martes, 28 de marzo de 2017

La fragua literaria leonesa: Carol Bret

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LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Carol Bret: "Creo que el teatro es la más completa de todas las artes, la cúspide de la expresividad humana"

Manuel Cuenya | 28/03/2017 - 09:49h.

Filóloga, profesora, poeta, la ponferradina Carol Bret es autora de 'Al fondo del vaso'. Tiene diez poemarios inéditos pero de momento no desea publicarlos.

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Primera letanía fondona
...Tantas palabras gastadas
para no decir apenas nada
y tantos suspiros regalados al aire
para que mañana vuelvan a llorar
los de siempre...
(Carol Bret, 'Al fondo del vaso)
Filóloga de formación, profesora de Lengua y Literatura de profesión, poeta de vocación, Carol Bret, que tiene nombre de actriz de cine, "que nació con nombre de artista de jazz", como dice la escritora Patricia Mateo, comienza a escribir sus primeros versos con once años, encontrando en la Literatura su templo y refugio, su bálsamo de Fierabrás, su jardín privado, su mismidad, en una época, sobre todo en su adolescencia, que fue muy difícil para ella por diversos motivos, asegura.
En este sentido, cree que la escritura, como cualquier otro medio de expresión, creación y pensamiento, puede tener prácticamente cualquier utilidad que queramos darle: "refugio, huida, desahogo, venganza (como dicen que era el caso de Flaubert), reflexión... Y sí, cualquiera de estas funciones actúa como una terapia que reconforta, ayuda y acompaña. Además, los únicos efectos secundarios que trae consigo son sentirse más pleno, más humano, y comprenderse mejor a uno mismo y a los demás. Pero solo si se hace con honradez, claro. Si no, también puede ser una pantomima, un burdo engaño", se expresa con rotundidad, mientras recuerda haber llorado de emoción con unos versos de Lope de Vega cuando tenía doce años, aunque antes ya había garrapateado –apostilla– algunos versos medio febriles, muy inocentes, "pero aquel día fue como si me hubiesen lacerado la piel con un hierro candente. Esa marca no se me borra", precisa esta creadora y lectora voraz, que dice haber construido su biografía en torno a los libros, sin dejar de ser una chica entusiasta y alegre.
Cabe destacar que entre sus lecturas favoritas figuran obras como 'La insoportable levedad del ser', 'El lobo estepario' o 'Así habló Zaratustra'. En realidad, Carol muestra su preferencia por los clásicos en detrimento de los contemporáneos, aunque hay un escritor al que admira enormemente, y ese es Julio Llamazares, "que además resulta que nació en un pueblín de León", apostilla. "Encuentro en su literatura un trasfondo ético que echo en falta en muchos otros autores. Creo que Llamazares tiene una gran sensibilidad para percibir todo lo humano desde la sencillez y la honradez. Me aburren mucho los grandes egos que encuentro en el mundo del arte en general. Y él, hasta donde puedo intuir, me parece todo lo contrario".
A los catorce años, se aficionó al teatro llegando a matricularse en un instituto en el que impartían esta materia. "En el instituto tuve oportunidades estupendas. No sólo en la clase de teatro con Cruz Vega, también en la literatura, con el profesor Cabezas, que leyó algunos de mis poemas de entonces y me animó mucho a seguir escribiendo. Tampoco olvidaré el día que me anunciaron que había ganado un concurso de relatos comarcal", rememora Carol, cuya pasión por el teatro la llevó a escribir y dirigir una obra teatral titulada 'La vida como quimera', que se representaría en varias ocasiones en Ponferrada, su ciudad natal, el lugar en el que vive la mayoría de las personas que ama: su familia, que es muy extensa y su pandilla de adolescencia, con la que sigue reuniéndose en vacaciones.
También por esa época en el Bierzo (su origen, su raíz) se integra en la compañía Skené, estrenándose como actriz en el teatro Bergidum con dos obras: 'La cantante calva', de Ionesco, y 'La rosa de papel', de Valle-Inclán. "Pude subirme al escenario bien jovencina y ganar mi primer –y muy modesto salario– con la recaudación de taquilla. Tenía 16 años y no lo olvidaré nunca", aclara.
Además, en la capital del Bierzo recuerda que tuvo oportunidades maravillosas para aprender teatro con grandes profesionales que visitaban el teatro Bergidum, como Esperanza Abad, Paco, el genial clown, o Yociel Marrero.
"En el instituto tuve oportunidades estupendas. No sólo en la clase de teatro con Cruz Vega, también en la literatura, con el profesor Cabezas, que leyó algunos de mis poemas de entonces y me animó mucho a seguir escribiendo. Tampoco olvidaré el día que me anunciaron que había ganado un concurso de relatos comarcal"
Cuenta que el teatro es una profunda emoción, "algo que me conmueve de parte a parte, algo físico". Y que el olor del teatro, el sonido de las tablas del escenario... es como un hogar perdido al que siempre quiere volver. "Yo quería ser actriz. En esta frase, hay un hondo pesar. Porque quería, pero no lo fui. Pero claro, también quería ser profesora, y sí lo soy. Supongo que todo en esta vida no se puede tener. Pero... cada vez que entro en un teatro se me llenan los ojos de lágrimas, especialmente en el Bergidum de Ponferrada. Es un lugar muy especial para mí".
El arte dramático es, en su opinión, magia pura, la magia de la palabra, la imagen, el gesto... "la voz, tan poderosa, los gestos de los actores, el estar sobre el escenario perdida de ti misma totalmente, siendo una otra enigmática y a la vez conocida, a la que ofreces tu cuerpo para que exprese a través de él toda su humanidad de personaje. Y los ensayos, en los que compartes una intimidad, un comadreo y una pasión con las demás personas que integran la obra que de algún modo quedáis unidas para siempre... Creo que es la más completa de todas las artes, la cúspide de la expresividad humana".
Una vez finalizados sus estudios de Bachiller, comenzó su andadura radiofónica con el programa 'El último baile', donde se emitían textos suyos y ajenos, lo que le permitiría posteriormente dar una serie de recitales poéticos acompañada a la guitarra por su amigo, "el excelente músico y pintor, Jorge Solana".
Con dieciocho años se trasladó a Santiago de Compostela, donde comenzó sus estudios de Filología Hispánica. Y en esta ciudad gallega continúa con el teatro, colaborando con el grupo universitario Fatuati, que estrenara la obra 'Golpe a Dante'. Asimismo, organiza recitales poéticos en el Café A Conga y, junto con la poeta Andrea Nunes y la performer Laura Sañudo, realiza diferentes encuentros de poesía, micros abiertos y recitales en el mítico local de la zona vieja compostelana O Miúdo. También dirige el programa 'Causa perdida', esta vez desde las ondas libertarias de la radio pirata 'A Kalimera'.

