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miércoles, 27 de marzo de 2013

La fragua literaria leonesa: Antonio Toribios

http://www.diariodeleon.es/noticias/cultura/el-tren-es-un-buen-motivo-literario-y-cinematografico-_781330.html

Antonio Toribios (Foto: Vicente García)
«El tren es un buen motivo literario y cinematográfico»


El narrador Antonio Toribios, autor de Tu nombre y otros nombres, está escribiendo sobre todo Microrrelatos y relatos hiper-breves, aunque no descarta embarcarse en una novela.

Nacido en el barrio del Crucero, en León, Antonio Toribios, cuya escritura está aderezada por el humor y cierta melancolía, es ante todo un especialista en el género de Microrrelatos y aun en los relatos hiper-breves, con el límite puesto en los 140 caracteres de un tuit, lo que requiere de una excelente condensación. Su blog Almanaque así nos lo confirma, cuya idea inicial era escribir un microrrelato cada día partiendo del santoral católico, de donde surgen los nombres de sus personajes principales, incluso de sus antagonistas. «Los nombres me vienen llamando la atención desde la infancia. En mi casa solo había dos libros, un manual de ferrocarriles y un misal de mi madre, donde me aficioné a leer las vidas de los santos que correspondían a cada día. La experiencia me impactó en cuanto a los tormentos y prodigios que allí aparecían».
Para contar una historia con tan pocas palabras «hay que reducir la acción al mínimo, dejando que el lector haga el resto del trabajo…. La imagen gráfica más adecuada sería la del iceberg, con una pequeña parte a la vista que se sustenta en otra, mucho mayor, que no se ve», aclara, consciente de que se debe huir sobre todo de la frase ingeniosa, del aforismo, de la imagen poética, del refrán o del mero chiste. «Cada palabra tiene que añadir algo, de manera que, si la quitamos, el cuento quede cojo», agrega, porque la economía narrativa es esencial a la hora de escribir, sobre todo Microrrelatos. «El lector tiene que percibir en todo momento que cada palabra que aparece está ahí por algo, y que ha de ser esa y no otra. Si no es así, hay algo que no funciona… A Monterroso le bastaron siete palabras para escribir el famoso cuento del dinosaurio», recuerda Toribios, que se ha planteado este reto -al estilo de las limitaciones que se imponían Queneau y los miembros de OuLiPo- porque el Microrrelato está, según él, entre lo puramente narrativo y el pulimiento del lenguaje que exige el poema.

El autor de Tu nombre y otros nombres (libro que recoge Renato, acreedor del Premio de Relatos Diario de León en 2001) confiesa que en sus relatos hay bastantes referencias al barrio de su infancia, aunque sin dar datos concretos, y que ha pasado muchas horas observando el paso de las estaciones y los hechos mínimos de lo cotidiano a través del cristal de una ventana. «Tengo una tendencia bastante marcada por la contemplación. Por eso hay ventanas en varios de mis relatos», como ocurre en Nocturno con relojes blandos, en clara alusión a Dalí –«el genio de los bigotes velazqueños»-, con una Ana María (Dulita) asomada a una ventana, y por el que Toribios recibiera en 2007 el premio de Relatos Imágenes de Mujer del Ayuntamiento de León.

El tren, la espera, la contemplación, las ventanas, la infancia son motivos recurrentes en su obra literaria, tanto en sus «relatos para adultos» como en sus cuentos infantiles, porque también ha realizado incursiones –siempre propiciadas por encargos concretos- en la «literatura infantil», que ante todo ha de ser literatura a secas, explica él, porque debe tener calidad y la exigencia que se merece cualquier lector, independientemente del género en que se encuadre la obra. «En los últimos tiempos ha habido un boom en cuanto a textos creados especialmente para niños. Observo una gran preocupación por introducir ‘valores’ en las tramas… El peligro está en derivar hacia un moralismo de lo ‘políticamente correcto’, con lobos que comen zanahorias y papás-oso que planchan». En su cuento infantil, Ananías y la máquina maravillosa, ilustrado por Manuel Sierra y editado por Renfe para una de las ediciones de Leer León, Toribios plasmó un viaje en tren. «El tren no deja de ser una sucesión de ventanas. Para el que lo ve pasar, es un universo rodante lleno de personas con sus historias personales y sus amarras rotas. Desde dentro, la ventanilla es una superficie transparente tras la que discurre la vida; algo así como una pantalla de cine, otra de mis pasiones».

