jueves, 30 de septiembre de 2010

Berlín, capital cultural de Europa

Aunque no conociera esta urbe de enormes avenidas y bosques inmensos, canales y lagos por doquier, y aun no la hubiera pisado en mi vida, soñaría a buen seguro con ella, porque es tal su poder de fascinación, cuando uno conoce su historia y todo lo que fue algún día, que con esto ya sería suficiente. Aquel Berlín cabaretero, con ángeles azules y marlenes Dietrich, puro expresionismo, aquel Berlín de Brecht, Piscator y Max Reinhardt que nos hicieron creer en el teatro, incluso en el teatro del proletariado, y que aún hoy siguen en pie, al menos sus edificios, como el clásico Deutsches Theater, el Volksbühne (conocido por sus arriesgadas y sugerentes puestas en escena) o el Berliner Ensemble, frente al que se encuentra la estatua del maestro Bertolt Brecht.
Dejemos la fantasía, y volvamos a la realidad, porque viajar procura movimiento (vida) y emoción, y un viaje a Berlín, o varios -el anterior lo hice como interrailero en 2002- aporta no sólo datos, sino un buen racimo de sensaciones y experiencias, inolvidables.
Brecht



Berlín, después de la caída del Muro, ha logrado recuperar toda aquella energía cultural, renaciendo de sus propias cenizas, creando espacios impresionantes como la Potsdamer Platz, con sus edificios vanguardistas, véase el Sony Center, y toda esa arquitectura posmoderna que resulta como de ciencia ficción.


Berlín fue y sigue siendo una ciudad con gran poderío cultural, sobre todo en la música y el teatro, aunque también en el cine. Para los devotos del llamado Séptimo Arte se recomienda el Filmuseum (http://www.filmmuseum-berlin.de/).



                                 Cúpula del Sony Center
                                    (Potsdamer Platz)


Casa de las Culturas del Mundo
En lo referente a la música, el singular edificio del Kulturforum, que alberga desde la Filarmónica, que en tiempos dirigiera Von Karajan (http://www.berlin-philarmonic.com/) hasta la Biblioteca Nacional, y la no menos pintoresca Casa de las Culturas del Mundo (Das Haus der Kulturen der Welt: http://www.hkw.de/), conocida como la "ostra embarazada", hablan por sí solos.

Berlín es una ciudad poblada por jóvenes con inquietudes, procedentes de todo el mundo (tal vez por esto no abundan los arios, altos y rubios, como me sugiere mi amiga), dispuestos a hacer que vibre, día y noche, la que fuera capital de un Imperio, y que ahora se perfila como un lugar revulsivo, con la fuerza y la vitalidad de quien aspirara no nólo a recuperar su pasado glorioso, sino a superarlo con creces.

Al músico Luis Miguélez este Berlín le recuerda el Madrid de la movida: alternativos, okupas, desheredados, diferentes, inquietos, y otros muchos, incluidos quienes gustan de la Love Parade y chupar cerveza hasta subirse por las paredes como arañas panteoneras, mientras recorren la ciudad en su BierBike, un curioso  carrito al que se suben un montón de rapaces y rapazas, como puede verse en cualquiera de las céntricas calles berlinesas.



Es cierto -según el Corresponsal de TVE- que la mayor parte del dinero te lo gastas en cerveza, antes que en comida. Aunque ni la cerveza, y menos aún la comida, resultan caras en Berlín, sobre todo si en el hotel te metes un desayuno campero en toda regla, a base de huevos cocidos, jamón, salami, etc., o bien si hacemos una comparativa con ciudades como Madrid o Barcelona. Tal vez por esto, y por su magnífica red de hostels (en los que uno se puede alojar de un modo barato y confortable), a los jóvenes les atrae tanto este destino.



Y si se te abre el apetito, mientras deambulas por la ciudad, siempre puedes recurrir a algún puesto de salchichas, incluso a algún exótico vendedor ambulante, con parrilla a la cintura y bombona a la espalda, siempre bajo su sombrilla anaranjada. Todo un espectáculo. Y un peligro porque el tipito de marras podría, de repente, achicharrarse, o churruscarse como una salchicha más. Supongo que tendrás controlado el mecanismo. A estos "salchicheros" puedes verlos a las afueras de la Estación de Friedrichstrasse, y aun en los aledaños de la Alexanderplatz. Por 1,20 euros puedes comerte un bocata de salchicha aderezado con mostaza o ketchup.