(Puedes continuar leyendo esta fragua en ileon.com):

domingo, 26 de marzo de 2017

Mapas afectivos en la capital de España, por Juanma Colinas

Este finde he presentado Mapas afectivos en la casa de León en Madrid, situada en la calle del Pez, en el barrio de Malasaña. 

Me gustó y aun me emocionó compartir la tarde noche del pasado viernes en compañía de amigos como Chema Hidalgo, Ángel Petisme, José Luis Moreno-Ruiz y el periodista toreniense Juanma Colinas, quien dedica esta maravillosa crónica, en su web Plumilla berciano, a la presentación de mi libro de viajes por diferentes espacios. Muchas gracias, querido Juanma, por tus palabras cariñosas. Todo un honor para mí. Un gran placer. 

El escritor y periodista berciano Manuel Cuenya presentó durante la tarde de ayer, viernes, su obra “Mapas Afectivos”, en la Casa de León en MadridEs algo que ya conocíais, porque os lo habíamos anunciado en la entrada que hicimos el jueves, aquí, en Plumilla Berciano. Aunque hoy es el turno de contaros la crónica de lo allí celebrado. Un artículo que estoy escribiendo ahora mismo con los cincos sentidos y que espero que vosotros lo estéis leyendo de igual forma. Es algo que yo siempre intento hacer y una máxima que Cuenya recomienda a sus alumnos de sus cursos de escritura creativa, algo de lo que también hizo partícipe a las aproximadamente 50 personas que asistieron como público.
Chema Hidalgo, Petisme, Cuenya, Moreno-Ruiz y Juanma Colinas
El acto comenzó unos minutos después de las 19.30 horas. El coordinador de Cultura de la Casa de León, José María Hidalgo, introdujo a Manuel Cuenya. Tras la presentación, un servidor, Juanma G. Colinas -por si alguien es la primera vez que accede a este blog y no me conoce-, hice alusión al hecho de que hacía ya 5 años que habíamos tenido la oportunidad de presentar otra obra de Cuenya en el mismo escenario: La Fragua de Furil

http://ileon.com/cultura/014895/manuel-cuenya-presenta-la-fragua-de-furil

Además, mencioné a Valentín Carrera*, autor del prólogo del libro, haciendo referencia a que, al igual que él, soy amigo del autor y, por ello, me iba a ser difícil que esto no se notase en mi intervención. Aunque, como dejé claro, no recomiendo el libro por este hecho, sino porque me ha encantado. Igualmente, entre otras muchas más cosas, reconocí que Cuenya me había conseguido sumergir, como lector, en un verdadero viaje emocional, porque, según comenté, “Mapas Afectivos” trata precisamente de eso, “de viajes de verdad, hechos con el corazón”. Realmente, me ha agradado encontrarme en esta obra muchos destinos que conozco y, por otra parte, me han entrado ganas de descubrir aquellos lugares que aparecen en estas páginas en los que todavía no he estado. Luego, leí algunos pasajes de “Mapas Afectivos”, centrándome en varias líneas que hacían referencia a Salamanca, ciudad en la que yo estudié y en la que Cuenya también recibió parte de su formación académica. Y, aunque en épocas diferentes, vivimos algunas sensaciones y emociones similares.
El escritor, periodista y traductor José Luis Moreno-Ruiz hizo un repaso por la trayectoria de su amistad con Manuel, remontándose a cuando él dirigía el programa radiofónico Rosa de Sanatorio, de Radio 3, en el que Cuenya, en calidad de oyente, enviaba algunos de sus poemas. También habló de las obras y el estilo del autor, centrándose en la literatura de viajes y en los referentes e influencias de otros escritores que el creador de “Mapas Afectivos” tiene.
Por su parte, el poeta y músico Ángel Petisme, leyó el texto que Julio Llamazares preparó para la contraportada de la obra presentada y, además de otras materias comentadas, quiso recordar al padre de Manuel Cuenya, fallecido hace algunos meses, explicando, además, como en “Mapas Afectivos” se notaba cuándo este ya no estaba. Todo ello tratado con mucha delicadeza y de una forma muy emotiva.