Toribios es también un apasionado lector de relatos de viaje, algunos con el tren como protagonista, como El Transcantábrico, de Juan Pedro Aparicio. Recuerda con fascinación sus primeras lecturas de Julio Verne en la colección Historias Sección, de Bruguera, y aun otros clásicos como La isla del tesoro y El corazón de las tinieblas. «Respecto a mis raíces ferroviarias, sí que aparecen a menudo en mi obra. En Las cigüeñas viajan en el mixto, un relato de esperas y ventanas, la ambientación corresponde a la que me fue transmitiendo mi madre –hija a su vez de guardagujas- en muchas veladas, arrimados al calor de la cocina de hierro. El tren siempre ha sido un buen motivo literario y cinematográfico. Tiene muchos elementos propiciatorios: el paisaje cambiante, la diversidad de personas que entran y salen, la emoción de las esperas y las despedidas».
Toribios cuenta ahora con una colección bastante amplia de relatos, que necesita pulir y clasificar de cara a su posible publicación. Asimismo, continuará con su Almanaque hasta conseguir terminar el ciclo anual de 365 relatos. Y no descarta emprender una narración de aliento largo, «aunque de momento lo que tengo son varios cuadernos de notas».

«Sociedad y política son lo mismo»

—¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?
—¿Dejar de leer? Hay tantos... El Ulises de Joyce, que, como todo el mundo, he empezado varias veces. Sobre volver a leer, acabo de terminar de releer Madame Bovary (La señora Bovary, en la nueva traducción de María Teresa Gallego). Creo que toda obra verdaderamente buena merece al menos dos lecturas.
—Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida).
—Sancho Panza. ¡Qué sería de la literatura (y de la vida) sin la figura del hombre corriente!
—Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).
—No suelo torturarme leyendo cosas que me desagraden, y no me atrevo a opinar de obras sólo de oídas. En general me disgustan por igual la pedantería y la banalidad.
—Un rasgo que defina tu personalidad.
—La curiosidad.
—¿Qué cualidad prefieres en una persona?
—La bondad.
—¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?
—Creo que está dominada por el egoísmo y la codicia, pero no es de ahora. Sociedad y política son (o deberían ser) la misma cosa.
—¿Qué es lo que más te divierte en esta vida?
—Mirar
— ¿Por qué escribes?
Podría decir «porque me gusta», pero me pasa como al recordado Antonio Pereira, que lo que me gusta en realidad es «haber escrito».
—¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?
—No creo que sea esa su función principal pero, como todas las herramientas, pueden utilizarse para lo que convenga. Unos hacen sudokus y otros escribimos nanocuentos. El poder hacer partícipe a muchas personas a la vez de modo instantáneo no cambia nada fundamental. En realidad, el estilo se trabaja en soledad..
—¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?
—Lo que veo a mí alrededor, lo que imagino, lo que sueño, la Biblia, la mitología, las vidas de santos.
—¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?
—Escribo mi Almanaque y sigo el blog de Andrés Trapiello, Hemeroflexia, entre otros.
—Dime una frase que resuma tu modo de entender el mundo.
—Si no puedes hacer el bien, por lo menos no fastidies al vecino.









lunes, 25 de marzo de 2013

De paso por el Morticia

Hace años, tal vez cerca de diez, me dio por escribir este artículo en mi sección del Diario de León, encabezada bajo el epígrafe El molín de Ampuero. Y ahora lo recupero. Confieso que desde que Óscar Tahoces abrió el nuevo local en el Rosal de Ponferrada no he ido por allí, lo cual tiene delito, pero es que uno -lo confieso- ya casi no frecuenta la noche ponferradina, la noche en general, salvo para acudir a conciertos a la sala Tararí, donde actúan magníficas bandas, como la propia de la sala, los Yum Yums y aun otras muchas, y muy de vez en cuando -ya ni me acuerdo- voy a la Sala La Vaca de mis paisanos de Quintana de Fuseros. 

Bueno, no me enrollo, y os dejo este texto de otra época. Me ilusiona saber, a través del amigo Marcos Cubelos, que Óscar Tahoces -gran artista- guarda, pasados los años, mis palabras escritas en su nuevo local. Prometo visitarlo en breve. 