En mi afán por sobrevolar la ciudad, acaso ataviado con alas de deseo, decido subirme al Panoramapunkt (http://www.panoramapunkt.de/) para contemplar, desde lo alto, esta Metrópolis, aun a sabiendas de que el avión no espera (vaya paradoja, deseo volar, mas no tengo prisa por ir al aeropuerto Schönefeld, que en verdad está alejado del centro, incluso más de lo que uno sospecha). Factures o no factures, no se te ocurra, viajero intrépido, llegar con menos de cuarenta minutos por delante, sobre todo si no tienes tu tarjeta de embarque. Corres el riesgo, casi con toda seguridad, de que te quedes a verlas venir, descompuesto y sin avión. Pero esta es una historia a la que, ahora al menos, no pondré fin.  Aunque bien es cierto que Berlín, como toda gran ciudad, no se agota ni en un fin de semana largo, por más que éste lo sea, ni en dos o tres miradas, sino que requiere de más tiempo y muchos más ojitos que hablen, palabras que miren y miradas que piensen, por decirlo de un modo poético.


Columna de Victoria
Me fascina Berlín, desde este mirador ubicado en un edificio de la Potsdamer Platz, que se abre como un inmenso verdor avanzando por en medio de un sinfín de edificios. Otros prefieren subirse a la cúpula del Reichstad o a la Torre de Alexanderplatz, incluso a la Siegessäule o Columna de la Victoria, situada en el centro del Tiergarten (aunque ahora permanece cerrada por restauración). Por cierto, esta cinematográfica columna me recuerda al Ángel de la Independencia, en el Paseo de Reforma,  de Ciudad de México.  

Continuará.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

El Muro de Berlín (Berliner Mauer)





                                        Señalización del Muro

Prosigo mi itinerario por esta ciudad, en tiempos conocida por el Muro del Horror, y hoy felizmente desaparecido, aunque aún se conservan vestigios del mismo en diversas partes, a buen seguro como fiel testimonio de lo que aconteció, para que la historia, como tal, no se vuelva a repetir.

Edificio que alberga la TVE
Al lado de mi oficina -me dice Miguel Ángel García, el Corresponsal de Televisión Española- aún se conservan restos del Muro, algo que desconoce mucha gente. Por cierto, desde su oficina o plató de televisión, se tienen vistas magníficas sobre el río Spree, con el Reichstag al fondo, como estampa noticiable, y la estación principal de trenes, la Hauptbahnhof.

                                            Reichstag
Hauptbahnhof
Un sitio privilegiado, con una terraza-mirador desde la que se puede contemplar esta ciudad, con la Torre de Alexanderplatz, siempre como punto de referencia.

Lo que aún queda en pie del Muro también se puede ver en las cercanías de la futurista Potsdamer Platz, donde hay -al menos en estos momentos- una exposición sobre Dalí (http://www.daliberlin.de/) y aun en otros lugares como la graffiteada East Side Gallery, próxima a la estación de Ostbahnhof. Cuando pienso en un muro, me entran ganas de volar, de volar muy alto, como cuando era un niño, y en mis sueños se repetía a menudo este sueño. El Muro del Horror o la Topographie des Terrors (Topografía del Terror: http://www.topographie.de/, como aparece escrito a la entrada de un largo pedazo de la Niederkirchnerstrasse, próxima a la Potsdamer Platz, donde se asentaron en su día la Gestapo y las SS, lo que no es un impedimento para que un hombre, charlatán y picaruelo, con pinta latina, se dedique a vender souvenirs al turisteo andante, sin ningún tipo de reparo (y no digo remordimiento, para qué, si eso ya pasó). No somos en verdad conscientes de nuestra historia más inmediata, o no queremos serlo, porque aparte de dolor, eso ya no va con nosotros (salvo que lo hayamos vivido de primera mano). Ojos que no ven -dice el refrán- corazón que no siente. ¿Quién podría conmoverse ante un trozo de muro, que ya sólo es reliquia de un pasado ya casi olvidado? Vaya ironía, no. Y hasta me atrevería a decir que el señor de marras aprovecha, en cuanto puede, para empaquetar un anaco de muro a quien tenga a bien comprárselo.

Vestigios del Muro al lado de TVE
Todo lo que huele a muro me hace recordar nuestro pasado de guerra y posguerra inciviles, nuestro tiempo de represión y barbarie, porque, como diría el filósofo Adorno, luego de lo que pasó en el campo de Auschwitz, es cosa barbárica escribir un poema; y de paso me devuelve a aquel disco tan hermoso y psicodélico, The Wall, de los Pink Floyd, que su líder Roger Waters tocó en un macro concierto "The Wall Live in Berlin”, en julio de 1990, con la participación de varios músicos como Van Morrison, Cyndi Lauper, entre otros, para celebrar la caída del Muro.  Por fortuna, la caída de este insoportable y pesado muro, me devuelve, por momentos, la confianza en el ser humano, aunque no del todo, para qué engañarnos, si esto ocurrió, como quien dice, ayer.

