Con motivo del bicentenario del
nacimiento de Gil y Carrasco, hablaremos hoy martes de esta figura romántica
y su interés por el mundo legendario, como podemos comprobar leyendo su 'Lago
de Carucedo', algo que es propio, aunque no exclusivo, quede claro, de los
llamados románticos y también de los post-románticos (precursores de la poesía
moderna) como Rosalía de Castro o Bécquer, quien escribiera muchas y
cautivadoras leyendas (en realidad, leyendas góticas), como 'El monte de las
ánimas’, cuya historia transcurre en un monte de Soria, conocido precisamente
con el nombre de las ánimas, perteneciente a los Templarios ("guerreros y
religiosos a la vez"), tan emparentados asimismo con el ilustre
villafranquino, quien, por lo demás, es un precedente claro del autor de las
conocidas 'Rimas y leyendas'.
La historia de 'El monte de las
ánimas', que transcurre el día de Todos los Santos, nos cuenta una historia
estremecedora, donde los lobos adquieren protagonismo: ("a la mañana había aparecido devorado
por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas… Dicen que después de acaecido
este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder
salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar
lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los
esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el
atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito
horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera
a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y
sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba
de Alonso"). Escrita en la segunda mitad del siglo XIX,
con una prosa poética, que nos envuelve con su misterio y fantasmagoría,
Bécquer se inspira en la tradición oral, en el folclore, para componer esta
narración.
"La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las
campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que
oí hace poco en Soria.
Intenté
dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo
que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me
decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo
la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces
la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón,
estremecidos por el aire frío de la noche"
(Comienzo de 'El monte de las ánimas').
Por su parte, 'El lago de Carucedo', de Gil, está
compuesta por una Introducción descriptiva del lago y su entorno (algo que
maneja muy bien Gil, pues es un paisajista excepcional, tal vez el mejor, según
Azorín): un cuento regionalista, un cuento histórico y una leyenda en prosa parecida
a las que Bécquer escribirá más tarde, aparte de una breve conclusión, con
algunas evidentes influencias como 'Don Álvaro o la fuerza del sino', del
Duque de Rivas. En 'El lago de Carucedo' están presentes algunos de los ideales
románticos de su autor, como la búsqueda obsesiva de un amor puro y por ende su
lucha desesperada y rebelde contra el destino, contra la fatalidad.
En esta novela, formada por narraciones yuxtapuestas,
se cuenta una historia de amor entre Salvador (cazador y aventurero, que acaba
siendo abad) y María (pastora, doncella que termina recluida en un monasterio,
trastornada, enloquecida), con un tercero en discordia, que quiere arrebatarle
la doncella a Salvador. Un amor imposible entre dos jóvenes. Un amor ideal y
obsesivo, cuya falta provoca la locura y la rebelión. El amor pasional como
luz, aire, libertad. Y la rebelión contra el destino implacable. Un auténtico
drama romántico, subversivo. Una historia que se repite casi igual en ‘El señor
de Bembibre’, cuyos protas serían el propio Don Álvaro, Doña Beatriz y el conde
de Lemos. Se podría decir que ‘El lago de Carucedo’ es el embrión de la que
posteriormente sería la gran obra de Gil (a la que dedica por cierto un
capítulo de su libro, ‘Seis historias y una leyenda’, el escritor toreniense
Francisco González, un volumen que ha presentado recientemente en Ponferrada
Daniel Álvarez, con la colaboración, siempre magnífica, de Paco Vuelta).
Como también ocurre en ‘Don Álvaro o la fuerza del
sino’, en ‘El lago de Carucedo’ el prota mata a su rival, Álvaro de Rebolledo,
e intenta proteger a su amada, su “maga” o hechicera. Pero el destino cruel se
impone con el consiguiente diluvio “subterráneo”,
una catarata que arrasó e inundó la abadía situada a orillas del lago de
Carucedo y ahoga a los desdichados amantes. Por eso el barquero, que aparece al
inicio de la obra, dice que “bajo del lago húbole en otro tiempo un convento”
(la leyenda de la ciudad sumergida, que se repite también en otros lagos, como
el de Sanabria). De sus aguas brota, como por encantamiento, un cisne de
blancura resplandeciente, ese “cisne sin lago” o “cisne blanco” como emblema de
pureza y a la vez de melancolía, símbolo frecuente en la poesía romántica de
Gil.