 Hace unos días estuve en el Morticia, uno de esos bares de noche que están en El Temple. Uno, que no es muy dado a frecuentar los bares de la noche ponferradina, no sabía de la existencia de este bar. Fui de la mano de mi sobrino Pablo, que es músico de conservatorio al que también le gustan los “Smashing Pumpkins”. Me puse en sus manos y me dejé guiar en la oscura noche de los muertos vivientes. Me pareció ciertamente un local sugestivo, atrayente. Como para volver a experimentar los olores sanguíneos de la muerte en vida, la vida más allá de toda agonía.

         Siento atracción por el mundo de los vampiros y los fantasmas. Y la vida más allá de la muerte sigue impresionándome por lo que  tiene de literario y/o cinematográfico. El baile de los vampiros, De entre los muertos o Nosferatu, por poner sólo algunos ejemplos, son películas apasionantes. Y no digamos Drácula, la novela de Bram Stocker. A uno, en verdad, le gustaría prolongar su existencia más allá de los límites conocidos, los límites que impone la cruedad de la muerte, aunque la inmortalidad ansiada tal vez sea una condena insoportable. Pero a uno le sigue atrayendo la vida eterna. “Tenemos que aceptar la crueldad de la vida y la necesidad de la muerte -nos cuenta Hermann Hesse en sus Lecturas para minutos-, no con lamentos, sino saboreando esta desesperación”. Si no nos queda de otra, así lo haremos. Mientras tanto, seguiremos reconstruyendo la realidad apocalíptica a través de la prosa.

         La decoración del Morticia me recuerda a  Le Cercueil, o sea, El Ataúd, una cervecería que hay en Bruselas, cerca de la Grand Place. Un sitio en el que uno puede tomarse una Chimay azul al amor de un ataúd, encima de una caja mortuoria. 

En el Morticia los féretros también hacen las funciones de posabotellas. Y los vampiros asoman sus rostros de sangre y muerte en la oscura noche de las psicofonías. El rojo y el negro son unos de mis colores preferidos. Y el Morticia se viste con el rojo de la sangre esparcida por los baños y el negro como telón de fondo. 

El Morticia es un buen lugar para refocilarse con los murciélagos y entrar en el mundo de lo espectral. Uno puede pasasrse un buen rato mirando fotos y carteles: desde Bela Lugosi a Gary Oldman. 

No olvidemos que Bela Lugosi acabó siendo un intrépido chupador, un auténtico vampiro. Y Oldman sigue conmoviéndonos con su interpretación en el Drácula de Coppola.

jueves, 21 de marzo de 2013

Grande, Ángeles Caso

Ángeles Caso en León
 


Hoy, día de poesía y de primaverales aromas, quiero rememorar este texto de la periodista y escritora Ángeles Caso, que me ha colmado de placer, que me ha insuflado vida por todos los poros del alma, porque sus palabras son en verdad sabias, esenciales, imprescindibles, sobre todo para quienes creemos  en la ternura del amor, de mi amor, Amor, y de la dulce compañía de la amistad. Grande, Ángeles. Me has hecho feliz. Y tú, Amor, sigues dándome fuerza y energía.

 Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.

miércoles, 20 de marzo de 2013

La fragua literaria leonesa: Rafael Saravia

Rafael Saravia en Lugo

http://www.diariodeleon.es/noticias/cultura/la-columna-periodistica-es-en-si-un-genero-literario-_779345.html 

«La columna periodística es en sí un género literario»


El poeta, fotógrafo y editor Rafael Saravia, autor de ‘Llorar lo alegre’, tiene prevista la publicación de un libro a lo largo de este año y ya ha empezado a dilucidar quién será el XIII Premio Leteo.

