(Relato
publicado inicialmente en julio de 1997, en Diario de León, y ahora en la Curuja aparte de en este espacio bloguero)
El último domingo de este mes de julio (o sea mañana mismo), con la
organización del CIT y la colaboración de las Asociación Las Rapinas, se
celebrará la tradicional ruta a las fuentes curativas de Noceda del Bierzo.
Volveremos a ti: Noceda del Bierzo, tierra
agraciada y mil veces paradisíaca, si no fuera porque el término paraíso ha
perdido su significado primero, al ser aplicado indiscriminadamente a múltiples
cosas.
Volveremos a ti: a saciar la sed en tus fuentes,
a degustarte, toda tú, desde el Mirador de las Peñas de La Gualta, y
comprobaremos, una vez más, que tú eres nuestro útero…
El día se
despereza amilanado, mustio, desabrido, y presto se tornará lluvioso, pero los
excursionistas van, pedestremente, en busca de agua –del agua ansiada-, y no se
sienten intimidados ni por los nubarrones pintados en el cielo ni por el
orvallo que comienza a caer. El agua como matriz a la que regresarán. Siempre
el agua: terapéutica, quizá.
En la ruta
de las fuentes curativas
Comienzan
visitando la fuente del Rubio, a la cual acceden desde un lugar llamado El
Mouro –apacible y bucólico lugar-, por un sendero que se eleva en zigzag, entre
robles (fuyacos, decimos en la zona),
escobas silvestres y brezos.
En una placa,
colocada en este fuente, los excursionistas leen: propiedades oligominerales,
bicarbonatada sódica”.
Desde la
fuente del Rubio divisan, al norte, el mirador de La Gualta, riscoso, como un
castillo romántico, gaélico, tal vez, nimbado en misterioso color aluminio. El
mirador se perfila como un coche antiguo, museal, “estilo Tiburón”, dice la
excursionista. Al sur atisban una parte de Noceda: los barrios de Río y San
Pedro, y al fondo entrevén la cola o cabeza (barrio de Vega) de una culebra
majestuosa tendida en un lecho esmeralda. La impresionante sierra de La Guiana
raya le horizonte.
Si los
viandantes se sintieran extraviados, siempre podrían contar con el re-curso del
río: “Síganlo y terminarán alcanzando y aun tocando la Sixtina: el mirador y la
catarata de La Gualta (agua alta).
Después de
visitar la fuente del Rubio, se adentran
ilusionados en un bosque, mitad cuento de Perrault, mitad sueño fílmico,
penetrando cual caperucitos y caperucitas, con caperuzas, en el bosque animado
de la abuelita: La Grand-Maman Noceda
del Bierzo, sin lobos feroces –los caminantes, al menos, no los ven-, sin
cestita, pero con un morralito provisto de bocatas de jamón serrano, cámaras
fotográficas y un bloc de notas, dejándose contar un cuento de náyades
arrulladoras y cantarinas, mientras beben agua del río Noceda, empinando el
codo con agua fresca y cristalina, virginal y copiosa, siguiendo el ya empinado
curso del río, mirando al norte, cubierto de líquenes, sintiendo el agua como
principio vital y acercamiento al espacio amniótico, sintiéndose peces llamados
Agua, en el agua, bajo la lluvia, que arrecia cada vez con más fuerza,
embriagándose de verdor exuberante, variopinto de especies, floral, antiestrés,
atraídos y cautivados por la belleza paisajística: arropados entre nogales
–Noceda o Nogaleda-, castaños, olmos, en medio de una silva de helechos,
embelesados por el chorro de agua que cae a plomo, entre peñascos, desde unos
treinta metros de altura, quizá sean veinte: la catarata de La Gualta, hela
ahí, que a alguno le hace pensar en un anuncio publicitario: fragancia Fa o
Heno de Noceda, seducidos y borrachos al fin de verde fragancia, orquestada por
el trino de algún pajarito y el murmullo musical y deliciosamente minimalista
del agua, que salta, que discurre por el río, que fluye y mana y tonifica y
estimula a los visitantes, amantes de lo natural, trasladados a un edén
hedonista, ebrios de belleza: la única protesta que merece la pena en este…
mundo. Embriagados para no ser esclavos del tiempo, como escribiera Baudelaire,
porque para ellos el tiempo se expande y condensa a gusto y gana, a su gusto, a
su antojo de itinerario, degustadores, catadores de agua saludable y medicinal,
Denominación de Origen.