Es en esta escenografía de ensueño, bucólica, en la
que Doña Beatriz también paseará su melancolía.
Cabe señalar que las
leyendas, que son relatos pertenecientes a la tradición popular con fundamento
histórico (el propio ‘El lago de Carucedo’ aparece con el subtítulo de ‘Tradición
popular’, que Gil dice contar como a él le han contado), narran acontecimientos
naturales o sobrenaturales protagonizados por seres humanos (contrariamente a
los mitos, habitados por dioses), en los que hay una mezcla de realidad y
fantasía, que se transmite, de un modo oral o por escrito, a través de generaciones.
Incluso los hechos sobrenaturales, como los milagros o la presencia de
fantasmas, se muestran como si fueran reales. Asimismo, el tiempo y espacio, en
que se desarrollan (por antojarse familiares), les confieren cierta
verosimilitud.
Respecto al
Romanticismo (movimiento revolucionario, que hace referencia a aquello que no
puede expresarse con palabras, acaso sólo con sentimientos, con pura emoción),
tiene su origen a finales del siglo XVIII en países como Alemania y el Reino
Unido con Rousseau y Goethe a la cabeza (si bien luego se extiende a otros
países, cuyo auge se sitúa en la primera mitad del siglo XIX) como reacción al
racionalismo, al conformismo, a las normas establecidas, con la consiguiente
búsqueda de la libertad, dando rienda suelta a la fantasía y las emociones, a
la aventura (con viajes y novelas de aventuras), a la irracionalidad, a lo
instintivo, a la locura (novelas góticas o cuentos de terror, como las que
escribieran, entre otros Bram Stoker, Le Fanu, Mary Shelley o Poe), en cierto
modo, a través incluso de las drogas, algo que heredan movimientos artísticos
como el expresionismo y el surrealismo, que ahondan en el retorcido y complejo
mundo del subconsciente, el lado oscuro y salvaje del ser humano.
Entre los ideales
románticos aparecen la individualidad (subjetivismo), la creatividad y la
originalidad (la figura del genio creador y las autobiografías) como exaltación
de lo diferente frente a lo común, a lo antiguo, la morriña por la tierra, por
lo folclórico, por las lenguas regionales, lo que da lugar a los nacionalismos;
la reivindicación de la libertad, el amor libre y el liberalismo frente a las
convenciones clasicistas, incluso la reivindicación de la rebeldía, la
transgresión de las normas, que se traduce, en el teatro, en la ruptura de las
tres unidades (acción, tiempo y lugar) y la alternancia de lo cómico con lo
dramático, la mezcla de prosa y poesía (con rimas libres) y por supuesto el
gusto por la Naturaleza esplendorosa y viva, reflejo del estado ánimo de quien
la contempla (Gil y Carrasco como un excelente paisajista), por el oscurantismo
de la Edad Media, los ambientes sombríos (castillos en ruinas, bosques, cementerios...),
la sordidez, la siniestralidad, la superstición, el contagio de
enfermedades como la tisis (Véase Gil) o el suicidio (véase Larra) como modo de
rebelión y desafío a dios.
'El señor de
Bembibre', la obra más famosa de Gil, y tal vez la mejor novela romántica que
se haya escrito, como ejemplo de este movimiento artístico, con la presencia del
medievalismo histórico, la Naturaleza (en este caso la del Bierzo, que podría
servirnos en la actualidad para hacer un recorrido turístico por nuestra
comarca), la morriña o melancolía (Gil siempre encuentra similitudes y
analogías con su tierra berciana allá adonde viaja, como ocurre con sus Viajes
por Europa, re-editados por Valentín Carrera), el misterio (véase la orden
militar y religiosa de los templarios)... El propio Gil (amigo de Espronceda,
otro grande del Romanticismo) es un ejemplo de romántico que, con una vida tan
breve, viajó por España y Europa (en su misión diplomática a Berlín, donde
muriera y fuera enterrado lejos de su matria añorada) participando de un modo
activo en la política y la literatura. Una vida, la suya, de leyenda. De
leyenda romántica.
http://www.diariodeleon.es/noticias/bierzo/romanticos-leyenda_1024513.html