*El intrépido Valentín Carrera acaba de regresar a casa después de su expedición a la Antártida. Enhorabuena, querido Velentín. 

(podéis continuar leyendo este artículo en: http://www.plumillaberciano.com/mapas-afectivos-viaja-madrid/). 

martes, 21 de marzo de 2017

La fragua literaria leonesa: Charo de la Fuente

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LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Charo de la Fuente: "León, también en el futuro, puede llegar a ser un referente en la historia de la literatura"

Manuel Cuenya | 21/03/2017 - 16:37h.

La poeta y narradora Charo de la Fuente Mar, autora de 'Tierra de raíces y amores', está a la espera de que salga pronto su próximo poemario, que cree que sorprenderá y hará pensar

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PÁRAMO, NUNCA OLVIDES...
Páramo nuevo y  fértil
no te olvides de tu antaño,
cuando, desnutrido y seco,
cada año era un mal año...
y buscabas las castañas
en la tierra de los ajos,
segando campos de trigo
con las hoces en las manos.
No olvides de dónde vienes,
ni olvides de donde partes,
ni a dónde has llegado ahora
ni lo que, al punto, lograste.
Pues las tierras que se olvidan
de donde sacan sus fuerzas,
pierden siempre en el camino
el corazón y la siembra.
(Charo de la Fuente, 'Tierra de raíces y amores')
Ciudadana del mundo y leonesa del Páramo, Charo de la Fuente siente que su tierra natal (su "Pachamama") le ha dejado huella, porque ahí están sus raíces, sus ancestros, la cuna de sus primeros sueños y de los primeros pasos. No en vano, ha sido, en muchos momentos de su vida, la inspiración para escribir, en especial, apunta ella, en los momentos de añoranza, cuando ha tenido que estar fuera de su espacio afectivo. Y de esa añoranza han nacido muchos poemas de su primer poemario 'Tierra de raíces y amores' (con prólogo del escritor Juan Campal), dedicado precisamente a su tierra y a sus raíces.
No obstante, también admite que Bilbao, donde pasara un amplio periodo de su infancia en un internado, "de los ocho a los catorce años", también le ha marcado, porque allí, a pesar de la disciplina férrea que viviera y la dureza de estar lejos de su familia y amigos, recibió, a su juicio, una extraordinaria formación en artes, deporte...
También el Bierzo, donde trabajara durante ocho años, es como su segunda casa, porque conserva grandes amigos y regresa siempre que puede a esta comarca leonesa. "Mi única narración larga, un relato juvenil de aventuras, la escribí precisamente en el tiempo en que viví en Ponferrada", apostilla Charo. "Todas las vivencias y los lugares donde se vive son importantes... Cualquier sitio, aunque en principio pueda parecer no demasiado poético, lo es para la persona que lo quiere, y yo así lo considero, como lo hizo Luis Mateo Díez con su 'Reino de Celama', considerando al Páramo como un espacio de memoria y de imaginación...", sintetiza esta Licenciada en Antropología y Trabajadora Social, Doctora en Psicología y Ciencias de la Educación, que ha desempeñado su carrera profesional  en el ámbito educativo, como orientadora  y  profesora, si bien, en la actualidad, no ejerce por razones de salud, aclara ella.
Aparte de su amplio y sustancioso currículo académico y profesional, recuerda que se dedica a escribir, de un modo creativo, desde que era muy pequeña, llegando a ganar algunos concursos infantiles en el Colegio Dominicas de León, donde estudiaba.
Tiene la impresión de que los cuentos, que le contaban sus padres y sus abuelos, fueron definitivos a la hora de fraguar su afán por la literatura. "Mi abuelo materno era un auténtico 'teatrero'... Él y mi abuela eran unos maravillosos cuentacuentos, que nos contaban historias, que escenificaban en lo que llamábamos 'el rincón de los cuentos'... Era una buena forma de tenernos entretenidos y tranquilos a todos los nietos, en las largas tardes de invierno... También había un grupo que presentaba obras de teatro en el pueblo y en la zona, 'echaban comedias', como ellos decían...", evoca Charo, quien cree asimismo que su primera profesora en el pueblo, Angelita, fue clave porque solía alabar su gran potencial para escribir sobre cualquier cosa. "Me decía que era como una 'reviejilla' cuando escribía, porque mi nivel de vocabulario era amplio para mi edad. Siempre me animaba a escribir y me estimulaba valorando mucho lo que hacía por entonces, que eran pequeñas redacciones sobre lo que me pedía (entre ellas algunos relatos infantiles) y alguna vez comentaba que eran muy poéticas, pero yo, entonces,  no sabía lo que era la poesía; más tarde supe que eso, que yo hacía entonces, se llamaba 'prosa poética'".
"Todas las vivencias y los lugares donde se vive son importantes... Cualquier sitio, aunque en principio pueda parecer no demasiado poético, lo es para la persona que lo quiere, y yo así lo considero"

