasó su niñez. Y como decía Rousseau (precisa Aniano): "la patria del hombre es la niñez. Una frase que otros escritores han referido como suya después porque define muchas cosas. Nada hay peor que el desarraigo, que es lo que le pasa al que emigra. Tener al pueblo como referencia no tiene precio, por eso mi vida sigue totalmente vinculada a Cañizo, a la casa de mis padres y abuelos y a los amigos de siempre", afirma orgulloso de sus orígenes.
Recuerdo con cariño aquella comida en su bodega de Cañizo en compañía de buenos amigos, entre los que se hallaban Keudell, Carretero y el argentino Jorge, el doctor Benozzi (que tuvo la mala fortuna de naufragar y desaparecer en el mar, en aguas brasileñas, a finales de agosto de 2014, dejándonos una tristeza inmensa, pues uno también tuvo la ocasión de visitarlo en Argentina a mediados del 2000).
Un extraordinario anfitrión y cicerone Jorge Benozzi, 'el Pulga', al igual que lo es Aniano, que recuerda a su amigo Eduardo Keudell (a quien le hemos dedicado fragua en esta misma sección y diario digital) pues se conocieron en los años setenta en Barcelona, donde Gago estudiara Periodismo, mientras que Keudell trabajaba en 'El Periódico de Cataluña' y aun en otros medios. "Y por esas suertes de la vida nos hicimos amigos... Más tarde, tras casarse con Manoli, natural del Bierzo, se vinieron a vivir a Viñales. Con cierta frecuencia vengo a verlo para disfrutar de los paisajes de aquí y de su gastronomía contundente. Y después apareció Manuel Cuenya, escritor brillante a quien le he presentado dos libros en Valladolid. O sea: que creo que tengo casi un pedigrí adoptivo del Bierzo. El oro de las Médulas se lo llevaron los romanos, pero hicieron un desastre ecológico que ahora es una maravilla como paisaje. Por cierto, parte del agua que llegaba al sistema para hacer caer las paredes y dejar libre el oro llegaba de unas conducciones de las montañas zamoranas, pegadas a las de León".
(Puedes seguir leyendo esta fragua en ileon.com:
http://www.ileon.com/cultura/084154/aniano-gago-delibes-y-garcia-marquez-echaron-muchas-horas-en-los-periodicos-y-despues-dieron-en-grandes-escritores)

domingo, 25 de marzo de 2018

Mapas afectivos, por Ruy Vega












Agradezco, amigo Ruy, tu reseña de Mapas afectivos. Me alegra que te haya ayudado a viajar por el mundo. Y que a tu padre, como al mío, les hubiera gustado. 
Los padres, ay, qué importantes son en la vida, en nuestra vida, que se nos escurre entre las manos, sin poder detener el tiempo, ese tiempo que nos permite, también, componer con la palabra, que nos hace sentir el mundo. 
Mi padre, como el tuyo, nos están iluminando, como estrellas enormes en este firmamento inabarcable, acaso infinito, o finito pero ilimitado (sin fronteras, lo que nos debería dar ideas para no caer es insensatos regionalismos ni nacionalismos), que explosionó (sin dios, ahí se origina el tiempo) en un momento determinado, hace casi 14000 millones de años. Ahí es nada. Y se está expandiendo. Como nos dijera el gran Hawking (o eso creo recordar, hablo de memoria, y la memoria no siempre es fiable, aunque sea un hermoso manantial literario), que también nos ha dicho adiós hace tan sólo unos días. 
Hoy también es el entierro, en el útero de Gistredo, de un paisano y vecino, Emilio "Relojero", tío carnal de un buen amigo, Jose Manuel, y amigo de mi padre, aunque Emilio, que viviera gran parte de su vida en Alemania, fuera unos diez años más pequeño que mi padre. Un día triste (por el fallecimiento de este hombre) y alegre por las palabras que me dedicas, estimado Ruy, por lo que escribes en La Nueva Crónica acerca de Mapas afectivos, que en esencia es un viaje interior, estoy de acuerdo contigo. 
Un placer grande que te haya gustado. Mi gratitud, siempre, para ti. Y mi recuerdo cariñoso para tu tío Gonzalo, que también luce ahora en este universo infinito/finito, limitado/ilimitado, en expansión, en un espacio-tiempo curvo, según la teoría de la relatividad del genial Einstein.   
Ruy Vega | 25/03/2018
Imprimir
Efectivos mapas afectivos
CARTAS A NINGUNA PARTE 'Mapas afectivos' te grita, con poética sinceridad, que aquel que se introduzca en él será viajero, que no turista
Hay tres formas de viajar. Una, y quizás la más obvia, es haciendo una maleta, recogiendo algunos sueños perdidos y embarcándose en cualquier medio de transporte que nos lleve más allá de donde habitamos cada día. La segunda es leyendo muchos de los libros que nos rodean o viendo una película (sin duda todos hemos llegado a donde nuestra imaginación nos permitía, volando entre las líneas de maravillosas novelas o entre los fotogramas de imágenes ya nunca olvidadas) y la tercera, papá, es la que hoy te traigo en esta nueva carta. Viajar a través de un libro que nos descubra el mundo. Y eso es ‘Mapas afectivos’, un conjunto de geniales páginas en donde sumergirte, sin moverte del sofá, entre las calles y montañas de este pequeño planeta que habitamos, que destruimos y que creemos ignorantemente gobernar. 
Coal Harbour-Vancouver