En mi decidido recorrido, en busca de las huellas del pasado berlinés, me dejo caer por la espectacular Friedrichstrasse y asomo el hocico al Museo del Muro del Checkpoint Charlie, donde también se encuentran trozos de muro, algunos graffiteados con especial gusto. 

                                          Monumento del Holocausto
"No dejes de visitar el Monumento del holocausto", me sugiere Miguel Ángel. Un campo de cubos de hormigón, cual si fuera una especie de laberinto, cuyo interés fundamental reside en que se hizo en recuerdo a los judíos, víctimas del exterminio. Cuando uno piensa, una vez más, en la masacre judía, me entran ganas de vomitar encima del poder, sea cual sea, y adopte la forma que crea conveniente. El poder ejercido, contra quien se tercie, me eriza todos los huesitos del alma. Como anécdota, me apetece rememorar que una buena parte de grandes cineastas son de origen judío: Fritz Lang, Lubitsch, Wilder, Otto Preminger, Spielberg, Polanski, Woody Allen, entre otros muchos.

Museo Judío
Por fortuna, sigue vivo el espíritu judío en esta Metrópolis, que imaginara Fritz Lang, una ciudad vanguardista, con una Potsdamer Platz realmente espectacular, impregnada de cine, lo que re-convierte a esta capital cultural y alternativa en una nueva Meca del Séptimo Arte, con la Berlinale como aval de prestigio. Siempre tras las huellas judías, me encamino hacia el distrito de Friedrichshain-Kreuzberg, donde se encuentra El Museo Judío, cuya arquitectura deconstructivista me hace recordar el Guggenheim de Bilbao.

Luis Miguélez (centro) en Bembibre
En este barrio  vive el músico bembibrense, Luis Miguélez, que ahora lidera a los Glitter Klinic, y en tiempos formó parte de la movida madrileña con Almodóvar, McNamara, Alaska, entre otros (http://www.myspace.com/luismiguelez).

                                                                 Nueva Sinagoga
Continuré recorriendo o sobrevolando la ciudad de Berlín, acaso como un ángel wendersiano, en busca de alguna quintaesencia o simplemente dejándome perder a gusto y gana por sus calles y sus barrios. En mi nomadeo por la ciudad, siguiendo el rastro judío, me encamino hacia el Mitte, y en concreto a la Oranienburgerstrasse, que aparte de animada, con ese toque artístico que procuran los okupas y grafiteros, como queda reflejado en el conocido edificio Tacheles, fue la principal calle donde se concentró en tiempos la comunidad judía. Y aún hoy puede verse la Nueva Sinagoga o Centro Judáico (http://www.cjudaicum.de/).

Aproximación a Berlín

El avión está a punto de aterrizar. El cielo se muestra encapotado, como si de repente se hubiera oscurecido, tintado de un gris plomizo, alertando quizá de algo. Tu verano se ha convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en otoño, incluso en invierno. O eso parece. Cada viaje entraña sopresas, y tal vez aventuras, emociones que resulta imposible imaginar ni olvidar. La aventura ya ha comenzado, sólo queda degustarla, entrarle de lleno y por la puerta grande. Cada mirada es un mundo que se abre, cada sentimiento ayuda a percibir de un modo, diferente según el estado anímico, según tu predisposición, incluso según tu sub-consciente cultural y aun contracultural. Te han colonizado y bombardeado con imágenes, que acabas integrando con naturalidad, clichés y tópicos sobre determinados lugares y personas, a resultas sin duda de los medios de comunicación. No resulta fácil espantarlos, aunque sea por un momento. Por eso deberías mirar con otros ojos, entender la realidad también a través de los sonidos, ver con el tacto y el gusto, poner en funcionamiento todos los sentidos a la vez, abrir tu espíritu y tu mente a nuevas experiencias, dejarte hacer,  abandonar tus preconcepciones. Lo interesante sería, una vez más, tener una mirada original y limpia acerca de la realidad, sentir el mundo como si fuera la primera vez, con la inocencia salvaje de un niño que caligrafiara en su cuaderno de infancia.

El aterrizaje se desarrolla con normalidad, a pesar de esas nubes negruzcas que turban y pertuban, y encima impiden ver con una mínima claridad el entorno. Todo esto, y mucho más, se te pasa por la mente, mientras el avión sigue su curso por la pista de aterrizaje, derechito, aplomado hasta detenerse. "Pueden desabrochar sus cinturones y no olviden sus objetos personales...".