Nacido en Málaga, Rafael Saravia llegó siendo un niño, con tan sólo cuatro años, a León, ciudad en la que ha crecido y se ha forjado como poeta. «Sin duda mi manera de entender la poesía se ha impregnado de las letras de esta ciudad. Desde adolescente me fueron marcando los textos de Ildefonso Rodríguez, Víctor M. Díez, Eloísa Otero… y sobremanera los textos de Gamoneda», dice el autor de Llorar lo alegre, que se siente a gusto en una tierra pródiga en escritores, como Pereira, Mestre o el mencionado Premio Cervantes y autor del Libro del frío, a quienes Saravia considera maestros de la literatura, porque «hacen mucho más fácil el crecimiento vital y poético». «Entiendo como maestro aquel que aporta luz a tu aprendizaje», aclara, y en ese sentido reconoce a muchos, entre ellos, algunos compañeros jóvenes que en el intercambio de experiencias y textos le hacen crecer y toda una lista interminable de autores «que me han marcado y que han supuesto una iluminación en mi manera de entender el mundo: Rimbaud, Mallarme, Vallejo, Gelman, Cortázar, Valente, Pessoa...».
Como poeta, ha publicado tres poemarios, entre ellos, el ya mencionado Llorar lo alegre -acaso su mejor libro-, Desprovisto de esencias y Pequeñas conversaciones. «Cada uno de los tres publicados ha cubierto una etapa, y aunque sí que hay elementos comunes, creo que son bastante diferentes entre sí». En todo caso, el camino de la poesía, según Saravia, cuya obra figura en varias antologías, es «generar conciencia… o por lo menos no olvidar la propia».
De las antologías, en las que aparece, él mismo destaca Por donde pasa la poesía (Baile del sol, 2011), «por el elevado número de autores a los que admiro –desde J.L. Sampedro hasta grandes compañeros como Méndez Rubio- en sus más de cuatrocientas páginas». Aunque también tiene especial predilección por dos en las que él ha sido el antólogo: El rio de los amigos. Escritura y diálogo en torno a Gamoneda (Calambur, 2009) y Barcos sobre el agua natal. Poesía hispanoamericana para el siglo XXI, publicada recientemente en Leteo y Literal (México).
Además de poeta, es fotógrafo y editor. Su faceta como editor, al frente del Club Leteo, resulta encomiable, porque gracias a él, a través de este dinámico Club, hemos podido conocer a algunos de los más grandes de la literatura, no sólo a nivel nacional sino internacional, porque por la ciudad de León, con motivo del premio Leteo, han pasado, entre otros, escritores de la talla de Fernando Arrabal, Houellebecq, Paul Auster, Adonis, Ledo Ivo o Gelman. Uno recuerda con especial cariño al maestro brasileño Ledo Ivo, que se nos fue a finales del pasado año, aunque siempre nos quedará su Cavalo Morto. «Todos han influido en mi manera de comprender la literatura… Obviamente en mí han calado más los poetas… Es impagable todo lo que he vivido junto a ellos».
La faceta de editor
A través de ediciones Leteo, Saravia se siente satisfecho como editor, «una maravillosa experiencia», puesto que, según él, «no tenemos la obligación del mercado y por eso mismo somos libres. Sacamos dos o tres libros al año que nos gustaría encontrar en las librerías. Sin duda he descubierto buenos autores y amigos en el proceso de edición. Para nosotros es importante esa intimidad entre autor y editor».
Ha publicado algunos buenos libros y edita, desde hace años, la revista The Children´s book of american birds, en la que han colaborado magníficos autores y estupendas autoras, «aunque destacaría la colección de jóvenes escritores e ilustradores de primer nivel –asegura–. Son más de 500 los que han aparecido en estos 10 números, y eso da cuenta del alto nivel en que se encuentra la cultura en España».
Como fotógrafo, aunque le cuesta asumir el calificativo de profesional, porque «últimamente le dedico poco tiempo», Saravia utiliza ciertas herramientas para expresar sus realidades, y una de ellas es el arte de la foto, que le permite referenciar mucho más de lo que se le aparece delante. «Me gusta generar un trasfondo que permita a la conciencia no acomodarse; y el blanco y negro, y la imagen en general, me dan esa oportunidad». Es sobre todo cuando viaja –confiesa su atracción por países como India, Brasil o México-, el tiempo en que explora más el lado visual de la poesía, y por ende cuando más se prodiga en la fotografía.
En la actualidad, ejerce como columnista en este mismo Diario, una experiencia gratificante, que para él supone un ejercicio de estilo que le permite renovar y vitalizar el lenguaje, «y eso es bueno para el escritor» porque «la columna es en sí un género literario. Desde Larra hasta Umbral, o las actuales de Vicent, Millás o Verdú, por poner algún ejemplo, lo demuestran… Para el lector de columnas lo interesante es que la columna periodística se puede empapar de otros referentes y estilos, por ello es tan versátil y puede acoger tantos tonos diferentes».
A lo largo de este año, tiene prevista la publicación de un libro, que ya tiene escrito. «Un libro con el que me siento especialmente a gusto», apostilla. Y ya ha empezado a dilucidar quién será el XIII Premio Leteo. «Espero que a los leoneses les guste la experiencia de poder charlar con otro referente literario de primer orden».

