Vistas de página en total

viernes, 19 de julio de 2019

Bologna, punto de llegada y partida

Después de algún tiempo de dance por el Trentino Alto Adige, con sus bellas montañas, fantásticos lagos y románticos castillos (estampas inolvidables), con la proverbial hospitalidad de Álida y Jordi (enormes anfitriones), el viaje llega a su fin. Y uno siente pena. Pero, en esta vida, todo llega a su fin, y así debemos aceptarlo. Es ley de vida, asegura la gente, aunque uno quiera resistirse a admitirlo, a admitir la finitud. 
La ciudad roja, Bologna

No somos eternos. Nada más lejos de serlo. 
Eterna es, como mucho, Roma, que visitara el pasado verano. Una ciudad que me entusiasma. Y sobre la que he escrito en más de una ocasión. 
Después de unos días gloriosos en el Trentino Alto Adige, siento que me llevo muchos recuerdos, muchas sensaciones, un gran aprendizaje, también. Y eso es magnífico. 
Por eso conviene viajar, abrir los ojos y la mente, salir de la caverna, abrirse en definitiva a otros mundos, otra forma de entender el mundo, aunque sepamos de antemano que somos más parecidos, aquí y allá, de lo que creemos. Y las emociones básicas son universales. Los humanos nos reconocemos en toda la Tierra, porque nada de lo humano nos es ajeno. 
Piazza Maggiore, Bologna

Trentino Alto Adige es tierra del maso (la masía catalana, el caserío vasco...) y de la stube (cuarto, habitación), que es una casa típica campesina de esta zona. 
En esencia, uno es un campesino, pues crecí en el campo. Y me siento identificado con el mundo rural, con la tierra, con la naturaleza. 
Me gusta ser natural (rehuyo, en la medida de lo posible, de lo artificial, de lo postizo, del postureo, de lo apariencial). Tal vez por eso me encanta El árbol de los zuecos, de Ermanno Olmi, uno de los grandes cineastas italianos fallecido el pasado año. Y del que Jordi me habla. "Vivía en la meseta de Asiago, próxima al Trentino, donde llegó a fundar una Escuela de Cine", me dice, mientras suena la música de Vinicio Capossela (otro descubrimiento).  
Olmi, director de otra lírica película como es La leyenda del santo bebedor, era amigo de otro gran escritor italiano, Mario Rigoni Stern (autor del autobiográfico El sargento en la nieve), quien llegó a colaborar como guionista en alguna película de Olmi. Eso me cuenta Jordi, que es un libro abierto. Conoce montones de historias, que me apasionan. Y eso hace que el viaje sea aún más interesante por estas tierras. A propósito de la música, incluso me habla del compositor mexicano Celso Piña. Y de su Cumbia sobre el río suena, que el director Iñárritu emplea en su Babel (colosal peli). 
También me cuenta que Robert Musil, el autor de El hombre sin atributos o bien Las tribulaciones del joven Torless (lectura que me encantó hace ya muchos años), estuvo en Levico Terme (preciosa localidad de la que ya he hablado en anteriores entradas en este blog) y aun en Pergine (conocido por su castillo).
"Hemos estado en Levico durante un mes, antes de que estuviéramos diez días en Pergine, y ahora, en primavera, todo Valsugana es hermoso. Especialmente el lago Caldonazzo", escribe en una carta la mujer de Musil. 
Verona

Después de esta visita por la Italia alpina, dolomítica, tirolesa (harto desconocida en España, creo), emprendo rumbo, desde la capital de Trento, a Bologna (punto de llegada y partida). Con Verona en mitad del trayecto.  
Por su parte, Álida, que es buena cocinera, además de magnífica profesora, me obsequia con manjares inolvidables como spaghetti vongole, gnocchi allo speck, minestrone, quaglie all'uva (un sabor ancestral), truchas con romero, strudel, queso de Asiago o macedonia de arándanos y frutti di bosco. Los frutos del bosque y los productos lácteos son excelentes en esta zona. 

Bologna
Torres Asinelli y Garisenda

En el viaje de ida hacia el Trentino, Bologna me recibe con un calor infernal, que se mantiene a lo largo de toda la noche. A la vuelta, sigue haciendo mucho calor, aunque es más soportable. Y me permite al menos pasear bajo los soportales, resguardado a la sombra. 

La capital de Emilia Romaña (donde nacieran a personajes tan singulares como Pasolini o Raffaella Carrà) es conocida como la ciudad roja, pues su arquitectura esta teñida de rojo. A partir de ahora tendremos que hermanarla, religarla con la ciudad roja de Marrakech. 
Fuente Neptuno


Bologna es una ciudad universitaria. Con fama en toda Europa. Y una ciudad medieval con un casco histórico que quita el hipo. Con sus elegantes y guapos soportales. Se agradecen y mucho a resultas del calor que hace en la ciudad, pues caminar por ellos o bajo ellos procura cierto fresquito. 
La via dell'Indipendenza es un continuo y prolongado soportal, con sus tiendas y su animación. Una vía que desemboca en la plaza Nettuno (Neptuno), donde está situada la fuente de Neptuno. La piazza Nettuno se halla al lado de la piazza Maggiore.
Al fondo, tenemos como referencia dos torres: Asinelli, con casi cien metros de altura, y Garisenda (con casi cincuenta metros), famosa debido a que Dante se refiere a la misma en La Divina Comedia, torres inclinadas, como la de Pisa, ambas símbolos de la ciudad. 

Soportales Bologna, via dell'Indipendenza
El sabor de un croissant relleno con crema de pistacho me hace tocar las paredes rojas de la felicidad. ¿Acaso la felicidad es roja?¿Existe eso que llamamos felicidad?
Bologna, donde he estado en más de una ocasión (el pasado verano, sin ir más lejos, en algún viaje InterRaíl y Eurodominó), aunque siempre de prisa y corriendo, me invita a regresar, quizá en una época menos calurosa, que aquí se fríen hasta los huevos en las piedras.
Una ciudad muy animada, tanto durante el día como durante la noche. De noche mejor estar en vela hasta que refresque algo.
La proxima vez que tome espaguetis con salsa me acordaré de Bologna. Hasta el próximo viaje. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario