Confieso, cual buen feligrés, que nunca antes había asistido a este espectáculo, que en verdad es un genuino teatro, un teatro de la muerte (estilo Kantor, maravilloso este dramaturgo polaco, que tanta influencia ha tenido, por ejemplo, en compañías como la Zaranda, la mejor, en mi opinión, de la España actual), aunque aderezado por el pimentón del buen humor, la chispa del orujo (que no falte alguna copina de este licor, del que era devoto Genarín) y hasta la mofa, la transgresión en una época, la nuestra, en la que parece que hubiéramos involucionado en derechos, en libertades con respecto a épocas pasadas.
No sólo parece sino que es una realidad. Hemos involucionado. La política ha llegado a límites esperpénticos. Bueno, Valle Inclán (o su álter ego Max Estrella, que tiene algo de Genarín, quien también era un bohemio y jugador de tute) ya nos lo había mostrado en sus Luces de bohemia. Y ahora hasta te pueden empapelar bien empapelado por escribir contra la sacrosanta religión o bien por hacer versos que atenten contra la moral y buenas costumbres, tal y como entienden los censores y moralistas de los rectos principios. Qué peligro che.
Genarín |
Por eso la procesión dedicada al borrachín Genarín no es una provocación, como pudieran creer los creyentes y devotos de vírgenes y santos de palo (muñecos, diría un islámico), sino una puesta en escena que nos ayuda a creernos algo más libres, que nos convida a resarcirnos de tanta estrechez y olor a incienso y Medievo inquisitorial.
Me encantó seguir a Genarín, aupado por los mozos leoneses, en su recorrido por las calles de la ciudad histórica, saliendo de la Plaza del Mercado de Abastos, a su paso por el barrio Húmedo hasta llegar a la plaza de la Catedral, para luego emprender ruta definitiva hasta la muralla, los cubos, en concreto el tercer cubo, al lado del Arco de la Cárcel, donde Genarín, embriagado o despistado, incluso haciendo sus necesidades, fue atropellado por un apresurado camioneta, el camión de la basura, que, al decir de algunos, deseaba ver una procesión en toda regla, religiosa, o sea.
La Moncha |
Me gustó seguir a la comparsa o santa compaña, que portaba velas/antorchas encendidas. Y escuchar los versos y retahílas (la liturgia) que se le dedican a este santo de la farra leonesa, fallecido en 1929, en aquel León-pueblo grande, que gustaba de darle al pimple y frecuentar garitos de fornicio.
También La Moncha (la prostituta que encontrara a Genarín muerto), aupada por las mozas leonesas, hace el recorrido en compañía de su querido pícaro y vividor, que gustaba de tomar, aparte de orujo, queso, pan y una naranja. Y aún vemos el cubeto y a la Muerte, guadaña en mano, haciendo procesión.
También La Moncha (la prostituta que encontrara a Genarín muerto), aupada por las mozas leonesas, hace el recorrido en compañía de su querido pícaro y vividor, que gustaba de tomar, aparte de orujo, queso, pan y una naranja. Y aún vemos el cubeto y a la Muerte, guadaña en mano, haciendo procesión.
Una muerte gigantesca, como aquellos gigantes (gilantes) y cabezudos (los evangelistas, en el caso de la procesión de Genarín) que vi por primera vez, siendo un rapacín, en la fiesta del Cristo de Bembibre, de la mano de mi padre, bajo cuyo manto negro -oh, sorpresa- se escondía todo un personaje de la cultura leonesa, pariente para más señas del ilustre e ilustrado escritor Julio Llamazares, quien publicara el archiconocido libro El entierro de Genarín. Evangelio apócrifo del último heterodoxo español. Obra apadrinada por el médico y poeta leonés Francisco Pérez Herrero.
La Muerte |
Qué alegría, David, verte en el papel de la muerte, mejor dicho jugando con la Muerte, haciéndola danzar, desafiándola, riéndote incluso de la misma. Y por supuesto haciéndole corte y comparsa al santo pellejero Genarín, que nos seguirá haciendo disfrutar de tamaño Carnaval o procesión semanasantina, para escarnio de mochos de sacristía y papones apaponados y para regocijo de quienes aún aspiramos a ejercer una suerte de libertad. Siempre del lado de los desheredados, los sin voz, los llamados perro flauta, aquella gente al margen, porque son quienes nos despiertan y nos emocionan.
¡Viva Genarín y el orujo!
¡Viva Genarín y el orujo!