«Valoro mucho la compasión»

 

—¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?
—Hay unos cuantos, digamos como ejemplo uno: Blues castellano, de Gamoneda.
Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida).
—Aunque suene tópico, Gandhi. Un hombre a favor del cambio y la lucha por él.
—Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).
—No centro mi atención en lo insoportable. Hay demasiado bueno a lo que prefiero dedicar mi tiempo.
—Un rasgo que defina tu personalidad.
—Contundencia.
—¿Qué cualidad prefieres en una persona?
—Son muchas, aunque en estos tiempos, valoro mucho la compasión.
—¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?
—Realmente estremecedora. La sociedad, excesivamente dormida.
—¿Qué es lo que más te divierte en esta vida?
—Woody Allen dice que sólo hay una cosa divertida que se puede hacer sin reír. Estoy de acuerdo con él. Aunque yo pondría alguna más.
¿Por qué escribes?
—Por placer y responsabilidad. Por aliviar el dolor y sus contrarios.
—¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?
—No. El estilo literario se ejercita escribiendo y leyendo. Las redes son tan sólo un lugar donde exponerlo.
—¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?
—La vida y sus particulares quebrantos. También las vías que abren en la intemperie las lecturas de mis compañeros poetas y escritores.
—¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?
—Tuve un blog, lo abandoné. Tengo otros medios y los utilizo. Pero sí que sigo varios blogs. Me parecen un soporte tan digno como cualquier otro. Simplemente que resulta a veces difícil seleccionar lo que a uno le interesa entre tanta cantidad. Pero hay grandes maestros escribiendo blogs.
—Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.
—Ni siempre, ni jamás, sino ahora.

