La muerte de mi padre (que siempre estará conmigo) lo ha marcado todo, porque él era muy grande, con una talla moral, ética, colosal. Un coloso, mi padre, al que quiero recordar una y otra vez, porque él me está dando fuerza y energía. Y me sigue susurrando palabras de ánimo.
Su fallecimiento me pilló por sorpresa, aunque sabíamos (su familia) que ya no estaba para muchos trotes (y él también lo sabía, lo intuía, porque era alguien con una inteligencia excepcional).
Su fallecimiento me estremeció y me removió de arriba abajo. Y sigo con el duelo. Aunque intento, por todos los medios, sobreponerme, hacer cosas, viajar... vivir, en definitiva, porque sólo tenemos esta vida, no hay nada más allá de la muerte, terrible realidad, que no nos engañen, ni dejemos autoengañarnos, sólo contamos con una vida.
No somos gatos, que tienen hasta siete, o al menos dos vidas, como mi gato, que salió de una agonía y muerte casi seguras a principios de año (alguien le había dado veneno). A veces ocurren milagros (aunque no sea nada creyente ni creído). Y en ese caso (el del gato), así ha sido.
Hoy lo veía tan campechano, tan robusto, buscando mis caricias. Y eso me hizo creer de nuevo en la vida.
Los gatos, tan imprescindibles en otros tiempos, pues eran cazadores de ratones y los ratones inundaban los pueblos, son ahora bichos que no suelen ser santo de devoción de los lugareños.
Cómo cambian los tiempos. Y qué pronto nos volvemos insensibles e imbéciles. No olvidemos que los animales también sienten y padecen, son inteligentes y tienen sueños. No hay más que darse una vuelta por algunos manuales de etología.
El fallecimiento de mi padre (ya lo he contado) me pilló después de mi viaje semanasantino por el sur marroquí, que me supo a gloria bendita, como si me hubiera reencontrado con la serenidad, con esos instantes mágicos que procuran bienestar, acaso felicidad.
Marruecos es un país que me religa con los afectos, con esos paisajes que me colorean el espíritu, y aun con esas gentes que muestran hospitalidad y buenas vibraciones. A lo mejor es que uno tiene sangre berebere.
Pasé, casi de repente, de la tranquilidad a lo terrible. Y eso me ha desmontado hasta ahora. Y me ha hecho consciente, más que nunca, de la brevedad de la vida, de la realidad al desnudo, de toda la farsa social que compone este mundo. No obstante, también quiero reconocer que, después de este jodido suceso, la gente cercana reaccionó con amabilidad, con cariño, y eso lo agradezco mucho.
También la escritura, el expresarme con palabras, como en un buen psicoanálisis, me ha ayudado a entender la muerte. Y a partir de ahora ya no tengo miedo a la desaparición, aunque eso sea doloroso para quienes me rodean. En todo caso, deseo con todas mis fuerzas aferrarme a la vida, vivir con intensidad, sentir todo de todas las maneras posibles. Dejar de lado lo insustancial, abrazarme a lo que realmente merece la pena. Creo que los seres humanos a menudo perdemos el tiempo en naderías, acaso porque la vida es eso que pasa (como dijera el ex beatle John Lennon) mientras uno está entretenido haciendo otras cosas, haciendo el bobo. Y no disponemos de mucho tiempo (nuestra sangre) para andar haciendo el cafre. O esa es al menos mi idea.
El 2016 no comenzó con su mejor rostro, o a uno no le pareció que luciera buena cara. Con el deseo de espantar la caraja viaje a Asturias, acaso en busca de algo balsámico, que encontré en cierto modo. Luarca (ese pueblo que me hiciera soñar siendo un niño, porque de allí era el paisano Murias, al que recuerdo con afecto) me recibió con frío. No era la primera vez que visitaba este pueblo marino, cuna del Nobel Severo Ochoa. Adormilado y con escalofríos en el cuerpo, recorrí sus calles. Y me acerqué a su puerto.
De ahí me encaminé a Gijón, ciudad que vi con ojos nuevos, como si tampoco hubiera estado nunca allí. Tal debía ser mi desconcierto que, en un momento dado, después de haberme alojado en esta ciudad astur, creí haber perdido mi cartera, con documentación y dinero. Agradezco que Pablo, tan hospitalario y amigable, me ayudara. Un gesto extraordinario el suyo.
También quiero recordar a María (mi prima), que me ofreció lo que necesitara. Desde Luanco María se acercó a Gijón para vernos. Y fue un encuentro catártico, productivo, hermoso. Desde entonces no hemos vuelto a vernos. Eso fue en el mes de febrero, creo recordar. ¿Cuándo volveremos a quedar, María?
El resto del mes de febrero y parte de marzo no me han quedado grabados en la memoria, al menos en la memoria afectiva, hasta que a finales de marzo, coincidiendo con la Semana Santa, me fui, como quien se desangra (en ese momento aún no me sentía desangrado, herido sí) al Morocco, que me abrió sus brazos y sus puertas de par en par, llevándome por el valle de las rosas (del que tanto y tan bien me había hablado el amigo Antonio Robles de Mil madreñas rojas) y también por la ruta de las mil kasbashs (valles de Dra y el Todra) y luego al desierto, Merzouga dream. Un viaje iniciático, espiritual, revelador. Un encuentro con uno mismo y con los cielos estrellados de Noceda del Bierzo. Una vuelta a casa, a la caverna, como me recordara en una ocasión el maestro Gustavo Bueno, que nos abandonó este verano.