Berlín, acaso en forma de oso amoroso, te da la bienvenida. Ha llegado usted a Schönefeld. Así aparece escrito en algún lugar: Flughäfen Berlin-Schönefeld, para ser más exacto.
A pesar del encapotamiento del cielo berlinés, sinfonía de una ciudad, no hace frío. La temperatura es agradable, y todo apunta a que esta ciudad histórica e historiada, se perfilará acogedora.


He avisado a Miguel Ángel García, corresponsal de Televisión Española en esta ciudad de ciudades, para quedar con él, lo que a priori se me antoja extraordinario. ¡Quién mejor que un amigo y paisano como cicerone!
No es la primera vez que viajo a Berlín, pero siempre se agradece que alguien versado, buen conocedor de los entresijos y la vida de esta gran capital europea, te ayude a ver otro Berlín, o al menos te sugiera sitios, te hable de sus habitantes, de su modo de vida, de su forma de entender el mundo. "Los alemanes, bueno los berlineses, son pesimistas y perezosos, unos existencialistas", aclara convencido Miguel Ángel. Sí, los alemanes se parecen mucho a los franceses, me da la impresión, en que son existencialistas, siempre se están quejando, pensando en el futuro, en sus planes de futuro, en ahorrar, no vaya a ser que vuelva la Guerra y el holocausto -qué duro, su pasado más reciente-, y así en este plan, me atrevo a subrayar. Incluso no son tan trabajadores como la gente cree. Cuando veas trabajar a alguien, después de las cuatro de la tarde -insiste Miguel Ángel- se trata de un español. Roto, una vez más, el típico tópico del alemán trabajador y el español vago, me siento con ganas de re-descubrir Berlín, aunque ésta como otras necesitaría toda una vida para entenderla, pero uno -es evidente- no dispone de una vida para conocerla.
Se trata de una ciudad de dimensiones colosales, como la mayoría de las ciudades alemanas, que por cierto se asemejan a las norteamericanas. "Berlín -apostilla Miguel Ángel- tiene menos habitantes que Madrid, pero es muchísimo más grande en extensión". 
A decir verdad, sólo hay que darse una vuelta por el Tiergarten, un parque o bosque cuya extensión, por decirlo a la ligera, es mayor que la de muchas pequeñas ciudades españolas. A lo mejor es exagerado lo que estoy diciendo, pero es una impresión, en todo caso. Como cualquier ciudad, y para tener una idea de su grandeza, sobre todo del llamado centro o zona A, hay que patearla, recorrerla a pie o en bicicleta, aunque resulte una locura.

Desde Charlottenburg -donde decido alojarme- hasta el lugar de trabajo de Miguel Ángel (en la Reinhardtstrasse, 58), cercano a la estación principal de trenes,  la Hauptbahnhof, se perfila una larga caminata, que por otra parte resulta agradable, sobre todo si luce el sol, algo poco habitual, y que el viajero aprovecha como un lagarto, después de un primer día desapacible en lo climatológico, aunque estimulante en lo demás.

Vaya paseo que te has largado, me dice Miguel Ángel, pues yo, que vivo en el barrio de Charlottenburg, he venido algunas veces a trabajar en bici, y es una tirada enorme. No importa cuando uno lo hace con gusto, por el placer de ver mientras camina, porque sólo así se siente y descubre la ciudad. Aunque recorrer Berlín en bici también puede ser una delicia, pues se trata de una ciudad llanita, con carriles de bici habilitados expresamente para el ciclista paseante.

Continuará la visita a la ciudad de las grúas que apuntan desafiantes al cielo, en constante cambio y recuperación, después de la caída del Muro de la Muerte.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Mineros, la historia del Bierzo


Un cacho de historia berciana, al menos la más reciente (desde hace aproximadamente unas siete décadas), está escrita con tinta minera y un largo rosario de lágrimas derramadas. Llanto por los muchos mineros atrapados bajo algún costero, con los pulmones hechos nata negra, silicóticos perdidos, a resultas de las precarias condiciones de trabajo, la insuficiente y casi nula ventilación de los chamizos o minillas de medio pelo, tan habituales en nuestro Bierzo querido y jodido. Nada que esconder bajo estos cielos negros, abiertos, sajados a punta de cuchillo san martinero. Cielos de fierro y antracita. Siempre bajo un sol de medianoche, mortal y negro, que quema los ojos y las entrañas. Qué grandes sois, queridos paisanos.
Bajo este mal llamado paraíso, al menos para quienes tienen que apechugar duro y aguantar a güeyes, que sigue reposando en la explotación y se desplaza sobre los raíles de la muerte, a menudo cargada de vagones tirados por algún espectro, se revelan (y deberían rebelarse de verdad) los mineros. No hay lirismos que valgan, cuando un minero, después de una jornada agotadora, polvorienta y húmeda, se queda sin el pan de sus hijos, sin su propio plato de garbanzos, sin tierra y sin pan. 
El Bierzo, como acaso el resto del orbe, reposa en el explotado y avanza sobre su cadáver, a como dé lugar. A costa de lo que sea. La mina o la muerte. Terrible elección. Ser minero o no ser nada. 
¿A quién le importa el obrero? ¿A quién le preocupa el minero, salvo a su familia cercana?  
Monumento al minero en Tremor de Arriba