A tí te gustaba viajar. Recuerdo que siendo pequeños nos llevabas aquí y allí, a éste y aquel lugar. Habrías hecho una buena amistad con Manuel Cuenya. A ambos os uniría la lectura, la escritura y el fervor por conocer más allá de lo que se sueña. Pero ‘Mapas afectivos’ no es un libro de viajes. No, no lo es. Creo sinceramente que estamos ante la búsqueda interior de uno mismo, la facilidad por emprender mil aventuras y la sinceridad de un escritor que, escuchando a sus deseos, le pidieron que volase allí donde sus ojos se posan, en lugares tan remotos como deseados y conociendo gente tan lejana como cercana en sentimientos. Porque, ambos lo sabemos, tanto aquí como en cualquier otro punto, a todos los seres humanos nos une la necesidad de ser felices y la búsqueda de la tranquilidad vital. 
En el viaje no solo se busca descubrir nuevos lugares, y este libro es el mejor ejemplo de ello. El autor nos transporta a experiencias únicas, de esas que se encuentran únicamente cuando el motivo del viaje es interno, muy personal. Porque cuando el caminar es por pensar y no por llegar, el trayecto es sinceramente necesario. 
Panorámica de Vancouver desde Lookout
Capilano-Vancouver


No son pocos los lugares a los que Manuel nos lleva en su mochila. Papá, si lo hubieras podido leer (quizás puedas, no lo sé), habrías estado en Norteamérica, en tu amado Bierzo, Valporquero, Galicia, Castilla, Portugal, Holanda, Londres, Alemania, Grecia, Turquía, África… Aquí y allí. Allí y aquí. Lejos de casa, pero cerca de esas experiencias que son tan necesarias. 

Manuel no nos habla de los monumentos, no nos dibuja las fotos de las guías ni los recorridos de los documentales. 
No, ¿para qué? Quizá eso no sea un viaje, quizá eso solo sean postales para los ojos, pero vacíos contenidos para el alma. 

Manuel nos baja a las calles, nos permite con maestría narrativa hablar con los que llevan allí ya tantos años como para olvidarlo, nos deja dormir en las camas de lo más profundo de sus sociedades, no nos ubica en el centro de las grandes atracciones turísticas, sino en el centro del pensamiento y dolor de cada una de esas ciudades que, por fortuna, descubrimos entre cada línea, tras cada párrafo, entre cada reflexión dibujada en la hoja en blanco.
Grouse Mountain-Vancouver
Hay entre sus páginas, sabiamente liberadas, frases y expresiones fantásticas. De esas, papá, que comentaríamos tras haberlas leído. Pueden pasar desapercibidas para alguien que desconozca que Manuel es escritor (si es que hay alguien), pero no para nosotros. Recuerdo ahora el viaje por Vancouver, en el que Cuenya encuentra la manera más resumida y sincera para describir a muchos de los que vagan por la vida entre sustancias como un barco a la deriva. Nos habla de «…yonkis y buscadores de vida/muerte…». Genial, sencillamente perfecto. ¿Se puede definir mejor? Puede que no. 
Oporto
Seguro que ya no necesitaría darte más ejemplos, pero no quiero dejar pasar otros momentos sensacionales del viaje regalado. 
Entre las páginas de Páramo del Sil podemos leer «…y así logra tal vez sentir una suerte de espiritualidad que me religue con la madre naturaleza, en este caso con un espacio proverbial en bosques, arroyos y montañas, cuyos efluvios me embriagan de poesía...». Ya no hace falta decir nada más, o puede que el silencio sea la mejor opción cuando ya nada se puede decir mejor. 
Oporto


Venga, un último ejemplo. Cuando nos encontramos en Oporto (no puedo evitar recordar que ambos estuvimos allí cuando yo apenas era un niño), nos describe perfectamente la sensación del turista por necesidad interior, como quizá seamos muchos. Nos dice, con sinceridad embriagadora «…qué difícil es ser viajero en estos tiempos de turisteo planificado…». Qué frase. ¡Qué frase! Distinción entre viajero y turista. Mágico. Sin duda mágico. 

El ser humano es nómada. Hay quien erróneamente lo ha encasillado únicamente así en sus orígenes. Pero lo sigue siendo. Su ansia natural por ir más allá le ha empujado siempre a descubrir nuevos lugares. 
(Puedes continuar leyendo este artículo/carta de Ruy Vega en https://www.lanuevacronica.com/efectivos-mapas-afectivos)

miércoles, 21 de marzo de 2018

Tiempo fluido y amoroso


Hoy me apetece compartir este poema (y esta foto del útero de Gistredo, Noceda), darle realce al Eros, ya que el Thánatos siempre está acechando tras los matorrales de la sorpresa.

Recuerdo aquella primera vez,
con la ilusión de un niño que redescubriera el mundo
en el instante de un tiempo fluido.
Me miraste con hondura y entrega,
y te devolví la mirada con satisfacción,
con ojos acariciadores.
Recuerdo aquella primera vez
como si hoy fuera ayer… y mañana.
Tu aroma a ti, a madreselva, tan cautivador,
me entrañó.
Nos saboreamos en la distancia,
con el gusto ancestral de lo bello,
y el feromónico sentido de las abejas,
con pasión y generosidad,
con amorosidad,
como si nos hubiéramos acariciado en la cercanía.
Entramos en la burbuja del amor,
en una surrealidad brotada y rosa,
en un manantial de deseo,
Entramos en un océano de tiempo,
hipnotizados por la pureza de sus aguas
en un universo en expansión,
que sonara con la fuerza de un volcán en erupción,
amacados por la brisa matutina de un mar
en el que crecen las olas y las sonrisas silvestres.
Recuerdo aquella primera vez,
sobrecogido ahora por el tiempo
que nos religara,
emocionado por tantos momentos compartidos.
Y siento que estaremos unidos para siempre.
Siempre estaré.
Siempre estarás.

Recuerdo aquella primera vez,
con la ilusión de un niño que redescubriera el mundo,
este mundo breve. Y efímero,
que se me escurre entre los dedos
como el agua que va a parar a un mar,
en el que crecen las olas y las sonrisas silvestres,
el océano de nuestra matria,
el amor-río que discurre por cauces reinventados.
Consciente de los instantes que se evaporan,
del tiempo que se esfuma.
Como un niño que redescubriera el mundo,
hoy te siento en lo hondo de mi alma,
como te sintiera aquella primera vez
en el instante de un tiempo fluido y amoroso.

martes, 20 de marzo de 2018

La fragua literaria leonesa: Berta Pichel


Cultura cultura
0 votos
 Disminuir fuente / Aumentar fuente
LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Berta Pichel: "La escritura es mi buena y fiel compañera"

Manuel Cuenya | 19/03/2018 - 13:44h.