lunes, 18 de marzo de 2013

Calle Mayor


       Calle Mayor (1956) y Muerte de un ciclista (1955) son las indiscutibles obras maestras de Juan Antonio Bardem, un cineasta genuino, comprometido con la sociedad de su tiempo y militante del PCE desde los años 40, lo que le procuró algún que otro disgusto, por ejemplo, cuando estaba rodando Calle Mayor, en Palencia, fue detenido por la Brigada Político-Social. Tras pasar dos semanas en la cárcel, acusado de un absurdo delito de opinión, el cineasta consiguió ser puesto en libertad, gracias al apoyo del sindicato francés de trabajadores cinematográficos, que impidió que Bardem fuera sustituido por otro director. Cabe recordar que Calle Mayor es una coproducción hispano-francesa. Por eso intervino el sindicato francés.
       Pasado el susto, y reanudado el rodaje, la peli abandonó la ciudad de Palencia como escenario -donde se habían filmado planos de la Calle Mayor- y se optó por la ciudad de Cuenca (bien reconocible) y la ciudad de Logroño, donde se rodaron las tomas de los soportales.
       La Calle Mayor, que da título a la peli, es en la actualidad la calle Portales de Logroño, donde puede verse una placa como recuerdo del rodaje de esta emblemática cinta, coproducida por los españoles Manuel J. Goyanes y Cesáreo González, y el francés, de origen ruso, Serge Silberman (productor de algunas pelis de Buñuel, entre otras La vía láctea, El discreto encanto de la burguesía y Ese oscuro objeto de deseo y de Ran, de Kurosawa), cuyo coste no superó los tres millones de pesetas.
       Como anécdota, cabe decir que los productores de Calle Mayor, pasándose por alto la censura, hicieron llegar clandestinamente un negativo de esta peli a París, donde los miembros del comité seleccionador del Festival de Venecia pudieron verla, y acabaron dándole el Premio de la crítica de este prestigioso Festival Internacional de Cine, incluso estuvo a punto de lograr el León de Oro, que ese año se declararía desierto. También fue elegida por la Academia española de cine para representar a España en los Oscar, pero finalmente no obtuvo el preciado galardón. Asimismo, el Jurado de Venecia -constituido por Visconti y Bazin, entre otros- otorgó una mención a la actriz Betsy Blair. Lástima que no le otorgaran el premio porque en la copia exhibida en Venecia estaba doblada por Elsa Fábregas.
       En todo caso, Calle Mayor está reconocida como una de las 50 mejores películas europeas de la historia del cine. En Madrid, el estreno, en enero de 1957, fue “una fiesta del rojerío de la época", recuerda el director.
       Tras superar diferentes escollos en la Comisión Superior de Censura, con los consiguientes cortes y adiciones que acabaron diferenciando la copia exhibida en España y en Francia, Calle Mayor logró estrenarse en nuestro país con un relativo éxito de público a pesar de su indudable repercusión en el exterior. Cabe señalar que se eliminaron las reiteradas referencias visuales a seminaristas y monjas, también se suprimieron las escenas de amor excesivo, y se suavizaron algunos detalles que iban contra el tradicional inmovilismo provinciano.
       Algunos críticos consideran que Calle Mayor es aún mejor que Muerte de un ciclista, pues Calle Mayor alcanza un notable equilibrio entre los aspectos estilísticos y los temático-narrativos, un equilibrio entre la crítica social y el drama personal de una mujer soltera. La verdad es que no sabría por cuál decantarme, porque ambas son magníficas e imprescindibles para entender lo que somos, de dónde venimos y adónde estamos parados, que diría un hispanoamericano, para entender, en definitiva, la España mísera de posguerra de los años 50: una miseria sobre todo moral de aquella negra época franquista, que se nos muestra a través de una pequeña ciudad de provincias por cuya Calle Mayor desfilan personajes mediocres, oprimidos y reprimidos, marcados por el tedio, la monotonía, el vacío existencial y la falta de horizontes. Así nos lo transmite Bardem durante los primeros minutos de esta inquietante película, que adquiere ritmo a medida que nos aproximamos al desenlace, a ese sobrecogedor plano final, que consigue la máxima intensidad.
       Tanto en Muerte de un ciclista como en Calle Mayor, Bardem se aproxima al cine de Antonioni en la forma de filmar a sus personajes, siempre angustiados, aburridos. Ambos manejan, de un modo magistral, los silencios y un tempo que nos invita a recrearnos en la angustia y el tedio existenciales.
       Calle Mayor desprende un tono casi documental en cuanto a que es un fiel retrato de los ambientes, personajes y costumbres de la época de los 50. Y por tanto una clara denuncia al anquilosamiento social y cultural, a la misoginia (la mujer como objeto), a la prepotencia, a la estupidez humanas. Tiene como ciertas reminiscencias con La Regenta, de Clarín, que es una novela decimonónica sobre lo provinciano ("el sonido de la gran campana -dice la voz en off en el prólogo de Calle Mayor- inaugura ya el aire aún dormido de la ciudad. Después viene otra vez el silencio, y, en él, el rumor de la escoba municipal poniendo a punto para el día la Calle Mayor".
  La película comienza con una voz en off y una panorámica que nos habla y nos muestra respectivamente una pequeña ciudad de provincias. "Una ciudad cualquiera en cualquier provincia de cualquier país". Con este preámbulo -impuesto por la censura- se diluye el drama. Es como si se tratara de evitar lo evidente de la realidad social en la que vivía inmersa España. "La historia, que está a punto de comenzar, no tiene unas coordenadas geográficas precisas. El color del pelo o la forma de las casas, los anuncios en las paredes o una manera determinada de sonreír o hablar no deben ser una forzosamente una bandera concreta para envolver a estos hombres y mujeres que van a empezar vivir delante de nosotros". La utilización de una voz en off, al comienzo de las películas, es algo propio del cine de los años 50 en general y de la obra de Bardem/Berlanga en particular. Véanse, entre otras, Bienvenido Mr. Marshall o Cómicos.