Un trozo, un anaco, eso sí gigantesco de la historia del Bierzo, está escrito con sangre y semen mineros. Sin ese pedazo de historia nos sentimos desamparados, huérfanos… Y, encima, si no sintiéramos que es así, estaríamos falseando nuestra realidad. Aunque hacer chanchullos a la realidad, trampear y tranzar es lo que se lleva en estos tiempos de apariencia y corruptela. Desvergüenza que adorna y cubre las espaldas al poder. El eterno retorno de la podredumbre. El círculo vicioso del tiburón zampón (valga la redundancia) que se lame la cola de los descaros. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a ponerle cascabeles al monstruo? Unos trabajan para que otros se rasquen el pelotamen. Aquí y allá. Siempre la misma historia. ¿Quieres que te cuente el cuento del gallo capón? Seríamos hipócritas y asquerosos impostores, si no admitiéramos que el Bierzo, al menos el de las últimas décadas, se ha forjado en el subterráneo mundo del carbón,  cabrón para algunos, y oro para otros, los menos. Para qué  hacernos los longuis, todo se hace a costa de alguien, de Otro, lo que no debería pillarnos por sorpresa. 
La vida entera se ha fundado sobre una vil tomadura de pelo, pero aplicamos la falsa conciencia, como mecanismo defensivo, para enmascarar nuestras propias insuficiencias. Hay que salir adelante como sea. Es ley de vida. Selección brutal de las especies, de la especie humano-animal. Aunque no escuchen nuestra voz. A pesar de no pagarnos lo que nos deben. Eso deben estar diciendo los mineros, con toda la razón del mundo. El caos llevado a la enésima potencia. La mierda elevada a los altares sagrados de lo inaceptable. ¿Cómo se puede tener a la población sumida en el desconcierto, en el paro, en la incertidumbre? Mañana no sé si tendré algo que llevarme a la boca, a pesar de mi esfuerzo y entrega en aras de algún capitalista salvaje, capaz de vender a su madre al mejor postor, si tal fuera necesario. ¿A ver quién se enriquece antes, siempre a costa de los demás, aunque se les tenga que pisotear, apisonar? 
La culpa siempre la tiene y la paga el Otro. Joder, con la culpa judeocristiana. Resignación y a seguir barajando.

Los mineros, nuestros mineros, han arrancado, siguen arrancando de sus entrañas esfuerzo, servidumbre al patrón, sudores húmedos de enfermedad, pulmones convertidos en negrura. Trabajo, sufrimiento, oscuridad en el túnel del riesgo, en la rampa del miedo. No hay nada más conmovedor que ver a un minero bajar, adentrarse en la catacumba de lo incierto, meterse en el pozo, con angustia y antracita en la comisura de los labios, y aun en las eternas ojeras del temor. Cada minero es una mina que revienta.
Lo que hoy es el Bierzo, y quizá el resto de la provincia leonesa, se lo debemos a ellos, a los mineros, que han sacrificado su vida. Lo que ahora existe ha sido escrito sobre su piel, grabado a fuego en sus vísceras, porque sin esas galerías hechas con dinamita y explotación, sin esas “ramplas” de lágrimas, seríamos poca cosa. Ya lo somos, en todo caso. Algunos no serían ni su sombra.
Lo más jodido es que los faramalleros, atiborrados de guita, siguen luciendo su pelleja capitalista sin aspavientos, como si no fuera con ellos la cosa, que tenéis que apoquinar, so pendejos, que vuestros mineros han dejado su pellejo y sus pulmones en vuestros chamizos, para que ahora hagáis oídos sordos, que va con vosotros el tinglado, que todos aquellos que ostentáis algún poder sois cómplices de que los mineros no sean escuchados y atendidos cual se merecen. 
Seguid echándoos una siesta sobre un bosque milenario de minas, que algún día –en el Apocalipsis- os reventarán las gaitas mientras las bestias os copulan en los atardeceres negruzcos de eternidad. Entonces, tampoco sentiréis ningún remordimiento de conciencia.

Páramo del Sil, espacio poético

Antes de entrarle a Berlín, como prometí hace ya unos días, le daré vida a este texto, escrito a raíz de un reciente viaje a Páramo del Sil.