La narradora y profesora Berta Pichel, autora de 'Cicatrices de charol', está trabajando en su segunda novela. Y con la promoción de su ópera prima, que presentará en el Bierzo en el mes de abril, el 12 (Museo de la Radio de Ponferrada), el 13 (Campus universitario) y el 14 en Villafranca del Bierzo.

Imprimir
Enviar por correo
FacebookTwitterGoogle +MenéameWhatsappTelegram
Votar noticia Vota
"El pequeño pueblo de Matarrosa semejaba un islote perdido y enclavado en un reducido valle entre montañas. El río Sil contribuía  a agrandar la belleza del paraje al deslizarse con discreción por uno de los costados del pueblo a modo de coraza protectora. El verdor de las montañas de la margen izquierda, ocupadas en la parte baja con huertos, prados y bosques, contrastaba con el subsuelo rico en carbón de la franja derecha, de aspecto negruzco.
En una primera impresión, el paisaje le recordó  a Nía el pueblo de su madre La Portela, rodeado de montañas y franqueado por el río Valcarce, pero era una aldea mucho más verde y sin el oscuro contraste generado por las minas, que allí se adivinaban cercanas...".
(Berta Pichel, 'Me estoy volviendo loco por ti', 'Cicatrices de charol)
Originaria de La Portela, localidad perteneciente al municipio de Vega de Valcarce en la comarca del Bierzo, Berta Pichel acaba de publicar 'Cicatrices de charol', una novela ambientada precisamente en su tierra natal.
Su autora nos lleva de la mano por lugares como Ponferrada (la plaza de la Encina, el Rañadero, la plaza Lazúrtegui, La Obrera, Las Cuadras, el Pajariel...), Villafranca del Bierzo (el barrio de la Cábila, Ledo), Cacabelos, Vega de Espinareda, Matarrosa del Sil, Fabero, Bembibre, La Portela o la propia ciudad de León (el barrio Húmedo, Casa Benito, la plaza del Grano...), entre algunos otros.
Una historia de amor en el contexto de la preguerra y la Guerra Incivil, que va desde septiembre de 1933 hasta octubre de 1939, un tiempo convulso, en el que se desata de un modo brutal el odio, la violencia, el rencor de unos vecinos y hermanos contra otros. "Animo a los leoneses, y a los bercianos en particular, a leer mi novela. Es una posibilidad de sumergirse de manera entretenida en la vida y época de nuestros ancestros".
Estructurada en tres partes, a saber, El despertar, Nuevos rumbos y Laberintos, Cicatrices de charol (Penguin Random House, 2018) nos ayuda a conocer y entender el pasado histórico del Bierzo en la compleja época de los años treinta, "que, incluso, aún nos ha dejado a sus descendientes cicatrices", asegura su creadora, "porque vivir con pasión siempre deja cicatrices", agrega esta narradora berciana, que, con su obra, ha pretendido acercarse a la gente más desfavorecida, a sus penalidades y alegrías a través de personajes como Nía (Herminia, la protagonista) y su amiga Rita "como símbolos del mundo femenino de la época". Y aun otros como Toñito Pereira en el capítulo 'A festa do maio' (en clara referencia al excelente escritor villafranquino) o los amores de Nía: Valeriano, alias el Jilguero, y Miguel. Incluso personajes históricos como el poeta y animador cultural villafranquino Antonio Carvajal Álvarez de Toledo, el director de teatro ponferradino Alberto de Paz y Mateos o Emilio Silva, el abuelo del periodista, escritor y fundador de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, también llamado Emilio Silva.
"En la actualidad podemos aprender, y mucho, de aquella época", nos recuerda Berta Pichel. No en vano, deberíamos aprender a no repetir los errores cometidos en ese período terrible. "Bucear en la dura realidad de aquellos tiempos convulsos (1933-1939) implica una lección de vida".
Aunque su autora afirma (en una entrevista reciente que le hiciera la poeta y narradora Marta Muñiz Rueda) que esta novela no es autobiográfica en absoluto, sí reconoce que se identifica con su protagonista, con Nía, una mujer que aspira a convertirse en actriz, que desea romper con las ataduras de un sistema castrador, de una madre (Avelina) harto conservadora. "También en el convencimiento de que el amor es una de las grandes fuerzas de la vida por el que vale la pena arriesgar", señala.  En todo caso, cabe recordar, una vez más, si nos fiamos de lo que nos cuenta el grandísimo escritor Julio Llamazares, que "toda novela es autobiográfica y toda autobiografía es ficción".
(Puedes continuar leyendo esta fragua en ileon.com:
http://www.ileon.com/cultura/083929/berta-pichel-la-escritura-es-mi-buena-y-fiel-companera)