Recorrido que
realizan sin prisas –continúa lloviendo-, deteniéndose a observar arbustos,
plantas vistosas y alucinógenas: azaya, espliego, romero; raíces curativas y
purificadoras –la genciana, por ejemplo-, cogiendo hojas de acebo, sintiéndose
libres en el bosque… animados, saboreando cada instante, cada efluvio
alucinógeno, con placer y entrega, con veneración casi. Sorbiendo cada momento:
maravillosa y paradójicamente atemporal. Carpe
Diem.
Los
excursionistas trepan hasta lo alto del mirador, al filo de lo posible, sí,
pero sabiéndose en buena condición física, sintiéndose ellos mismos miradores,
porque “ser mirador es la única facultad verdadera y aérea”, recuerda alguno.
Antes de coronar le mirador de La Gualta se topan con una cueva que a buen
seguro sirvió como guarida a refugiados durante la Guerra Civil.
-No es
necesario viajar a países exóticos y lejanos –exclama uno-, ni siquiera a la
Sierra Tarahumara, para empaparse de belleza, la tenemos a la puerta de casa.
-Aquí ya nos
estamos empapando –replica otro, no sin una pizca de sorna.
Los
caminantes se quedan contemplando, sugestionados, el valle de Noceda: el regazo
perfumado, hermoso y sublime sin interrupción, de la abuelita, la Gran Mamá,
con los ojos que ella les dio, con el mirar con que ella les obsequió, “como
una inmensa corola de genciana”, escribió la poeta nocedense Felisa Rodríguez.
Después de
tomar fotos al entorno, suben al mismo grumo del mirador, cortan jistra o gistra aromática, medicinal, y
comienzan a senderear, ya en descenso, hacia las fuentes del Azufre y de la
Salud, que (se) localizan cerca de la reguera de La Fragua –en el sesteadero de
las Regueras-, a media hora de camino desde el mirador de La Gualta.
Los
excursionistas llegan a las fuentes sin dificultades. No obstante, reconocen
que, para alguien que desconozca la zona, le resultaría harto complicado
encontrarlas. Aunque hay algunas señales en algunos puntos de la llamada ‘Ruta
de las fuentes’, no indican con claridad el acceso a éstas últimas.
Una vez que
llegan a la Reguera La Fragua –viniendo desde el mirador-, los visitantes giran
a la derecha y toman un desfigurado
senderuelo, entre robles y helechos, hasta toparse con una señalización: a la
izquierda, la fuente del Azufre, y a la derecha la fuente la Salud. Ambas
próximas, una de otra.
La fuente del
Azufre está en un paraje selvático –ornamentado con una cascada-, ferruginoso.
El agua bicarbonatada mixta de la fuente tiñe y salpica de color rojizo a los
excursionistas, que aún se sienten embriagados de pureza, empapados de agua,
con un apetito voraz, que abre sus fauces para devorar belleza, porque la
belleza será comestible o no será belleza.
Azufrados a
la postre, los caminantes ensayan la posibilidad de mejorar su salud en otra
fuente: santuario que los bendice como si talmente hubieran acudido en
peregrinación a Lourdes.
El manantial
de la Doncella brota a chorros, clorurados y salutíferos, por entre un manto de
musgo, que llegan a hipnotizar, luego de tanta pureza, a los viandantes,
sulfatados de agua, remojados, empipados y humedecidos, con la alegría en el
cuerpo y sintiéndose un poco más puros y sanos, alejados del estrés y la
polución, respirando oxígeno a más de mil metros de altura sobre el nivel del
mar.
Durante el
regreso a casa se despuntan en el cielo los primeros rayos, al sur centellea
una luz gris de crepúsculo vespertino y canta el cuclillo: cucú… En realidad,
no ha dejado de orvallar durante toda la caminata, las cataratas entonan su
cántico al cielo, océano embravecido, y la tormenta acaba cayendo a raudales
sobre los excursionistas, que se calan hasta los tuétanos, antes de alcanzar
Chanos. Sin duda, acaban encontrando lo que buscaban: agua de mayo en las
fuentes curativas de Noceda del Bierzo.