Páramo del Sil 
        

Páramo, cuya sonoridad me devuelve a algún sitio legendario, es término con una gran variedad de significantes, entre ellos, Pedro Páramo, el título de la novela de Rulfo. Me gusta esta palabra y me entusiasma este pueblo del Alto Bierzo, en el valle del Sil, sobre todo desde que descubriera que el poeta Ángel González pasó una larga temporada de su vida –unos tres años– en esta tierra. Que el insigne poeta astur eligiera este lugar me resulta, cuando menos, sorprendente, aunque al parecer a su hermana la habían destinado, por sus ideas republicanas,  a ejercer como maestra en Páramo del Sil, aunque mejor sería decir “condenada a pena de destierro”, mientras, él andaba aquejado de tuberculosis pulmonar, “con el miedo todavía pegado a los talones”. Hablamos del año de 1943, en plena posguerra incivil.
Algún médico de la época debió recomendarle, al aún joven González, este bello pueblo del Sil para curarse de su enfermedad. Un sitio, Páramo, apropiado para espantar la tisis y aun otras dolencias, ya que se trata de un lugar tranquilo, de aguas cristalinas y clima sano, aunque frío en invierno, donde se respira o debía respirar aire puro. Pues aquí que vino a parar, el que luego sería maestro -en el año de 1946, después de su restablecimiento, y al menos durante un curso-, en la aldea de Primout (perteneciente al municipio de Páramo del Sil), “donde cuenta la leyenda que nunca se viou el sol”, un pueblo perdido y casi abandonado en las estribaciones de la sierra de Gistredo, que en alguna ocasión tuve el gusto de visitar -antes de que decidieran asentarse como comuna algunos “ecoaldeistas” (algo que no prosperó).

Ángel González cuenta que este espacio -impregnado de soledad, bosques de abedules y gobernado por una forma comunal conocida como Consejo abierto, en la que prevalecía una democracia directa a toque de campana-, le sirvió como inspiración. La soledad –traducida en días muy cortos, noches muy largas, tiempo para meditar y observar toda una vida nueva-, como fuente de emociones intensas, en la que el excelso poeta debió beber a gusto, porque cuando se fue, lo hizo con pena, y aun con la idea de volver, aunque sabía que era una idea irrealizable, utópica. Abandonó Primout a primeros de mayo de 1947.
Por cierto, el nombre de Primout, aparte de resonancias galas, me invita a fantasear con algún lugar de cuento de hadas y de gnomos.   
Páramo del Sil, “pueblo minero, un poco ganadero y un poco agrícola”, que diría el poeta, es también uno de los puntos de partida hacia el Catoute, símbolo de la alta montaña, considerado hasta hace bien poco como el techo del Bierzo, aunque en los últimos tiempos el pico Valdeiglesias (con 2136 metros, en el municipio de Palacios del Sil), sea reconocido como el más elevado de la comarca berciana.
Catoute
                         
Para los amantes de la alta montaña conviene señalar que, en ruta hacia el pico Catoute, el excursionista se encontrará con la aldea de Salentinos, en otros tiempos casi deshabitada, y que en estos últimos años ha recuperado, por fortuna, el pulso vital. Merece una visita antes de emprender y empinar camino en busca del mirador del Bierzo: el Catoute, con sus 2117 metros, como el pico de tus sueños.

Ruta Catoute
      
Echa uno en falta, todo hay que decirlo, que el poeta Ángel González no hiciera referencia –o al menos no me consta- ni a Salentinos ni al Catoute, tal vez porque no los visitara. No debemos olvidar que llegó a Páramo del Sil para curarse de una tuberculosis pulmonar, que requería de todo el reposo del mundo.
Salentinos
         
Lo que sí recuerda, con extrañeza –asegura el poeta-, es su estancia en Páramo del Sil, porque más que ver el mundo lo oía: “por mi ventana entraba el rumor del campo: retazos de conversaciones, las campanas de la iglesia cuyo sentido no tardé en adivinar, las esquilas de los rebaños que iban y venían del establo al monte, el fondo sonoro más adecuado para leer con pasión a Juan Ramón Jiménez. Fueron tres años excepcionales, raros”, que pasó leyendo y escribiendo, estudiando música, dibujando, a la vez que había comenzado la carrera de Derecho con desgana en la Universidad de Oviedo, su ciudad natal.