La melancolía como fuente de inspiración poética

En realidad, Charo comenzó a escribir poesía en Bilbao como una forma de expresar su rabia y su pena por estar fuera de León, de su casa, transformando su añoranza y melancolía en poemas. Tal vez por eso le gusta, desde siempre, la poesía de Rosalía de Castro, "porque ella también plasmaba cosas de su tierra con añoranza", aclara Charo, quien, a su regreso de Bilbao, estuvo durante un tiempo sin escribir, conociendo y adaptándose al nuevo centro escolar, hasta que la madre Antonina, la Directora del Colegio Dominicas de León, la alentara a seguir escribiendo, llegando a ganar sus primeros concursos literarios infantiles en la modalidad de relatos. "La poesía era, en esos momentos, un terreno vedado al que sólo mis más cercanos tenían acceso, y así fue durante muchos años...", precisa Charo. Tanto es así que, a lo largo de su vida, ha escrito cuentos, relatos y poesía sólo para su entorno más inmediato, para sus seres más queridos. Y aunque algunas personas próximas le habían animado a publicar, cuenta que sólo se decidió a mandar sus primeros textos a las editoras, cuando alguien, a quién considera que tiene criterio para valorar la calidad o no de lo escrito, se lo dijo. "F.U.M, una rapsoda catalana que había conocido un tiempo antes, y que conocía una parte de mi obra, me animó y puso todo su empeño en convencerme para que dejara que leyeran también los demás lo que escribía".
Su formación en los ámbitos psicológicos y sociales, así como el trato profesional con determinadas personas con problemas, cuando ejerciera como Trabajadora Social, y aun con su alumnado durante su etapa como docente, han marcado de un modo especial su forma de escribir, sobre todo en lo referente a su poesía, impregnando su obra con un evidente poso de humanismo, adoptando la segunda y tercera personas, en detrimento de la primera persona, con el fin de acercarse o ponerse en la piel de quienes están al otro lado, o al margen, a quienes no tienen voz. "Escribir sobre lo que he visto y vivido desde la segunda y tercera personas... seres humanos por los que he llegado a sentir una auténtica empatía y a los que he ayudado o he intentado ayudar, me ha permitido escribir desde las entrañas", especifica Charo, quien cree que la literatura es muy útil para expresar, en muchos momentos, cosas que quizá no se expresarían de otro modo, por timidez, inseguridad, miedo...
"Incluso algunas pruebas psicológicas y psiquiátricas utilizan la expresión escrita para sacar fuera aquello que puede estar haciendo daño a la persona, y que sirve, al mismo tiempo, como herramienta de diagnosis de los profesionales que después lo analizan para poder ayudarles", advierte esta narradora y poeta, consciente de que para algunos creadores la escritura es una especie de catarsis, que les ayuda a superar vivencias y momentos conflictivos, así como los simples problemas que les rodean.
"Tiene..., un punto evasivo..., que ayuda, a  veces, a afrontar la difícil realidad. Escribir permite plasmar en palabras aquellas vivencias y/o sentimientos que están dentro y que  a veces sólo así pueden salir... Creo que, desde las primeras manifestaciones gráficas de expresión de los homínidos, hasta la utilización de la escritura en la literatura creativa, media algo muy importante y es el paso de la mera utilidad del lenguaje escrito a la utilización del mismo como parte inequívoca de nuestro ocio, propio ya de sociedades más cultas y avanzadas", detalla esta narradora y poeta, que cultiva, en todo caso, más la poesía que la narrativa.
Como narradora se considera de aliento corto y medio, quizá porque ella misma, como lectora, está más próxima a las narraciones cortas, debido, según ella, a su impaciencia, y a las ganas y necesidad de conocer cuanto antes los entresijos de la trama y el desenlace final, "aunque ello no haya impedido que lea verdaderos 'tochos'...jajajajaja, bueno, siempre que me hayan enganchado, claro...".
"Creo que, desde las primeras manifestaciones gráficas de expresión de los homínidos, hasta la utilización de la escritura en la literatura creativa, media algo muy importante y es el paso de la mera utilidad del lenguaje escrito a la utilización del mismo como parte inequívoca de nuestro ocio, propio ya de sociedades más cultas y avanzadas"
Cree que para que un relato enganche, desde el principio, tiene que tener un buen planteamiento, algo que desde la primera frase haga crecer su interés por seguir leyendo, "una buena presentación de lugares y personajes sería un buen modo de comenzar". Después debe desarrollar una trama que haga al lector entender la historia que se cuenta –agrega-, las interacciones entre los personajes, los hechos, peripecias, conflictos..., que le hagan asumir el relato como algo propio y, por último, debe tener un desenlace que impacte, a ser posible inesperado o, al menos, que lleve al lector a sorprenderse, ya sea de un modo agradable o no, pero a sorprenderse.
"Creo que la sorpresa es un ingrediente importante en toda narración. El título, que en mi casi siempre lo dejo para el final aunque haya tenido algún esbozo o idea sobre él desde el principio, creo que debe 'hablar' mínimamente del relato y ha de ser atractivo".