lunes, 19 de marzo de 2018

Rulfo o el México profundo

Rulfo, aquel hombre de hablar quedo y espíritu depresivo, que este año hubiera cumplido el siglo y un año (o sólo el siglo, pues no está claro, según el escritor mexicano Carlos Fuentes, si nació en 1917 o 1918), aquel prodigioso escritor mexicano, que hizo de su tierra de Sayula (Jalisco, la Nueva Galicia, como él mismo llegara a decir), un universo de ficción y realidad, nos ha legado una obra breve pero harto sustanciosa, extraordinaria, en realidad. 
Cuenta el gran escritor Julio Llamazares, cuya influencia rulfiana es evidente en al menos su Lluvia amarilla y a quien cita de modo explícito en Escenas de cine mudo (dos obras magníficas) que pocos escritores en la historia de la literatura universal han logrado el reconocimiento que Rulfo alcanzó con solo dos libros: la novela Pedro Páramo y el conjunto de relatos El llano en llamas. Y agrega: "El gallo de oro, que sería el tercero, no pasó de ser un conato de guion de cine". 

A decir verdad, El gallo de oro, que he tenido la ocasión de leer, también me resulta interesante. Esa historia de amor loco entre un gallero y tahúr llamado Pinzón y una cantante de palenque apodada La Caponera. Cabe señalar que los escritores Carlos Fuentes y Gabo (quien reconoce la conmoción que le causara la lectura de Pedro Páramo) se encargaron de hacer un guión a partir de esta novela corta de Rulfo, que dirigiría Gavaldón. Y que en los ochenta el realizador mexicano Ripstein volviera a adaptar al cine bajo el título de El imperio de la fortuna. 
Pues eso mismo, con sólo tres obras y nomás de trescientas páginas publicadas, el genio Rulfo, que en verdad fuera un jalicense muy arraigado a su tierra, nos ha cautivado con su prosa sensorial, comestible y sus imágenes en blanco y negro sobre ese México profundo, rural, esos pueblos sin esperanza, como Luvina, donde el viento, en tremolina, "no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas en la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes", o ese "aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias", que invade el territorio mítico, fantasmagórico e infernal llamado Comala (término que hace referencia al comal o comalito, recipiente de la cocina tradicional que se usa como 'sarten' para cocinar) donde los muertitos, en Santa compaña galaica, conviven con los vivos (puro realismo mágico). Y nos hablan desde el más allá (curiosamente situado en el más acá) con su sonoridad musical y sus rítmicas palabras amasadas con el lirismo de los sueños y las pesadillas, las ilusiones y esperanzas que sólo pueden permanecer en ese tiempo suspendido en el aire, en la región más transparente del aire, por decirlo en palabras de los escritores mexicanos Alfonso Reyes y Carlos Fuentes. 

"Comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala", nos cuenta Juan Preciado casi al inicio de Pedro Páramo. 
Marcado por una infancia (lo que más influye en el ser humano, lo que más persiste en la memoria del hombre, dijo el autor mexicano), y sobre todo por su infancia de orfanato, pues varios de sus parientes, incluido su padre, murieron asesinados siendo un niño, Rulfo nos adentra en su mundo, que en verdad es el mundo revolucionario, fundamentalmente postrevolucionario. Y nos conmueve con sus historias sociales, de campesinos, de superstición y magia, de costumbres ancestrales, de personajes pobres y sometidos, abocados a un destino fatídico (léase, por ejemplo, su relato Es que somos muy pobres), con sus personajes marginales y discapacitados (como Macario). Y nos ayuda a reflexionar y entender ese mundo, que también es nuestro, porque la condición humana, salvando los condicionantes culturales, religiosos, ideológicos..., es igual allá y acá. Y Rulfo ha sabido, como nadie, darles voz a los sin voz, incluso a los muertitos, darle voz al pueblo vapuleado siempre o casi siempre por gobernantes déspotas, despiadados, corruptos, asesinos incluso. Historias de venganza (como ¡Diles que no me maten!, El hombre o Acuérdate, incluso Pedro Páramo) contadas, en su mayor parte, en primera persona, a través de monólogos (también interiores, en el que el flujo de la conciencia/subconsciencia resulta hipnotizador). Historias narradas a veces por narradores observadores, comportamentales (centrados en las conductas, en los gestos de sus personajes), aun antes que por narradores omniscientes (que parecen saberlo todo de sus personajes). Cuentos y relatos fragmentados, en los que el tiempo se detiene, se ralentiza, a veces se invierte, se rompe, se adelanta o se retrasa como esos relojes viejos, viejos y entumidos como sus pueblos, los que retrata (tanto en sus fotos como en sus narraciones), pueblos en definitiva presididos por el infortunio, "que saben a desdicha". 

Fotos en banco y negro que han sabido captar la belleza poética de un México rural, de campesinos con la melancolía en la mirada, de paisajes desoladores, también de conventos o edificios construidos por los colonizadores españoles, imágenes que nos cuentan historias en la misma línea en que lo hacen sus cuentos, cual si estuviera mostrando un mundo fantasmagórico. En su caso la imagen y la palabra se dan la mano, se abrazan en una fusión de altos vuelos artísticos. 
“Las imágenes en blanco y negro me remiten a otros mundos. Son documentos de una ausencia casi metafísica. Mudas, las figuras te miran como esperando la oportunidad de decir algo”, dijo Rulfo, cuya mirada fotográfica nos deja pegados a su obra al igual que lo hace con su narrativa.  
Comenzó a hacer fotos siendo un adolescente por pura afición. Y continuó haciéndolas durante su periplo como viajante o corredor de comercio (que dirían en México), que le permitiría recorrer la geografía fantástica de su país. 

También el cineasta ruso Eisenstein supo filmar ese México de hondura esencia, festivo y en ocasiones mortuorio, que nos muestra en su documental ¡Qué viva México! No tiene desperdicio el Día dedicado a los muertos. 
Seguiremos disfrutando con sus cuentos y sus imágenes, porque Rulfo nos devuelve a un México que fue y sigue siendo, un Mexiquito, ay, cielito ojitos lindos y universal, con el que me siento religado. Que me hace vibrar. Y soñar. 
Un mundo estimulante e inspirador que me hizo vivir experiencias extraordinarias en una época, aún era jovencito, en que mis ilusiones estaban a flor de piel. 
Un país que, para quien desee componer con la palabra, es fascinante. Rulfo, aparte de excelente narrador y fotógrafo, es una fuente poderosa de vocablos y expresiones.  
Pero también es México un manantial de inspiración para quien desee pintar. Me entusiasma Frida Kahlo. Y Diego Rivera. Y Orozco. Y Siqueiros.