                 
El balance final de su estancia en Páramo del Sil fue muy positivo, allí respiró el aire que le devolvió la salud y en este pueblo hizo su aprendizaje de poeta. Casi nada.
Creo que algún día, en esta localidad del Bierzo Alto,  tendrían que rendirle homenaje, como se merece, a este sublime poeta.



jueves, 16 de septiembre de 2010

Al tajo

Me dice mi amiga Ester que tengo abandonado el blog, una vez más. Si es que no se puede estar al plato y a las tajadas, o bailando y rezando en la Basílica de la Encina, donde por cierto y por fortuna ha actuado el Teatro Corsario, con Luismi al frente, un fenómeno, o sea. Un prodigio de la naturaleza el Luismi, que lo mismo actúa que pone faroles o recoge cables.

Los bercianos, amantes de las artes escénicas, estamos de enhorabuena, porque Corsario nos ha deleitado con  pasión y Pasión, una obra que resulta extraordinaria en escena. Por su parte, Javier Semprún, ese que habéis visto como colgado en Celda 211, está que se sale, como un Frankenstein dispuesto a flagelar con sus latinajos a Cristo en la cruz.

No os la perdáis, si en alguno momento vuelven a representarla, aquí o allá. Confieso mi devoción por este grupo o compañía teatral, tal vez uno/una de las mejores de nuestra España teatrera y teatral, dramática y chirriante, paponera y cañí (no olvidemos La Zaranda), si es que como en España en ningún sitio, dicen algunos, y algunas, convencidos todos y todas ellas de nuestra superioridad, que a buen seguro no es intelectual, a tenor de lo visto y vivido, sobre todo en los últimos tiempos, con movidinas hechas nomás para borreguines y por carneros apoltronados en la inopia. Volvamos a Nietzsche, please.

Sí, el nuestro parece un país de subnormales profundos, que diría el gran Llamazares, bueno, alguno/a se salvará de hacer el gamba y la gambada. A propósito, me encantó reencontrame, de nuevo, con Julio Llamazares en el Festival de Cine de Astorga. Y volver a ver su Elogio de la distancia, ambientado en A Fonsagrada (Lugo). Qué belleza. Y cuántas imagenes realmente líricas, con una fotografía muy hermosa, debida por supuesto al genial Alfonso Parra, y la buena realización del entrañable Felipe Vega.
Después de varios días de dance... que te friega... pajarito volando, por sitios varios, regreso al tajo, pues por instantes se me amontona el curre, que si correcciones de libros, que si publirreportajes, y así, en este plan de planes. Si es que no se puede estar todo el día dándole a la rosca y roscón, aunque sí me alegra haber viajado a la ciudad berlinesa, que sin duda da mucho de sí.  Es como si aún estuviera paseando a lo largo y ancho de la Unter den Linden y el Tiergarten.

Me ilusiona haber podido ver a mi amigo Miguel Ángel García, corresponsal de Televisión Española en esta ciudad grande y grandiosa, sobre todo después de la caída de su insoportable y aberrante Muro, el muro de la desvergüenza y el terror, aunque aún quedan restos en algunas partes de la ciudad.

Continuaré el paseo Bajo los tilos y sobre el cielo berlinés. Necesitaré alas de deseo para sobrevolar la urbe. Mañana, tal vez.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Matavenero, un cruce de culturas y contraculturas


Ecoaldea cosmopolita

Setenta personas, en su mayoría extranjeras, han resucitado un Matavenero que vive con otras reglas

  (Diario de León, 19/09/2010)

http://www.diariodeleon.es/noticias/revista/ecoaldea-cosmopolita_554226.html 

http://www.nocedadelbierzo.com/archivos/Matavenero_revista.pdf

No recuerdo con exactitud la primera vez que visité Matavenero. Hace tiempo, en todo caso. Lo que sí recuerdo es que en el verano de 2000 escribí algo a propósito de este pueblo, en tiempos abandonado, y desde hace algo más de dos décadas recuperado para bien y gloria de los berciano-leoneses. Y sobre todo para quienes decidieron, en su día, asentarse, como eremitas, en este lugar retirado, construido en lo alto de la montaña, a más de mil metros de altitud, algo que por lo demás me hace recordar A Fonsagrada, en Lugo. Mirador estupendo, desde el cual se tienen vistas muy bellas.

Es probable que Matavenero (Mataveneiro, curioso nombre) sea más conocido fuera que dentro de la provincia leonesa, tal vez porque a los medios de comunicación, vendidos cómo no al poder, no les interesa en absoluto lo que se guisa en un poblado en el que viven unos seres, en su mayoría extranjeros, que aun resultando exóticos y hasta extravagantes, viven en su universo de fantasía, alejados del sistema castrador y del aparato burocrático de hipotecas y puterías miles.

Una vez más, no interesa tener al personal descarriado, a su libre albedrío, sino bien atado, bajo control. Por eso, el tan cantado turismo rural y el desarrollo y potenciación de la ruralidad resulta un engañatolos, porque lo mejor, siempre de cara al sistema caníbal, es tener adormecida en el zoo urbano-animal a la población. Todos hacinados en la posmoderna colmena de los rascacielos expuestos al vaivén de las marejadas.