El infierno de los malditos, Conversaciones con el mal (Libro segundo)

"El mundo no tiene arreglo, la pulsión se lo impide. Todo cambia en apariencia para permanecer igual a un nivel más profundo. Sólo nos cabe entonces, uno a uno, adoptar un cambio de posición subjetiva para soportar la vida...". Así comienza este segundo libro dedicado al mal, que el médico y psicoanalista Luis-Salvador López Herrero nos ofrece bajo una prosa magnífica, plástica, daliniana. 

Una obra filosófica escrita con maestría que nos ayuda a repensar, a través de de figuras históricas, literarias, el mundo en que vivimos, donde el mal es consustancial al ser humano. El mundo que construimos, que seguimos construyendo no tiene arreglo, ni lo tendrá, a tenor de lo visto y vivido desde que uno tiene consciencia. "El egoísmo, la soberbia, la malicia, la envidia y la codicia del género humano... han sido constantes  a lo largo de la historia y nada ni nadie las podrá erradicar".
Darse cuenta de dónde estamos es tarea necesaria. Ese es al menos el primer paso a adoptar: un cambio de posición subjetiva con el fin de soportar esta vida en ocasiones absurda, terrible, cuyo lado salvaje del ser humano aflora en los momentos más inesperados, sobre todo ante las adversidades, aunque a decir verdad una gran parte de la población mundial permanece sumida en la ignorancia, castrada por el miedo, sin posibilidad de reacción, ni siquiera en los momentos más brutales. 
Eso sí, los psicópatas que en el mundo son (camuflados bajo el frac de los poderes) ejercen con látigo, con despotismo, con crueldad, con maldad, su megalomanía, su dominio. 
En este caso, Luis-Salvador, formado en el psicoanálisis lacaniano, nos hace un recorrido por el mal a través de personajes como el papa Inocencio III, que nos muestra con su "yo megalomaníaco", misógino, quien fuera impulsor de la Santa Inquisición, esa barbarie vomitiva. "... Aunque resulte cierto que no todos los amos son iguales, ni tampoco el modo de relación con ellos, la estructura de dominación jerárquica es consustancial a nuestra esmerada programación mental".