       Con argumento, en apariencia sencillo y anecdotario, basado en la obra teatral de Arniches, La señorita de Trevélez y en clara referencia a una película de Fellini titulada Los inútiles (I vitelloni, 1953), Bardem construye una narración lineal, sin saltos hacia adelante ni hacia atrás, que nos mete de lleno en los entresijos del ser humano y nos muestra una sociedad machista, intransigente.
       Unos "señoritos de casino” de una ciudad de provincias cualquiera se entretienen en hacer bromas macabras para combatir su aburrimiento. Entre estas bromas está, aparte de la del comienzo con un ataúd, la que le gasta Juan, un tipo insensible y falto de escrúpulos (interpretado por José Suárez) a Isabel (interpretada por la estupenda Betsy Blair), que encarna a una chica de  35 años ingenua, risueña, elegante, soltera y atractiva, que se ilusiona con el amor de este gamberro.
       Como anécdota cabe señalar que Betsy Blair fue una actriz americana -casada con el liberal y progresista Gene Kelly-, que emigró de USA a España por ser simpatizante del Partido Comunista, o sea por encontrarse incluida en la lista negra americana. Betsy Blair acababa de ganar en Cannes el premio a la mejor interpretación femenina por su papel en Marty (1955), de Delbert Mann, y había calado hondo en Bardem desde que la viera años atrás en el filme de Cukor, Doble vida (1947), que prácticamente supuso su debut en el cine. Una gran actriz con una corta carrera cinematográfica, que desarrolló fundamentalmente en Europa, donde se casó con el realizador británico Karel Reisz. Conviene señalar también su actuación en El grito (1957), de Antonioni. Su última aparición en el cine fue en una película de Costa-Gavras, El sendero de la traición.
       Calle Mayor aborda temas que Bardem ya había venido desarrollando en otras películas suyas anteriores: el egoísmo versus la solidaridad, la mentira versus la verdad, el carácter simbólico de sus personajes (Juan se llama igual que todos los protas de sus pelis de esa época, y encarna al español medio, aunque perfilado con menos profundidad psicológica que el Juan de Muerte de un ciclista), Isabel es como una metáfora de la España anclada en el abandono y la mentira, Federico (interpretado por el actor francés Yves Massard) como ejemplo de conciencia, la denuncia de la alienación religiosa, la crítica de la burguesía o clase media provinciana... 
       Destaca Calle Mayor por su puesta en escena. Sobresalen, por planificación y montaje, algunas secuencias como el encuentro de Isabel y Juan en la catedral  o cuando Federico le revela la verdad a Isabel en el salón recreativo. Y por supuesto el plano final, sobrecogedor.  
       Bardem, para contarnos su historia, emplea sobre todo planos medios, planos americanos, planos generales, planos contraplanos, y en algunas ocasiones primeros planos, sobre todo con Isabel, para hacernos sentir, como espectadores, las emociones de la prota, como cuando se mira al espejo sonriente, cuando la vemos reírse después de besar a su galán, o cuando Isabel se entera, al final, de que todo es una farsa, una broma de mal gusto. Un momento demoledor expresado a través de un primerísimo primer plano en el que se nos muestra su inmensa tristeza. En lo referente a las transiciones, destacaría los fundidos a negro.   
       El reparto actoral es excelente (impresionante composición del personaje de Isabel por Betsy Blair). También destacan el actor francés de culto Yves Massard, cuya carrera se inició de la mano del maestro Jean Cocteau, la exuberante Dora Doll (Tonia) o la actriz de origen ruso refugiada en Francia, Lila Kredova (Pepita en Calle Mayor, e inolvidable su papel en Cortina rasgada, de Hitchcock o en Zorba, el griego, por la que recibiera un Oscar).
       A título anecdótico cabe mencionar la colaboración de Fernando Rey doblando la voz del actor francés Yves Massard y la participación de María Gámez como madre de Isabel (Betsy Blair). María Gámez había sido La señorita de Trevélez en la versión cinematográfica que dirigiera Edgar Neville en 1935. A decir verdad, el todoterreno Neville merecería una reseña, porque es un personaje singular, que hizo pelis magníficas, entre ellas, la ya mencionada, aparte de Nada (basada en la novela de Laforet), Domingo de Carnaval (con una estética que recuerda la pintura de Solana) o La torre de los siete jorobados (puro expresionismo y cine gótico).
       Los diálogos de Calle Mayor son buenos, la foto en blanco y negro, a cargo de Michel Kelber (otro ruso refugiado en Francia) es arriesgada en su búsqueda de la profundidad de campo, pues muchas escenas se desarrollan ante ventanales, de modo que logramos ver con “relativa” nitidez tanto los primeros objetos y personajes enfocados como los más distantes. Por otro lado, la simbología está presente a lo largo de todo el film: pájaros enjaulados, trenes que se van…, que por fortuna logró burlar la censura imperante. 
Para finalizar esta reseña, podría hacer una mención especial a los silencios y la música de la banda sonora, cuyos responsables son J. Kosma e Isidro B. Maiztegui, sobre todo la importancia que tiene ésta a partir de la segunda mitad de la película. En la última escena, por ejemplo, se emplea una música que nos resulta intrigante. 
No os perdáis esta peli. Merece la pena verla y re-verla.