¿A quién le interesan unos tipos/as que van a su aire, que se dedican a cosas tan así como la música, las artesanías, a cuidar de sus animalitos, a los mercadillos, a vivir de un modo digamos contracultural? Por otro lado, los chicos y chicas, que viven en esta ecoaldea, prefieren pasar desapercibidos, que nadie los moleste ni los joda (fotos no, please), que no son monos de feria ni frikis sobre el trampolín de algún circo ambulante.


La ruta hasta Matavenero -tomando como punto de partida la localidad de San Facundo- se me antoja realmente de una gran belleza. Por un sendero zigzagueante, siguiendo la vereda del río y en medio de una naturaleza espléndida, se llega a este poblado "hippie" (me permito la licencia de emplear este término sin ninguna connotación peyorativa, antes al contrario). Cabe la posibilidad, siempre atravesando algún pintoresco puente de madera, de alcanzar Matavenero directamente por la ladera derecha, o bien desviarse, hacia la izquierda, para llegar a Poibueno (algo ruinoso, aunque con alguna casita restaurada), y desde ahí trepar hacia Matavenero.


Próximo a San Facundo, en la ruta, se halla el Pozo de Las Hoyas, donde merece la pena darse un chapuzón, al menos visual. En unas dos horas, sin prisa y recreándose en el paisaje, se llega a Matavenero. La vuelta, ya en descenso, se puede hacer en poco más de una hora.


Matavenero, en la actualidad, cuenta con un total de setenta personas, casi todos y todas provenientes de diferentes países de Europa, entre ellos, Alemania, Suiza, Italia, Francia o Escandinavia, aunque también hay algunos españoles, incluso alguna chica ponferradina, como Marimar (creo recordar, quien curiosamente sí se presta para el retrato). En un principio, año de 1989, sus nuevos pobladores se instalaron en tiendas indias, poro poco a poco han ido construyendo y reconstruyendo sus propias casitas, algunas de cuento, con sus placas solares y todo lo necesario para sobrevivir a las duras condiciones climáticas del invierno, que de seguro lo son. Puro bucolismo rayado por las heladas y las nieves invernales. Pues no todo es orgasmo en el monte de los oréganos.


Alejados, pues, de aquello que huele a urbanidad, en medio del corazón sagrado de la montaña, los muchachos y muchachas "matavenerinos", ecologistas y naturistas, están en la llamada vena contracultural, en contacto directo con la naturaleza y lo natural, aunque de vez en cuando se rocen -es inevitable- con el malestar de la cultura (por decirlo al más puro estilo freudiano). Pues los niñitos también van a la escuela, y cuentan con una biblioteca. Sin embargo, y en la actualidad, no tienen ningún profesional de la medicina, lo que les vendría muy bien de cara a alguna urgencia sanitaria. La comunidad, en cambio, dispone de un Chiringuito, un bar que regenta Karl, y en el que se pueden degustar unas suculentas Okara-burguer, hechas con soja y revestidas con queso fundido.


Confieso mi admiración y simpatía por esta gente y su capacidad para vivir así, en estas condiciones, que sin duda no deben ser del color rosa de las pijerías andantes y fresita. "Jo, tía, qué fuerte, no". Capaces como han sido y son algunos/as de éstos de romper con su anterior vida, quizá más reglada y mil veces más consumista.

El alemán Karl, uno de los primeros en llegar a Matavenero, cuenta que tienen contacto con varios países, entre otros con Méjico, donde se están creando iniciativas similares. Los primeros "repobladores" de Matavenero, influidos por el Movimiento Arco Iris de Europa llegaron, aparte de Alemania como Karl, del interesante barrio de Christianía en Copenhague (cuya visita me late casi imprescindible para quien se de un voltio por esta bella ciudad danesa). Una forma contra-cultural de entender la vida que entronca directamente con el filósofo Epicuro (y su jardín o huerto donde se practicaba la amistad y quizá el amor libre), el precursor de este estilo. Una corriente o raya contracultural que continúa en el siglo XVI con la vida pastoril, con la teoría del buen salvaje en el XVIII, con el romanticismo y la bohemia en el XIX. Y luego en el siglo XX con la cultura underground: arte psicodélico y la Beat Generation, los movimientos punk, mod y grunge, el hip hop alternativo, festivales como el de Woodstock o las comunas de hippies asentadas en varios lugares del mundo, entre otros, en la ya citada Christianía (Copenhague) y por supuesto en el poblado de Matavenero, en el Alto Bierzo.