En este recorrido histórico (aunque no sea exactamente una novela histórica sino un ensayo novelado) aparece el brillante y denostado Maquiavelo y aun su mujer Marietta.
El autor de El Príncipe, también misógino como el papa Inocencio III, estaba convencido de que los príncipes debían gobernar sus Estados, porque "cuando el vulgo se cansa de tanta opresión, despotismo y tiranía, se introduce en el gobierno democrático...Ahora bien, como el pueblo no sabe sostener valores firmes y perdurables, porque su ceguera envidiosa se lo impide, tarde o temprano el desenfreno, las injurias y la corrupción generalizada empañan el mismo entramado democrático surgido. Con ello se da paso otra vez a la decadencia y a los disturbios sociales, para abrirse nuevamente la senda de la tiranía o el principado", escribe Luis-Salvador amparado en el psicoanalista Millet, que es el hilo conductor de toda esta obra en sus conversaciones con este y aun con otros personajes. Un pasaje éste revelador del mundo en el que seguimos viviendo. O bien este otro fragmento, puesto en boca de Maquiavelo: "Nunca me consideré ateo ni tampoco irrespetuoso con la religión. Al contrario, siempre he creído que la religión es un instrumento muy útil para gobernar, porque amansa la bestia humana introduciendo el temor de un Dios, absoluto y todopoderoso. Ya sabe que donde no hay temor se favorece la anarquía y el caos". 
En este repaso no podía faltar Don Juan, el paladín de la seducción, el machito embaucador, cuyo único fin es poseer mujeres, cual si fueran objetos de deseo, copular con ellas, sin mostrar ningún tipo de afecto ni apego, saltándose toda norma, toda fidelidad. "Por qué empeñarse entonces en una fidelidad que atenta contra la libertad y las leyes de la naturaleza, así como contra los impulsos sexuales más genuinos? ¿Por qué atarse a una sola mujer? ¿Por amor? Pero si el amor es un espejismo pasajero. ¿Por religión? Si ni los frailes, ni mucho menos los sacerdotes, creen en lo que dicen...", escribe el autor amparándose en lo que diría Don Juan. 
En todo caso, la libertad, ese bien tan preciado, no deja de ser un fantasma. El fantasma de la libertad, que también nos dijera y mostrara el cineasta Luis Buñuel. ¿Cabe la posibilidad de reconciliar el amor y el sexo, el amor y el goce, a priori tan divididos? ¿Existe el amor? ¿Podría el amor salvarnos del mal?, son preguntas que uno se hace después de leer a Luis-Salvador. 
¿Predomina el Eros sobre el Thánatos en el mundo? ¿O bien es Thánatos, la muerte, la destrucción, los motores que mueven la historia y dinamizan nuestra existencia? 
Esto nos conduce hasta Sade, el marqués, cuya figura (incluso más que su obra) me resulta apasionante, desde que el filósofo Manuel Fernández Lorenzo me hablara, nos hablara de él en la Facultad. 
A partir de aquella época comencé a bucear en su obra, en su figura, hasta el día de hoy. Ese personaje que deseaba ser olvidado y que, paradójicamente, tanto ha dado que hablar en la actualidad. 
Un aristócrata libertino y libertario que pasara gran parte de su vida recluido en cárceles: Vincennes (donde concibiera su Justine), La Bastilla (donde creara Las ciento veinte jornadas de Sodoma, que Pasolini adaptaría al cine)... y hospitales/manicomios como el de Charenton, donde se dedicara a crear y montar obras de teatro para los enfermos/as. 
Muy a su pesar (o consciente de ello) este aristócrata ateo (léase asimismo Diálogo de un sacerdote y un moribundo o La filosofía en el tocador, adaptada al teatro esta última por el Fura dels Baus) fue precursor, germen de la Revolución francesa y el revulsivo de la conciencia moderna e ilustrada. 
La escritura, en su caso, se convirtió en una liberación, una catarsis, un modo de supervivencia, imaginando sin cortapisas lo inimaginable, aunque la realidad siempre acabe superando cualquier ficción. Y él también tuvo la ocasión, al menos fuera de sus encierros, de poner en práctica sus obsesiones, sus orgías. Un libertino, un blasfemo, un profeta del mal (hoy más vivo que nunca, habida cuenta de todo el tinglado sado-maso que en el mundo existe), pero no un asesino ni un criminal, como él mismo dijera de sí mismo.
Y para finalizar este viaje por el mal, Luis-Salvador nos adentra en otro personaje extraordinario, el poeta visionario y maldito Rimbaud, viajero, peregrino, que en un momento dado de su vida, siendo aún un jovencito, dejó de escribir, él que tan bien lo hacía, para dedicarse a vivir en su pura esencia, a viajar, a conocer otros mundos. 
Vivir o escribir, ese fue el dilema. 
Sacrificó el mundo de la poesía (cuyo fin era revelar la esencia de la existencia, también en su caso el pensamiento es lenguaje) para dedicarse a explorar caminos inciertos, en un intento por alejarse de los convencionalismos sociales, de experimentar una libertad absoluta (aunque esta sea una quimera), una existencia sin ataduras. 
Rimbaud huye, escapa de su forma de vida primera en busca de otra realidad: "Je est un autre o yo es Otro" (África), de otro amor (desligándose de su relación tormentosa con el poeta Verlaine), con el firme deseo de abrazar una vida de acción, que tampoco logró porque su estancia en África se acabaría convirtiendo también en Una temporada en el infierno. 
Me parece estupendo el ensayo, El tiempo de los asesinos, que le dedica Henry Miller a Rimbaud, 
Al final, la única certeza que tenemos, la más cruel de todas, es la muerte. Por eso, como relata Hamlet (y recoge Luis-salvador al final de su libro) seguiremos muriendo, durmiendo y soñando. "Morir, dormir. Dormir, tal vez soñar".

*El próximo jueves será la presentación de este libro en el Museo de la Radio de Ponferrada. Nos vemos allí. 

domingo, 19 de marzo de 2017

Oviedo, después de tanto tiempo

Oviedo es ciudad que me acogiera durante mi época de estudiante allá por mediados de los ochenta del pasado siglo. Qué fuerte, el pasado siglo. Y cómo transcurre el tiempo. Siempre el tiempo como obsesión. El tiempo como sangre que fluye por las arterias de esta vida, breve y por momentos absurda. 