Mi vuelta al ruedo, a la realidad, después de ese fantástico viaje en la Kasbah Itran, entre otros muchos espacios afectivos, me dejó helado, con la muerte de mi padre, el 21 de abril. A partir de ese momento se me trastocó la realidad. Y sigo trastocado (aunque intento parecer normal y coherente) a día de hoy.
El resto del mes de abril y los siguientes meses fueron tiempos de reconstrucción, de acomodo... Y hasta alguna vivencia extraordinaria llegué a tener, dije que quería ser transparente, y lo seré, aunque no entre en detalles. Ahora no es el momento. O no me siento con ganas de contar.
Llegó el verano con sus aires serranos y vitales, con sus aromas a vegetación y agua fluyendo por las regueras y reguerinas, los cuales me hicieron reconciliarme con la vida, con la brevedad, con los instantes.
A principios de julio estuve en el Encuentro poético de A Rúa, con Emilio Vega y Carmen Gago como almas máter, entre otros y otras poetas.
Y luego me fui hasta Segovia, a reencontrarme con viejos amigos de mi época estudiantil en Salamanca. En esta acudectal y alcacereña ciudad nos vimos Agustín, Abel y el menda.
Y después de esta correría, me acerqué, como suelo hacer cada año, al festival de Ortigueira, que ha perdido fuelle en los últimos años, aunque a uno Ortigueira le sigue pareciendo un lugar para poner en practica el retiro espiritual, haciendo, eso sí, ejercicios musicales. Y los aires me llevaron hacia las tierras bajas, esa Holanda que se me antoja un gran cuadro pictórico.
Me entusiasman Vermeer y Hals y Rembrandt. Y tantos otros flamencos. Es probable que uno también hubiera sido holandés en otra vida reencarnada (olvidaba que uno no cree en otras vidas, pero valga la licencia). Y de Holanda, pasando por el aeropuerto de Barajas-Adolfo Suárez (con parada en el Madrid de los Austrias), viajé al Levante (bueno, con escala en Cuenca).
Valencia me recibió (gracias a buenos amigos) con una paellica (paellona) en el Saler. Y el Levante, aún más profundo y acogedor, me arropó con amistad y afecto.
La luz del Mediterráneo me insufló vida. La luminosidad es fuente de energía, por supuesto espiritual.
Agosto fue el mes de Mapas afectivos y refugio en el útero de Gistredo. Con alguna escapada a Coruña para ver/escuchar algunos conciertos. Agosto fue mes de charlas, siempre estimulantes, con grandes amigos.
Y Septiembre llegó cargado de trabajo porque tenía encomendada la tarea de poner en marcha los cursos de la Universidad de la Experiencia en el Campus de Ponferrada. Con gusto y muchas ganas los puse en marcha hasta su inauguración en octubre, que fue mes también de trabajo.
En septiembre recuerdo la presentación en León de Mapas afectivos. La recuerdo con cariño.
Roberto Soto y David Rubio me arroparon en la sala Región del ILC, que estaba abarrotada de gente. Una maravilla. Olvidaba que también en septiembre presenté, bajo el título de una charla-coloquio sobre literatura de viajes, Mapas afectivos en el Museo de la Radio de Ponferrada. Gracias, Miguel Varela, por apoyarme.
Octubre y noviembre han sido meses de trabajo y presentaciones, en diversos lugares, de Mapas afectivos, entre ellos Astorga, de la mano del periodista y escritor Tomás Alvarez, Valladolid, con el periodista y escritor Aniano Gago como maestro de ceremonia, y en Bilbao, donde me reencontré con grandes amigos, lo que me hizo mucha ilusión. Sobre este viaje, me gustaría extenderme en otro momento.
Y diciembre ha pasado volando, como un suspiro, con muchas vacaciones y un viaje al sur de España, en concreto a Málaga y Granada, al que también me gustaría dedicarle otro espacio en otro momento. La capital española siempre como punto de parada y partida, en este caso, hacia el Sur.
Me quedan algunos eventos reseñables, como las Tardes Literarias en Bembibre, que este año tuve como invitados de honor a Marta Muñiz Rueda, Pablo Huerga, Ángel Petisme (acompañado de Carlos Huerta, el solito trovador) y a José Luis Moreno-Ruiz. De febrero a junio. O bien el encuentro literario en Noceda (en agosto), en el que estuvieron Reme Álvarez, Toño Morala, María José Montero, Miriam Alonso, Álida Ares y Mar Mirantes (Luna).
Justo el día después se celebraba la boda de mi sobrina Vanesa en la catedral de León. Y el ágape en Carrizo de la Ribera.
También hubo clases, presentaciones de libros, colaboraciones, teatro con mi alumnado... Seguiré haciendo examen de conciencia. A ver qué sale.