La vida, lo único que tenemos, porque después de la vida no queda nada, nada para quien muere, clarín clarinete, lo presiento, lo intuyo, incluso osaría decir que lo sé (qué atrevido). Polvo eres y en cenizas te convertirás. No te dejes embaucar con cuentos porque la materia ni se crea ni se destruye sólo se transforma. Así que hay que vivir mientras nos quede una gota de sangre en las venas, nutrirnos de vida, con vida, respirar, sentir, sentirlo todo de todas las maneras posibles, sentirlo todo excesivamente, como también quisiera el bueno de Pessoa, el gran poeta portugués. 
La muy noble y leal ciudad, a la que he vuelto después de tanto tiempo (en realidad no tanto, porque no hace mucho estuve de paso, y así en este plan de planes), me ha hecho reflexionar, me sigue haciendo reflexionar (pues aún sigo por estos lares) acerca de la vida, del paso inexorable del tiempo. Y me ha devuelto, de un modo inevitable, a mi época moza, cuando era un jovencito, un mozalbete feliz, con todo el porvenir por delante, con tantas ilusiones, con el mundo por montera. 

Entonces, me comía el mundo, saboreaba cada trozo con entrega y pasión. No es que aquella fuera mejor época (o sí), sino que uno disponía de gran energía y de tiempo. Y encima estaba en forma, incluso flaquito, quién lo diría (lo recordaba con una amiga en el transcurso de una conversa en uno de los bares con solera de la ciudad clarinesca), hasta es probable que fuera guapito, apuesto (Joder, no tengo abuela, por eso lo digo nomás, no tengáis muy en cuenta mi egolatría, quizá hoy necesito elevar mi autoestima, sentirme más allá del bien y el mal, como Nietzsche). 

La heroica ciudad que dormía la siesta, donde pasara una temporada dulce y a la vez bizarra,  me ha hecho rememorar y me ha sumido en cierta melancolía. Recordaba que al principio, cuando llegué a esta ciudad con dieciocho años, me costó algo adaptarme, lo cual entra dentro de la normalidad, si es que existe la normalidad, y cuando ya le había cogido el tranquillo (no tardaría mucho en cogérselo), entonces ya soñaba con volar cual cigüeña hacia otros lugares, adonde "haiga más calor", que dijera más o menos Cortázar en su Rayuela. Tanto soñaba, aún y aun despierto, que acabaría volando.
Hoy mismo, en mi paseo matinal a lo largo de la Calle Uría, pensaba en cuando mis padres vinieron a visitarme (y ahí me dio un vuelco el corazón y se me vino el alma al suelo, porque mi padre, que tanto dio de sí, ya no está). 
Seguí caminando... como si caminara sobre la luna, despacio, recordando, observando la arquitectura, que en algunos tramos se aparece con edificios de hechuras grisáceas, de baratura desarrollista, que contrasta por lo demás con la belleza indiana y nobiliaria de otros. 
Antes de alcanzar la calle donde se encuentra la estatua de Woody Allen me topé, qué casualidad o causalidad, con un paisano de mi pueblo, que iba con su mujer astur (creo que es de la tierra). 
No es la primera vez que me encuentro con este hombre (el hijo del carpintero del barrio de Río) fuera del útero de Gistredo, esto es, en otros espacios, como me ocurriera también en Disneyland París, el reino de Mickey, donde trabajara durante otra temporada (en el infierno, quizá, como el poeta Rimbaud). 
Allí, en aquel reino postizo, mientras uno laboraba en Frontierland, me encontré con este hombre, tocayo mío, creo recordar. 

Sigo recordando, aunque a decir verdad este buen hombre me sacó de la ensoñación, y casi casi me entregó en brazos del genio del cine neoyorkino (quiero decir de su busto, el que los carbayones le han dedicado en su Vetusta). 
El clarinetista y cineasta Allen, a quien he llegado a ver en varias ocasiones (incluido en el barrio de Manhattan, en el Michael's pub, o bien en la capital astur) también me hizo recordar que Oviedo es como un cuento verde y húmedo de hadas, un bosque para perderse en días de orbayo, cuando soplan las gaitas en lo alto del Naranco y bailan las mozas a ritmo de música folk. O algo tal que de esta guisa. 
Después de hacerme la foto de rigor con la estatua-Allen (tengo otras de hace tiempo) proseguí ruta, en este caso, hacia la catedral, no sin antes hacer parada en el claustro de la antigua Facultad de Derecho (foto incluida). Aquí impartió una conferencia memorable el maestro Gustavo Bueno, que dejó al público, con su singular sentido del humor y su saber enciclopédico, literalmente flipado. Siempre que el gran filósofo se subía a la palestra era un espectáculo digno de ver y escuchar. Aquel ser humano, tan vivo, tan inteligente, irradiaba magia y luz por todos los poros de su alma. 
A decir verdad, Oviedo sin Bueno ya no es el mismo Oviedo. Esa pérdida es irreparable. Sus clases eran magistrales. Y me alegra que el amigo y filósofo Pablo Huerga (a quien saludara y viera hoy en Gijón, con motivo de la presentación de un libro suyo sobre la película La Misión, desde la teoría del cierre categorial y el materialismo gnoseológico) siga los pasos de Gustavo Bueno. 
Por cierto, Pablo Huerga estuvo soberbio, sembrado hoy en su charla, que resultó además instructiva y divertida. 
Después de visitar el claustro de la antigua Facultad de Derecho eché la vista al monumento al viajero, que se sitúa en plaza de Porlier, mirando hacia la Catedral. 
La maravillosa guía de Oviedo de María del Roxo (gracias, María, por obsequiarme tu libro e invitarme al café) y Alberto Álvarez ayuda a recorrer la ciudad. 
Una guía siempre es algo que le viene bien al foráneo y también al oriundo. Así que gran labor la vuestra. Os felicito.

La catedral, a unos pasos desde la estatua del viajero, me hizo evocar a La Regenta de Clarín (leí esta novela siendo un rapacín, y creo que ahora debería releerla), cuyo busto (el de Ana Ozores) también puede verse en esta plaza, donde se ubica la catedral. Aquí llegué a ver actuar a los míticos Ilegales y a los Stukas.
No tengo intenciones de daros la brasa con mi paseo matinal por las calles y plazas de Oviedo. Sólo quería ordenar mi mente a través del plano y mapa de la ciudad, que se me ha revelado hermosa aunque teñida de morriña. Es probable, casi seguro, que uno sea el morriñoso. Las ciudades, como las personas, mostramos un rostro u otro en función de nuestro estado ánimo. 

En este recorrido no podía faltar la plaza del paraguas (que siempre se me antojó el símbolo por excelencia de Oviedo, un refugio perfecto en días de lluvia, que son o eran muchos; la calle de Cimadevilla, con su atractivo arco; la plaza de Feijoo, donde estuviera la Facultad de Filología (hoy reconvertida en Facultad de Psicología, un sitio estupendo para que a uno le entren las letras, incluso sin grollos); el bulevar de la sidra (la calle Gascona, curiosamente, casi haciendo esquina, está la sidrería La Noceda), donde ver a los escanciadores de sidra resulta todo un espectáculo, un arte (la sidra se me antoja bebida excelsa), la calle Mon, donde se hallaban los chigres nocturnos de la marcha ochentera (entre ellos el Diario Roma, el Tigre Juan, el Tsaciana de Pío...), la plaza de Riego, donde sigue estando la librería Ojanguren (cuántos libros compré allí) y donde estuviera la discoteca Factory (un antro con mucha marcha, sonaba mucho el grupo Burning), donde llegué a coincidir con mi paisano Chente, y los danzarines de Noceda (este menda y otro amigo de Noceda, Ricardo) solíamos ir en fines de semana; el colorido Fontán, con sus aromas a sidra y a gastronomía de la tierra, que luce espléndido ahora (aunque en aquella época estuviera cuasi abandonado), la calle-cuesta del Rosal (en otros tiempos regada de bares), el edificio Valdés Salas (otrora Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, ahora Escuela de Ingeniería Informática), donde asistiera a clases en una primera época (luego nos mandaron para el Cristo, vaya cristo, porque allí iba muy poco a clase, bueno, quizá más de lo que ahora creo, que en el fondo era formalito) y tantos otros espacios por los que paseara en su día. En mi paseo hacia el edificio Valdés Salas (mi prima facultad) hasta me encontré con el filósofo ponferradino José Antonio Méndez Sanz, que iba apurado con sus compras.
No quiero, insisto, mostrarme pesado (qué horroroso ser pesado) con mi recorrido. ¿A quién podría interesarle, salvo a uno mismo?
En todo caso, es que mientras paseaba o me detenía en algunos sitios se me agolpaban los recuerdos. Incluso llegué a recordar a Pablo Huerga en su época moza, con su barba y gafas de bohemio rebelde, vestido con un poncho colorido, hispano. Y hasta me allegué, cual peregrino, al Palacio de Exposiciones y congresos, diseñado por Calatrava, que tampoco lleva tanto tiempo construido. No sin antes hacer un alto en el Auditorio. 
Y como no podía ser de otro modo visité, por fuera, la bella casa que alberga la Fundación Gustavo Bueno, en la Avenida Galicia, que en tiempos fuera una clínica de partos. Ahí me detuve un rato y me dio gorrión porque el maestro ya no está. Y lo peor de todo es que me hubiera gustado visitarlo, saludarlo antes de morir. Pero no llegué. Confieso que hace años sí llegué a visitar la Fundación (en compañía de la amiga Elena). Y allí me recibieron, amables, Gustavo Bueno hijo y su padre, con quienes tuve la ocasión de conversar. 



Gijón me esperaba esta tarde, o por mejor decir me esperaban, en el histórico y literario café Dindurra, aledaño al teatro Jovellanos, los escritores y hermanos Mónica y Julio, astures del Bierzo, pues su padre, quien llegara a ser Rector de la Universidad de Oviedo, era originario de Ponferrada. 
Me gustó platicar con ellos y luego asistir a la charla-presentación de Huerga en el antiguo instituto Jovellanos. Se nota que este ilustre e ilustrado escritor tiene mucho peso en Xixón. 
Gijón, donde estuviera hace un año aproximadamente, se mostró con oleaje luminoso. 
Mañana (o sea, dentro de unas horas) toca más (no sé si mejor).